Llegamos a Agrigento y el sol nos iluminaba con alegría, pues al mismo tiempo soplaba una ligera brisa que nos animó al instante a caminar la ciudad con gana. La ventaja de no ir con un grupo organizado es que uno se levanta a la hora que quiere y viaja de acuerdo a los horarios de autobuses más convenientes; y aprovecha el tiempo a la carta. Con un grupo organizado no hay ni tiempo para tomar una cerveza, para caminar por las calles; y hay que comer donde ellos te digan. Todo un agobio, que de no ser porque uno está de vacaciones viendo cosas, sería como si uno estuviese en la mili. A las seis arriba sin compasión porque el grupo se va en el autobús y el guía presiona; y luego venga a ver piedras y más piedras, sin la posibilidad de ver gente nativa, de ver las calles con chiquillos jugando, con las vecinas dando voces y parando en una tasca a tomar una birra en paz y tranquilidad con el “pueblo”.
Pues llegamos a Agrigento y nos pusimos a caminar con ese sentido de libertad que se siente cuando estás en medio de una aventura exploratoria con tiempo a raudales. La ciudad en su parte antigua no es muy diferente de esos pueblos tipo Ciudad Rodrigo, Béjar, Sigüenza, etc.; pero es Sicilia, y Agrigento es una ciudad con sólida historia antigua; una ciudad que fue marco y protagonista de imperios y conquistas que yo ahora no voy a relatar porque desde que existe la Wikipedia no hay nada que nos impida aprender y yo os doy pretexto para ello. Sí deciros que caminando por la Vía Atenas paramos en una heladería, nos sentamos en la terraza y pedimos dos helados de vainilla y fresa que sabían a gloria destilada. Los helados sicilianos saben riquísimos y aunque sea un piccolo en cucurucho o en tarrina te dan cantidad suficiente para cantar poemas de felicidad a la vida. Así que fuimos viendo gente pasar, caminar, hablar; pues los sicilianos son muy expresivos, muy gesticulantes y comparten con nosotros el hablar en alto. Se ve bastante población negra africana y árabes o bereberes del norte del mismo continente. Quizás son estos que últimamente desembarcaron en la isla cercana a Túnez de Lampedusa. Lo que si es llamativo es que todas las ciudades de Sicilia cuentan con ese elevado número de población inmigrante o flotante. Quisimos visitar algunas iglesias barrocas, pero estaban cerradas. No obstante sirvió de pretexto para meternos por callejones y callejuelas con olores fuertes a tiempos pasados; aunque la actual Agrigento o Girgenti, como la llaman los sicilianos, fue construida sobre las laderas de una colina a un par de kilómetros de la que fue la antigua Agrigento griega, actual valle de los Templos.
Luego, decidimos a pleno sol de julio, ir andando a visitar el valle de los Templos a casi cuatro kilómetros bajando en dirección al mar. La caminata fue interesante porque todo lo que se camina es tiempo de apreciación, de ver lo que no se ve cuando uno va en coche o en autobús. Esos detalles de paisaje, esos arbustos, esa persona sentada a la puerta de casa; ese jardín, ese basurero; ese arroyo; ese perro suelto, etc. Llegamos al valle de los Templos y vimos piedras sobre piedras. El templo de Juno, el templo de la Concordia, el de Castor y Pólux, Vulcano, las tumbas helénicas y cristianas de la época bizantina, y por último el templo de Hércules. Paramos a tomar un capuchino y beber agua en una cantina y luego nos fuimos también caminando hasta el museo arqueológico con el sol a cuestas. En el museo vimos vasijas, vasos, bustos, caras, tumbas, ornamentos y piedras y más piedras. Como ya se acercaba la hora de coger el autobús de vuelta a Palermo, pues fuimos de vuelta hacia Agrigento por otra ruta. Al llegar a las afueras vimos que para llegar al centro de la ciudad por esta ruta había que subir escalones y escalones y por fin llegar a la cúspide de la larga colina donde está Girgenti.
Al volver fuimos a la parada del autobús de la empresa Cuffaro que no es más que una placa que indica “bus”, y entonces nos empezamos a mosquear porque no había gente que fuera a Palermo esperando y nos habían dicho que era allí. Preguntamos en un estanco al lado y nos dijeron que no sabían. Entonces de repente vimos a un señor muy pequeño de estatura que gritaba “los que vayan a Palermo que me sigan, yo les llevo”. Inmediatamente nos pusimos nerviosos, “¿cómo? ¿Quién es usted?” le preguntamos, ya que pensamos que era un taxista o cualquiera que nos estaba estafando o quién sabe qué o quién. Pero el señor nos aseguró que él era el conductor del autobús Cuffaro y que nos tenía que llevar al autobús que lo tenía en otra calle no muy lejos. Nos enseñó el logo de la empresa que llevaba en la camisa y al final le seguimos y he aquí que era verdad y el autobús lo tenía medio lleno y nosotros montamos contentos de no tener que pasar noche en Agrigento por un descuido imprevisible. No supimos por qué habían cambiado de sitio. El caso es que volvimos a Palermo.
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