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viernes, 30 de julio de 2010

LA GRAN MURALLA DE BELÉN



Ese día fuimos a Belén. Arre borriquito vamos a Belén que mañana es tarde y pasado también, decía la canción popular. Emmanuel nos metió en el microbús con aire acondicionado y allá nos dirigimos siguiendo la Hebron Street en dirección sur: es decir hacia territorio palestino controlado por la Autoridad Palestina. Tenemos cierto interés por conocer cómo es este territorio ocupado. Hay un interés morboso por conocer la Gran Muralla o sea, la valla que separa parte de los territorios ocupados de Israel. Antes de llegar a la calle Hebrón hemos topado con un mitin callejero a favor de la liberación del soldado Gilad Shalit en poder de Hamás. Este soldado podría ser canjeado por mil presos palestinos, pero liberar a mil militantes violentos palestinos no es plato de gusto para el gobierno israelí ni para ningún gobierno. Pero ya antes habíamos dejado a la familia Goldsberg, brasileños de origen judío que formaban parte de nuestro grupo, en un centro comercial cerca de la puerta de Jaffa. Para un judío visitar la zona palestina bajo en una ciudad como Belén con varios concejales de Hamás puede ser un riesgo. El gobierno municipal de Belén es algo curioso. Por ley el alcalde tiene que ser cristiano y si es católico entonces el primer teniente ha de ser ortodoxo. Luego hay un número de concejales por votación libre y en Belén estos concejales son mayoritariamente de Hamás.

Emmanuel nos va explicando lo que ha de suceder cuando nos deje en la entrada de la Gran Muralla. Él, evidentemente, no puede entrar, entonces llamará al conductor del microbús palestino que nos espera en el otro lado. El conductor palestino es un árabe cristiano que forma parte de esta minoría dividida entre católicos, ortodoxos, coptos, armenios, maronitas, etc. Este conductor se llama Rashid y él nos llevará a Belén después de pasar por su negocio familiar para que veamos su artesanía y de paso hagamos alguna compra. Luego nos llevará a la iglesia de la Natividad y allí una guía también palestina cristiana nos llevará a la iglesia y nos explicará todo lo relacionado sobre ella. Poco a poco nos fuimos acercando al muro y era un muro muy alto, con 8 o 10 metros de altura que reducía el horizonte de visión a una superficie plana de hormigón con torretas de vigilantes invisibles. La calle Hebrón acababa así de repente en un escueto parking al lado del muro y de repente nos dimos cuenta que estábamos en una divisoria entre dos pueblos irreconciliables. Un muro construido para evitar la entrada de terroristas cargados de explosivos que se vuelan dentro de los autobuses israelíes o en las cafeterías llenas de gente. Un muro que impide la libre circulación de la población palestina al territorio israelí y entonces se forman filas de horas de espera para pasar los controles. Tampoco los ciudadanos israelíes pasan a territorio palestino por la cuenta que les trae. Un muro que nos deja perplejos, como si de repente los flujos de naturales vida de un territorio quedaran cortados como cuando se corta la respiración y hay un momento inesperado de asfixia, de silencio mortal. ¿Qué habrá al otro lado? ¿Qué nos espera en un presente Belén donde el borriquito ha de pasar diferentes tornos y salas de control con cámaras de vídeo y voz en off que indica lo que hay que hacer? A la entrada del vestíbulo hay un soldado armado hasta los dientes. Como hace casi cuarenta grados de temperatura se ve que está cociendo y la cara colorada y sudorosa es de evidente mala leche, dispuesto a disparar al mínimo movimiento sospechoso. En el vestíbulo estaba el tal Rashid, un hombre de unos sesenta años de piel tostada y fuertes facciones que se movía con nerviosismo y cierta prisa. Los dos conductores se intercambian unas palabras en hebreo y pronto Rashid se dirige a nosotros en inglés. Algunos entendíamos inglés y traducíamos a los demás lo que nos iba diciendo el árabe. Primero teníamos que entrar por la sala de control donde no se nos pedía documentación alguna. Pasamos algunas salas y pronto salimos ala zona intermedia de sesenta metros poblada de hierba. La cruzamos y luego seguimos un camino estrecho entre dos muros de la misma altura y composición. Estamos despistados y seguimos a Rashid en silencio sin atrevernos a decir nada. Rashid hace gestos de desesperación y nos dice: “Look. look! This is the road to Bethlehem”. Después de pasar el pasillo estrecho nos espera otra entrada a otra sala y luego tras pasar otro torno de varios radios en varias alturas, llegamos a la zona palestina. El cambio es algo dramático: hay una fila de taxis árabes con matrícula “P” blanca y otros con la matrícula amarilla oscura de Israel. Todos nos invitan a llevarnos y me da cierta pena porque veo que intentan ganar lo mínimo y como sea para mantener esos coches algo destartalados. La zona está algo cochambrosa y las casas son las típicas casas que se pueden ver en cualquier zona pobre de Marruecos o Egipto. Pero esa zona no es exactamente la entrada a Belén. Recuerdo como en un flash que todavía había que seguir una carretera muy estrecha bordeando el muro y ese muro parecía estar ahora en todos los sitios y rincones como si se replegara en diferentes pliegues y repliegues. Al cabo de un par de minutos ya vimos la entrada al pueblo de Belén con 40,000 habitantes en su mayoría musulmanes. Rashid nos presenta dos opciones: podemos primero visitar la iglesia de la Natividad en el centro de Belén, y luego parar en la tienda de su familia; o, viceversa. Optamos por ir la Iglesia de la Natividad primero y allá fuimos en su microbús sin aire acondicionado y siguiendo los comentarios en inglés apretados unos contra otros con un calor del demonio.


