Pero según íbamos a coger el autobús vimos que el colchón viejo que alguien había dejado ayer en la acera de la Via Vittorio Emanuele seguía interrumpiendo la circulación de los transeúntes y nadie lo había recogido y la gente teníamos que saltar al asfalto para seguir caminando. Luego vimos de nuevo lo que ya nos había llamado la atención días atrás. Hace dos días estábamos cenando en una pizzería de la Piazza Valverde cuando de repente vemos que alguien da una voz desde la ventana del tercer piso llamando a un camarero de la pizzería. Hete aquí que el susodicho señor de la ventana baja un caldero con una cuerda y el camarero le pone dos cervezas y entonces el vecino tira de la cuerda para arriba y se quedó con las cervezas. Pero hoy fue en una calle interior cerca del hotel cuando vemos que unas vecinas bajan calderos y unos chicos les ponen bolsas de fruta o el pan o qué sé yo y tiran para arriba de la cuerda y ¡presto!, ya tienen la compra en casa. Este mundo es la leche.
Yo siempre oigo decir que entre españoles e italianos nos entendemos sin problemas. No es ese el caso con los sicilianos. Si en la Italia del norte sí es verdad que, en mi experiencia, parecen tener más simpatía con los españoles y les gusta hablar con nosotros; no así los sicilianos. En primer lugar es difícil comunicarse con ellos en dialecto “españolitaliano”; y, en segundo lugar, les somos indiferentes. Saben que eres español pero no te preguntan nada y no hacen esfuerzo alguno por hablar más claro. El siciliano, o, italo-siciliano; como idioma, me resulta oscuro y difícil de entender. No quiere decir que no son amables que sí lo son y parecen gente honrada que compruebas que no te tratan de engañar y te cobran lo que te tienen que cobrar, etc. Pero los españoles les son indiferentes a simple contacto.
Hay muchos africanos que se juntan en muchos rincones de la ciudad, pero en general en toda Sicilia hay mucha población negra, árabe y paquistaní. No hablemos ya de albanos o rumanos. La diversidad de gentes es muy grande en las ciudades y pueblos y se oye hablar todo tipo de idiomas raros. La calle donde está el hotel es una calle-barrio con vecinas sentadas a la puerta ocupando la acera. Con la ropa puesta a secar en los balcones y ventanas y hasta tendales portátiles en la misma acera. Luego, más allá hay unas terrazas de bar-freiduría-pizzería que se llenan de mucha gente del barrio y ahora en verano parece eso una verbena con gente en la calle hablando sin parar, comiendo las fritangas, bebiendo cerveza, etc. Luego hay gente que pone puestos de bocadillos o helados en cualquier sitio ocupando media calle y las motos y coches pasan a veces zumbando y todo tan normal y los chiquillos jugando al balón, etc. Vida de calle a tope. En la misma calle hay tres iglesias que permanecían cerradas cuando pasábamos, pero ayer estaban abiertas y dentro es espectacular por el arte barroco que presentan y los cuadros y el techo todo hecho mural del siglo XVII y todas las tres iglesias lo mismo y fue una gran sorpresa. ¡Vaya barrio! Un barrio como los del Madrid de mi infancia.
Pero hoy estuvimos en Agrigento, a 110 kilómetros al sur de Palermo y eso requiere otra crónica. Pasado mañana llegamos a Asturias donde dicen que no ha parado de llover.
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