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sábado, 16 de julio de 2011

ATRAPADOS EN UN SUSURRO DE NOSTALGIA AFRICANA O EL EXTRAÑO VIAJE DE AUTOBÚS NOTTA-SIRACUSA

Cuando cogimos el autobús en Notto para volver a Siracusa, una pareja negra se sentó detrás de nosotros. Tendrían unos 30 años y los dos eran de apariencia atractiva. Ella tenía el pelo algo alisado y vestía unos vaqueros apretados que dejaban ver una figura bien cuidada. No llevaba el autobús diez minutos de viaje cuando de repente creí oír una extraña canción de lamento. Yo llevaba el i-pod puesto y pensé que era la radio del autobús o un CD que habría puesto el conductor. No le di más importancia. Pero unos minutos más tarde vuelve la canción a interferirse con mi música. Normalmente, si la música del autobús se interfiere con mi música lo que hago es aumentar el volumen y seguir escuchando una vez ahogada la interferencia. Pero en este caso la canción que se estaba interfiriendo iba seguida por una voz débil, triste, melancólica. Inmediatamente me vi atrapado por lo que más que una canción era un cántico como salido del alma de una persona o una colectividad lejana. Apagué mi i-pod y me dejé seducir por el cántico que surgía de algún aparato electrónico en forma de voz de hombre y en una lengua africana, quizás en swahili. La canción era más bien una forma de recitación acompañada de fuerte percusión, pero manteniendo un acertado equilibrio de sonido y ritmo. A veces intervenía algún instrumento de viento que no sabría definir. Y al unísono la chica africana iba repitiendo lo que decía entre canto y recitación la potente voz del artista.

El efecto de aquella música era un tanto narcotizante. Me sentí atrapado por una sensación de embriaguez estética que lograba transportarme a no importa qué lejanas tierras tribales o campesinas. El ruido del motor del autobús y el paisaje siciliano quedaban fundidos en la magia del cántico. La voz de la chica era como un susurro de lamento, de pérdida; para luego alcanzar un punto de inflexión donde la voz parecía celebrar, desahogar, atacar, denunciar. Luego unos silencios marcados por la percusión y vuelta al susurro acompañante de la voz negra de aquel artista de la grabación. La hora y media que duró el viaje fue todo un mantra de repetición, de recitación, de cántico, de lamento, de nostalgia; luego de climax, de resolución, de alegría, de celebración. Silencios acompañados de percusión. Ahora denuncia, acusación, ataque. Silencio. Tristeza. Susurro. Todo un ciclo imparable y en infinita sucesión. Aun después de llegar a la estación de Siracusa y observar a la pareja bajarse del autobús, la música seguía sonando en mi mente; quizás ya incrustada en mi alma. Ana y yo lo comentamos. Ella también sintió aquel extraño hechizo. Durante el camino al hotel no paraba de susurrar aquella lejana música africana, aquella música de profunda nostalgia; aquella letra intraducible; pero plena de significados para quien quisiera escucharla de verdad. Aun en la cama fui repitiendo las cadencias: Ahimó, ahimó; deshahi; melutava, melutavah. Ehí!! Ehí!! Melutava mehadish!!

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