El coche ahora se desliza por Alexis Street. Paramos en el parking de Goodman College y rápidamente nos metimos en el edificio. Pronto vimos al director Mr. Emport con su traje azul y su corbata roja caminar en dirección a la cafetería. Afuera hacía sol y algún rayo se colaba por una ventana discreta, pero nosotros queríamos seguir y dirigirnos a la biblioteca. Varios estudiantes caminaban hablando distraídamente. Una vez en la biblioteca fuimos derechos a la estantería de libros sobre budismo zen y cosas por el estilo. Yo saqué de nuevo a Alan Watts y Joy se quedó ojeando títulos. Me concentré y comencé a leer. Más tarde vi a Joy que estaba oyendo música por unos auriculares sentada en una butaca.
Miré por la ventana un momento y rápidamente descubrí que tras la vegetación del jardín del Goodman College había un sendero que nunca había seguido. Rápidamente seguí el sendero. No podía perder esta ocasión de seguir el sendero. Quería seguir senderos desconocidos, cuanto más desconocidos mejor. Caminaba respirando hondo y observaba las plantas, los arbustos, las rocas; los pájaros, los insectos. El sendero parecía no acabarse y la ruta era de lo más inesperada. De repente vi a Ms. Terret que venía en frente de mí. Ms. Terret se me quedó mirando con esa mirada de ojos vivarachos y yo entraba por sus ojos como un espíritu o un fantasma anhelante de nuevas noticias o nuevas historias que escuchar y que solo Ms. Terret podía contar. Ms. Terret y yo nos desviamos por otro sendero y ahora bordeábamos un pequeño río. El día era estupendo y Ms. Terret me dijo que cada día era más difícil dar clases en un mundo apático, pero que la historia era una asignatura llena de historias y relatos imprescindibles para conocer la condición humana. Relatos y relatos que todos los días estamos escribiendo. A cada instante hay un nuevo relato. Tu y yo estamos haciendo un nuevo relato en estos momentos. Esa ardilla está escribiendo su relato. Esa tortuga también. Las velocidades son distintas. Nuestras velocidades son distintas. Nos movemos a velocidades distintas, pero a veces nuestras velocidades se acoplan. Mira, allí viene Lora Zabonsky con su perro.
Sí era Lora con su perro y su mirada perdida en sus interiores, vestida con el sharee multicolor. Pronto nos juntamos y el encuentro se rodeo de besos y abrazos. El perro se puso contento y no hacía más que buscar caricias. Lora nos dijo que venía de muy lejos y que había pueblos y ciudades que jamás habíamos visto y que allí había gente con ideas muy fascinantes sobre la vida y la muerte. Estaba cansada pero en su bolso traía un talismán que hacía tiempo buscaba. Estaba muy ilusionada. Nos invitó a sentarnos en la hierba bajo un nogal. Yo la recordaba cuando llegaba a la clase de Ms. Terret con su perro y el perro se echaba debajo de la silla y allí permanecía la hora de clase. Siempre vistiendo sus diferentes sharees. Nos dijo que es fácil encontrar un camino que nos lleve a ese pueblo o aldea o ciudad que ansiamos, pero es solo cuestión de oir la voz, esa voz, voz profunda, voz profunda que a veces nos habla con sonidos extraños, suavemente extraños. Me empezaba a dormir con el susurro de sus palabras, las palabras de la suave Lora y los gemidos de su perro. Me adormecía.
Sentí la mano de Joy que me despertaba con el libro de Alan Watts en las manos. Afuera en el jardín parecía estar lloviendo. Quizás la tormenta que anunciaban. El cielo ahora era gris plomizo. Joy me dijo que era hora de volver al coche. Había que deslizarse por otras calles y avenidas de la ciudad. Se estaba haciendo tarde. Cerré el libro y lo devolví a la estantería. Sentía que algo pesaba en mi interior. Que ahora estaba pesado. Pesado por la carga de presentimientos que me sobrevenían. ¿Cuántos caminos había que recorrer para encontrara la salida o quizás la entrada a lo siempre inesperado? Al momento Juy y yo estábamos de nuevo deslizándonos por una nueva avenida.
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