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lunes, 7 de enero de 2013

BAJO LA LUNA LLENA DE UNA TEMPLADA NOCHE INVERNAL

Fue un extraño paseo. Me puse a mirar escaparates en la templada noche invernal. Lo hacía años, muchos años atrás, en la temprana adolescencia. Miraba los escaparates decorados de Navidad y prestaba atención a los juguetes allí expuestos, o los objetos curiosos en venta. A veces había un nacimiento o un árbol de navidad bien decorado. Me di cuenta en ese presente que en aquellos años de temprana adolescencia los escaparates eran como mundos singulares donde la imaginación se podía recrear con plena libertad. Y, me daba cuenta en ese presente, que los escaparates volvían a ser esos mismos mundos de mi temprana adolescencia. Curioso, volvía a recuperar aquella misma experiencia con la misma expansión imaginativa. Miré hacia el cielo y la luna llena brillaba con alegría invernal. La noche era apacible.

He ahí la misma librería donde acostumbraba a mirar los libros de aventuras o las novelas clásicas que al momento transformaban el mundo en controlables tramas de personajes buenos y malos o menos buenos y menos malos o quizás buenos en algunos momentos, pero complicados en otros. Personajes que lograban instalarse en la imaginación formando ya parte del mundo propio preñado de desiertos, selvas, algunas ciudades llenas de placenteros peligros que recorridas en forma de narrativa desde la cama y bajo una lamparilla bien abrigado bajo las mantas eran puro disfrute mental. A las narrativas de los libros escritos por Walter Scott, Julio Verne, Charles Dickens, Mark Twain; las inolvidables historias de la Biblia y tantas otras obras literarias, había que añadirles luego los suplementos de expansión imaginativa que nos producían las grandes producciones del cine en technicolor y cinemascope donde tanto las legiones romanas, como los mismos tártaros o las bandas árabes con túnicas o las grandes praderas americanas con sus indios, sus vaqueros buenos y malos sin equívoco alguno. Aquellos héroes que luchaban por el bien y la justicia o el malo que luego no era tan malo y se convertía en bueno a media película; y las películas de la segunda guerra mundial con japoneses crueles; y las sabanas de África.

Plena libertada imaginativa en esa misma noche donde el presente y el pasado lograban unirse en un mismo espacio infinito bajo la alegre luna y las calles de templada noche invernal permitían aquella ilimitada expansión mirando libros de la misma librería todavía existente con sus escaparates navideños. El niño nunca desaparece. Siempre ha estado ahí oculto, escondido; capeando las enfermizas preocupaciones del adulto que sobrevive en un mundo de caras graves y serias; un mundo donde los deslices se pagan caros y el cielo tan solo anuncia una fría e inhóspita nada despojada de cualquier atisbo de fantasía o inocencia. Milagrosamente, noches como esta anuncian otros mundos entrañablemente lejanos al mismo tiempo que sentimos su proximidad en los indestructibles espacios de nuetra imaginación.

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