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martes, 25 de noviembre de 2014

CUERPOS ANIMALES

Ursiktal salía de casa y caminaba por una inmensa planicie de azulejillos obsesivamente cuadriculados por hendiduras más oscuras que hacían de divisorias. Sus pies embutidos en esos aparatos de transporte hechos de piel animal iban recorriendo tal dura superficie en sincronía con un sentimiento de prolongada indiferencia y el color gris de la planicie urbana. Se sabía animal. Bajo sus ropas, bajo esas telas; vivía el animal cubierto. Un cuerpo delimitado por la piel y por las ropas,

pero un cuerpo más en consonancia con los perros que veía atados a sus dueños también animales. Cuando miraba a los perros sentía una pena hacia ellos. Se comportaban como cuerpos torpes y dóciles que se sabían dominados. Cuerpos.
¿Qué es un cuerpo? Se quedó parado por un momento. De repente el color gris y la indiferencia se iban transformando en partículas dentro de una misteriosa infinitud; quizás una inabarcable infinitud que lo absorbía y lo hacía partícipe de una extraña expansión. Sus pensamientos se pararon y su cuerpo dejó entrar un algo como si fuese una corriente de suave energía. Había traspasado el umbral de lo cotidiano para habitar su mundo, su realidad, su maravilloso universo. Las ventanas de los edificios daban a viviendas de cuerpos inocentes que buscaban ser reconocidos, acariciados, abrazados. Cuerpos que deseaban bailar al son de una música que venía de las lejanas montañas o quizás del cielo, más allá, siempre más allá, de las estrellas. Cuerpos que pronto se enfriaban y se aislaban y se refugiaban en los rincones replegados de sus edificios de hormigón y ladrillo.
Y vio los ojos de la mujer. Otra vez los ojos de aquella mujer cuya mirada lograba traspasarlo. Una mirada con el poder de penetrar un cuerpo tan opaco como el suyo allí dentro de sus ropas de invierno y con los pies metidos entre piel de animal para pisar superficies grises de azulejillos. Una mirada que convertía su paseo en una peregrinación mágica sin más destino que continuar caminando sabiendo que los dioses también habitan cuerpos de animal humano y nos miran ocasionalmente para reclamarnos a sus cielos y a sus infiernos.

lunes, 20 de octubre de 2014

UN EXTRAÑO PERSONAJE

Al abrir la puerta del cuarto había un hombre sentado en una silla muy alta delante de una mesa poliédrica. Y en la mesa había un queso azul muy fuerte que despedía un olor que cargaba la habitación pero que no resultaba desagradable; y al lado del queso había una botella de vino con un vaso muy ancho y corto. Parecía que aquel
señor vivía allí de forma permanente, pero allí sentado en esa silla tan alta y con las piernas colgando y vestido de chaqueta negra con una corbata verde y pantalones vaqueros que le quedaban cortos y que dejaba ver unos calcetines blancos calzados en unos zapatones marrones del 46 como mínimo. El señor se quedó mirándonos un tanto sorprendido. Quizás nunca esperaba que a alguien se le ocurriera abrir esa puerta y así descubrir su olvidada morada que por cierto carecía de ventanas al exterior y era forzado el tener siempre la luz encendida. No sabía qué pregunta hacernos. Sabía que éramos los vecinos de pared y de puerta, aunque era muy raro que una puerta dentro de un mismo piso fuera a dar a otra vivienda privada. Un arreglo un tanto extraño de nuestro arrendador, pero en aquel país todo era posible. Un misterio descubrir que alguien vivía allí sin haber sentido un solo ruido o leve sospecha de inquilino alguno. Esa habitación tenía un candado y el arrendador nos había dicho que allí guardaba cosas.
El señor parecía tener unos 70 años y su cuerpo era muy delgado. Sus ojos eran de un gris sin vida y su rostro algo arrugado pero sin llegar a ser tempranamente decrépito. De repente nos dijo que él vivía allí porque su jubilación no daba para vivir en ningún otro sitio. Había quedado solo en la vida y eso era lo mejor que había podido encontrar. Fue una manera directa de presentarse y al mismo tiempo que decía esas palabras, saltó de la silla al suelo con cierta agilidad. “Me llamo Gilbert Muskarro y provengo de las provincias del sur”, nos dijo de forma seca, “llevo aquí en este cuarto 6 meses y dos días. El dueño de este piso y cuarto es el hijo de un antiguo amigo mío y se le ocurrió meterme aquí pagándole sólo unos 10 vácuos al año, lo cual es muy barato y me permite vivir con cierta y secreta intimidad”. Le preguntamos que por dónde entraba al cuarto, pues no veíamos ninguna puerta ni ventana. Él entonces abrió una puerta de un armario que ocupaba media pared y vimos que por allí se podía salir al garaje tras una columna que le protegía de posibles miradas indiscretas. Nosotros jamás lo habíamos detectado a pesar de que nuestras entradas y salidas al garaje eran bastante frecuentes. “Bueno”, siguió diciendo, “desde que vivo en esta ciudad no dejo de divertirme jugando al escondite. Camino mucho por la ciudad y veo gente muy curiosa. No hay nada más entretenido que mirar las caras de la gente. También los cuerpos.” Entonces se empezó a reír y dio unas palmadas al pantalón como si quisiera quietarse el polvo o unas migas. Yo entonces le pregunté si quería
pasar a tomar café a nuestra sección del piso. Nos dijo que no, que se le hacía un poco tarde y que en otro momento él nos invitaría a beber buen vino y comer buen queso azul.
Dicho esto nos invitó a volver a nuestra sección. Salimos por la hasta ahora puerta de almacén o cuarto de los trastos, la volvimos a cerrar pero sin candado ya que habíamos roto el que había y nos quedamos un tanto intrigados además de incómodos. El dueño nos podía haber dicho algo. Siempre podríamos haber oído pasos, ruidos, toses, estornudos y nos habría dado un susto gordo. Pero lo extraño es que nunca, durante aquellos seis meses, habíamos escuchado nada. Había sido el silencio más absoluto.

viernes, 17 de octubre de 2014

HABÍAMOS LLEGADO A ITMILL

Era ese momento cuando vivíamos en el edificio de pisos cerca de la Institución de Enseñanzas de Jóvenes al cual me habían destinado después de inmensas pruebas y exámenes y papeles y dos viajes desde el Continente Kronkam para cumplimentar
fórmulas burocráticas de homogenización y habilitación y demás cosas laberínticas que me costaron días y noches rellenar pero que parecían ser necesarias para que un país democrático fuera bien. Y para ello nos desligamos de los trabajos de enseñanza que teníamos en Kronkam y nos vinimos a Rhena en un pueblo costero llamado Itmill. Y allí alquilamos un piso muy cerca de la Institución desde donde habríamos de empezar otra etapa en la vida y el pueblo era bonito, agradable; con playas grandes y pequeñas de arena fina y el mar estaba allí mismo a cada instante que nos apeteciera, con ese olor salubre y húmedo. Si mirábamos al mar en una noche oscura y cuando éste estaba muy agitado era una experiencia de angustia. Pensar en las profundidades de un mar agitado y frío sin posibilidad de agarrarse a nada es pensar en una muerte de terror abrumador. Pero el mar en un día de cielo azul de verano nos invitaba a lejanas tierras de aventura pirata de aires tropicales y gentes de espíritu acogedor que nos ha de contar viejas leyendas en boca de respetables ancianos. Pero en Itmill estaban también las montañas que nos rodeaban con picachos de caliza y altitud suficiente para situarse a vista de águila y así contemplar un paisaje costero delimitado por el alcance de nuestra vista. Extraordinario.

