Salimos de Río Barstow cuando aún era de noche, con cierta lentitud, como saboreando el pueblo yarda a yarda con sus luces de neón, sus esporádicas furgonetas pick-up; con el cielo estrellado de telón de fondo en este teatro del misterio cósmico. El aire era ligeramente fresco y los olores eran secos. Retornábamos de nuevo hacia el desierto como coyotes en busca de serpientes y roedores. Visión de coyotes, sentimiento de coyotes en medio de una inhóspita aridez poblada de chaparrales y mesquitales. Corríamos a través de nuestros territorios mientras la luz del sol iba disolviendo la oscuridad y las formas fantasmales se iban transformando en otra tonalidad más hiriente e insoportable. He ahí la creación de un mundo. He ahí el proceso de creación inagotable, infinito y siempre inacabado. Pero a los coyotes la luz del sol nos anuncia la presencia y el peligro de los humanos, de la cada vez más omnipresente vida humana.
Aceleramos el coche en dirección a la autopista 15 Oeste y pronto disfrutábamos de la mañana plenamente soleada. Echamos gasolina en una estación Exxon, comimos un desayuno a base de huevos revueltos, mush potatoes, bacon; tostadas con mantequilla y una gran taza de café. Volvimos a deslizarnos por la carretera. Pero ahora la sensación era de querer estirar la vida en todas las direcciones. Estirarse en cualquier dirección. Podríamos ir hacia el norte y distinguir esa pequeña ciudad que se va aproximando como un espejismo para cubrirnos con una extraña viscosidad de sensaciones e ideas. Algo así como una pasta que nos fuerza a delirantes movimientos de angustia.¿Hacia donde nos lleva toda esta gelatina? Quizás nos lleve hacia los recuerdos, hacia los malditos recuerdos, dijo Joy. Condenados a recordar, me dije yo a mi mismo. Y, efectivamente, allí estaba mi bici presta para llevarme al trabajo después de comer un buen plato de garbanzos. Allí estaba mi rutina, mi futuro, mi identidad al completo. Joy desaparecía de mi vista tragada por una bruma que nada tenía que ver con el desierto. El desierto quedaba lejos, demasiado lejos; tan lejos que tan solo era capaz de recordarlo con cierta imaginación peliculera de spaghetti western.
He ahí tu bici. Es la hora de volver a tu taller. Es la hora de labrarte un porvenir. Tienes toda la vida por delante. He ahí tu bici. Da pedales para llegar a la hora que marca un reloj sujeto a una pared pintada de blanco en ese taller. He ahí esas calles de envejecidos talleres que te fijan a ese pasado y en ese tiempo que demanda su continuidad precisa fijada en horas, minutos, días, años, décadas, siglos…. He ahí esos relojes que reclaman lo que les pertenece: los relojes de la escuela, de casa, de las noticias, de tus trabajos te reclaman ahora para que vuelvas a este mundo de realidades objetivas, de presencias reales que te necesitan para justificar su propia existencia. A través de ese pasado comprenderás tu presente. No hay otra salida. He ahí el taller con sus prensas de vapor y sus rollos de goma virgen y el reloj allí sobre la pared blanca marcando el tiempo. He ahí a tus compañeros vestidos con sus fundas de color azul oscuro cortando goma y más goma. He ahí tus jefes de aquella empresa familiar vigilando tu producción, tu ambigua producción de piezas vulcanizadas; con un fogonero casi siempre medio borracho y prematuramente envejecido por alguna rara enfermedad secreta. He ahí tu viejo mundo que te reclama para que tu también seas viejo.
Empiezo a trabajar a la hora y comienzo a trabajar cortando goma y prensando los moldes en las prensas de vapor a mano con una palanca que hacía bajar el tornillo para aplicar la presión y más presión mientras el vapor se fugaba por alguna rendija de algún manguito necesitado de reparación o sustitución. Miro el reloj y todavía quedan cuatro horas para salir. Mis compañeros y mis jefes se mueven por el taller como si todo hubiese de durar para siempre, como si todo se estuviera desarrollando en un eterno presente de sentido común. He ahí tu bici. Ha pasado el tiempo y ahora has de volver a pedalear en tu bici. Vuelta a casa, pero hay demasiada humedad gris de cielo plomizo y lluvia, demasiada bruma, demasiada niebla, demasiada niebla ahora. Me pierdo en la niebla. Me confundo en la niebla.
Entonces empiezo a oír la voz de Joy que me llama desde el desierto. La intensa luz del desierto que ahora se abre ante mí en un tiempo raro, extraño; en un viaje que hace una infinidad de tiempos ha empezado. Un viaje que sigue en su más plena y fecunda duración.
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