A veces la prensa asturiana nos publica algo. Feliz Navidad 2010.
Nesalem
http://www.lne.es/opinion/2010/12/22/cuento-navidad/1010804.html
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miércoles, 22 de diciembre de 2010
martes, 21 de diciembre de 2010
LA VISIÓN DEL PARAISO
Llsghnadt era todavía muy joven cuando vio el Paraíso en aquel valle tan verde y en plena primavera. Era la primavera de su vida y todo eran brotes de hormonas e imaginación. Desde el valle, cerca de una iglesia medieval, se veían las lejanas montañas y todo era como un paraíso bíblico. Llsghnadt se había situado cerca de una iglesia cristiana medieval en aquel momento en reconstrucción. ¿Quién puede resistir a los quince años en plena primavera y con una desbordante imaginación, ver el Paraíso y hasta sentir la misma presencia de los antiguos patriarcas de la Torá? Posiblemente muchos jóvenes como él nunca hubiesen tenido tal visión, pero Llsghnadt era como era y en aquel instante veía el Paraíso situado a lo largo de todo un valle y en el fondo del valle comenzaba la subida a las montañas.
Llegar a las montañas implicaba seguir dos caminos: el de la derecha o el de la izquierda. Quizás en la montaña más alta y más lejana hubiera algún secreto oculto, quizás algo estaba sucediendo en la cima a juzgar por los brillos y los reflejos. También Llsghnadt podía ver una nube gris oscura que cubría la cumbre como un sombrero. Imposible desde la distancia y los quince años y a través de la primavera verde y radiante, ver sucesos tan lejanos como irreconocibles. Pero quedaba la duda que pronto se fue disipando a medida que la emoción del momento seguía estando fijada en la visión del Paraíso. El Paraíso era verdad y el lo estaba viviendo como una poderosa premonición. Los profetas habían hablado de él. El mismo Jesús y los apóstoles cristianos también. Poco se imaginaba que la visión del Paraíso era ya el comienzo de toda una peregrinación hacia aquella cima que apenas era discernible.
Porque toda su vida a partir de aquel momento fue el el persistente caminar hacia aquella cumbre. Poco a poco el Paraíso iba retrocediendo, desplazándose, perdiéndose en la memoria como un arquetipo nostálgico, aunque nunca olvidado. A veces, reclamaba la visión de aquel paraiso con cierta urgencia durante ese viaje que había iniciado, esa larga caminata de la vida; sobre todo, cuando tropezaba y caía, o durante tantos encontronazos desconcertantes con la gente. Gente que también seguía el camino en una y otra dirección pero con propósitos diversos, quizás opuestos. Otras multitudes iban por el camino de la izquierda y daban gritos saludando desde el otro lado del valle. Otras veces sentía la oscuridad y la confusión y el saber que en cualquier momento podría precipitarse hacia cualquier terraplén nefasto o letal.
Era el camino de su vida y era también la persistente dificultad o la desconcertante sorpresa; o los caminos falsos que no llevaban a ningún sitio y entonces había que dar de nuevo vuelta hacia el desvío para coger otro y procurar no desviarse. A veces no podía recordar nada del por qué estaba en el camino y si el camino en realidad tenía algún sentido. Y ¿por qué rayos y centellas tenía él que seguir viviendo esa ruta de efímeras alegrías con gente que se le iba juntando por ese inexorable camino y que luego eran parte de su vida en transito, siempre en tránsito; todos en tránsito y hacia delante y siempre adelante? ¿Quién era él en relación a a la gente que quería y que a veces desaparecían y dejaban un terrible silencio; o, ante cualquier persona por fría o indiferente que fuera; o incluso los enemigos que también uno se iba forjando a lo largo del camino y que mentían, hacían trampas y que así mismo, él, también era enemigo de alguien y entonces también la mentira y las trampas y el engaño? Y, a pesar de todo, el camino seguía y seguía. ¿Hacia dónde? ¿Se había olvidado su destino?
Enfermedades, muerte, guerras, sudores, dolores; frío, un cuerpo a veces frío, demasiado frío en la noche fría y entonces surgía la angustia sin explicación. Pero también el calor de un hogar, el buen humor y la vida en su frescor con gente sana y generosa. Caminaban congregaciones de creyentes de toda religión e idología algo confusos pero con cierta esperanza. Los había falsos y superficiales, totalmente sentimentales e irracionales. O, a veces, gente buena; simplemente buena sin saber por qué. La visión del Paraíso de Llsghnadt se iba difuminando en un lejano recuerdo de juventud mientras su cuerpo envejecía, se agotaba; su imaginación cada vez más gastada y desequilibrada. Todos los pasos que había dado en aquel camino se habían ido acabando en desequilibrio y fatiga. Todo iba acabando en nueva ilusión renacida pero cada vez más tibia, menos creíble, más apagada. Los anhelos, las esperanzas, la confianza en las personas; todo se iba perdiendo o desdibujando. Los viejos recuerdos del Paraíso de su juventud tan solo eran vanidad de vanidades. ¿Por qué había tenido aquella visión tan nítida, tan primaveral, tan emotiva? Con el paso del tiempo llegó el día en que se iba acercando a la montaña más alta, y; por primera vez, lograba percibir una silueta sobre una especie de estructura de madera; quizás algo así como un cuerpo humano encaramado sobre una posible cruz incrustada sobre la misma cima. El final del viaje estaba ya cerca y todo parecía haber sido un extraño sueño.
Por fin vio la figura humana y la estructura de madera más cerca, cada vez más cerca. Allí había un hombre retorciéndose de dolor, crucificado; y, debajo de la cruz, había gente que miraba con indiferencia. Poco a poco Llsghnadt se fue acercando a la cumbre. Se fijó entonces en la figura humana y reconoció en aquella patética figura el fracaso de toda una vida, de los esfuerzos realizados en aquella vida. Aquel hombre también habría aspirado a algún paraíso, quizás hubiera caminado todo el camino con ganas de llegar a algún sitio, a la culminación de algo seguro y absoluto. Quizás él también habría sido joven y al lado de alguna iglesia o sinagoga habría visto el Paraíso y quizás él también comenzó a caminar algún día por el camino de la derecha o quizás el de la izquierda, pero con la idea de llegar, de finalizar.
