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viernes, 11 de enero de 2013

LOS McDONALD'S Y EL PASO DEL TIEMPO

El primer McDonald’s que visité en mi vida fue en Pasadena, Texas, en diciembre del año 74. A los pocos días me casaba en la Primera Iglesia Metodista de Pasadena. Recuerdo que la señora Agnes Bjrweaas nos llevó a los críos y a mí al McDonald’s. Los críos se pusieron locos de contentos cuando sabían que iban a comer en el McDonald’s. Yo no tenía ni pajolera idea de lo que podría ser aquello. Pensaba que se trataría de algún sitio de comidas regentado por un tal McDonald’s; y, el tal McDonald’s pues debía de ser un señor bastante afable con los niños por lo que podía ver. Quizás les daba de comer aquello que más ansiaban. Pasadena para mí era como una ciudad salida de cualquier película de ciencia ficción en clave western. Los espacios eran inmensos y el McDonald’s resultaba ser un restaurante muy moderno, muy iluminado, de mucho colorido; con mucho movimiento de familias, con mucho orden y rapidez a la hora de servir. No acertaba a ver al afable y bondadoso Sr. McDonald’s. Imposible imaginarme un McDonald’s en mi barrio obrero de Pumarín en Gijón. A lo largo de mis años de estancia en USA fui conociendo muchísimos McDonald’s.

Visitaba con alguna frecuencia el McDonlad’s del campus de la Universidad de Texas. Estaba situado en el Dobbie Mall y allí también solía tomar un café por las mañanas y me ponía a estudiar. Gijón quedaba a mil años luz en espacio y tiempo. Luego era muy normal parar en los McDonald’s en cualquier autopista y en cualquier dirección en mis muchos viajes a través de los EEUU de América.

Curiosamente llegué a trabajar en uno de ellos. En el año 1987 dejé de trabajar en un High School de Alexandria en Virginia, no muy lejos del Pentágono; para cuidar a mi bebita que tenía unos meses. Por las tardes entonces me puse a trabajar en un McDonald’s de la zona. Freía hamburguesas y patatas fritas, cambiaba el aceite de las espumaderas; sacaba del frigorífico las hamburguesas ya listas para freír, traducía al francés las órdenes que daba el supervisor a los haitianos que no entendían inglés y a algunos hispanos que tampoco espikeaban ínglish; y, también servía los menús en el mostrador. Luego, al final limpiaba con la mopa el suelo con todo el mundo. Una gran experiencia mal pagada. A veces mis antiguos alumnos me pedían un menú y no se lo creían que yo estaba trabajando allí flipeando (flipping) hamburguesas. “Pedid rápido que tengo mucho trabajo”, les decía medio en broma.

Después de varios años y ya de vuelta a Asturias he aquí que en  el año 1993 ponen el primer McDonald’s en la calle Uría de Oviedo. El sitio se llena y resulta un éxito sin precedentes. La progresía y los castizos de toda la vida se rasgaban las vestiduras contra la comida basura americana, decían auténticas burradas sobre las hamburguesas y se suponía que teníamos todos que sabotearlos por imperialistas y emponzoñadores del Pueblo. Pero unos años más trade abría otro McDonald’s en Gijón en plena Calle Corrida donde había estado el famoso cine Robledo. Éxito total a pesar de las críticas, la rotura de cristales que sufría el restaurante cuando había protestas contra el “imperialismo”, etc. Sigue siendo un sitio siempre lleno, siempre bien organizado, con servicio rápido. Todo un éxito. Luego se abrió otro en Yelmo Cines de La Calzada y lo mismo, lleno total todos los días. Y hace poco se inauguró un McDonald’s ¡¡¡en mi barrio obrero de Pumarín!!! De 1974 al 2012 ya habían pasado años, yo ya me había jubilado. USA y Pasadena quedaban lejos.

Hoy decidí ir a cenar al McDonald’s de mi barrio. Pensaba que quizás habría muy poca gente por el asunto de la crisis y, además, al ser un barrio modesto; pues no parecía ser el sitio ideal para este tipo de restaurantes. Cuando llegué quedé patidifuso al ver unas colas de kilómetro y todo el Drive-Inn lleno de coches esperando para coger el menú al mejor estilo americano. No me lo creía. Retrocedía mi mente a aquel 1974 cuando la Sra. Bjrweaas me llevó por primera vez al McDonald’s en Pasadena, Texas, con aquel cielo luminoso y expansivo en una ciudad que parecía haber sido sacada de una película de ciencia ficción western y donde los drive-inn parecían las cosas más exóticas y extravagantes que jamás había visto. Ni por asomo podía creer que aquello llegaría con el paso del tiempo a Pumarín, Asturias. Y allí me puse a la cola detrás de decenas de juventud y familias pumarienses, mientras los dos drive-inns no daban abasto con tanto coche esperando.

1 comentario:

  1. El último de Filipinas2 de enero de 2013 06:32

    Los establecimientos de comida rápida y los restaurantes de lujo no parecen perjudicados por la crisis. Como de costumbre son los de tipo medio los que se están llevando el palo.

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