Eran las tres de la mañana cuando sonó aquel extraño reloj de pared. Nunca anteriormente había sonado y llevaba allí colgado ciento y dos años. Me desperté y vi que la hora que marcaba no eran las tres sino las doce. Y, era evidente, que aquel reloj llevaba muerto muchísimos años. Nadie le había dado cuerda y ni tan siquiera la cuerda funcionaba pues yo mismo la había desmontado y sacado de la caja. Alguien le había dado otra cuerda desde cualquier otro lugar no de esta tierra.
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