El hombre estaba muriendo y sufriendo la agonía más atroz. La gente simplemente lo miraba y esperaba a que por fin exhalara el último suspiro. Pero reinaba la indiferencia o el alivio de no ser ellos quienes tuvieran que estar allí colgados sufriendo. Llsghnadt se dio cuenta que aquel hombre representaba un final extremadamente triste y cruel. La vida de aquel hombre había sido un caminar absurdo hacia la muerte después de ser condenado por cualquier cosa, cualquier error, cualquier obsesión, cualquier ilusión desequilibrada. Llsghnadt se quedó allí sentado sobre la hierba. Se sentía viejo y acabado. Necesitaba descansar. Y entonces giró otra vez la cabeza para ver de nuevo a aquel hombre agonizante. Aquella mirada le resultaba familiar. A aquel hombre lo conocía de algo, pero no recordaba de qué. Todos habían oído hablar de la crucifixión de Jesús y eso había sido parte de un acontecimiento muy lejano y legendario. Pero aquel hombre era real y actual. Si Llsghnadt quisiera hasta incluso lo podría tocar. Era absurdo que estuviera allí tan expuesto a la ignominia e indiferencia de las gentes que iban llegando a la cima, pero era real. En ese momento Llsghnadt sintió un profundo cansancio y un desfallecer. El agotamiento era máximo y la conciencia se iba reconciliando con el sueño. Al fin descansaba y poco a poco se iba instalando en un sopor generalizado. Aunque de repente fue el sobresalto y la sorpresa y se sintió más despierto que nunca. Algo le forzaba a mirar allá abajo, hacia la profundidad del valle. Y entonces comenzó a ver la silueta casi imperceptible de una iglesia cristiana medieval en obras. Allá abajo brillaba el sol y los contornos se empezaban a ver algo mejor. Quizás mirando con más detalle era posible ver la mirada joven, todavía muy joven, de un muchacho que miraba con ojos de inocencia hacia una lejana cima; quizás el joven estuviera viendo algo sorprendente, quien sabe si hasta el mismo Paraíso de la Biblia; la tierra prometida a Abraham y a los patriarcas y a los profetas. Sí, era un joven. Demasiado joven para saber lo duro y difícil que era el camino de la vida.
Llsghnadt entonces se sintió abatido, completamente asfixiado y exhausto. Apenas sentía sus extremidades y la sed le agobiaba con desesperación. La conciencia se iba borrando y comenzaba a sentirse absolutamente solo y abandonado sin poder hablar ni explicar nada. ¿Explicar qué y a quién? Terrible angustia. Insoportable sufrimiento. Él mismo, clavado allí en la cruz, exhalaba por fin su último aliento y el Paraíso, con toda su fuerza primaveral, lo recibía con amor y ternura.
Mientras, a los pies de la cruz, la gente lo miraba con total indiferencia.
Llegar a las montañas implicaba seguir dos caminos: el de la derecha o el de la izquierda. Quizás en la montaña más alta y más lejana hubiera algún secreto oculto, quizás algo estaba sucediendo en la cima a juzgar por los brillos y los reflejos. También Llsghnadt podía ver una nube gris oscura que cubría la cumbre como un sombrero. Imposible desde la distancia y los quince años y a través de la primavera verde y radiante, ver sucesos tan lejanos como irreconocibles. Pero quedaba la duda que pronto se fue disipando a medida que la emoción del momento seguía estando fijada en la visión del Paraíso. El Paraíso era verdad y el lo estaba viviendo como una poderosa premonición. Los profetas habían hablado de él. El mismo Jesús y los apóstoles cristianos también. Poco se imaginaba que la visión del Paraíso era ya el comienzo de toda una peregrinación hacia aquella cima que apenas era discernible.
Porque toda su vida a partir de aquel momento fue el el persistente caminar hacia aquella cumbre. Poco a poco el Paraíso iba retrocediendo, desplazándose, perdiéndose en la memoria como un arquetipo nostálgico, aunque nunca olvidado. A veces, reclamaba la visión de aquel paraiso con cierta urgencia durante ese viaje que había iniciado, esa larga caminata de la vida; sobre todo, cuando tropezaba y caía, o durante tantos encontronazos desconcertantes con la gente. Gente que también seguía el camino en una y otra dirección pero con propósitos diversos, quizás opuestos. Otras multitudes iban por el camino de la izquierda y daban gritos saludando desde el otro lado del valle. Otras veces sentía la oscuridad y la confusión y el saber que en cualquier momento podría precipitarse hacia cualquier terraplén nefasto o letal.
Era el camino de su vida y era también la persistente dificultad o la desconcertante sorpresa; o los caminos falsos que no llevaban a ningún sitio y entonces había que dar de nuevo vuelta hacia el desvío para coger otro y procurar no desviarse. A veces no podía recordar nada del por qué estaba en el camino y si el camino en realidad tenía algún sentido. Y ¿por qué rayos y centellas tenía él que seguir viviendo esa ruta de efímeras alegrías con gente que se le iba juntando por ese inexorable camino y que luego eran parte de su vida en transito, siempre en tránsito; todos en tránsito y hacia delante y siempre adelante? ¿Quién era él en relación a a la gente que quería y que a veces desaparecían y dejaban un terrible silencio; o, ante cualquier persona por fría o indiferente que fuera; o incluso los enemigos que también uno se iba forjando a lo largo del camino y que mentían, hacían trampas y que así mismo, él, también era enemigo de alguien y entonces también la mentira y las trampas y el engaño? Y, a pesar de todo, el camino seguía y seguía. ¿Hacia dónde? ¿Se había olvidado su destino?