Un día la niña y yo estábamos mirando la tele en el salón y en la cocina estaba su madre cocinando algo muy rico que sacaba de recetas acumuladas a través de muchos sitios: publicaciones, revistas, libros o conseguidas a través de amigas con gustos culinarios. Y el olor llenaba la casa con aroma de especias y carne asada ya en su punto dentro del horno. Además siempre había un pastel o una tarta al final que nos hacía ganar algún que otro gramo de más de peso diario. La serie que veíamos en la tele era sobre unos
chavales que trabajaban en el Pony Express de los Territorios Salvajes e iban de una estación a otra con sus caballos veloces y sus mochilas de cuero adosadas a los caballos. Siempre había alguna aventura que nos agarraba con su trama y además la imaginación quedaba entretenida entre un paisaje y otro y las formas de vida de aquella época y territorio. Pronto Nika hacía valer su voz diciendo: la cena está lista y entonces nos íbamos a la mesa redonda cerca de la ventana de aquel piso bajo, colocábamos el mantel y los platos y los vasos y las servilletas y al final el posacacerolas para recibir el asado o el plato fuerte.
Mientras comíamos sentíamos estar viviendo en un mundo nuevo que nos habría de deparar sorpresas. La noche cubría el pueblo. Después de cenar leería el cuento a la niña y luego, una vez recogida la cocina, daría un paseo por Itmill.

domingo, 14 de septiembre de 2014

EL CUADRO DE NUESTRO PADRE ABRAHAM

Fue durante el paseo de la Avenida Godoma a la Plaza Somorra cuando vi el cuadro de nuestro padre Abraham sentado a la entrada de su tienda de campaña y sus criados le escanciaban vino espeso en un cuenco de barro. Detrás de la tienda podía ver el Monte Arafat muy a lo lejos; o quizás era el monte Hermón. Podía ser también el Sinaí. Pero era un monte hermoso rodeado de nubes. Para llegar al monte había que atravesar primero un desierto; luego un huerto casi infinito lleno de frondosos árboles frutales plagados de serpientes parlantes. Y luego había que atravesar un lago de fuego usando una barcaza de hielo.
Me quedaba absorto viendo aquel cuadro de nuestro padre Abraham en aquel escaparate de la Avenida Godoma. Porque en el cuadro había más y más sugerencias al óleo y grandes pastos y grandes pastores y hermosas esclavas que parecían felices viviendo con nuestro padre Abraham. La combinación de colores invitaba a una profundidad de texturas espirituales jamás inalcanzables ni comprendidas en su pura esencia. Yo quería aquel cuadro. Compraría ese cuadro. Siempre había soñado tener esa imagen de nuestro padre Abraham. Un hombre bueno, a quien todos respetaban y obedecían porque sabía ser bueno y sabio y obediente a Adonai. Allí, sentado a la entrada de su tienda a punto de beber un vaso de vino fresco escanciado por uno de sus criados y luego he ahí la profundidad de los caminos de D-ós que han de alcanzar la cumbre del Monte Divino, sea cual sea su nombre. Amén.
El señor de la tienda me dijo que ese cuadro ya estaba vendido al viejo rabino que cuida día y noche la tumba de Moshé ben Maimón a las afueras de Tiberíades. ¿Quién lo había pintado? preguntaba yo.El señor de la tienda me dijo que yo ya era la séptima persona que entraba para comprar el cuadro y lo curioso era que cada uno veía algo diferente en aquel cuadro de nuestro padre Abraham. Cada uno veíamos algo sorprendentemente diferente de nuestro amado y respetado padre Abraham, bendita sea siempre su memoria. 

sábado, 23 de agosto de 2014

EN COCHE POR LA BARRACA MÁS ALLÁ DE LES CUBES

Se lo dedico a mi primo José Aurelio.

Venía de Sotrondio de ver a un amigo y decidí volver pasando por la antigua carretera general de El Entrego. A veces lo hago porque evoca en mí recuerdos de la infancia cuando venía a esta villa desde Sama a ver a mis primos. Al llegar al final de la carretera general y a la altura de Santana, decidí torcer a la izquierda por la carreteruca que se dirige a La Barraca. La tarde era gris y a medida que subía por la ladera del estrecho valle formado por un arroyo, el paisaje iba presentando tonalidades de verde
más oscuro. Había bosques densos de robles, de castaños, plantas de avellanos, maleza espesa, etc. Pronto llegué a la aldea de La Barraca y me fui fijando en las casas a mano derecha, pues en una de ellas había vivido mi primo José Aurelio cuando éramos chiquillos. Recuerdo que la última vez que había estado allí José Aurelio me enseñó todo lo que coleccionaba de Karina, pues era un fan de esta cantante. Hablo, claro está, de los años sesenta. Mi tía Menchu nos dio a beber una taza de chocolate con bizcochos y luego creo que fuimos a dar una vuelta con los amigos de mi primo.

Efectivamente, la casa de mi primo allí estaba. Ahora era una casa muy vieja de un piso, que ahora estaba cerrada a cal y canto y dejada al abandono más absoluto. Seguí conduciendo por la carretera estrecha, pasé la Barraca y en seguida entraba en Los Fornos, otra aldea más arriba. Pasé Los Fornos y seguí metiéndome en las profundidades de la ladera derecha del valle, pero subiendo más y más. De pronto, en otra aldea de cuatro casas, la carreteruca se cierra a la circulación con una señal de tráfico y veo que hay que torcer por una pendiente bastante pronunciada y ensanchada. Era como una especie de atajo o nuevo paso quizás por el deterioro o derrumbe de la parte cortada. Puse la segunda y veía que no era suficiente, entonces puse la primera y subí el repecho. No cabe duda que la pendiente era respetable.

