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lunes, 28 de febrero de 2011

EL PUEBLO ABANDONADO

Llegó al pueblo cansado. Había atravesado de nuevo el desierto. Cuando se bajó del caballo se dio cuenta que aquel pueblo no era el mismo del cual había salido. Quizás me he equivocado de camino ─ pensó ─, pero si es así ¿qué pueblo es este tan familiar y extraño al mismo tiempo? Tan solo había dos pueblos cerca del desierto: uno era el suyo y el otro estaba deshabitado. Sabía que ya era bastante viejo para cruzar el desierto, pero también era demasiado imprudente y testarudo.

Fue tan solo mirar la cara de Tom Hart allí delante de él con su sonrisa burlona y el sombrero raído, para darse cuenta que algo raro le había acontecido. Tom hacía años que había pasado a peor vida. Lo había matado el sheriff Murray una tarde aburrida de verano después de que Tom robase el caballo de Johnny Perk. Tom quiso disparar al sheriff y este lo tumbó de un certero disparo a la altura del corazón. Tom Hart había sido un maldito cuatrero y había llevado su merecido. Pero ahora estaba allí presente. Mirándole con ojos de serpiente. Más allá, la calle mayor rebosaba de extrañas figuras que se cruzaban unas con otras como sombras. Y al fondo, subiendo al viejo cementerio, podía también ver la vieja iglesia erguida hacia el cielo.

sábado, 26 de febrero de 2011

EL BARRIO DE MIRAVALLES

En aquellos años vivíamos en una ciudad que recuerdo con cariño. Teníamos una casa con jardín y garaje y nuestros vecinos eran los Pérez-Sanon. El señor Pérez-Sanon trabajaba en la fábrica de aviones como ingeniero técnico. Era un hombre agradable y educado. Además tenía un pequeño taller en su garaje con el que nos hacía aviones de aeromodelismo, coches que andaban con un motor eléctrico y cosas por el estilo. Nuestro padre se llevaba muy bien con él y solían a veces en las mañanas soleadas del sábado, hablar de política, cultura, y cosas que yo cuando las oía me resultaban muy interesantes. Mi madre también se llevaba bien con Claudia, la mujer del señor Pérez-Sanon. Era una señora muy agradable y también bastante guapa. A veces venía a casa y cocinaba con mi madre algún tipo de tarta. No hará falta decir que tanto mi hermano Josías como yo hacíamos buenas migas con Antonio y Maribel, los hijos de los Pérez-Sandon. Maribel era muy guapa y yo estaba enamoradamente perdido de ella, pero ella me trataba como un buen amigo y vecino. Recuerdo los día de sol cuando jugábamos con todos los muchachos del barrio de Miravalles, por las tardes o los fines de semana y vacaciones.

En la casa de al lado vivía un matrimonio ya mayor. Él se llamaba Federico y ella Milagros. Los dos estaban ya jubilados y habían sido profesores de instituto. Sus hijos vivían en otras ciudades y a veces les venían a visitar algún que otro fin de semana. Se veía que tenían buenos trabajos a juzgar por los coches y la forma de vestir. También denotaban buenos modales y un saber estar cuando hablaban con mis padres u otros vecinos. Don Federico nos solía hablar de la guerra en la que había luchado cuando era joven. También sabía contarnos a los chavales que a veces íbamos a saludarlos, relatos sobre personajes de la historia y anécdotas de aventureros de África u los conquistadores españoles. A mi hermano Josías y a mí nos gustaba mucho oír aquellos relatos. La señora Milagros solía traernos unas pastas hechas por ella y pasábamos unos momentos muy agradables que ahora recuerdo con mucha nostalgia.

No sé qué problemas podría tener aquel barrio de Miravalles, pero mis recuerdos de infancia y temprana adolescencia eran muy gratos, muy entrañables. Eran vecinos con cierto nivel cultural, con cierta educación y buen trato. Todos los chavales que jugábamos juntos manteníamos lazos de fuerte amistad y lealtad. Era muy común ir a casa de uno y otro sin ningún problema y todos como si fuéramos de casa.