Enfermedades, muerte, guerras, sudores, dolores; frío, un cuerpo a veces frío, demasiado frío en la noche fría y entonces surgía la angustia sin explicación. Pero también el calor de un hogar, el buen humor y la vida en su frescor con gente sana y generosa. Caminaban congregaciones de creyentes de toda religión e idología algo confusos pero con cierta esperanza. Los había falsos y superficiales, totalmente sentimentales e irracionales. O, a veces, gente buena; simplemente buena sin saber por qué. La visión del Paraíso de Llsghnadt se iba difuminando en un lejano recuerdo de juventud mientras su cuerpo envejecía, se agotaba; su imaginación cada vez más gastada y desequilibrada. Todos los pasos que había dado en aquel camino se habían ido acabando en desequilibrio y fatiga. Todo iba acabando en nueva ilusión renacida pero cada vez más tibia, menos creíble, más apagada. Los anhelos, las esperanzas, la confianza en las personas; todo se iba perdiendo o desdibujando. Los viejos recuerdos del Paraíso de su juventud tan solo eran vanidad de vanidades. ¿Por qué había tenido aquella visión tan nítida, tan primaveral, tan emotiva? Con el paso del tiempo llegó el día en que se iba acercando a la montaña más alta, y; por primera vez, lograba percibir una silueta sobre una especie de estructura de madera; quizás algo así como un cuerpo humano encaramado sobre una posible cruz incrustada sobre la misma cima. El final del viaje estaba ya cerca y todo parecía haber sido un extraño sueño.
Por fin vio la figura humana y la estructura de madera más cerca, cada vez más cerca. Allí había un hombre retorciéndose de dolor, crucificado; y, debajo de la cruz, había gente que miraba con indiferencia. Poco a poco Llsghnadt se fue acercando a la cumbre. Se fijó entonces en la figura humana y reconoció en aquella patética figura el fracaso de toda una vida, de los esfuerzos realizados en aquella vida. Aquel hombre también habría aspirado a algún paraíso, quizás hubiera caminado todo el camino con ganas de llegar a algún sitio, a la culminación de algo seguro y absoluto. Quizás él también habría sido joven y al lado de alguna iglesia o sinagoga habría visto el Paraíso y quizás él también comenzó a caminar algún día por el camino de la derecha o quizás el de la izquierda, pero con la idea de llegar, de finalizar.
El hombre estaba muriendo y sufriendo la agonía más atroz. La gente simplemente lo miraba y esperaba a que por fin exhalara el último suspiro. Pero reinaba la indiferencia o el alivio de no ser ellos quienes tuvieran que estar allí colgados sufriendo. Llsghnadt se dio cuenta que aquel hombre representaba un final extremadamente triste y cruel. La vida de aquel hombre había sido un caminar absurdo hacia la muerte después de ser condenado por cualquier cosa, cualquier error, cualquier obsesión, cualquier ilusión desequilibrada. Llsghnadt se quedó allí sentado sobre la hierba. Se sentía viejo y acabado. Necesitaba descansar. Y entonces giró otra vez la cabeza para ver de nuevo a aquel hombre agonizante. Aquella mirada le resultaba familiar. A aquel hombre lo conocía de algo, pero no recordaba de qué. Todos habían oído hablar de la crucifixión de Jesús y eso había sido parte de un acontecimiento muy lejano y legendario. Pero aquel hombre era real y actual. Si Llsghnadt quisiera hasta incluso lo podría tocar. Era absurdo que estuviera allí tan expuesto a la ignominia e indiferencia de las gentes que iban llegando a la cima, pero era real. En ese momento Llsghnadt sintió un profundo cansancio y un desfallecer. El agotamiento era máximo y la conciencia se iba reconciliando con el sueño. Al fin descansaba y poco a poco se iba instalando en un sopor generalizado. Aunque de repente fue el sobresalto y la sorpresa y se sintió más despierto que nunca. Algo le forzaba a mirar allá abajo, hacia la profundidad del valle. Y entonces comenzó a ver la silueta casi imperceptible de una iglesia cristiana medieval en obras. Allá abajo brillaba el sol y los contornos se empezaban a ver algo mejor. Quizás mirando con más detalle era posible ver la mirada joven, todavía muy joven, de un muchacho que miraba con ojos de inocencia hacia una lejana cima; quizás el joven estuviera viendo algo sorprendente, quien sabe si hasta el mismo Paraíso de la Biblia; la tierra prometida a Abraham y a los patriarcas y a los profetas. Sí, era un joven. Demasiado joven para saber lo duro y difícil que era el camino de la vida.
Llsghnadt entonces se sintió abatido, completamente asfixiado y exhausto. Apenas sentía sus extremidades y la sed le agobiaba con desesperación. La conciencia se iba borrando y comenzaba a sentirse absolutamente solo y abandonado sin poder hablar ni explicar nada. ¿Explicar qué y a quién? Terrible angustia. Insoportable sufrimiento. Él mismo, clavado allí en la cruz, exhalaba por fin su último aliento y el Paraíso, con toda su fuerza primaveral, lo recibía con amor y ternura.
Mientras, a los pies de la cruz, la gente lo miraba con total indiferencia.
miércoles, 15 de diciembre de 2010
LOS CIENTO CINCUENTA DE KUETOS
Nos levantamos los bravos guerreros de Kuetos para ir a luchar contra los Wirusos de Ela-Felghuerah. Salían Rabandros y Bitadrenos, de la cueva de los Osos, armados hasta los dientes. El bravo ejército de Kuetos se iba reuniendo en la Explanada de los Troncos Pelados detrás de la panadería de Zapikoket al lado del Gran Río Kasanovwa. Estaban los del clan de Los Cathurrows, también los de la gran familia de Nisthal; y los bravos de Willitah junto con los Doshiteosh. Sonaban los tambores de guerra estremeciendo al barrio y entonces Dionisius el de la tienda de Mariam gritó con furor:
—¡Guerra! ¡Guerra! y ¡Guerra contra los Wirusos, Wirusones a quienes cortaremos los cojones!
Y entonces se subió a la plataforma de los troncos el poeta-guerrero Manforth-delth-Yerah con su lanza y escudo cantando en voz alta, casi gritando:
—Los de Kuetos fuman puros, los de Cianhow redondillas, y los pobres Wirosones, ¡aupá¡ sólo recogen colillas.
