El pastor de la iglesia leyó
solemnemente los versículos de Mateo referidos al nacimiento de Cristo. Luego
se entonó uno de los himnos más adecuados a la Navidad. La congregación cantaba
con alegría. La calefacción funcionaba a la perfección y ello contribuía a
crear un clima más hogareño entre los creyentes. Afuera nevaba y el frío era
cortante. Había un gran árbol de navidad a un lado del estrado donde el
Reverendo Amós trataba ahora de comenzar su sermón navideño. Nosotros éramos
todavía niños y lo que más nos gustaba era cantar los himnos especiales de
Navidad acompañados al piano por la mujer del Reverendo junto con el violín de
Melba. Melba era muy guapa y estudiaba música en la capital. Más tarde, una vez
acabado el culto, sería la fiesta infantil y el reparto de juguetes por parte
de los presbíteros. Aquello era lo más emocionante, lo que hacía de la Navidad
algo mágico en aquella iglesia. En realidad éramos como una gran familia. Y
cuando afuera nevaba y el frío era tan cortante, el calor de la comunidad
aumentaba en grados de familiaridad entrañable o esperanza compartida con amor.
Pero el tiempo había ido pasando y poco a poco nos fuimos alejando de nuestra
pequeña ciudad y de nuestra pequeña iglesia. Unos fuimos a estudiar o trabajar
a la capital, otros a países lejanos y aquel sentir de la navidad infantil de
nuestra iglesia pasó a ser algo así como un recuerdo arraigado en una profunda
inocencia. Quizás un arquetipo capaz de evocar en momentos de soledad esa
ingenua alegría de confianza en la vida, que luego con el desarrollo de la
experiencia adulta, se habría de ir maltratando una y otra vez hasta casi
sentirla perderse sin remedio.
Aquel año había vuelto a mi
pequeña ciudad después de muchos años de haber vivido bastante alejado de todo
lo relacionado con mi país. Mi tren de vida basado en un trabajo de mucho
viajar e intensa responsabilidad me había atado definitivamente a ese otro país
extranjero, sin que apenas quedare deseo, ni ganas, de visitar lo que ya daba por
perdido en los recuerdos. La vida de un profesional como yo había de ir siempre
marcada por un realismo pragmático; siempre apegada al presente y ambicionando
un mayor futuro de planificadas ambiciones. Solo los neuróticos y los
perdedores se agarraban a esos pasados tan plagados de fantasmas familiares que
luego les lastraba el presente de un modo enfermizo. Y así corría yo por la
vida; del mismo modo que lo hacían millones de vidas en los países más
avanzados de la tierra. Hasta que un imprevisible e inesperado accidente de
tráfico truncó todas mis ambiciones. Mi vida profesional de la noche a la
mañana quedaba sin más futuro que ver cómo era sustituido por otra persona
mucho más joven y más ambiciosa que yo. Mientras, ya solo me quedaba entrar en
picado cuesta abajo hacia desconocidas oscuridades, plagadas de miedos latentes
y un variado surtido de obsesiones. Mi mujer no tardó en encontrar mil excusas
para pedirme el divorcio y mis hijos ya hacía tiempo vivían su vida en otros
estados o ciudades lejanas. Demasiado preocupados ellos con lo suyo como para
dedicar más tiempo de lo que los protocolos de la decencia aconsejan en estos
casos. La parálisis parcial que me había afectado las piernas me obligaba a
sentarme por mucho tiempo en soledad. Y entonces resucitaron los recuerdos,
también los fantasmas que siempre habían estado allí acechando pero siempre
barridos por lo que no había sido,—y ahora lo veía con claridad —más que una
incontrolable locura profesional. Fue entonces cuando sobrevino el duro invierno,
prometedor para mí de una plena soledad preñada de una incipiente depresión, lo
que despertó milagrosamente los poderosos recuerdos de la Navidad de mi
infancia. Fue como un increíble salto automático que me hizo reaccionar lo
suficientemente a tiempo para sacar un billete de avión y acudir con la mayor
urgencia posible al encuentro navideño de mi pasada congregación, allá en la ya
casi olvidada pequeña ciudad de mi país.
Cuando llegué no había ninguna
iglesia. En su lugar se había levantado un edificio gris de muchas plantas y un
inmenso garaje. Los prados y el pequeño bosque que rodeaban la pequeña casa de
reuniones habían desaparecido y ahora era todo un gran complejo de edificios de
pisos y oficinas con muchos garajes. La gente que por allí pasaba me parecía
tan agitada y metida en sí como la gente del país donde venía. En realidad no
notaba mucha diferencia a simple vista de un sitio a otro. No muy lejos podía
oír el familiar rumor de una autopista de circunvalación. Un avión surcaba un
cielo con absoluta familiaridad. Mirando hacia otro lado puede confirmar la
existencia de un gran centro comercial en nada diferente a cualquier centro
comercial del país donde había pasado una larga vida. Me di cuenta en aquel
instante de lo inexorable y brutal que puede ser el paso del tiempo. Habría
alguna congregación en la ciudad donde podría celebrar la Navidad. Quizás
podría, si la casualidad lo permitiera, reencontrarme con alguien de aquel
pasado en cualquier otra nueva congregación; pero lo que ya era irreversible
era el puro encuentro con aquellos cultos de Navidad cuando toda una comunidad
presidida por el Reverendo Amós, anunciaba la venida de un Niño-Mesías acechado
de peligros e incomprensiones; y entonces eran los himnos, la lectura del
texto sagrado; el sermón y los regalos en ambiente hogareño. Y afuera nevaba y
hacía un frío intenso. Me conformé con cerrar los ojos y simplemente reavivar
mi imaginación, recrear lo que ya no era posible recobrar.
Anónimo22 de diciembre de 2012 16:47
ResponderEliminarmuy guapo el cuento.
nostalgia................estas fechas tengo unos recuerdos de otros tiempos. Aunque mejor recordados que vividos. La mente engaña. je je je... feliz fiestas a todos. bb
Anónimo22 de diciembre de 2012 22:06
ResponderEliminarLa Navidad sin Familia, no es Navidad. La Navidad sin Fe no es Navidad. La Navidad sin Amor y Amistad, no es Navidad.
La Navidad representaba todas esas cosas y su referencia era el nacimiento de nuestro Salvador y su promesa de Felicidad Eterna. Abandonada y negada esa referencia la Navidad se convierte en una fiesta más.
Ayer un amigo me recordó la importancia de desear "Feliz Navidad" y no Felices Fiestas. Tiene toda la razón.
FELIZ NAVIDAD A TODOS LOS QUE PASAN POR ESTE FORO
Azor
Anónimo23 de diciembre de 2012 10:34
ResponderEliminarMuy bueno y emocionante cuento, Sr. Nesalem. Le felicito. Piense además que, mientras el personaje se percata de la destrucción total de su paisaje infantil, sepultado entre cemento, ruido y bullicio de las gentes, otros niños del presente estan viviendo unos momentos fundacionales que, para ellos, seran también arquetípicos y que, quizás, al cabo de muchos años, veran también arruinados como el del personaje del cuento. La vida sigue.
Felices Pascuas y Próspero Año Nuevo a todos los lectores de este dilecto Atrio.
BON NADAL I BON ANY A TOTHOM.
Cuetu
Anónimo24 de diciembre de 2012 15:24
ResponderEliminarPrecioso cuento!
Feliz Navidad y un 2013 lleno de Sol y Alegrias!
Abrazos,
Yehudit & Marius
Tel Aviv (Israel)