Me queda este recuerdo de una vida agradable, sana y enriquecedora en ese barrio de clase media. Recuerdo también que siempre solía hacer mucho sol y el cielo estaba azul la mayoría de los días.

martes, 22 de febrero de 2011

GNOSIS

En aquel sitio estábamos bien. Desde aquel sitio se veíamos el futuro con cara risueña. Desde allí podíamos creer que todo iría bien. Hacía sol aquella tarde y la gente estaba contenta. Fue una tarde tranquila. Volvimos a casa en el coche. ¿Cuál era la esencia de aquella tarde?

El olvido del mundo. Había vida incontaminada con el mundo. Había un horizonte de inocencia en todo aquel escenario.

Duran poco esos momentos. Los hombres estamos hechos para el desasosiego. Para la preocupación del día siguiente. Para la incomprensión y la incapacidad de decir qué somos en realidad. Porque si miramos hacia adentro nos perdemos por infinitos caminos para llegar a la nada. Y si miramos hacia el otro vemos solo una parte; percibimos una especie de esencia que se nos escapa. Si miramos hacia fuera no tardamos en sentirnos desubicados en un mundo indiferente. Nos está prohibido el descanso, la transparencia, la cordura en toda situación. Hay que sufrir, bien sea por aquello que nos falta; o, por aquello que nos desborda.

Pero aquel sitio existió. Fue una realidad. Breve. Un destello. Una premonición. Una intuición de que alguien o algo había conectado con nosotros y nos reconocía como éramos. Alguien o algo que sabía lo que nos ocurre día a día y nos daba entonces una señal de que jamás nos dejaría. Fue tan solo sentirnos bien. Ver las caras risueñas de la gente. Sentir la tranquilidad lejana de la tarde primaveral.

El olvido del mundo. Aunque solo fuese por unos minutos.

Porque en realidad no somos de este mundo.

domingo, 20 de febrero de 2011

DULCE VIDA GRIS Y COTIDIANA

Me gustan agarrar la vida por los cuernos tal como es y sin mentiras piadosas o ideologías engañosas que no te dejan ver la cruda realidad del día a día gris y cotidiano. Me gusta ver la vida en su eterno conflicto y sus personas siempre en pugna y alianzas que luego se traicionan y el que era amigo pasa a ser enemigo o viceversa y así es la condición humana sin remedio. Me gusta, me gusta ver la ciudad en su rutina de gente que hace sus tareas de siempre y así envejecen con trajes sin arrugas, los mismos programas en la tele y la búsqueda de morbos que puedan despertar alguna mala epifanía del demonio. Me gusta, me gusta el aburrimiento del trabajo rutinario, que fuerza al ciudadano a levantarse perversamente temprano para luego enfrentarse a las caras de vinagre de sus jefes. Je, je, je. Me gusta ver parejas o matrimonios secos como el cuero y sin más aliciente que las fantasías decrecientes. Ja, ja, ja.... Me gusta, me gusta, me gusta; ver a esos jóvenes siguiendo la moda del tiro de pantalón hasta los tobillos, pero cuando llegan a los veinte ya todo se vuelve decente o se coge el camino del laberinto menos indecente. ¡¡Aggg!! Vida vidorra. Me gusta que la vida sea eso y eso y eso una y otra vez en lugar de las hambres atroces o truculentas guerras civiles o entre naciones malvadas. Me gusta que dure ese pusilánime y prosaico aburrimiento para siempre, con los leves saltitos de fútil felicidad que luego se adormece.

Así es la vida y así será por secula seculorum.

Amén

ME GUSTA MI PEQUEÑA IGLESIA PROTESTANTE

Me gusta ir a mi pequeña iglesia protestante y disfrutar del culto, de sus himnos, de su música, de su lectura de la biblia, de su sermón basado en textos tan antiguos. Me gusta ese espacio sagrado, de sentido solemne, de apertura al espíritu; de comunidad eterna entre personas que ven la vida como de paso a otras eternidades o infinitudes.

Me gusta cuando se leen historias de Abraham o de José, o de Daniel; o de cuando el mundo se creó y como trasfondo ese caos y esa oscuridad tan temible. Me gusta oír a los profetas con su alambicado lenguaje y sus prédicas tan graves y sus amenazas que salen de la boca como dardos mortales.