Todos aporreamos los tambores y nos fuimos poniendo en fila de formación. Éramos los 150 valientes de Kuetos y estábamos muy cabreados con los Wirusos de la Ela- Felgherah. Habíamos sufrido infinitas humillaciones de esa tribu maldita que se había arrogado el derecho de imponernos impuestos, robar nuestras mujeres y vender a nuestros hijos como esclavos. Además nos habían impuesto el culto al dios Maryh-Kon a quien teníamos que entregar nuestros objetos más apreciados. Los sacerdotes Wirusos no tenían piedad y se reían de nosotros y nos azotaban hasta que besábamos los pies de la estatua de Maryh-Kon.
Todo fue así hasta que una noche nos congregamos en secreto los valientes de Kuetos. Fue en la Cueva de los Osos donde vivían los clanes Rabandros, y Bitadrenos y Manforth-delth-Yerah. Y entonces Manforth-delth-Yerah nos habló con voz de trueno:
—Se acabaron las humillaciones de los Wirusos. Parecemos ratas miserables. Nuestro dios ¡Hah!, el Innombrable, ha quedado reducido a un santuario secreto donde nadie puede adorarlo. Todo esto se ha acabado. Nosotros los Kuetorrans podemos machacarlos como pulpos. Nosotros tenemos la fuerza y el poder de ¡Hah!, el colérico y vengativo ¡Hah! Nuestras almas son torbellinos de venganza. Nuestros brazos son capaces de reventar cabezas. Nuestros pies patearán los culos gordos de los eunucos del dios Maryh-Kon. ¡¡¡¡Somos los grandes de Kuetos¡¡¡¡ Machacaremos a los Wirusos de Ela-Felgherah!!! Raptaremos a sus mujeres y las haremos esclavas en nuestras casas. ¡¡¡Por ¡Hah!!!
Y así salimos aquella noche de la Explanada de los Troncos Pelados.
Tronábamos tambores de guerra
Los 150 valientes de Kuetos
Mientras atravesábamos Sama
Para arrasar Ela-Felgherah.
No habría maldita compasión.
La sangre Wirusa queríamos verter
Sama temblaba al vernos pasar
El miedo les hacía fenecer.
Grande era Manforth-delth-Yerah
Fuertes eran Rabandros, y Bitadrenos
Nuestro dios ¡Hah! nos dirigía
Hacia Ela-Felgherah con truenos.
lunes, 13 de diciembre de 2010
PAKO EN LONDRES
Pako estaba en la ciudad de Londres. Tenía que cruzar un semáforo y la avenida era muy ancha. Fue cruzando la avenida y se dio cuenta que no llegaba a cruzarla antes de que se pusiera en rojo de nuevo. Entonces quedó en medio de la avenida en la mediana. Se agarró a un semáforo y esperó a que el tráfico de la otra mitad pasara. Pero, mientras que esperaba, se dio cuenta que delante suyo la avenida se transformaba en una especie de bajada demasiado inclinada, tan inclinada que si resbalaba podría bajar rodando con posibilidad de quedar herido. Miraba hacia abajo con sorpresa y lo que veía era la avenida con su tráfico pero como si surgiera de otro sitio fuera de su alcance. Pasó el semáforo y llegó al hotel.
Cuando Pako llegó al hotel, antes de entrar, descubrió que un hermano profesor de universidad, había encontrado una cartera llena de billetes de €50 y €100. Luego fueron llegando amigos y se preguntaban de quién sería la cartera. Alguien la había perdido. Pero al abrirla vieron que también había un pasaporte español muy viejo con un nombre indescifrable. En una de las partes de la cartera figuraba un número de teléfono y una especie de letras fluorescentes que decían “llamar al xxyyy”. Entonces Pako llamó y alguien con voz joven respondió. Pako explicó que había encontrado aquella cartera cerca del hotel XX y que querían devolvérsela cuanto antes pues había mucho dinero dentro. El joven entonces respondió:
—Oiga, ¿sería tan amable de traérmela al barrio de ZZZ que es donde yo vivo? Es que ahora estoy algo ocupado y seguro que no le da más coger el metro y dejármela en el sitio que yo le diga.
Entonces Pako cabreado les dice a todos lo que le estaba respondiendo el joven español.
— ¡¡¡Vaya jeta que tiene ese cabrón!!! — respondieron todos.
— Sí, vaya cara— dijo Pako—Ahora verás lo que le digo.
— Oye, como no vengas aquí a por ella esta cartera se va a ir al carajo.
Pako estaba indignado y se dirigió al hotel. Los chavales españoles vivían en la puñetera vagancia y desidia y les importaba todo un carajo, pensó Pako un tanto malhumorado.
lunes, 6 de diciembre de 2010
LA ISLA DESCONOCIDA
Estábamos en una pequeña playa cerca de la ciudad. Éramos varios amigos y familiares y bastante más gente. Hacía un buen día. Por alguna razón a alguien se le ocurrió salir en barca fuera borda. Y así fue cómo fueron saliendo varios grupos en barca fuera borda y en fila india. A nosotros también nos dio por salir detrás del grupo. Conmigo iba alguien, no me acuerdo quién era. Detrás venía mi hija en una barquita muy endeble con un primo suyo. El sol brillaba y todos íbamos metiéndonos mar adentro. Pero de repente yo me di cuenta que nos estábamos metiendo demasiado adentro y las barcas no eran lo suficientemente seguras para meterse tanto. Detrás venía mi hija en la barca endeble y quizás no pudiera soportar la velocidad que llevaba el grupo. Yo empezaba a tener miedo y de vez en cuando miraba hacia atrás. El grupo seguía y seguía e iban formando una estela, como un camino en un mar que se iba oscureciendo. Se iba haciendo cada vez más oscuro, un azul muy oscuro; demasiado oscuro. También se estaba enfureciendo. En un momento dado quise salirme de la fila para dar la vuelta y así hice una señal a mi hija que venía detrás con su primo. Parecían estar al límite. Pero al intentar salir el oleaje nos lo impedía y sentí terrible angustia. Ya era tarde para dar la vuelta y había que seguir hasta que al grupo le diera la gana. Seguimos y seguimos, pero mientras siguiéramos la estela el mar parecía seguro. Sin embargo unos metros más allá del límite las olas eran estremecedoras. Ahora incluso el cielo de alta mar se había vuelto también oscuro, como de tormenta. Unos minutos más tarde llegábamos a una especie de isla o islote.
