(Dedicado en especial a Ariel, Rebecca y Bugsy)
Vimos el Valle de Meggido o Valle de Jezreel o Valle de Armagedón donde supuestamente se librará la batalla final entre las fuerzas del bien y del mal.
“Versículo:13: Y vi salir de la boca del dragón, y de la boca de la bestia, y de la boca del falso profeta, tres espíritus inmundos a manera de ranas; 14 pues son espíritus de demonios, que hacen señales, y van a los reyes de la tierra en todo el mundo, para reunirlos a la batalla de aquel gran día del Dios Todopoderoso. 15 He aquí, yo vengo como ladrón. Bienaventurado el que vela, y guarda sus ropas, para que no ande desnudo, y vean su vergüenza. 16 Y los reunió en el lugar que en hebreo se llama Armagedón.” (Ap.16:13-16). 19 Y vi a la bestia, a los reyes de la tierra y a sus ejércitos, reunidos para guerrear contra el que montaba el caballo, y contra su ejército.” (Ap.19:19).
Esto lo veíamos desde el Monte Carmelo que es un monte que se alarga por unos doce kilómetros en paralelo a la costa partiendo desde la Haifa. Veíamos el valle desde los miradores que están cerca de un convento de los padres Carmelitas Descalzos.
Hacía calor y Bugsy, el perrito cocker, que venía con nosotros reclamaba su libertad de jugar y correr por el lugar. Bugsy no podía comprender la trascendencia del Valle de Armagedón porque un perrito como él vive la vida en clave de necesidades instantáneas y plena inmersión en un presente que puede ser feliz o desagradable dependiendo del momento. Por suerte para Bugsy sus dueños, Ariel y Rebecca, procuran que sea un perrito feliz y entonces corría y saltaba ajeno a ese valle que forma parte del irremediable y catastrófico mito del final de la humanidad.
Habíamos estado en un pueblo druso llamado Dalyyat el-Carmel fundado hace 400 años y allí comimos en un restaurante de un conocido de Ariel. Una hora antes habíamos estado en la tienda de un familiar del dueño del restaurante comprando algunos productos de producción artesanal, pero posiblemente en este pueblo de unos 20,000 habitantes, muchos son miembros de clanes emparentados ya que los drusos son un grupo religioso exclusivista y opuesto a todo tipo de conversión. El dueño de la tienda era un señor de nariz afilada y mirada directa que al mismo tiempo que nos enseñaba telas o artesanía nos repetía como si de una letanía se tratara: “Look, look; no Taiwán, no Honk Kong; my family, my family”. Algunos drusos llevan turbantes blancos y trajes oscuros. Observo que el pueblo tiene vocación comercial a juzgar por las innumerables tiendas en su calle principal. Estamos en lo alto de otra parte del Monte Carmelo. La comida ha sido copiosa y excelente: comimos carne de cordero y pollo precedido de unas tapas de diferentes ensaladas o aderezos, en especial el humus que es una crema de garbanzos. Los drusos son una religión sincretista que coge del Islam, del cristianismo y del gnosticismo. No tienen templos visibles, se dividen en dos clases de creyentes: unos son los sabios y otros los menos sabios. Hay algo de secretismo en todo ello y hablar de ellos y sus doctrinas es algo que llevaría mucha más extensión. Destaquemos que a pesar de ser un pueblo especial en Oriente Medio, en Israel sirven a las fuerzas armadas y declaran su lealtad al Estado como ciudadanos. No sin ciertas desavenencias como se puede comprobar a través de Internet.
Pero anteriormente a la visita del pueblo druso habíamos estado en un poblado árabe beduino con sus típicas tiendas y rediles de cabras y ovejas. Ariel conocía a esta gente y realizaban de vez en cuando alguna visita a esta extensa familia que poseían casa en un pueblo de Galilea, pero que pasaban largas temporadas en tiendas de campaña a unos 30 kilómetros al norte de Tel Aviv desviándose por una pequeña carretera. Anteriormente habíamos parado en la tienda de un pueblo cercano para comprar chucherías para los críos y lo que pudimos sentir en ese breve momento fue la normalidad israelí de un pueblo cualquiera en una tienda pequeña, al margen de los circuitos turísticos. Es cuando se entra en esta forma de vida local y provinciana cuando uno empieza a respirar la cultura de una nación e impregnarse de sus costumbres y sentimientos. No tuvimos tiempo a ello, pero sí fue posible percibir ese sentimiento de vida rutinaria, de gente que trabaja y tiene preocupaciones cotidianas; de religiosos judíos ortodoxos con su vestimenta tradicional pero en clave día a día con vecinos que no lo son. ¿Qué habría sido mi vida en un pueblo como aquel? ¿Cómo habría vivido la vida prosaica israelí? Ariel estaba en el coche esperando y Bugsy aprovechó para pedir agua y saciar la sed. Hacía calor. Bastante calor.
