Era el final del último día en Israel, aunque a nosotros nos quedaba un día más por razones de reserva de vuelo vía Bruselas en lugar de Madrid. Ese último día nuestros amigos Ariel y Rebeca, residentes en Tel Aviv, nos recogerían en el hotel y haríamos otro recorrido sustancioso con más sabor local israelí. Eran las 9:30 de la noche y m
Algunos del grupo turístico quedamos en tomar una cerveza en una de las zonas playeras de Tel Aviv. Muchos jóvenes llenaban los bares que daban al paseo de la playa del mismo modo que lo harían miles de jóvenes en España y otros sitios del mundo. La diferencia con España era que no se oía tumulto ni escandalosas conductas producto del alcohol y el botellón. Aquellos jóvenes parecían divertirse con cierta normalidad. Si algo ocurre en esos ambientes en Tel Aviv fuera de lo normal no pudimos detectarlo en un viaje turístico. Con las cervezas frescas fuimos comentando los avatares del viaje y las impresiones generales que nos había producido.
Habíamos salido por la mañana de Tiberias camino de Rosh Hanikra, a través de las colinas de Galilea viendo las zonas de cultivos, los kibbutzs a lo lejos, el Monte Carmelo también en la lejanía y a la izquierda, por algunos kilómetros la redondez del Monte Tabor. Paisaje bíblico visto a través de la ventanilla de un autobús turístico con aire acondicionado y un guía, Emmanuel, que nos iba explicando cosas. Cuando se lee un libro como la Biblia los paisajes descritos por aquellas mentes antiguas ya han quedado impresos en nuestra imaginación como un entramado mítico-religioso capaz de formar un arquetipo profundamente inconsciente. Esas son las raíces judeo-cristianas que compartimos mucha gente de mi edad en el mundo occidental. Y, esas son también las raíces mítico-religiosas, que están perdiendo los jóvenes actuales en nuestros países. Supongo que cada uno habrá de formarse su propio mito con el cual poder interpretar la vida. No conozco a nadie que sea capaz de vivir sin algún mito. En lo profundo de nuestra existencia ha de haber alguna explicación, por muy débil o tenue que sea, del por qué de lo que hacemos diariamente. Las últimas explicaciones recaen casi siempre en algún mito que aceptamos de forma inevitable.
Llegamos a las cuevas de Rosh Hanikra hacia las once de la mañana. Rosh Hanikra está en el límite costero con Líbano y eso se nota de algún modo: hay una fragata de la marina israelí patrullando constantemente y unas boyas de seguridad que demarcan el límite marítimo. También, mirando hacia el monte rocoso que tenemos al norte se puede ver en la cima todo un sistema de radares, sensores, detectores, o antenas de todo tipo. Al otro lado puede estar acechando la guerrilla shiita financiada por Irán, Hezbolá. A las grutas de Rosh Hanikra se baja por un teleférico y una vez allí se puede contemplar la labor de desgaste del mediterráneo sobre una costa de caliza que va cediendo en forma de cuevas interiores donde se bate el mar formando un curioso colorido. Es una costa que ha venido siendo utilizada como paso de ejércitos hacia Palestina: desde los griegos de Alejandro Magno hasta el Ejército Israelí moderno, pasando por los británicos en sus años de mandato en la zona. Fueron estos últimos quienes construyeron un ferrocarril volado posteriormente por el Palmach (unidades de élite judías) durante la guerra de independencia de Israel. Precisamente en uno de los tramos de los túneles habilitado como sala de cine pudimos ver una proyección sobre el lugar. Una vez visto la proyección entramos en las cuevas y disfrutamos de los recovecos de caliza como buenos turistas sin parar de sacar fotos. A la salida pudimos sacar una foto con dos soldados de patrulla de la zona deseándoles que todas las patrullas fueren como las del presente: tranquilas y en paz con los turistas. Al fondo se podía ver la bahía de Haifa y, a lo lejos mirando hacia el este, las colinas de Galilea.
Luego fue la visita a Acre, el Sanjuán de Acre de los cruzados; hoy día Akko. No es el momento de contar toda la historia de Acre que va desde el 2000 AC donde ya aparece en pergaminos egipcios de la XI dinastía, hasta el presente. Si es conocida a los europeos es por haber sido plaza fuerte de los cruzados y objetivo turco por muchas décadas. Hoy día se pueden contemplar esos restos en forma de murallas y el puerto. El centro histórico de Acre es una ciudad que conserva un sabor árabe con mezquitas que miran a iglesias de origen medieval y restos de edificios templarios. Nosotros comimos en un restaurante árabe que ocupaba una especie de callejón interior y desde allí veíamos a la gente transitar, en especial llamaba la atención la cantidad de niños árabes de colegios del país que visitaban la ciudad con sus profesoras vestidas al modo hiyab con el pañuelo. De Acre o Akko nos fuimos seguidamente a Haifa. La visita fue rápida: atravesamos la ciudad y subimos sin tregua ni parada alguna al monte Carmelo para ver la increíble vista de la ciudad desde los jardines de la sede Bahai. Para ello habíamos cruzado el campus del Centro de Investigación Tecnológica de Israel, llamado el Technión. Fundada por alemanes en su día hoy es una de las universidades más selectivas y exigentes del país. Haifa es una ciudad industrial bastante contaminada con un papel importante en la historia moderna israelí. Fue puerto de llegada de muchos inmigrantes y ciudad predominantemente árabe hasta 1948. Una vez visitado Haifa nos dirigimos a Cesarea, pero Cesarea require crónica aparte.
De Cesarea ya fuimos directamente a Tel Aviv. Paramos en Jaffo en la parte antigua que mira al mar y desde allí pudimos contemplar la bahía de Tel Aviv con su inmenso desarrollo urbano y comercial en forma de rascacielos y grandes hoteles. El crecimiento de Tel Aviv ha sido abrumador según cuentan los cronistas modernos. La expansión de la ciudad ha tragado muchas zonas y algún que otro edificio histórico. No es precisamente una ciudad bonita o señorial o con el estilo burgués de muchas ciudades europeas, pero su pujanza económica y alto nivel de vida es evidente.
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