No sabía que a unos kilómetros de la costa de mi ciudad había una isla o islote. Fuimos llegando y bordeando un dique hasta llegar a un pequeño puerto. Increíble. ¿Cómo era posible que nunca hubiéramos sabido de tal isla? Una isla con un muelle para barcos pequeños con algún edificio como de almacén y en lo alto de una colina había un fuerte de piedra gris que llamaba la atención. Ese fuerte había estado ahí siempre y yo sin saber nada. Extraño. Llegamos y nos bajamos. En ese momento surgía del mar oscuro un barco que venía de lejos. Era un barco de carga de tamaño mediano y pronto entraba en el muelle y amarraba. Había obreros en el pequeño puerto que ahora ya no nos parecía tan pequeño. Me puse entonces a inspeccionar la isla yo solo mientras los demás paseaban por el puerto. Fui de un lado para otro y me di cuenta que bajando una especie de carretera se llegaba aun gran garaje. Yo quise entrar al garaje porque me parecía un garaje moderno y con coches de alquiler. Cuando iba a entrar alguien me pidió mi número clave para poder abrir la puerta. Yo no sabía qué número clave tenía y así se lo dije al guarda por el micrófono. Pero el guarda me respondió que sí sabía cual era el número lo que pasaba era que no me acordaba y si no podía dar la clave entonces no me podía dar mi coche. ¿Qué coche? Yo no tenía allí ningún coche. El guarda me dijo que sí y que era cuestión de saber la clave. Como no la sabía pues entonces me envió a otras dependencias.
Poco a poco fui entrando en una salón muy grande donde había mucha gente escuchando a alguien hablando desde un púlpito. Lo curioso era que el púlpito estaba encaramado en una plataforma en la parte superior de un patio de butacas escalonado como en un cine, pero el púlpito en lugar de estar donde la pantalla o escenario, estaba en la parte opuesta, o sea: arriba encaramado y presidiendo sobre todos los que estaban abajo escalonados y mirando para arriba en extraña posición. Toda la parte de arriba a los lados del púlpito estaba ocupada por gente sentada en butacas que miraban hacia abajo. Me di cuenta que era una iglesia protestante y que tenía mucha gente y que los pastores gozaban de autoridad y respeto y toda la iglesia parecía tener mucha actividad y mucho ánimo. Yo no sabía cómo sentarme y estaba algo incómodo pero con ganas de seguir allí a pesar de todo. Luego cuando acabó el culto bajé y miré hacia arriba y la decoración era a base de planchas de madera roja sin ninguna cruz o versículo bíblico. Fui saliendo y afuera había un parque infantil. Hacía sol y calor veraniego. De repente veo al sobrino mío que venía con mi hija discutiendo con su padre, un hermano mío que llevaba mucho tiempo viviendo fuera. La discusión era por una cuestión de una paga que el muchacho recibía de su padre y esa paga estaba relacionada con el porcentaje de gasolina que el padre (mi hermano) echaba en el coche. A tantos litros tanta paga en función de no sé qué porcentaje por litro. Así que mi sobrino recibía esa paga en función de litros de gasolina que iba consumiendo el coche de su padre y discutían por esa cuestión, pues a mi sobrino le parecía injusto. Yo dije que sí era justo y luego todo se fue difuminando en una luz que provenía de la ventana de mi habitación. ¿Despertaba? ¿Cambiaba de sueño? ¿Había sido un sueño? No lo sé. Medito sobre ello mientras camino por el muelle de la isla que desconocía existiera tan relativamente cerca de mi ciudad. La mar está ahora tranquila. Alguien me espera para subir a la barca fuera de borda y volver a la ciudad. Pero también al mismo tiempo por la ventana veo una montaña y el día es lluvioso y frío.
jueves, 2 de diciembre de 2010
CUENTO DE NAVIDAD
Era Navidad y yo quería celebrar la Navidad como Dios manda. Yo quería mi árbol de Navidad, mi Nacimiento, mis arcos de luces en las calles; una ciudad radiante de decoraciones navideñas, con escaparates navideños llenos de cintas de colores, de bolas también multicolores, de olor a turrón, de gente alegre que sabe que vive días especiales y que llega a casa y hay una casa y una familia y unos chiquillos con ganas de cantar villancicos con pandereta y zambomba y escuchar historias, cuentos y leyendas de paisajes nevados; de países legendarios; del nacimiento de un Jesús nostálgico, mítico, bajado de las estrellas, visitado por magos de verdad, con estrella fugaz que hace brillar el cielo. Un pesebre en medio de un paisaje gélido de noche nevada, con pastores que se meten en el pesebre hasta donde pueden y se arriman al fuego. Pastores que llegan de muy lejos, gente humilde que viene de las lejanías que brillan en la imaginación. Una Virgen, un San José bendito, los burros y las vacas.
Así que fui a buscar a mi familia y amigos para celebrarlo. Fui andando torpemente por la ciudad fría, helada, nevada y no veía a nadie. Me di cuenta que ya era muy viejo y que los viejos apenas tienen amigos. Y me di cuenta que mi familia ya no era familia, pues todos estaban divorciados y recasados para luego volver a divorciarse y otros eran solteros desarraigados sin más compromiso que sus inflados egos. Los hijos eran hijos de unos y de otros y de diferentes contratos en litigio. Seguí caminando tratando de buscar un hogar, una familia, unos amigos de verdad, de esos que te aprecian por muchas cosas buenas o malas que nos pasen y siguen ahí siendo amigos para siempre.
Pero la ciudad estaba vacía. No había luces, ni había nacimientos públicos, ni árboles de Navidad porque eran cosas de otros tiempos, decían los que mandaban. Decidí entonces refugiarme en una casa antigua de la zona vieja de la ciudad y encendí un fuego con periódicos viejos y madera podrida. Me senté sobre el cemento frío y abrí un bote de atún que llevaba en el bolso. Me volví a dar cuenta de lo viejo que era, que andaba mal, que perdía la memoria con frecuencia y que a veces me perdía por las calles. Pero hoy era mi noche. Hoy había logrado escapar de la residencia de ancianos y ahora era libre. Era mi Navidad libre. Libre con mis recuerdos, libre de asistencia y asistentes, libre de compasiones artificiales; libre de gente que te ven como un trasto averiado.
