En el cruce una furgoneta giró a la derecha teniendo el semáforo
ya en rojo y por lo tanto al sobrepasar el semáforo invadió azarosamente el paso
de peatones por donde se disponía a pasar un señor mayor, posiblemente un
jubilado dando su paseo matutino, que al verse forzado a parar en seco para que
la furgoneta blanca no le segara la vida; o le chascara los huesos, o le
rompiera el cráneo; o le aplastare contra el asfalto; pues este hombre pequeño
de estatura; quizás demasiado pequeño de estatura, pero proporcionado; o sea,
sin llegar a ser enano o raquítico; más bien esa modalidad de raza celtibérica
de homínido minúsculo, pero trabado y con mucha mala leche llegado el caso: y
en este caso nuestro hombre, vestido con un jersey azul y pantalón crema,
comenzó a llamar imbécil e hijo de puta a voces al anónimo conductor de la
furgoneta; pero lo hacía nuestro hombre de tal manera que todo su ser, todo él,
celtibérico bien trabado; se transformó en pura ira, se desató en demencial cólera;
en la más pura blasfemia lujuriosamente ofensiva; yo diría peligrosamente
mortal; algo que pocas veces había contemplado en mi ya algo larga vida.
La furgoneta siguió sin tan siquiera percatarse de aquel
ciudadano jubilado encendido en forma de rayo, de llamas y centellas; de pura
voz vengativa. Una vez desfogado, y poco a poco apaciguado; fue cruzando su semáforo
todavía en verde y yo le iba siguiendo detrás. Pero como iba el hombre bastante
desajustado en su visceral mal humor y con necesidad de compartirlo con
alguien, pues comenzó a hablar conmigo mencionando el incidente a base de
gestos y el rostro bastante congestionado. Yo entonces dije para mí, ¡glup!,
este hombre me va a comprometer en una conversación indeseada. Y así fue como
empezó a contarme lo sucedido y luego la asociación de experiencias que
acompañan a lo sucedido en lugares diferentes y en su pueblo de origen y en
aquella ciudad donde había hecho la mili; y lo que le ocurrió un día con su
mujer cuando iban a la playa; y la conversación siguió avenida abajo y fui
descubriendo que una vez enfriada la fuerte indignación y una vez calmada la
tormenta; de aquel rostro salía una voz normal que curiosamente parecía desvelar
una buena persona que empezó a decir cosas de persona capaz de olvidar y
perdonar con la misma rapidez con que había montado en santa cólera. Fue así
que la conversación fue durando unos minutos más pues íbamos caminando en la
misma dirección hasta llegar a la altura de una travesía que lo conducía
directamente a su casa.
Aquellos minutos fueron minutos de apertura a un nuevo mundo
que nuestro hombre iba presentando en su conversación en clave afable. Así que
sin quererlo descubrí un nuevo territorio que podría haber seguido explorando
de haberse extendido en inesperado momento.