Los árabes nos recibieron en su tienda con afecto. El padre de familia, Mohamet, sacó una sandía que partió con destreza y rapidez. Luego circuló un te y refrescos. Ariel y él compartían conversación en hebreo. Rebecca y nosotros compartíamos algo de conversación en inglés. Una señora mayor que parecía la abuela sonreía. Bugsy, mientras, intentaba comunicarse con los perros mastines del poblado, pero algo debió de pasar entre ellos que todo acabó en ladridos y agresividad. Bugsy tuvo que entender que aquella relación habría de llevar su tiempo. Mientras, en la gran tienda de campaña, árabes, cristianos y judíos hablaban o intentaban hablar alrededor de los trozos de una sandía fresca. En ese momento un mercedes con alguien que portaba una ghutra (pañuelo árabe que cubre la cabeza y cae a los lados) blanca llegaba al poblado. Era el tío y jeque del clan que curiosamente acababa de llegar de Arabia Saudí, o, por lo menos eso comentaban. El tío entró a la tienda meneando las llaves del coche como si de un símbolo de poder se tratara. Se sentó en uno de los cojines y quedó en silencio observándonos a todos. Luego Mohamet nos invitó a ver sus animales. Eran curiosas unas cabras de largas orejas tipo Nubian . Los niños de la familia jugaban al fútbol y pronto dejaron de jugar para acercarse a nosotros. El padre les dijo que éramos de España y ellos se pusieron contentos pues España había ganado el mundial de fútbol y pronto empezaron a nombrar a Villa y a Puyol y Torres; así que yo les dije que yo había nacido en el mismo pueblo de Villa (Langreo) y sin más les prometí enviarles unas camisetas de la selección con el nombre puesto a la espalda. Los chiquillos se pusieron locos de contentos. Estuvimos unos tres cuartos de hora y enseguida nos dirigimos hacia un pueblo fundado por judíos rumanos hacia finales del siglo XIX. Era un pueblo agrícola bastante tranquilo, de casas grandes, pero sin nadie por la calle. Ariel y Rebecca nos llevaron a una tienda muy peculiar ya que parecía un museo de artilugios de diferentes épocas. Pronto la vista comenzó a recrearse con los múltiples detalles de los objetos, las ornamentaciones, los tejidos, los tapices; las radios, las planchas de carbón; las fotos de familia y de grupos que databan de muchas decenas de años atrás. Pedimos un vino israelí y pronto comenzó la cata de quesos locales. El señor que estaba en el mostrador sólo hablaba hebreo e inglés. En esta comunidad el rumano ya se había perdido a favor del idioma nacional: el hebreo. Ariel y su mujer, por ser inmigrantes más recientes, se comunicaban en rumano y conservaban su identidad cultural rumana, ya que ellos seguían en contacto con su país de origen. Muchos judíos rumanos se vieron obligados a emigrar a Israel como último refugio ante una historia de pogromos y persecuciones.
La persona del mostrador nos fue cortando trozos de quesos diferentes hechos en la localidad. Fuimos probando el queso de cabra, el de oveja y leche de vaca. Los quesos entraban muy bien con el vino fresco. Compramos un par de suculentos trozos de queso de oveja y cabra para llevar a casa. Pero la vista se iba perdiendo por los recovecos de la tienda, los pliegues y repliegues de geografía artesanal o superficies de tiempo materializado y por lo tanto la imaginación no descansaba creando situaciones de otra infancia paralela que pudo haber sido allí en aquel pueblo con otras familias y con otras tradiciones que recordar. Bugsy me hizo despertar del ensueño con su inocencia y mirada de niño travieso.