Me gusta oír las historias sobre Jesús de Galilea y sus apóstoles caminando por aquellos parajes del Israel colonizado por los romanos. Me gustan esas palabras tan directas e indirectas y a veces confusas, pero siempre hay predicadores o pastores que saben descifrar el misterio con soltura y luego todo acaba en una gran lección moral o de salvación confirmada por el perdón.

Me gusta disfrutar de ese oasis espiritual en un mundo tan inmerso en las preocupaciones mundanas que se suceden unas tras otras y luego los cotilleos políticos y las adhesiones partidistas y las conversaciones en clave pedestre y terrestre y aburrimiento asegurado.

En mi pequeña iglesia protestante recordamos los misterios, la gran salvación de la cruz; la vida eterna, la comunidad de los elegidos; los textos antiguos de nuestros patriarcas y profetas. Hay un espacio sagrado, apartado, donde se puede oír la voz de D-ós y todos somos hermanos.

AMO LOS GRANDES CENTROS COMERCIALES

Me gustan los centros comerciales y cuando tengo tiempo libre los visito como se visita un templo. Paseo por los grandes pasillos climatizados y me siento seguro, me siento a gusto. Me gusta ver los escaparates de las tiendas y las grandes tiendas y los supermercados, todas llenas de mercancías y productos expuestos para ser comprados y ser poseídos; y, a ser posible ser disfrutados. Me gusta ver los negocios florecientes, la libre empresa progresando y los empleados trabajando. Me gusta ver los MacDonalds llenos a rebosar con los empleados de cocina friendo hamburguesas como descosidos y la caja metiendo y sacando dinero a satisfacción del negocio. Y los clientes comiendo con placer y delicia las ricas y jugosas hamburguesas con sus niños y las familias felices con las patatas fritas y la coca cola gigante llena de piedras de hielo y un chico absorbiendo el rico líquido con la paja. Luego me gusta ver a la gente entrar y salir de las multi-salas de cine con ganas de ver películas de aventuras o de miedo. Estupendo ver a esos niños con sus padres cargando con un cucurucho de palomitas hasta arriba para luego meterse a ver una de Walt Disney.

Disfruto, disfruto los centros comerciales. Son los paraísos en la tierra: la libertad y el progreso desde perspectiva individualista. Los individualistas gozamos de los centros comerciales: todo es elección individual, uno escoge aquello que quiere comprar sin tener que hablar con nadie, ni que nadie te tenga que conocer y preguntar. ¡Oh, Centros comerciales! Me hacéis feliz, me dejo bañar en vuestras luces de neón o de colores y siento la mística de la libertad.

Deseo que los políticos quiten sus sucias manos de vuestros negocios y os dejen abrir cuando queráis. Que dejen de gravaros con injustos impuestos que buscan ahogaros y favorecer a los mediocres y poneros la vida más difícil. Hay mucha gente politicamente progre que os visitan cuando pueden pero os odian al mismo tiempo y odian a los McDonalds porque son un éxito americano con fórmula americana. Envidia cochina.

Mañana otra vez voy al centro comercial.

Y pasado también.

Y el lunes lo mismo y Amén.

viernes, 11 de febrero de 2011

HUYENDO DEL PAÍS DE KLOP

Llevamos cuarenta días huyendo del país de Klop. Hemos dejado atrás gente incomprensiblemente aburrida. Hemos abandonado trabajos que nos embotaban los sentidos. Vivíamos una realidad de piedra. De haber seguido allí hubiéramos acabado como máquinas. Nuestro espíritu se iba secando como las vainas del algarrobo. Las ciudades y pueblos de Klop se encallecían en sus inexorables rutinas. Algo así como si la sangre de nuestras venas se estuviera congelando. Hasta los niños mostraban extrañas arrugas en sus rostros que los hacía viejos prematuros. El deseo sexual nos iba abandonando. Muchos ya no nos saludábamos porque no había palabras que decir. Por las calles de Hnut, la capital, la gente caminaba con la mirada perdida.

Pro lo inquietante, lo realmente inquietante era que todos parecíamos empezar a gozar de una quietud extrema. Casi nada nos molestaba. Si alguien nos pedía quedarse en nuestra casa pues lo dejábamos quedarse. Si alguien pedía nuestro carro, le dábamos el carro y los caballos. Si alguien nos pegaba, le poníamos la otra mejilla. Nada nos importaba. Un lúgubre sopor nos iba adormeciendo. Comíamos cualquier cosa y si no había nada pues dejábamos de comer.