Seguí entonces subiendo y la densidad del paisaje verde oscuro bajo las nubes grises lo hacía un tanto depresivo. las pocas casonas que se veían parecían algo destartaladas. En una parecía que vivía una familia o familias gitanas a juzgar por la chatarra y el burro afuera atado. Luego, al cabo de 10 minutos llegaba a Les Cubes. No obstante la carretera parecía seguir aunque ya más estrecha. Me animé a seguir porque estaba todavía asfaltada y a lo mejor me podía dar salida a otra carretera más importante en dirección Mieres o Turón. La Peña el Carbayu no debía estar muy lejos y allí yo sabía que se unían dos o tres carreterucas de valles estrechos con la antigua carretera de Sama a Mieres. pero no era así. A un kilómetro de Les Cubes la carreteruca se convertía en un camino y aunque seguía estando asfaltada con asfalto más suelto; decidí desistir y dar la vuelta.

Di la vuelta, fui bajando. Pitaba en las curvas. Pasé de nuevo Las Cubas y al cabo de unos minutos he de subir la pendiente ya descrita pero por el otro lado. A medida que iba subiendo parecía que iba subiendo hacia el cielo y, en un momento dado, una vez llegado arriba, en el cambio de rasante, la vista hacia el valle me pareció terriblemente dramática. Parecía que si seguía unos metros más me arriesgaba a bajar una pendiente que ahora me dejaba asomar a tumba abierta hacia la profundidad del valle que se
ensanchaba dejando ver a lo lejos y en lo profundo Santana. Tal era la sensación de vértigo y pánico que me entró que paré el coche ante el mismísimo cambio de rasante que ahora parecía más bien el borde de un abismo. Tiré para atrás y sentí que me ponía blanco de terror, creí que me iba a desmayar. Salí del coche con miedo y revoltura. Me sentía mal. Caminé un poco. Me calmé. ¿Quién demonios iba a bajar aquello? ¿A quién voy a llamar? pensaba yo.

Una vez calmado volví a mirar la pendiente al otro lado del rasante. La examiné con más detenimiento. Vi que sí la podía bajar y que no era para tanto. El efecto de la subida hacia el cielo y el cambio de rasante abruptamente hacia las profundidades del valle me había hecho saltar las alarmas del organismo a punto casi de desmayarme de pánico y vértigo y posiblemente, de haber seguido, de perder control del coche y tener un serio accidente. Baje despacio en primera y frenando y al final logré superar la prueba sin más problema. Volví a pasar La Barraca y la casa de mi primo José Aurelio y así llegué a Santana y luego dirección a Sama y Gijón.       

domingo, 29 de junio de 2014

LA VENTANA Y EL SILENCIO

La ventana y el silencio. Una habitación completamente nueva. Hay un tocadiscos de plástico duro o pasta y color gris encima de una mesa pequeña. Hay dos pegatinas pegadas al tocadiscos. Son algo así como huellas de pies en colores. El tocadiscos tiene los altavoces incorporados formando una sola pieza. La cama es de colchón más duro al que se estaba acostumbrado, pero no resulta incómodo dormir en él. Lo que más llama la atención es el silencio.
Demasiado silencio para una mañana de día de diario. Al bajarse de la cama los pies tocan la textura de una moqueta verde que imita el césped de un jardín. Se siente el aire acondicionado como una leve corriente de aire que mantiene la habitación a una temperatura cómoda y conveniente. La cama es estrecha y su cabecera son barrotitos de madera tipo reja pintados de blanco. De nuevo llama la atención el silencio. Al mirar por la ventana todo está soleado. El cielo brilla más de lo que uno está acostumbrado. La calle está tranquila, no circulan coches. En frente se ven casas-chalet elegantes con jardines abiertos y pasos de entrada a los garajes. Hay árboles bien cuidados. También se ve el césped y algunos arbustos mismamente pegando a la ventana. La ventana es de guillotina y los cristales están entrecruzados con listones metalizados. Está bien ajustada y enganchada con un cierre giratorio en la parte inferior. Es evidente que no se espera que se abra la ventana, pues el clima interior ya está controlado y abrir la ventana no parece lo adecuado. El armario es tipo closet, empotrado y está lleno de ropa femenina. Hay una sensación de interioridad hogareña cómoda, entrañable: pero al mismo tiempo una radical invitación a un mundo privado de intimidad plena. Y de nuevo llama la atención el silencio.

viernes, 30 de mayo de 2014

EL REVERENDO CALVIN HERVEAX. LA CAIDA

Cuando llegué a la vieja casa de Biesmar, llamé a la puerta y allí estaba el
Reverendo Calvin Hervaux recibiéndome. Hacía tiempo que había perdido contacto con el viejo reverendo; pero yo le seguía respetando y necesitando. Nadie como él para aventurarse en los inagotables significados de la Biblia. Nadie como él para adentrase sin miedo en los insondables barrancos, precipicios, cumbres, valles profundos, cielos e infiernos del alma humana. Su mujer nos preparó unos cafés con bizcocho y pronto pudimos enfrascarnos en aventuradas especulaciones. El pastor Hervaux se iba transformando a medida que su especulación profundizaba en lo insondable. Yo empezaba a vivir la Biblia como una puerta a latitudes inconmensurables....Y comenzó:
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"El protestantismo hace bien en situar al hombre en la esencia misma del pecado debido a su caída del Edén promovida por su desobediencia al mismo D-ós. Pero una desobediencia que haya podido desafiar al mismo Todopoderoso es en sí la esencia misma del Mal, del Sacrilegio, de la Blasfemia; una Monstruosidad sin límites. Una criatura que confronta al mismo D-ós con su desobediencia nunca podrá pagar lo inconmensurable por su pecado. ¿Qué impulso guió a esta criatura para atreverse a tal Maldición Suprema? ¿Cómo pudo concebirse en el hombre tal Horror?
"Imposible que algo tan blasfemo y sacrílego haya podido salir de una criatura creada por el mismo Todopoderoso. Jamás Adonai pudo haber creado una criatura con esa potencia hacia el Mal Absoluto, pero la Torá nos dice que así fue: "Entonces Jehová dios dijo a la mujer: "¿Qué es lo que has hecho?" Y dijo la mujer: la serpiente me engañó, y comí" (Gn 3:13). ¿La serpiente? ¿Qué hacía ahí la serpiente? Alguien o algo más llevaba la semilla del mal consigo y pudo entrar en el mismo Jardín del Edén para expandir sus efectos. ¿En el mismo territorio de D-ós reservado para sus criaturas? ¿Cómo fue esto posible? ¿De dónde procede el Mal? ¿Cómo puede tener esa capacidad de desafiar al mismo Adonai? Esto nos sobrecoge.
Todo esto es terrible. Espantoso. Cuando uno se da cuenta de la magnitud de los hechos del Edén no puede más que temer el poder del Mal que sobrepasa todo entendimiento y hasta nos hace blasfemar a nosotros mismos del Todopoderoso por haber permitido tal protagonismo del Mal, de la Serpiente (perdón Señor por este atrevimiento). Las teologías frivolizan con estas leyendas tan antiguas. Las religiones han domesticado este horror cósmico y cataclísmico que inaugura la Historia. Lo han hecho doctrina, dogma, leyenda, simbolismo, mito; en otras palabras: lo han alejado de su misma esencia maligna; lo han hecho literatura; arte; Milton, Blake ...
Pero hay que retornar de nuevo al Edén y ver qué es lo que allí sucedió de veras siguiendo las palabras, las frases, las oraciones. Y descubrimos el Horror de la desobediencia más Blasfema y Sacrílega. Comienza la Historia.
"Pero nos queda la incógnita de la Serpiente. Sigamos el Hilo Cósmico de la Serpiente. Su procedencia. ¿Otra criatura de D-ós? ¿Leviatán? ¿Una sombra del mismo Todopoderoso? ¿Un horror contenido en las mismas entrañas de la Divinidad? (Adonai me perdone por llegar a pensar estas blasfemias) ¿Qué ES y habita en las mismas entrañas de la Divinidad?

