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lunes, 11 de julio de 2011

CORLEONE

Llegamos a Corleone y hacía un sol de aplastar los ánimos. Fue un viaje en un autocar que me recordaba los viajes que hacíamos de pequeños a Gijón o a Mieres en el coche línea y que tanto me gustaba porque iba viendo paisaje tras la ventanilla y no había mayor placer para mí que ver el paisaje y sus contrastes. En ese aspecto sigo siendo niño. Pero buscar el horario por internet para ir a Corleone ya es difícil de por sí. Yo no pude y por lo tanto tuve que dejar a la recepcionista que lo hiciera. Había una empresa, la Stasis, que salía a las 12, pero que no tenía horario de vuelta y por lo tanto habría que hacer noche allí. No interesaba. Otra empresa, ATI, ya sólo tenía un viaje a las 2, pero sin embargo la vuelta a Palermo la hacía a las 5. Cogimos entonces a las 12 el autocar de Stasis en la plaza de la Marina y con tan solo 5 viajeros más el conductor, fuimos saliendo para Corleone. La salida de Plermo me recordaba aquellas salidas de Madrid de mi infancia en dirección a Asturias o Extremadura: Eran salidas eternas, pero con esa gana de ver el campo para salir del ruido, del tráfico caótico, de los embotellamientos; de las calles estrechas cruzando barrios escoriados, de barriadas con las fachadas desconchándose y las aceras indefinidas y llenas las cunetas de basura. Luego esa mezcla imprecisa de zona industrial con talleres y fábricas pero que no es exactamente zona industrial porque hay casas y bloques de pisos. Pero por fin cogimos la autopista a Mesina para luego desviarnos por la carretera que tira a Misilmeri, para luego pasar por Marineo y al final después de recorrer un paisaje montañoso, escarpado y seco llegar a Corleone. La distancia es de 58 kilómetros, pero la aspereza del paisaje en persistente subida dejando allá abajo el mar muy en la lejanía, hace que el viaje sea también una meditación muy personal sobre los paisajes físicos del alma de uno. Los paisajes evocan nostalgia. Y mi imaginación no para de trasladarme a esa otra posible vida o infancia que quizás hubiese sido posible ahí en esas aldeas y pueblos todavía un tanto aislados y con sus historias, en el caso de Sicilia, también sangrientas.

La mafia no es precisamente una leyenda. Y por algunos de estos pueblos se movieron y se mueven de un modo más oculto y sigiloso las familias y los clanes de la Cosa Nostra. Llegar a Corleone es llegar a un paisaje singular donde un pueblo cargado de historia ha quedado instalado entre dos peñas que limitan el valle del incipiente río Belice. El pueblo va ascendiendo hacia una cumbre presidida por un antiguo castillo al estilo de los pueblos castellanos o aragoneses; y, va ascendiendo en forma de callejas estrechas de estilo moro. Mario Puzzo no eligió Corleone por casualidad para fijar el origen de Vito Corleone, alias El Padrino. Hay algo en el pueblo que invita a la reflexión sobre el mal. Quizás las caprichosas formas orgánicas de las peñas circundantes que cierran el valle como un embudo y cuando caminas por la carretera en las afueras del pueblo hacia el antiguo convento franciscano situado en ese pináculo; pues piensas que algo perverso y maligno ha tenido que surgir de las entrañas de esas cuevas que se ven profundizando las paredes de los escarpados. Ya que fue en Corleone donde nacieron los más despiadados jefes del clan corleonese: Salvatore “Toto” Riina, Bernardo Provenzano, Luciano Leggio, Michele Navarra y Calogero Bagarella. Pero es también un pueblo cargado de iglesias y en cada calle hay una iglesia que de algún modo todas ellas tratan de exorcizar un mal que ha mitificado este pueblo que de otra manera se parece a cualquier otro pueblo de la España seca.

Caminamos luego por las callejuelas y en una plazoleta con una fuente en medio con cuatro caños bebimos el agua fresca con ansia, ya que el calor andaba rozando los 37 grados. Al lado de la fuente había un viejecito que nos vino a saludar. Al ver que éramos españoles se puso a recitar versos de todo tipo. Unos versos eran sobre los spagnoli y luego muchos más sobre muchas cosas y tradiciones. Nos decía que su padre había sido también poeta. Cuando nos fuimos nos abrazó con un adiós y el último poema. Más tarde vistamos el Museo Antimafia donde un joven de aspecto universitario nos fue enseñando a un pequeño grupo fotos y aspectos de la mafia que hacen ponerse los pelos de punta. Curiosamente es difícil ver turistas. Pudimos vivir la Sicilia profunda. Curiosamente la plaza principal de Corleone está dedicada a los jueces asesinados Giovanni Falcone y Paolo Borsellino.

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