Decían que era como el hielo, frío y alejado de todo
sentimiento. Nadie sabía cómo se llamaba, pero todos lo conocían como Ice. Su
vida era un misterio. Sus compañeras eran su biblia y su botella de whisky. Sus amigos eran
sus perros, su mula y su viejo rifle. No había más.
Solía llegar a nuestro pueblo al comenzar el invierno. Vendía
con facilidad todas sus pieles el primer día. Las colocaba sobre la balaustrada
del saloon de Buck y allí acudía todo el pueblo hasta agotarse las existencias.
Más tarde, construía su choza cubierta con pieles sobrantes de bisonte cerca
del cementerio.
Por las tardes; ya una vez anochecido, se dirigía al saloon de
Huck a beber su media botella de whisky. Se sentaba en la mesa de una esquina
solo con su biblia. Leía siempre la Biblia bajo uno de los candiles. Decían que
la podía recitar de memoria. Luego, después de vaciar la media botella, volvía
a su choza cerca del cementerio; daba de comer sus perros y se acostaba. Después
era el silencio más absoluto.
Solía nevar pronto, ya que nuestro pueblo estaba lo
suficientemente elevado para ser de los primeros en recibir la nieve en aquel
territorio. Cuando la nieve cubría el pueblo, todo languidecía en un triste
sopor. Tan solo nos mantenía vivos las horas que dedicábamos al saloon de Huck.
Allí nos medio emborrachábamos todos sin saber ya que hablar o qué contar. Ice
siempre permanecía en su mesa bajo el candil leyendo la Biblia. Poco a poco; y, a
medida que iba pasando las páginas, iba al mismo tiempo dando cuenta de su
media botella de whisky.
Nadie sabía su edad. Se podía decir que era viejo, pero
nadie sabía su edad exacta. Podía tener sesenta, pero también ochenta. En
realidad ya a nadie le importaba. Nos habíamos acostumbrado a su silencio, a su
media botella de whisky y a su biblia. A nadie le preocupaba su choza cubierta
de pieles al lado del cementerio, y a nadie le importaba sus perros, su mula y menos
su viejo rifle. Todo el mundo lo dejaba en paz. Todo el mundo respetaba su
silencio. Cuando llegaba la primavera y el primer deshielo, Ice desmontaba su
choza, enrollaba sus pieles, metía sus escasas pertenencias en un par de
alforjas que cargaba sobre la mula y se iba por el camino de las montañas sin
despedirse de nadie, sin decir nada. Ni tan siquiera sus perros ladraban.
Un invierno dejó de venir. Las nieves cubrían de nuevo el
pueblo. Volvíamos a frecuentar el saloon de Huck y a vaciar botellas de whisky.
Pero aquel invierno fue diferente. Nos faltaba algo. Nos faltaba alguien. Mirábamos
hacia la mesa del rincón donde Ice solía sentarse a beber y leer su biblia y
nos entraba tristeza. Había un vacío; una ausencia que no sabíamos cómo
encajar.
Todos sabíamos que Ice nunca había hablado más que lo justo
para vender sus pieles. Nadie sabía quien era, nadie sabía su edad exacta.
Nadie sabía adónde había ido.
Pero todos le echábamos de menos.
Yo diría, Sr. Nesalem, que el viejo Ice murió solo y abandonado por esos montes deshabitados. Quizá tuvo un accidente o una enfermedad que lo inmovilizó y murió en una triste choza.
ResponderEliminarEl buen Ice pertenecía a unos tiempos en que se valoraba más el carácter (seriedad, hablar poco, integridad, principios...) que la personalidad. Ahora se valora la personalidad, ya sabe: simpatía, don de gentes, extroversión, comunicabilidad, habilidades sociales, iniciativas, verborrea...
Cuetu
Nesalem13 de enero de 2013 23:21
ResponderEliminarEs curioso. Yo también hecho de menos a Ice. Quizás haya muerto como usted dice Sr. Cuetu; pero esa figura solitaria con su biblia, sus animales nobles, su rifle y su choza no desaparaece jamás de mi imaginario y ni de mi nostalgia.
El último de Filipinas16 de enero de 2013 06:06
Voy a añadir a la lista de mis propósitos para 2.013 el leer la Biblia con media botella de Whisky. Seguro que encuentro conceptos que hasta ahora me habían pasado desapercibidos.