Pero aquel día, nuestro profeta nos congregó y nos gritó con furia de animal rabioso. Nos dijo que habíamos de seguirle. Y los de la congregación lo seguimos como hubiéremos seguido a cualquier otro. Pronto nos sacó de la ciudad y luego dejamos las fronteras de Klop atrás. Poco a poco hemos ido recuperando los sentidos. Poco a poco comenzamos a desear a nuestras mujeres y ellas resucitan al placer y al deseo de tener hijos. Poco a poco vamos sintiendo un ardor guerrero; un fuerte deseo de conquista, de lucha, de destrucción. Volvemos a ser un pueblo vivo. Volvemos a ser humanos. Pero tan solo llevamos cuarenta días huyendo del país de Klop y no sabemos lo que nos espera al otro lado del mundo.

jueves, 10 de febrero de 2011

ERAN LAS TRES DE LA MAÑANA


Eran las tres de la mañana cuando sonó aquel extraño reloj de pared. Nunca anteriormente había sonado y llevaba allí colgado ciento y dos años. Me desperté y vi que la hora que marcaba no eran las tres sino las doce. Y, era evidente, que aquel reloj llevaba muerto muchísimos años. Nadie le había dado cuerda y ni tan siquiera la cuerda funcionaba pues yo mismo la había desmontado y sacado de la caja. Alguien le había dado otra cuerda desde cualquier otro lugar no de esta tierra.

martes, 8 de febrero de 2011

OS HABLO DE MI BARRIO DE MONTEVIL

Nunca os hablé de mi barrio. Mi barrio se llama Montevil y está más bien en las afueras de Gijón. Vivo en la calle Azorín y desde mi ventana de la biblioteca veo un parque. Tenemos un parque a la vista con zona infantil. A mi me gusta esta vista y además el piso recibe mucha luz. Por detrás hay una zona verde con piscina incluida. Los veranos es una zona muy animada. A veces, sobre todo por la noche, voy a dar una vuelta por los alrededores. Paseo por los parques ya que hay otro con canchas de baloncesto y bolos más arriba. Mis paseos son también una meditación. A veces medito sobre una idea y me gusta darle vueltas, llevarla a los extremos, a los absolutos, a su fuerza o debilidad. Si la noche está estrellada disfruto mucho viendo las estrellas o la luna. Suelo pararme por un momento en un lugar desde donde la vista del espacio cobra más fuerza y misterio. No sé por qué, pero hay lugares especiales a los que coges cariño y vuelves a ellos para estar a gusto. Y los hay que resultan desagradables y los evitas. Hay una correspondencia entre el paisaje y el estado de ánimo que resulta curiosa. Hay zonas o pequeños territorios que te hacen evocar mundos de inocencias perdidas y resulta muy agradable contemplarlos y seguir su geografía, su topografía, o su vegetación. En estos paseos logro que la mente descanse y se desplace hacia lo efímero de este mundo al mismo tiempo que recompongo ni existencia en función de lo infinito. En definitiva, me lo paso bien con mis paseos por el barrio.

Hay una cafetería que es la más antigua de Montevil y allí solemos tomar una cerveza. Antes la llevaba la madre de quien la lleva ahora. Me acuerdo cuando la abrieron. Quien estaba tras el mostrador era una señora con carácter y con gracia de unos cincuenta años. Su marido era conductor de los Alsas y solía aparcar el autobús en frente de la cafetería. Era la ruta Villaviciosa-Gijón. Tenía la típica cara asturiana de aldea; es decir, cara “roxa” y regordeta, ojos azules, y cuerpo fortachón. Cuando llegamos Robbie, Roxana y yo a vivir al barrio ya empezamos a ir a esta cafetería. Ahora la lleva la hija y su marido.
A unos ciento cincuenta metros para arriba tenemos un grupo de viviendas sociales y entonces es fácil ver algún gitano por la zona. El cuartel de la Guardia Civil está bastante cerca. La zona del cuartel para allá es la antigua o primera barriada de Contrueces. Suelo a veces pasear por allí y es una zona que me recuerda mis primeros años en la ciudad de Gijón allá por los primeros 60. Eran tiempos bien distintos y con otra tonalidad que la que respiro ahora cuando pateo las calles. Antes la vida era más apara afuera, para la calle. Ahora es más para adentro, para la tele, el ordenador, los juegos electrónicos, los vídeos de películas. Bueno, los bares siguen llenos, pero no hay tantos como antes. Hay sidrerías con solera y mucho estrépito al hablar a voces, como es costumbre en Asturias. Contrueces y Montevil son barrios de clase obrera o pequeña clase media en algunas zonas.