¿Por qué era necesaria la Historia?"
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No acabó ahí la especulación. Por un momento quedamos en silencio, pero el Reverendo siguió y todo lo que decía era fascinante.... (continua en los comentarios de abajo).

lunes, 26 de mayo de 2014

DICEN QUE ALGUIEN X HA LLEGADO A TIERRA DE TODOS

DICEN QUE ALGUIEN X HA LLEGADO A TIERRA DE TODOS

Dicen que Alguien X ha llegado a Tierra de Todos
Pero es una tierra muy lejana, a la que no se llega en coche, tampoco en tren, ni en avión
Tampoco es cuestión de "colocarse" con la mierda de ocasión. Wrong way.
Me temo que tiene algo que ver con intensas sensaciones
Que Alguien X ha decidido obedecer hasta el final
Dicen unos pocos --y en silencio-- que la tierra de todos existe, pero está más allá de toda normal disposición
Alguien X ansiaba; ansiaba llegar aún después de atravesar el bosque de las mil confusiones con sus aves de colores y sus miedos y terrores
O el desierto Antadis de la arena infinita, sin rastro ni rostro que seguir.
O las 100 ciudades de Khantar con sus retorcidas calles y las noches de extravío iluminadas por las tenues luces de un mundo que se apaga.
Ansiaba, ansiaba llegar más allá de todo lo que ciega y confunde.
Romper con los límites de las costumbres y las leyes y los espejismos, para llegar a su centro, a su corazón, a su esencia.
--Ha de haber algún punto de encuentro común a esta maltrecha humanidad o si no todos acabaremos en el reino del infierno--pensaba él en su soledad.
--Y si todo gira desde ese punto y lo podemos divisar
Entonces he ahí la claridad de un orden inmortal
He ahí la tierra de todos.
 

viernes, 9 de mayo de 2014

UN GATO LLAMADO PACO

Hubo un gato que se llamó Paco. Llegó un día de los años 80 a nuestro apartamento de Harlingen, cuando vivíamos en el Rio Grande Valley al Sur de Texas ya cerca de la frontera con México. Paco llegó malherido, con el cuello atravesado por un alambre o bramante y el rabo completamente deshilachado; como si hubieran intentado torturarle,
ahogarle o deshacerse de él de cualquier modo horroroso. La primera vez que abrimos la puerta y le vimos salió como asustado y se escondió tras unos setos que rodeaban la piscina. Quedamos un poco sorprendidos Robbie y yo al ver aquel gato tan dañado. Nos parecía un gato de raza, no me digan cual, por su pelo tan elegante, por sus facciones. Parecía haber sido un gato que había vivido bien hasta entonces. Quizás luego se escapó y comenzó a vivir una vida de alto riesgo; o quizás los mismos dueños se quisieron deshacer de él. Nunca lo podremos saber.

Al segundo día Paco se quedó allí al lado nuestro cuando abrimos la puerta por la mañana temprano. Nos dio mucha pena de él. Aquella mirada era la de un animal que estaba pidiendo compasión y dignidad al mismo tiempo. La mirada de Paco era una mirada directa, inteligente; era un gato que a pesar de su estado intentaba dar una imagen de cierta altivez. El caso es que lo dejamos pasar a casa, y pronto nos dimos cuenta que sus heridas eran serias, así que aquella misma tarde lo llevamos al veterinario. Le cosieron el cuello, le tuvieron que cortar el rabo y después de unas dosis de antibióticos Paco ya estaba como un rey. De hecho pasó a ser el rey de la casa. Era un gato muy despierto, siempre atento a lo que sus amos hacían; siempre dispuesto a acompañarnos como si fuera un perro. Paco no era gato de estar en casa; cuando quería salir avisaba y se pasaba horas fuera; cuando llegaba el momento llamaba a la puerta o se subía a una ventana y rascaba la pantalla mosquitera. Solía dormir en casa y a veces lo hacía al pie de la cama. Por la mañana era normal que se arrimara a mi cara medio dormida y me mirara con aquellos ojazos como diciendo: “Qué, compadre; ya es hora de levantarse.” Me tocaba la cara con la pata y luego se dejaba acariciar con gusto y agradecimiento. Entre él y yo había verdadera empatía. Nos habíamos llegado a entender.
Cuando llegaba del trabajo después de enseñar en el Santa Rosa High School Paco estaba allí para subirse rápidamente a mis rodillas sentados en el sofá y los dos escuchar algo de música. Por la noche cuando iba a dar un paseo solitario por los alrededores de los apartamentos y cerca del Hospital General de Valle del Río Grande, Paco venía conmigo como si fuera mi amigo. Siempre recuerdo esa su mirada despierta, esa disposición a ser cómplice de nuestra vida con expresiones de contento, de cariño; pero al mismo tiempo la mirada clara, inteligente; una mirada que expresaba dignidad felina. Paco era una criatura que daba más vida a nuestra vida. Un gato que nos había enseñado ese lado de feliz inocencia animal que los humanos parece que hemos perdido o quizás nunca tuvimos. Cuando llegábamos a casa ya esperábamos a Paco en algún momento, como si fuera un crío en la familia.
Pero todo llega a su fin. Decidimos entonces ir a trabajar a un colegio bilingüe de Madrid y Robbie y yo dejamos de trabajar para el Santa Rosa Independent School District aquel verano. Robbie se había adelantado a hacer un curso en Madrid de español patrocinado por el Ministerio de Asuntos Exteriores y yo quedé con Paco una semana más en el apartamento haciendo los planes de traslado. Fue una de las semanas más tristes de mi vida. Paco intuía que algo había dejado de ser lo mismo. Que algo estaba pasando que acabaría con esa vida tan hermosa para él. Yo le tenía que llevar a Houston a casa de mis suegros en Pasadena. Paco se quedaría allí con ellos. Pero cuando llegó el momento de darle la pastilla que lo atontara y meterlo en el coche y conducir hasta Houston sentía que mi alma se llenaba de tristeza. Fue un
viaje triste, muy triste. No acababa de comprender por qué un gato había sido capaz de ganarse mis afectos más profundos; pero Paco lo había hecho y ahora estaba allí con los ojos medio cerrados esperando un abandono seguro que para él sería otra nueva vida llena de aventuras gatunas.
Me enteré unos dos años después cuando un día pregunté por él desde Washington a mi suegra por teléfono que qué tal Paco; ella me respondió con tristeza. A Paco lo había atropellado un coche en la misma calle donde vivían y por el acento de su voz comprendí que nuestro gato también había ganado sus corazones. A veces la vida nos hace ver esos momentos de profunda nobleza y amor que pueden sellar una amistad inocente, de mirada sencilla a las cosas. Paco fue un regalo que nos llegó de la forma más inesperada y se había ido también de la manera menos esperada. Sirva esta sencilla historia de homenaje a Paco, el gato que un día llamó a nuestra puerta.      

