En aquel sitio estábamos bien. Desde aquel sitio se veíamos el futuro con cara risueña. Desde allí podíamos creer que todo iría bien. Hacía sol aquella tarde y la gente estaba contenta. Fue una tarde tranquila. Volvimos a casa en el coche. ¿Cuál era la esencia de aquella tarde?
El olvido del mundo. Había vida incontaminada con el mundo. Había un horizonte de inocencia en todo aquel escenario.
Duran poco esos momentos. Los hombres estamos hechos para el desasosiego. Para la preocupación del día siguiente. Para la incomprensión y la incapacidad de decir qué somos en realidad. Porque si miramos hacia adentro nos perdemos por infinitos caminos para llegar a la nada. Y si miramos hacia el otro vemos solo una parte; percibimos una especie de esencia que se nos escapa. Si miramos hacia fuera no tardamos en sentirnos desubicados en un mundo indiferente. Nos está prohibido el descanso, la transparencia, la cordura en toda situación. Hay que sufrir, bien sea por aquello que nos falta; o, por aquello que nos desborda.
Pero aquel sitio existió. Fue una realidad. Breve. Un destello. Una premonición. Una intuición de que alguien o algo había conectado con nosotros y nos reconocía como éramos. Alguien o algo que sabía lo que nos ocurre día a día y nos daba entonces una señal de que jamás nos dejaría. Fue tan solo sentirnos bien. Ver las caras risueñas de la gente. Sentir la tranquilidad lejana de la tarde primaveral.
El olvido del mundo. Aunque solo fuese por unos minutos.
Porque en realidad no somos de este mundo.
¿Ver el futuro con cara risueña? Sí, pero sólo hay un futuro auténtico: la decadencia cruel y la muerte. Todo lo demás son maneras de estar entretenido y autoengañado para no pensar en ello.
ResponderEliminarNo seas ave de mal agüero, Anónimo. Yo ya estoy en el futuro auténtico y te aseguro que la vida en espíritu es fabulosa. Yiiiiipiiii!!! Yuuuupahhh!!!
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