Pero la ciudad estaba vacía. No había luces, ni había nacimientos públicos, ni árboles de Navidad porque eran cosas de otros tiempos, decían los que mandaban. Decidí entonces refugiarme en una casa antigua de la zona vieja de la ciudad y encendí un fuego con periódicos viejos y madera podrida. Me senté sobre el cemento frío y abrí un bote de atún que llevaba en el bolso. Me volví a dar cuenta de lo viejo que era, que andaba mal, que perdía la memoria con frecuencia y que a veces me perdía por las calles. Pero hoy era mi noche. Hoy había logrado escapar de la residencia de ancianos y ahora era libre. Era mi Navidad libre. Libre con mis recuerdos, libre de asistencia y asistentes, libre de compasiones artificiales; libre de gente que te ven como un trasto averiado.
Era mi Navidad. Con mi hoguera y con mis recuerdos y mi lata de atún.
domingo, 28 de noviembre de 2010
EL CIRCO DE TORREBRUNO
El circo era malo. Era un circo malo porque quien lo dirigía estaba enfermo y moriría al poco tiempo de aquellas últimas funciones.
Llevé a la chiquilla a ver el circo de Torrebruno que se había instalado al final de la Avenida Carlos Marx. Era una tarde de otoño, creo. Un otoño nostálgico, de esos que te retrotrae a una infancia perdida y que quisieras de alguna manera recuperarla. Roxana era una niña inocente que disfrutaba saliendo con su papi y su papi la llevó al circo.
Había muchos niños con alegría e inocencia. Muchos padres jóvenes. Palomitas de maíz y refrescos. La sesión comenzó cuando ya empezaba a ser de noche.
Torrebruno era muy pequeño de estatura y además estaba muy gordo incluso para hacer de presentador y animador. Tendría no más de sesenta años, pero parecía que a veces se ahogaba al hablar por el micrófono. Torrebruno. Aquel nombre lo asociaba a épocas pasadas de juventud y diversión de una época ya remota. Sí, remota. Y ahora cuando escribo, lo recuerdo todavía de una época más remota aun. Torrebruno cantaba, salía en la tele y cosas de esas. Era un showman, un hombre del espectáculo. Y eso era lo que recordaba de él.
Pero ahora era mayor y su circo lo hacía mal. Los platillos que habían de rodar a la vez por impulso manual en diferentes ejes de una plataforma, no llegaban a rodar a la vez y se caían. Los niños descubrían que algo no iba bien, pero se reían igual y lo pasaban bomba. Roxana lo pasaba bomba y yo estaba contento con ella. Luego eran los bolos que el equilibrista no sabía cogerlos a tiempo y también se caían. Y el payaso apenas tenía gracia. Pero aun así había algo mágico en el circo de Torrebruno. Seguía siendo un circo y los niños lo pasaban bien.
Cuando salimos era de noche y Roxana me decía: “Qué malo era papá. ¿A qué eran malos?” “Sí, eran malos, pero nos reímos un poco y lo pasamos bien de todas maneras, ¿no?
“Sí, papá”.
Cuando la niña cenó y se fue a la cama con su madre yo fui a dar una vuelta por el Muro. Solía dar vueltas en solitario. La soledad en busca de rincones ocultos y mágicos por la ciudad. Siempre nostalgias e infancias irrecuperables. Imaginación. Desde la escalera 5, contemplaba las luces de neón del Parque del Piles. Allí había cantado Torrebruno en años mejores. Recordaba los carteles con la foto de un Torrebruno mucho más joven que el que había visto hoy. Me dio tristeza. Un poco de tristeza. La vida triste. La alegría inocente de los niños que no se pueden imaginar lo triste y perversa que puede ser la vida.
Torrebruno moría al poco tiempo de un infarto. Era, fue; y, dejó de ser, con un circo improvisado, un tanto escacharrado. Adiós a Torrebruno.
miércoles, 24 de noviembre de 2010
BOERS
La dureza del terreno hizo que los bueyes tuvieran que parar de empujar la caravana. Quedaba todavía mucho paisaje árido y hostil. Habría que hacer el fuego y colocar los carros en círculo. Pasar la noche, cenar y descansar. Dos niños de los den Bergh ardían con fiebre debido a la malaria.
Pero al día siguiente había que seguir y seguir y seguir, con hambre, agotados, malhumorados; atacados a veces por los zulús, picados por los mosquitos infernales. Después de miles de kilómetros divisaron el valle de Transvaal.
Habían muerto muchos por el camino.
Pero los patriarcas de los Le Roux, Vorster, Coetzee, Smuts, Schoeman, Fourie, Visser, Van den Bergh, Van der Merwe, Barnard, Van Rensburg, De Villiers, Groenewald, Pretorius, van der Westhuizen, van Wyk, van Zyl, Marais, Swanepoel, Dreyer, Meyer, Botha, Malan, Nel, Oosthuizen, Venter, Vermaak .
Blignaut, de Klerk (Le Clercq), de Villiers, du Plessis, Du Preez (Des Pres), du Toit, Franck, Fouche, Fourie (Fourier), Giliomee (Guilliaume), Hugo, Jordaan (Jurdan), Joubert, Labuschagne (la Buscagne), le Roux, Lombard, Malan, Malherbe, Marais, Nel (Nell), Pienaar, Rossouw (Rousseau), Taljard (Taillard), TerBlanche, Theron, Viljoen (Villon) and Visagie (Visage)....
... seguían leyendo sus viejas biblias y orando al D—s vengativo y colérico, pero compasivo y misericordioso en sublimes momentos de cordura.
Blignaut, de Klerk (Le Clercq), de Villiers, du Plessis, Du Preez (Des Pres), du Toit, Franck, Fouche, Fourie (Fourier), Giliomee (Guilliaume), Hugo, Jordaan (Jurdan), Joubert, Labuschagne (la Buscagne), le Roux, Lombard, Malan, Malherbe, Marais, Nel (Nell), Pienaar, Rossouw (Rousseau), Taljard (Taillard), TerBlanche, Theron, Viljoen (Villon) and Visagie (Visage)....