domingo, 20 de abril de 2014

EL HOMÍNIDO CHARBOT Y LAS SEÑORAS

Ya viene el homínido Charbot con su termo de café agarrado por el asa con la mano izquierda, pues en la derecha lleva el maletín de trabajo. Va trajeado. Es alto, delgado y cara morena también delgada. Su tonalidad general podemos decir que es agradable. Un hombre agradable; un homínido bien evolucionado. Su cuerpo animal va perfectamente cubierto de acuerdo a las normas de la civilización occidental. Es un buen traje el que lo cubre y el traje es azul. Siempre usa trajes de color azul oscuro. Raudo y disciplinado, impecablemente puntual se mete en la oficina de personal, pues es el Jefe de Personal de la empresa. ¿La empresa? Sí. Es una empresa de ventas al por menor en un centro comercial de Texas. De una ciudad de Texas. De una agradable ciudad de Texas que no corresponde a ninguna ciudad concreta. Me he impuesto a mí mismo inventarme una ciudad en Texas. Vamos a llamar la empresa Twinkle, Twinkle. Sí, así como suena: TWINKLE, TWINKLE.

Y el homínido Charbot ya está sentado en tras la mesa de despacho con sus papeles y llamadas de teléfono y entrevistas pendientes y primeros sorbos de café del termo que echa a una mug, o taza decorada con los colores del equipo local de fútbol y el nombre con su animal totémico. Mr. Charbot es un hombre muy activo, muy dinámico; aparentemente agradable, pero es una amabilidad que encubre una esencia de rigidez y seriedad que se descubre al poco tiempo de tratar con él. Es un hombre de trabajo duro y disciplinado, pero siempre sonriente; siempre amable con sus dos empleadas que habitan un par de mesas en la zona abierta al público y a la que se entra a través de unas puertas batientes. Las dos empleadas son dos mujeres de mediana edad. Una es morena y bien proporcionada de cuerpo; digamos que algo rellenita, pero de carnes tersas y bien distribuidas por un cuerpo que sigue siendo goloso para los hombres que la contemplan. Una madurez bien llevada; una madurez sexy de mujer de gestos bondadosos y personalidad ya centrada. Al menos eso es lo que uno se puede figurar. Digamos que nos gusta esa mujer por todo lo que ella es. Cuando te atiende se puede ver que es una buena mujer en todos los sentidos. Hay este tipo de personas, o de homínidos, que son buenos, equilibrados; que dan buenas vibraciones desde el principio. 
Pero no se puede decir lo mismo de la otra mujer. Es rubia, delgada; de piernas ya gastadas y algo desordenadas al andar. Se trasluce tras sus pantalones oscuros unas piernas cansadas de la vida. Unas piernas que ya han dado de sí todo lo que han podido y que ahora se resignan a entrar en mayoría de edad. Caminan tales piernas como si les diera igual todo. Si pudieran hablar dirían: “Nos da igual todo, folks”. Así que son piernas que ya hace mucho han dejado de pretender llamar la atención de ningún macho. Son piernas simplemente utilitarias; de transporte que llevan de un
sitio a otro y mientras funcionen bien pues démonos por contentos. Pero esta señora rubia tiene un algo que parece estar siempre a la defensiva. No es que sea huraña al público o a sus compañeros de coffee break o a sus hijos. No. No lo es. Pero hay un trasfondo de miedo e inseguridad que lo trasmite a cualquiera que la trate más allá de los minutos preliminares de protocolo burocrático. Hay un miedo que se trasmite a través de gestos que piden comprensión a toda costa, pero que no logra darse a entender de forma clara. No, no es que sea mala profesional. Yo diría que es buena profesional. Impecable. Pero es ese gesto facial, ese movimiento de nerviosismo involuntario; esa forma de hablar que sabes que hay un algo en el trasfondo de la señora que pide ser calmado, comprendido; que necesita abertura, aire fresco; help; un help ya resignado. Dejémoslo ahí por ahora.

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miércoles, 19 de marzo de 2014