Por fin llegamos a Belén y que está situado en la falda de una colina y desde la carretera se pueden ver los barrios nuevos de Jerusalén tan controvertidos y cuestionados por los palestinos quienes acusan a Israel de construir en su territorio. Belén en realidad debería ser una zona urbana del Gran Jerusalén, pero el muro ya impide que eso sea así. Seguimos viendo que hay pueblos cercanos o barrios y la zona parece densamente poblada. Hay cierto descuido en las casas y construcciones que parecen no estar completamente acabadas por falta de presupuesto y entonces se construye hasta donde sea posible para salvar la situación. El tráfico es más agresivo y la carretera tiene algún bache pronunciado. Me recuerda algo el paso de la frontera USA-México. Es ese contraste de país rico y zona pobre tercermundista. Una vez en el pueblo o mejor llamarlo ciudad no resulta desagradable y tampoco se llega a ver pobreza ostentosa o miseria. Belén respira cierto nivel de vida quizás gracias al turismo. Hay mucha juventud por las calles que parecen estar ociosos. Hay cafés con aire pueblerino o provinciano. El microbús para en la plaza central con la iglesia de la Natividad dominando el contorno. A otro lado de esta plaza cuadrada está el Centro de la Paz o algo así que Arafat inauguró en Belén en su primera visita autorizada a territorios palestinos. Hay niños jugando y gente mayor sentada en los bancos. Pasa un coche con gente en su interior que ondea la bandera española debido a la victoria de España sobre Alemania. De repente paramos al lado de un café y Rashid llama a alguien que resultó ser una señora de unos 50 años con un acento español sudamericano. La señora, llamada Miriam, sería nuestra guía en el pueblo y la iglesia.

Dejo los detalles de la vista a la iglesia para otro momento. Al salir de la iglesia paseamos por la plaza del pueblo y otras calles y nos resulta agradable. Unos niños quieren que les saquemos una foto y yo les digo que se junten y les saco la foto. Todos están locos de contentos y yo les doy 20 shekles para repartir. Darles aquel dinero fue como darles una sorpresa de susto. “20 shekles!!!!” gritaron dos de ellos y salieron corriendo como si hubiesen encontrado un tesoro inesperado. Yo empecé a creer que había metido la pata dándoles shekles, pero sabía que el shekel era también la moneda oficial en los territorios palestinos, como también lo era la matrícula de Israel junto con la propia. Dije para mí: Ahora alguien de Hamás me va cortar los cojones o el pescuezo. Habrá que alcanzar el microbús cuanto antes. No pasó nada y nada tenía que pasar. Cuando llegó la hora volvimos al microbús pasando antes por la tienda de Rashid. En la tienda se vendía todo tipo de recuerdo de Palestina o de Israel. El comercio si se le deja no conoce fronteras o prejuicios. El liberalismo comercial puede que sea la principal premisa para la tolerancia entre los pueblos y siento contradecir a mis amigos progres que piensan lo contrario. Los comerciantes son siempre pragmáticos y pasan mucho de rollos ideológicos que no hacen más que estorbar el libre comercio.

Cuando volvemos a cruzar el muro la carretera se vuelve a estrechar llena de baches y Rashid torna a decir gesticulando: This is the road to Jerusalem, my friends!” Vuelta otra vez al aparcamiento y ahora nos bajamos creyendo que la vuelta sería más fácil. No fue así: la vuelta implica la entrada de palestinos a territorio israelí y eso requiere más control y más riesgo. Fuimos caminando por otro camino estrecho entre los muros o el mismo muro replegado y tengo todavía la duda de qué recorrido sigue este muro serpentino. El camino nos dejó a la entrada de una sala donde en apariencia no había nadie. Parecía que habíamos quedado solos los ocho del grupo pues Rashid había regresado a Belén. Sin saber qué hacer y como patos mareados de repente una voz de altavoz en off nos ordena colocar nuestros pasaportes de uno en uno sobre el cristal de una extraña cabina. Hay alguien dentro de la cabina que no sabemos distinguir. Parece estar todo bien y pasamos un torno de entrada a un pasillo largo bajo la estructura de un bunker de hormigón armado. Seguimos el pasillo hasta llegar a otra sala. Oímos alguna instrucción en hebreo o inglés o árabe pues la verdad era imposible distinguir lo que se decía. No sabíamos qué hacer. Estábamos completamente desorientados. Había unas puertas grandes que decían EXIT, pero al intentar abrirlas nos dimos cuenta que estaban herméticamente cerradas. Había otras dos entradas laterales pero no sabíamos cuál era la entrada o cuál la salida. nada lo indicaba. La indecisión era mayúscula. Nos dio entonces por entrar por la que más nos pareció ser la entrada y parece ser que acertamos. Aquello era una ratonera deliberada y la razón era siempre la posible entrada de alguien con un cinturón de explosivos o armas. Las salas estarían llenas de detectores y el despiste o desorientación cumplían algún cometido mientras alguien nos vigilaba con cámaras. Por fin pasamos a otra sala vacía y seguimos y otro pasillo y por fin la salida donde ya Emmanuel nos esperaba. Tornamos al microbús con aire acondicionado y volvíamos a Jerusalén por calles civilizadas y seguras. Atrás quedaba el espectro del muro, de la Gran Muralla. Arre borriquito vamos a Belén que mañana es tarde y pasao también.

Vital de Andrés desde Jerusalén.

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