... seguían leyendo sus viejas biblias y orando al D—s vengativo y colérico, pero compasivo y misericordioso en sublimes momentos de cordura.
sábado, 20 de noviembre de 2010
TRAIN TO LLWERTASDT
Once upon a time, when I was living in Mnsbgtarup
Near the Mnbxcsdtr railroad
I took a train to Llwertasdt.
It was the only train passing by after a thousand years
And I knew I couldn’t miss it
Once inside I sat in silence
Looking through the window into the cold tundra
The next station was a thousand miles from here
And that was a long, long time to go
But I didn’t mind
I didn’t care
I had all the time of my life to arrive in Llwertasdt
After a while I got up to check how many people were there
A man was praying aloud to his unholy god
A woman was embracing a half naked dwarf
A child was hollering at a demented priest
And the priest was cursing a mad dog.
But suddenly the child pointed at me
And everybody saw who I was
And they all gasped out of fear and terror
Because they knew I was lost.
It was my trip to Llwertasdt
My everlasting trip to the land of the beyond.
Nesalem
Near the Mnbxcsdtr railroad
I took a train to Llwertasdt.
It was the only train passing by after a thousand years
And I knew I couldn’t miss it
Once inside I sat in silence
Looking through the window into the cold tundra
The next station was a thousand miles from here
And that was a long, long time to go
But I didn’t mind
I didn’t care
I had all the time of my life to arrive in Llwertasdt
After a while I got up to check how many people were there
A man was praying aloud to his unholy god
A woman was embracing a half naked dwarf
A child was hollering at a demented priest
And the priest was cursing a mad dog.
But suddenly the child pointed at me
And everybody saw who I was
And they all gasped out of fear and terror
Because they knew I was lost.
It was my trip to Llwertasdt
My everlasting trip to the land of the beyond.
Nesalem
martes, 16 de noviembre de 2010
AQUEL EXTRAÑO VIAJE POR AMÉRICA (II)
Makltoter.- Y así empezó vuestra segunda etapa.
Mineklarop.- Bueno, una vez en Washington pudimos visitar el barrio donde habíamos vivido Rebeca y yo, y, donde había nacido Susana. Era en Alexandria, Virginia, y la calle recuerdo que se llamaba Auburn Street. Era un barrio integrado de blancos y negros, que también contaba con pequeña población latina. La calle Auburn la formaba una hilera de casas de apartamentos adosados por un lado; y, por el otro eran pequeños chalés ocupados por gente más bien mayor con sus jardines abiertos y castaños rojizos. Fueron los dos años que enseñé en Saint Mary’s Catholic School y en T.C.Williams Hig School. Habíamos llegado a Washington aquel mes de septiembre de 1986 como pudimos haber llegado a San Francisco. Había sido un viaje al azar con salida desde Houston, Texas, en un Toyota Corolla recién salido de la fábrica con un par de maletas y luego fueron las carreteras secundarias por diferentes estados, parando en pueblecitos de nombres acabados en –ville, cruzando ríos y montañas. Cuando llegamos a Washington decidimos visitar a Joel y Lin-Tao y al final nos decidimos quedar allí. Como ya casi empezaba el curso decidimos ir a una agencia privada de contratación para que nos colocara en alguna escuela e instituto. Y, efectivamente, nos contrataron en los sitios ya mencionados, pero durante tres meses tuvimos que entregar el sueldo de uno a aquella agencia. Fue el precio a pagar por establecernos de forma tan improvisada. Pero mejor seguir, ya podré extenderme más sobre el Washington que yo conocí en otro momento.
Makltoter.- Sí, sería buena idea y ya volveremos en algún momento a ello, pero sigue con tu segunda etapa.
Mineklarop.- Bueno, una vez vuelto a visitar Washington con sus museos, barrios y rincones; entonces salimos en dirección sur. Tomamos la autopista 81 y creo que paramos algo en Potomac Mills que es un gran centro comercial; luego pasamos la zona de Quantico o base más importante de los marines USA, para dirigirnos a la ciudad colonial de Williamsburg. Esta ciudad colonial es como un parque temático que imita en todo lo posible lo que había sido esta población a lo largo del siglo y XVII. Una vez hecha la visita nos fuimos en dirección Tennessee donde hicimos noche en un motel de un pueblo solitario que hablaba un dialecto local bastante pronunciado. Todo parecía ir rápido, pero en estos viajes así largos hay otro viaje de la conciencia que se va fijando en los paisajes, que se va recreando en los recuerdos o va reviviendo infancias paralelas que pudieron haber sucedido en esos pueblos o granjas que uno va viendo. El paisaje de Virginia es verde y está poblado de multitud de granjas. Cruzamos el estado entre los montes Apalaches y las montañas de Shenandoah, al llegar al estado de Tennessee las granjas se van distanciando y los bosques se hacen más espesos. Se ven colinas en la lejanía y mientras uno va tragando millas y millas. Comimos en un restaurante local donde la pedir “coffee” nos respondían con “¿keffa?”, o, en lugar de “water (warar)”, “werda”.
Makltoter.- Interesante. ¿Qué hicisteis al día siguiente?
Mineklarop.- Al día siguiente nos encaminamos al estado de Alabama. Primero desayunamos uno de esos desayunos americanos cargados de calorías, con salchichas, huevos fritos, y mash potataoes; todo ello cargado de café con varios refillings (llenados). Luego nos dirigimos a Knoxville para coger la 59 sur pasando por Chattanooga y luego una desviación montañosa hasta Huntsville ya en Alabama. En Hunstville teníamos unos amigos de Texas: el matrimonio Alvin y Belissa, él ingeniero de la NASA y ella profesora de antropología cultural en la Universidad de Alabama. Así que llegamos por la tarde a su mansión rodeada de árboles y un jardín que era parte de las mismas estribaciones de los Apalaches. Este matrimonio ya llevaban algún tiempo en Huntsville, pero habían estado también en Lexington, Mississippi; y, anteriormente en El Paso, Texas, cuando aun era posible pasar sin problemas a Ciudad Juárez; y, anteriormente, en Houston, Texas. Todo ello después de haber acabado sus carreras en la Universidad de Texas en Austin que fue donde les habíamos conocido. Curioso de este matrimonio es que eran declaradamente ateos, aun y a pesar, de haber nacido en el Bible Belt del sur donde ser ateo es exponerse a ser víctima de prejuicios o malas miradas. Ella en un pueblecito muy bautista llamado curiosamente Divine, y no muy lejos de San Antonio; y, él en Little Rock Arkansas. Aquí en Hunstville hicimos una parada de dos días.