ES VERDAD QUE ESTAMOS EN GUERRA

Estaba tomando un vaso de vino. El señor que estaba a mi lado me dijo que la televisión estaba muy alta. Yo le dije que no me importaba. El señor le dijo a la camarera que la televisión estaba muy alta. La camarera bajó el sonido de la televisión. Yo seguí bebiendo mi vaso de vino. Afuera había una pandilla de chavales pegándose. No sé por qué se pegaban, pero se daban muy fuerte. Tampoco me importaba. Tan sólo me importaba beber mi vino. Una señora que estaba sentada leyendo el periódico y tomando un café comenzó a gritar algo así como “Viva la puñeta”. Presté más
atención y efectivamente estaba gritando: “Viva la puñeta”. Yo seguía bebiendo mi vaso de vino y de vez en cuando comía unos cacahuetes. En la televisión había dos payasos riéndose de alguien. No distinguía bien de qué se reían. Los chavales afuera seguían pegándose de lo lindo. La gente los miraba. Había quien estaba apostando por quien quedaría en pie. El dueño del bar apareció detrás del mostrador muy enfadado y pegó un puñetazo sobre el mismo que hizo saltar mi vaso de vino. Yo me quedé mirándole con cara memo. No entendía por qué ese señor estaba tan enfadado. Tampoco parecía que lo iba a decir. Suerte que en la mesa del fondo alguien se puso a tocar la guitarra.
Fue en ese momento cuando nos anunciaron la llegada de un comando militar. El comando tomó el bar y nos amenazaron con fusiles ametralladores de último modelo. Querían saber dónde estaba el espía. Yo seguía tomando mi vaso de vino y crují un cacahuete. El teniente de aquel comando se acercó a mí y se me quedó mirando. Yo también me quedé mirándole. ¡Jodalpito! Era Mandrinágoras de Pergaminos mi vecino de puerta cuando vivía en el barrio de Justamares. Hola, me dijo Hola dos veces y se abrazó a mí. No comprendía lo que estaba pasando. Yo le dije que qué tal estaba y que hacía mucho tiempo que no le veía pero que me alegraba de verle, aunque nunca había sabido que era militar de graduación. Luego se puso serio y me preguntó: “¿No serás tú el espía, verdad?” Yo le dije que of course no y que no sospechaba que hubiera un espía en el bar. Ese era un bar de barrio y la gente era más bien currante. Gente sencilla de barrio que venía al bar a tomar una cerveza y ver un partido de fútbol. Le invité a tomar un vino, pero me dijo que no, que estaba de servicio para la Patria. Y dicho esto el comando se fue con su teniente y sus fusiles ametralladores. Afuera seguían los chavales dándose puñetazos y varios vecinos seguían apostando a ver quién habría de ganar.
Por fin acabé mi vaso de vino y salí del bar. Pero antes de abrir la puerta el dueño del bar me cogió y me espetó su cara sudada contra la mía. El aliento que despedía era atroz. Me dijo que ya sabía quién era yo y que si seguía teniendo las ideas equivocadas, él se encargaría de ponérmelas en su justo sitio. Yo le dije que tenía prisa y que gracias por el excelente vaso de vino que me habían servido en su bar y que ya había pagado con antelación. Entonces me dijo que perdonara que él llevaba tiempo confundiendo a las personas y que quizás me había tomado por otro al que odiaba con mucha gana. Yo le respondí que era nuevo en el barrio pero que ya había tomado más vasos de vino en su bar y que tenía que conocerme. Ah, sí, dijo él golpeándose la cabeza tres veces. Es usted. ¿Le dije alguna vez que mi mujer trabaja para los servicios secretos de nuestro país enemigo? Pues no, le dije yo. Pues ahora ya lo sabe. Me dijo él. Bueno, pues ya lo sé, muchas gracias por informarme, dije yo.
Salí del bar y me fui para casa. Los chavales seguían dándose de lo lindo. Una señora estaba meando cerca de un portal. A lo lejos se oían tiros, disparos, ráfagas. Me di cuenta que estábamos en guerra contra algún país y que nos invadían por todas partes. Pero la verdad, estaba muy cansado y me fui a casa a leer y a dormir. Mañana sería otro día.

lunes, 3 de febrero de 2014

ESTE EXTRAÑO MUNDO

Abrí la puerta de casa y me enfrenté a las escaleras metálicas exteriores que subían a los primeros pisos de aquel bloque de cuatro apartamentos. Subiendo las escaleras se podía
llegar al apartamento de Ken y su china Nyo-Lu. Ken era un pedazo de hombre de 1, 90 m y su mujer era pequeñita y redondita. Ken era hijo de un granjero de Montana de origen sueco y ella era hija de unos comerciantes de Hong-Kong. Ken estaba haciendo su doctorado en ingeniería química y ella en biblioteconomía. Años más tarde ellos se irían a vivir a Washington y nosotros también acabamos en Washington por circunstancias de la vida. La última vez que estuvimos con ellos fue en el año 1997. Llegamos en avión al Dulles International Airport desde Madrid. Nyo-Lu nos esperaba en la sala de llegadas. Pronto alquilamos un coche y seguimos el coche de Nyo hasta llegar a su casa adosada de Fairfax. Allí estaban su hija Elsa la mayor y la pequeña Ruth. Jim había hecho la cena. La casa estaba llena de adornos variados, entre ellos pequeñas figurillas de porcelana sobre mil motivos.

En el CD sonaba un blues y Ken me ofreció una cerveza. Vimos un mapa de China adosado a la pared con algunas zonas marcadas con rotuladores. En algún momento de la comida pregunté qué eran aquellas zonas marcadas en el mapa. Nyo me respondió que eran zonas de misiones católicas. Quizás fue ahí cuando nos explicaron la conversión de Ken al catolicismo. Nyo-Lu ya era fuertemente católica cuando conoció a Ken; de hecho se había educado en un colegio de monjas de Hong-Kong. Ken era más bien agnóstico aunque de niño había sido educado en la iglesia luterana. Recuerdo años atrás cómo Ken, mientras
tomábamos cerveza en su apartamento de Springfield, se mostraba indiferente a las muestras de religiosidad de su mujer. A veces bromeaba con la fe religiosa en general y se lo pasaba bien con los escándalos de los tele-evangelistas Jimmy Baker y Jimmy Swaggart. Pero esta vez ya no era así: Ken se declaraba abiertamente católico y su sentir religioso era profundamente serio. Todo había sucedido de la siguiente manera:

Dos o tres años atrás habían hecho una visita a Miami y en una zona de Miami había un edificio de banco cuya fachada estaba cubierta de cristal oscuro. En algunos momentos del día se podía ver reflejada una cara que mucha gente creía era la cara de Jesús y por tanto aquella fachada de banco se había convertido en un sitio de peregrinación. Ken y Nyo-Lu fueron a ver dicho sitio y algo fuerte tuvo que pasar para que a partir de ese momento Ken se hiciera un católico ferviente y sincero. Experimentó una epifanía y posterior conversión. Así nos lo explicaban mientras cenábamos y el mapa de China dejaba ver sus zonas misioneras católicas.

EL PARAISO PERDIDO

Despiertas. Ves la habitación todavía bajo los efectos del último sueño que has tenido. Por unos instantes la realidad se percibe como cuando uno era niño. La luz del sol entra a raudales por la cristalera y hace que todos los objetos aparezcan con intensa alegría. Miró hacia fuera y veo los árboles en su misma frescura e
inocencia. Las ardillas saltan de un lado a otro. Una de ellas se para y mira hacia donde estoy. ¿Qué verá esa ardilla? ¿Cómo me verá esa ardilla? El cielo está azul. La hierba está todavía cubierta por el rocío. No tengo prisa para nada; y, por tanto me quedo sentado en el sofá relajado. Han sido momentos de pura inmanencia en la vida. Y cuando la vida se vive en esa pura inmanencia todo se ve como una fresca inocencia. Pero un simple darse cuenta de situación de excepcionalidad que se vive destruye la inmanencia y nos adentramos en el mundo de las preocupaciones. Tengo pendiente un trabajo para la clase de sociología. Hay que limpiar la casa. El coche tiene una avería que hay reparar. R. me recuerda que sus padres vienen a visitarnos el jueves. Me levanto del sofá y me doy cuenta que hay que ducharse y vestirse. Todas esas preocupaciones son también la inmediatez de la vida, pero con una diferencia: actuamos siendo conscientes de que actuamos. El reino de la inocencia y la nobleza desaparece para dar entrada al mundo que te obliga a vivir y a sentir lo que vives. La existencia es como una deuda permanente que has de ir pagando hasta la muerte. Nos está prohibido vivir en el paraíso de la pura inmanencia. Somos seres caídos que a veces, como pequeños fogonazos, vislumbramos la posibilidad de la inocencia y la nobleza.

