El primer McDonald’s que visité en mi vida fue
en Pasadena,
Texas, en diciembre del año 74.
A los pocos días me casaba en la Primera
Iglesia Metodista de Pasadena. Recuerdo que la señora Agnes Bjrweaas nos
llevó
a los críos y a mí al McDonald’s. Los críos se pusieron locos de
contentos
cuando sabían que iban a comer en el McDonald’s. Yo no tenía ni pajolera
idea
de lo que podría ser aquello. Pensaba que se trataría de algún sitio de
comidas
regentado por un tal McDonald’s; y, el tal McDonald’s pues debía de ser
un
señor bastante afable con los niños por lo que podía ver. Quizás les
daba de
comer aquello que más ansiaban. Pasadena para mí era como una ciudad
salida de
cualquier película de ciencia ficción en clave western. Los espacios
eran inmensos
y el McDonald’s resultaba ser un restaurante muy moderno, muy iluminado,
de
mucho colorido; con mucho movimiento de familias, con mucho orden y
rapidez a
la hora de servir. No acertaba a ver al afable y bondadoso Sr.
McDonald’s.
Imposible imaginarme un McDonald’s en mi barrio obrero de Pumarín en
Gijón. A lo largo de mis años de estancia en USA fui conociendo
muchísimos McDonald’s.
Visitaba con alguna frecuencia el McDonlad’s del campus de
la Universidad de Texas. Estaba situado en el Dobbie Mall y allí también solía
tomar un café por las mañanas y me ponía a estudiar. Gijón quedaba a mil años
luz en espacio y tiempo. Luego era muy normal parar en los McDonald’s en
cualquier autopista y en cualquier dirección en mis muchos viajes a través de
los EEUU de América.
Curiosamente llegué a trabajar en uno de ellos. En el año
1987 dejé de trabajar en un High School de Alexandria en Virginia, no muy lejos
del Pentágono; para cuidar a mi bebita que tenía unos meses. Por las tardes
entonces me puse a trabajar en un McDonald’s de la zona. Freía hamburguesas y
patatas fritas, cambiaba el aceite de las espumaderas; sacaba del frigorífico
las hamburguesas ya listas para freír, traducía al francés las órdenes que daba
el supervisor a los haitianos que no entendían inglés y a algunos hispanos que
tampoco espikeaban ínglish; y, también servía los menús en el mostrador. Luego,
al final limpiaba con la mopa el suelo con todo el mundo. Una gran experiencia
mal pagada. A veces mis antiguos alumnos me pedían un menú y no se lo creían
que yo estaba trabajando allí flipeando (flipping) hamburguesas. “Pedid rápido
que tengo mucho trabajo”, les decía medio en broma.
Después de varios años y ya de vuelta a Asturias he aquí que
en el año 1993 ponen el primer
McDonald’s en la calle Uría de Oviedo. El sitio se llena y resulta un éxito sin
precedentes. La progresía y los castizos de toda la vida se rasgaban las
vestiduras contra la comida basura americana, decían auténticas burradas sobre
las hamburguesas y se suponía que teníamos todos que sabotearlos por
imperialistas y emponzoñadores del Pueblo. Pero unos años más trade abría otro
McDonald’s en Gijón en plena Calle Corrida donde había estado el famoso cine
Robledo. Éxito total a pesar de las críticas, la rotura de cristales que sufría
el restaurante cuando había protestas contra el “imperialismo”, etc. Sigue
siendo un sitio siempre lleno, siempre bien organizado, con servicio rápido.
Todo un éxito. Luego se abrió otro en Yelmo Cines de La Calzada y lo mismo,
lleno total todos los días. Y hace poco se inauguró un McDonald’s ¡¡¡en mi
barrio obrero de Pumarín!!! De 1974 al 2012 ya habían pasado años, yo ya me había
jubilado. USA y Pasadena quedaban lejos.
Hoy decidí ir a cenar al McDonald’s de mi barrio. Pensaba
que quizás habría muy poca gente por el asunto de la crisis y, además, al ser
un barrio modesto; pues no parecía ser el sitio ideal para este tipo de
restaurantes. Cuando llegué quedé patidifuso al ver unas colas de kilómetro y
todo el Drive-Inn lleno de coches esperando para coger el menú al mejor estilo
americano. No me lo creía. Retrocedía mi mente a aquel 1974 cuando la Sra. Bjrweaas
me llevó por primera vez al McDonald’s en Pasadena, Texas, con aquel cielo
luminoso y expansivo en una ciudad que parecía haber sido sacada de una película
de ciencia ficción western y donde los drive-inn parecían las cosas más exóticas
y extravagantes que jamás había visto. Ni por asomo podía creer que aquello
llegaría con el paso del tiempo a Pumarín, Asturias. Y allí me puse a la cola
detrás de decenas de juventud y familias pumarienses, mientras los dos
drive-inns no daban abasto con tanto coche esperando.
El último de Filipinas2 de enero de 2013 06:32
ResponderEliminarLos establecimientos de comida rápida y los restaurantes de lujo no parecen perjudicados por la crisis. Como de costumbre son los de tipo medio los que se están llevando el palo.