Tenemos una iglesia mormona a cien metros, en frente de un supermercado Alimerka. Es un sitio con un pequeño jardín bien cuidado y media cancha de baloncesto. Me recuerda el centro mormón para estudiantes de la universidad de Texas; es casi la misma construcción y forma. La parroquia católica de Contrueces está a pocos metros de la iglesia mormona, y algo más allá hay una iglesia evangélica. Los testigos de Jehová tienen su salón del reino no muy lejos de la zona. O sea, está es una zona de variedad religiosa aunque no tanto cultural. No tenemos tantos inmigrantes viviendo por aquí como ocurre en otros sitios. Se puede ver una pareja mora ocasionalmente, alguna que otra pareja gitana-rumana y para de contar. Gijón no es una ciudad de promisión.

Bueno, pues esto es un poco de lo que es mi barrio.

jueves, 3 de febrero de 2011

MI PRIMO YOHNNY EL DESCAMISADO

Encontré a Yohnny cuando salía del colegio algo incómodo porque no me había encontrado por mucho que me había buscado a través de los pasillos del Saint Mary’s High School de Alexandria, en Virginia y a 5 paradas de metro de Washington D.C. Al verme me dijo:
—¿Dónde cojones estabas que no te encontraba?, vengo subiendo y bajando pisos como un cabrón desbocado.

Salía como había entrado: con los botones de la camisa desabrochados y enseñando pelo en pecho, cosa que los americanos relacionan con latinos machos o mafiosos. Yohnny era pequeño, de cabeza algo grande y mal encarado. Su aspecto era en ese momento el más proclive a ser el sospechoso de cualquier crimen en cualquier colegio de niñas católicas de la clase alta de Washington.
Detrás de él venía un grupo de gente asustada. Era la directora Mrs. Esconfetti con su cara de niña mayor brotando dulzura, virtudes e inocencia; pero ahora visiblemente asustada. Detrás venían dos monjas mayores también asustadas. Luego eran tres o cuatro profesores también jadeando temor. Al ver a Yohnniy acercarse a mí y entrar en conversación conmigo; todos mostraron sorpresa. Mrs Esconfetti se acercó a mí y me preguntó:
—¿Le conoces?
—Sí, claro, es mi primo Yohnny. Creo que se ha perdido al salir de mi clase. Le había invitado para que hablase a las alumnas sobre España, pero se perdió—, dije yo asustado y sorprendido.
Mrs. Escoffeti entonces me explicó que las niñas habían dado la voz de alarma al ver a tal persona desconocida deambulando y merodeando por los pasillos; y, entonces, todo el colegio se había puesto en acción tratando de saber dónde estaba el sospechoso y que incluso ya habían llamado a la policía.

Yo quedaba estupefacto. Yo había invitado a mi primo Yohnny de España que nos estaba visitando para que diera una charla a las niñas de mi clase, pero al acabar Yohnny en lugar de esperar por mí salió y se despistó creando la alarma general entre unas niñas de colegio de monjas muy sensibles a los hombres malos de camisa abierta y de pelo en pecho con aspecto de salvaje e incontrolable sexualidad latina.

Llegó en ese momento un coche patrulla de la policía de Alexandria con dos agentes que salieron al momento con la mano derecha en la cartuchera. Mrs. Esconffeti les dijo que ya todo estaba resuelto. Pero yo no sabía que cara poner mirando a las niñas asomadas a la ventana viendo al peculiar profesor de español con aquel latino de corte siciliano y con la camisa abierta de pelo en pecho.