miércoles, 29 de enero de 2014

UNA RATA ATRAPADA EN UNA ESFERA

Ser humano no es rentable. Demasiados problemas y conflictos. Algo así como ser esclavo para toda la vida. Esclavo de la existencia. Casi nada. Un alma equilibrada jamás invertiría en ser humano. Muchas almas fueron forzadas a ser humanas y existir. Otras simplemente viven como humanos sin cuestionarse nada sobre su modo de ser, pero están ahí por razones que ellos no entenderían jamás. Mantener el tipo. Mantener el
ser. Ingrata tarea. Algunos dicen que no hay Dios. Otros dicen que sí. Hombre, si hay leyes físicas y constantes universales, eso quiere decir que hay una inteligencia por ahí. Alguien o algo que ha puesto a funcionar este universo con sus leyes. Pero vaya usted a saber quién es ese algo o alguien. No parece muy preocupado por el sufrimiento en esta tierra. Quizás hasta sea un experimento sin alma. Un experimento frío y matemático con estas criaturas humanas. Ya no sabe uno qué pensar. Todo esto es muy raro y se nos han dado claves insolubles. Se siente uno como una rata atrapada en una esfera de superficie infinitamente absurda. Todo es posible hasta que te das cuenta que hay un espacio en algún sitio de tu cerebro que aspira a la inocencia y a la nobleza. Mantente en ese espacio porque es por ahí donde puede haber una salida. Sé fanático con esa visión de inocencia y nobleza. Agarrate a ella. Vívela hazla tuya. Márcala con símbolos. Esa es la Puerta.

viernes, 17 de enero de 2014

SI ALGÚN DÍA CRUZAS OKLAHOMA, JAMÁS OLVIDARÁS SUS LLANURAS

Visité Oklahoma por primera vez en junio del año 1979. Fue un viaje que hice solo desde Austin, Texas, hasta Fayetteville, Arkansas. Crucé el Red River y me metí de lleno en territorio de Oklahoma. Tenía puesta música de Pink Floyd en el radio-cassette y me sentía flotando en medio de aquellas grandes llanuras
inmerso en los acordes de The Other Side of the Moon. Había cogido la 69 Norte y cruzaba pueblos polvorientos y solitarios, ranchos que se perdían en horizontes lejanos. Atravesaba lagos y grandes reservas de agua que se nutrían del Canadian River. Al llegar a Muskogee cogí la 69 Este en dirección al norte de Arkansas. Crucé al imponente Arkansas River y luego fue un lento y agradable internarse en praderas, bosques y suaves colinas. Abrí las ventanillas del coche para que soplara la templada brisa de la primavera tardía y pronto llegaba a Tahlequah, la capital oficial de la nación Cherokee desde 1839. Me llamaban la atención los letreros en grafía Cherokee e incluso las señales de tráfico. Paré por un momento a tomar un café en este pueblo de 16,000 habitantes, sede de la Northeastern State University y pude ver a familias indias cenando en el gran comedor del Hungry House café de la Muskogee Avenue. Luego seguí ya derecho hasta Fayetteville donde me esperaban mis amigos Dorla y Steve. Pero la ruta 69 se volvió especialmente bucólica en ese tramo donde ya comienzan a aparecer las leves estribaciones de los Ozarks. Había casitas-rancho con sus cercas entrecruzadas de madera pintada en blanco y los prados ya verdes y una congregación de los nazarenos hacía su culto todos sentados afuera en el jardín de la iglesia con sus biblias, cantando himnos. Llegué a Fayetteville ya de noche. Robbie llegaba un día más tarde por avión una vez acabadas las clases del semestre.

Un día Dorla y Steve nos llevaron a ver Tulsa (1,000,000 h. en toda su extensión), la gran ciudad del noroeste de Oklahoma. Era una ciudad preciosa, con muchos parques y jardines verdes. Se respiraba un alto nivel de vida, por lo menos en apariencia. Se sentía una sensación de vivir en una especie de realidad encapsulada en grandes coches climatizados que se deslizaban sin apenas sentir ruido de motor alguno. Todo limpio e higiénico. Y en Tulsa lo que más me sorprendió fue la famosa Oral Roberts University; una universidad de arquitectura futurista construida por el famoso predicador pentecostal, Oral Roberts, de la Pentecostal Holiness Church y más tarde de la United Methodist Churh; pionero del televangelismo y un
hombre de gran carisma en el protestantismo americano. El campus de la universidad ocupa un buena parte del sur de la ciudad y acoge a 3,500 estudiantes. Antes de matricularse han de prometer abstenerse de alcohol, lenguaje blasfemo, sexo prematrimonial o cualquier acto sexual ilícito, drogas y someterse a un código de vestimenta bastante estricto. La universidad goza no sólo de una buena reputación académica en los EEUU, sino también está entre las 125 mejores del mundo. Tulsa, antigua ciudad del petróleo, está cruzada por el Arkansas River y hoy día sigue gozando de un nivel financiero y económico envidiable.

Mi último viaje a Oklahoma fue en 1985. Robbie y yo en un viaje cross-country a través de USA entramos en Oklahoma después de cruzar el Texas Panhandle o el territorio en forma de mango cuadrado que destaca en los mapas del estado. Cruzamos grandes ranchos cubiertos de miles y miles de cabezas de ganado que despedían un olor un tanto nauseabundo alo largo de la carretera en dirección Wichita, Kansas. Nada que destacar en aquel último viaje. De nuevo era perderse por las llanuras y atravesar ocasionalmente alguna reserva india.

lunes, 6 de enero de 2014

UNCLE VITAL

Cuando nació mi tío Vital Harry Truman era presidente de los Estados Unidos y la Guerra de Corea comenzaba en el Pacífico, pero en España gobernaba el Generalísimo Franco y cuando él iba a la escuela tenían que cantar los himnos del Movimiento Nacional levantando el brazo derecho y haciendo el saludo
fascista. Y cuando llegaba el recreo salían al patio de piedras incrustadas de la Escuela Municipal de Sama de Langreo, en la húmeda y verde Asturias; y llevaban su propio vaso para que se lo llenaran de leche en polvo disuelta en agua y luego les entregaban un trozo de queso amarillo que era la ayuda del Plan Marshall americano a Europa y que también llegaba a las escuelas públicas de la oscura España de Franco. En Sama vivió hasta los seis años y mi tío recuerda que su casa era una casa muy pobre, casi parecida a una cueva que hacía de sótano de otra casa grande, y el pasillo entre la cocina y la única habitación en que dormía la familia pues se abría al cielo sin ningún tejado y entonces para pasar a la cocina a desayunar pues la lluvia o el frío cortante del invierno solía saludales por la mañana temprano. La habitación “familiar” tenía como vecino de pared la cuadra de un mulo que de noche no dejaba de cocear o de bramar.

