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viernes, 24 de febrero de 2012

JOY TENÍA UN MENSAJE QUE OFRECER AL DESIERTO

Joy me dijo que algunos cristianos llaman vivir en el Espíritu a la experiencia de la liberación del pecado.
—Cuando el pecado ya no domina tu vida, entonces empiezas a vivir en el Espíritu. Muchos creen—,seguía diciendo Joy mientras el coche se deslizaba por una solitaria carretera de desierto,—que vivir en el Espíritu es una vida de privaciones y restricciones morales mojigatas, pero no es así.
—¿Cómo es?— Esa era mi pregunta sincera que hacía mirando hacia el brillante cielo azul.
—Pues es un radical cambio de intereses. De repente te das cuenta que estás desvalorizando cosas que antes valorabas. Y, al revés, empiezas a valorar otras que antes ni te dabas cuenta que existían. En una palabra, al abandonar los antiguos valores vas descubriendo cosas nuevas que antes no veías ni vivías. Al abandonar el mundo del pecado, abandonas también su poder de percepción limitado a lo perecedero y finito.
—Es curioso—, dije yo,—eso no suena a cristiano. Suena más a Nueva Era o cosas de esas de la gente-chicle— Joy apretó un poco el acelerador, parecía que a lo lejos se veía algo así como la torreta del agua de un rancho. La carretera tenía buen piso y la visibilidad era estupenda.
—Pues sí, es cristiano. Cuando domina el pecado, domina la muerte. Si la muerte es tu horizonte en esta vida, todo lo que haces está condicionado por ese horizonte de muerte. Entonces la vida siempre lleva un transfondo de inevitable tristeza, de cierta angustia; de impotencia. Se vive con la idea de sobrevivir lo mejor posible y lo mejor posible se mide en función de seguridad económica, social, y cosas por el estilo. Pero ese gusanillo de la muerte está ahí para recordarte tu vida efímera, tu desgracia de vivir en un mundo tan complicado, tan difícil, tan cabrón.
—Sí, es cierto, aunque hay gente que siendo atea vive la vida con vitalidad y creatividad precisamente porque la vida son cuatro días y esos días hay que vivirlos lo más dignamente posible.
—No te creas eso. No es cierto. No hay ateo que no lleve un infierno personal en su interior. En el fondo hay un rechazo de la vida en esta tierra. Hay una disimulada venganza personal que se manifiesta en esa ansia de relativizarlo todo, de disolverlo todo; de matarlo todo con la cuchilla de la razón. Yo no me creo ese mito del ateo alegre que con la razón y la ciencia o su alocado Nietzsche, hacen de la vida un paraíso de luz. Es mentira, es mentira cochina. El ateismo produce la locura del relativismo y el relativismo produce el hastío, el aburrimiento. Cuando el mundo está ya dominado por el horizonte de la muerte todo se vuelve plano, desaparece todo misterio y todo se vuelve una insoportable tolerancia de intolerancia tolerante. Un asco de vida.
—¡Joy!, no te creía tan crítica con este mundo de total y absoluto camino a la democracia. Si te fijas bien parece que caminamos a una mayor libertad individual, a una mayor libertad de vivir como nos dé la gana, a un mayor reparto de la riqueza, a una lucha contra el capitalismo feroz sin llegar al comunismo opresivo. A un mayor conocimiento real y objetivo de las cosas y así las podemos controlar para nuestro mayor y mejor beneficio. Mira los países escandinavos…este mundo te permite ser cristiana, musulmana, atea, o lo que quieras. El pasado cristiano era opresivo, represivo, torturador, y otras cosas feas con esa Iglesia y esos curas y pastores tan intransigentes.

Efectivamente lo que veíamos era un rancho que aprovechaba una especie de oasis convertido en vergel y en verdes praderas donde le ganado pacía y la sequedad y aspereza del desierto parecían incapaces de sofocar. Había un pequeño estanque y la casa era de una planta con amplias puertas correderas de cristal. Todo ello estaba rodeado por una cerca de alambrado pintada de verde. En la puerta principal se podía leer “Pinto Valley Ranch”. Decidimos parar un momento en una pequeña explanada situada en frente del rancho al otro lado de la carretera. El sol empezaba a calentar con fuerza.

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