Visitamos las tumbas de Bet She’arim, en la baja galilea, que son los restos vivientes de la otrora ciudad del mismo nombre allá en los tiempos de Herodes el Grande. La ciudad fue destruida por el fuego en el siglo IV y es también conocida por que en ella vivió el Rabi Yehuda Hanassi allá por el siglo I de nuestra era. La sabiduría de Hanassi tenía mucho que ver con la interpretación de la ley y con su responsabilidad ante el sanedrín que gobernaba la zona. Lo que nosotros vimos fueron cuevas donde había nichos y cisternas que hacían de tumbas y las tumbas tienen que ver con la muerte y la muerte con el misterio y el misterio con nuestra ignorancia y nuestra ignorancia nunca se acaba de satisfacer por mucho que leamos pues cuanto más leamos más queremos saber aunque poco a poco algo de sabiduría e humildad se va adquiriendo. Bet She’arim nace y renace con los tiempos: bizantina en una época, árabe en otra, judía en el presente pero en forma de parque nacional al servicio de la globalización turística. Pude sentir al tocar las frías piedras de las tumbas una vibración de ultratumba, de un más allá gobernado por el rabino Hanassi que reclama las almas solitarias y perdidas de este mundo. Un reino de ultratumba bajo el sol brillante del Reino del Mesías pleno de bosques y praderas y manantiales y ríos y arroyos y el rabino Yehuda cantando los salmos escritos con letras de fuego mientras el pueblo de Israel desfila por el valle de Meggido hacia las colinas de Galilea observados por el mundo gentil que también espera su redención desde el Monte Carmelo. Cuando salgo de la cueva Bugsy me informa que es hora de volver al coche. Rebecca nos saca unos refrescos y Ariel se queda en silencio mirando las cuevas y la fachada de la antigua sinagoga.
Acabamos el día en un pueblo que anteriormente había sido árabe y que ahora estaba dedicado a la tribu de los artistas tras haber fracasado como moshav: Ein Hod. Paseamos en silencio mientras Ariel y yo pensábamos en cual ha de ser el futuro de esta tierra, de Israel. Ariel cree en el diálogo y la comprensión con los palestinos como premisa para una paz duradera en un estado federado árabe-judío. Sería una Israel basada en la cooperación y convivencia de ambos pueblos. Es, quizás, la idea de muchos humanistas de izquierdas. Ariel hace mucho hincapié en que la ciudadanía israelí no es equivalente a la identidad judía. Un árabe o cristiano nacido en Israel es también ciudadano israelí. No sé, es un tema pendiente. Hay muchos temas pendientes entre Ariel y yo que quedan por discutir. Ein Hod es un pueblo encantador que produce vibraciones utópicas: las esculturas y el arte en general puebla sus calles-jardín. La imaginación y el arte cubren lo que en otra ocasión fue un pueblo árabe-palestino. ¿Cómo abandonaron sus habitantes este sitio tan paradisíaco? Ana coge una granada del ramaje de un hermoso granado que cede su fruta al paseante tranquilo. Ariel quiere que coja otra. El granado no se opone, ni tampoco hay dueño que las reclame. Es regalo, puro regalo de Ein Hod a los visitantes de otras tierras. ¿Abandonaron los palestinos esta aldea o les hicieron abandonarla para nunca más poder volver? Ein Hod trata de vivir la utopía, la posibilidad del Reino del Mesías. Mientras Bugsy corre por las calles tan mágicas de aquella tarde en la Baja Galilea. Bugsy es la pura inocencia de la vida que desconoce los augurios, las esperanzas y temores de los humanos. Bugsy solo quiere jugar, jugar y correr. A veces se para y mira. No se qué es lo que mira y cómo Bugsy ve Ein Hod. El Ein Hod de Bugsy.
Volvimos a Tel Aviv por la autopista pasando por las afueras de Netania. Bugsy ha caído en sueño profundo y nosotros hemos de volver a España. A Ariel y Rebecca les deseamos lo mejor y les damos las gracias por ese día tan precioso que nos ofrecieron como regalo. Y a Bugsy, ese perrito negro de orejas caidas, le damos un fuerte abrazo por su entrañable como alegr
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