Un recuerdo temprano de aquella casa y de aquellos años fue la persecución y acoso que hizo su padre a una rata enorme que solía merodear por el pasillo y amenazaba entrar en la cocina o habitación; pero aquel día la rata no pudo escapar y se metió en un agujero bajo el pilón que hacía de lavabo y lavadero a un extremo del pasillo. Entonces su padre prendió fuego a un rollo de papeles de periódico y lo metió por el agujero y la rata daba unos chillidos espeluznantes que todavía hoy día, después de 60 años mi tío dice que puede oír. En Sama de Langreo pasaron muchas cosas más. En la escuela el maestro les decía que había que traer leña para la estufa, pero para muchos era muy difícil subir al monte a por leña, así que aquellos que vivían en una casería traían la leña y el maestro los sentaba al lado de la estufa mientras los demás pasában frío alejados del fuego. También le llevaban varas para golpearles y solía estrenarlas dándoles varicazos en las piernas o en las manos por no memorizar bien la tabla de multiplicar o el catecismo.

En el año 1957 su familia fue a vivir a Madrid y allí fue otro mundo para él. Para empezar casi todos los días hacía sol y las montañas quedaban muy lejos. Un día iba en el tranvía mirando las vías por la ventanilla trasera y de repente se dio cuenta que se le iba la cabeza. Tenía casi 40 de fiebre y cuando llegó a casa entró en la cama y no salió de ella en casi 20 días. Su hermano mayor y él habían contraído la famosa gripe asiática y recuerda mi tío que cuando se les levantaba de la cama caía de pura debilidad. Día tras día con fiebre de entre 38 a casi 40 grados. Pero la infancia de Madrid la recuerda con gana porque en la Colonia donde vivían eran muchos críos con muchas ganas de jugar y jugaban al robaterrenos y al gua y al rescate y al escondite y al burro. A veces declaraban la guerra al barrio de El Negro que era un barrio no muy lejos de la Colonia donde vivía gente muy pobre y ellos venían con pértigas para invadir la Colonía que por ser propiedad privada tenía una valla que la rodeaba como si fuera una muralla medieval. Así que no podían invadirles y les tiraban piedras y aquello era una verdadera batalla campal donde tenían que intervenir los mayores para evitar daños reales. También en Madrid tuvo de profesor y director de colegio a un señor muy pequeño de estatura que se llamaba D. Francisco. Cuando Don Francisco estaba de malas solía hacer una rueda de tortas o de golpes en las manos con un palo. Entonces toda la clase desfilaba ante la diminuta figura del profesor y cada uno recibía un par de bofetones en la cara o recios palos en la palma de la mano.

Un día Don Francisco dejó a un alumno de vigilante mientras él se ausentaba por unos minutos. Aquel
alumno iba apuntando a los que hablaban en el encerado y mi tío Vital parecía ser uno de ellos. Así que ni raudo ni perezoso cogió una pelotilla y se la tiró, pero con tan mala suerte que fue a caer en el mismo cuadro de Franco que presidía la clase y quedo allí pegada. Cuando volvió Don Francisco lo primero que vio fue la pelotilla allí pegada como una mueca de burla a la majestuosa figura del Caudillo. Don Francisco entonces se puso pálido de ira contenida y con una gravedad estremecedora y amenazas contra toda la clase pidió que saliera el culpable de aquella ofensa. Mi tío entonces, para evitar un castigo colectivo, se levantó y dijo que era él quien había tirado la pelotilla. Recuerda que de la primera bofetada cayó al suelo; luego Don Francisco lo levantó y siguió pegándole hasta que le saltó la sangre por las narices. Dice que estaba aturdido y en medio de un paroxismo que no sabía descifrar ni comprender. No sabía que aquella pelotilla podía llegar a ser tan grave y tan sacrílego. Estuvo dos semanas castigado hasta las siete todos los días. Tenía 10 años y estaba en 1º de bachiller.

En el año 1962 volvió su familia a Asturias a un pueblo minero llamado Lieres. No le gustó volver a un pueblo después de vivir en la capital, pero su padre había encontrado un trabajo que le gustaba. Lo que recuerda de Lieres fue que un día la profesora de ciencias les mandó traer minerales a clase. Mi tío entonces preparó parte de la colección de minerales en una caja de zapatos y se fui a la cama contento porque al día siguiente iba a poder lucirse con sus compañeros con su buena colección. Pero he aquí que cuando la profesora iba pidiendo las muestras de minerales a cada uno y llega el turno de mi tío, se encuentra que cuando abre la caja hay un par de zapatillas viejas y malolientes en lugar de los minerales. No podía creerlo. Casi se desmaya. Su hermano mayor le había gastado una broma demasiado pesada.

En el año 1964 fueron a vivir a Gijón y en septiembre empezó a trabajar con 14 años en una fábrica de cera y betún ganando 25 pesetas a la semana. Hacía los recados y recorría Gijón en bici y dice que se lo pasaba muy bien. También pedaleaba un triciclo con una caja de carga delantera donde llevaba los barriles de cera a facturar a las empresas de transporte. Más tarde trabajó en una imprenta donde le echaron porque su horario de estudios nocturnos se interfería alguna tarde con el horario del taller. Así que empezó a trabajar en un taller de fabricación de piezas de goma y allí tuvo su primera experiencia “sindical”. Recuerda que había descontento en el taller entre los aprendices de su edad porque el negocio prosperaba y ellos seguían ganando lo mismo de siempre, o sea, cuatro perras. Entonces un día se reunieron en una cafetería y
decidieron que al día siguiente irían todos a hablar con el jefe y pedirle un aumento de sueldo. Cuando llegó el día y la hora se hicieron señas y mi tío salió de su puesto de trabajo y fue derecho a la oficina, pero al caminar se dio cuenta que los demás se cagaban de miedo y no le estaban siguiendo. Él continuó hasta meterse en la pequeña oficina que vigilaba el taller. Allí estaba el jefe y con voz temblona le dijo que querían un aumento de sueldo. El jefe sin ningún reparo le cogió por los hombros, le dio la vuelta y de una patada en culo le sacó de la oficina casi dándose de bruces en el suelo. Tenía 16 años y dice que se dio cuenta que la cobardía suele dominar más que la valentía en muchas personas. Fue una lección. A la semana siguiente les aumentaron el sueldo.

Mi tío trabajó en muchos sitios más y luego se casó con una americana y se fui a los EEUU a estudiar. Acabó su carrera de filología inglesa y de magisterio y vivió en el estado de Texas por varios años. Más tarde vivió y trabajó en Washington, la capital de USA. Muchas cosas más me contó mi tío. Sus viajes a México y los peligros que allí le surgieron. Su vida de estudiante y trabajo en un hospital, en un MacDonald, en una biblioteca universitaria. Hoy día está jubilado de la enseñanza. Fue profesor de inglés por varios años en España. Podría seguir contando pero creo que el tiempo no me lo permite.