Makltoter.- ¿Cómo es Huntsville, Alabama? ¿No fue en esa universidad donde una profesora pirada mató a no se cuantas personas?
Mineklarop.- Exactamente, pero no fue cuando estábamos allí; eso fue posterior. Hunstville es una ciudad de 160,000 habitantes con un precioso parque natural llamado Big Spring, y, que como el nombre indica se trata de corrientes subterráneas que emergen en la zona y, es allí, precisamente donde se fue formando la ciudad. Además de ser sede de una división de la universidad de Alabama, tiene también un centro importante de la NASA. Una ciudad americana como Huntsville es una ciudad tranquila, demasiado tranquila para el concepto español de ciudad. El centro de la ciudad posee el encanto de pueblo sureño mezclado con la modernidad y pujanza de una ciudad que trabaja e investiga. O sea, mirada a un pasado todavía cercano y los ojos puestos en la vanguardia del progreso y desarrollo económico. Pasear por el centro llega a resultar aburrido exceptuando el parque con su lago y senderos. Hay que tener en cuenta que el downtown de una ciudad americana era el centro comercial y de gobierno de la ciudad. La gente vive dispersa en zonas residenciales con sus casitas tipo chalet con jardines abiertos, garajes y árboles; profusión de árboles y naturaleza. Luego están los malls o centros comerciales y los centros industriales o de investigación. Este tipo de ciudad está pensada con mentalidad protestante de trabajo, de uso eficaz del tiempo, de espacios individuales para las familias o las personas, más que los hacinamientos colectivos de las ciudades europeas o de otras partes del mundo. Entonces pasear por una ciudad como Huntsville puede resultar aburrido o encantador si tu vida está encauzada en el trabajo y tu sueldo es bueno. Lo encantador de esta ciudad son también los pequeños restaurantes locales, los bares con atracciones country; la comodidad de la eficacia en la gestión de las cosas, la cortesía y amabilidad de sus gentes; la suavidad y la discreción con que suelen tratarse: nadie habla alto o a voces como en España.
Makltoter.- ¿Y la religión? ¿Es verdad que son tan religiosos?
Mineklarop.- Bueno, ya lo dije antes respecto a Alvin y Belissa. El sur por lo general es fuertemente protestante. Las iglesias más fuertes son las bautistas del sur, metodistas, iglesias de Cristo, y todo un sin fin de iglesias independientes de tipo fundamentalista principalmente. Este clima de militancia religiosa tiene cosas buenas y malas. Buenas, pues en que la gente es de una honestidad manifiesta a la hora de trabajar, tratar con ellos, etc. Te puedes fiar de la gente porque esa honestidad, laboriosidad, y respeto por la individualidad de cada uno es fuerte; pero luego está ese clima de ideas cerradas, antiintelectual y un tanto provinciano en sus prejuicios. Son gente muy conservadora en lo social y en la moral, que según quien lo mire puede ser bueno o malo. Yo creo que lo primero justifica lo segundo y es también de apreciar el enfoque pragmático con que encaran la vida.
Makltoter.- Podríamos hablar ahora de la tercera etapa de tu viaje.
Makltoter.- Ok.
jueves, 11 de noviembre de 2010
AQUEL EXTRAÑO VIAJE POR AMÉRICA (I)
Makloter.- Una vez hiciste un viaje por los Estados Unidos de casi 6,ooo kilómetros, pero nunca hablaste de tal viaje. Solo comentaste el viaje en sí, pero nunca supimos cómo fueron los detalles de ese viaje. ¿Qué pasó?
Mineklarop.- Sí, fue un viaje largo y extraño. Un viaje que me hizo pensar en la insignificancia de las cosas y en la seguridad absoluta de que hay un algo más allá del tiempo y espacio que a veces percibimos. Cuando cruzábamos desiertos y parajes solitarios con aquel Chevrolet Camaro me sentí muy raro: era como un fantasma perdido.
Makloter.- ¿Cómo empezó?
Mineklarop.- Empezó en el aeropuerto Dulles de Washington. Allí alquilamos el coche y a la salida nos esperaba. Li-Tao; una amiga nuestra del pasado que ahora nos iba a conducir a su casa. Habríamos de seguirla. Así que la seguimos y yo me tuve que acostumbrar al coche con rapidez para poder seguirla por las autopistas. Rebeca y Susana iban sentadas detrás. Li-Tao era de Hong Kong pero ya llevaba mucho tiempo en los Estados Unidos. Se había casado con Joel, ahora un ingeniero físico de Nebraska, que trabajaba para el Gobierno, pero que nunca podía hablar sobre lo que hacía porque era información clasificada. Tenían dos hijas. Li-Tao era bibliotecaria del condado de Williams County.
Makloter.- Curioso, ¿de qué los conocías?
Mineklarop.- Los conocía de Austin, Texas, cuando Rebeca y yo estudiábamos en la Universidad de Texas y vivíamos en Coledridge, unos apartamentos para estudiantes casados. Un día caluroso de verano yo salí con una pelota de tennis a jugar al frontón aprovechando la pared lateral del bloque de apartamentos. Pensaba que la no haber nadie en el piso de arriba pues podría aporrear la pelota contra la pared sin problemas. Así que pum, pam, pum, por media hora o algo más. Luego me metí en casa y me tumbé en el sofá. Pero al cabo de un tiempo alguien llamó a la puerta. Pum, pum, y al abrir era Joel a quien no conocía de nada que me avisaba que él era el nuevo vecino y que aquellos golpes de pelota contra la pared les molestaba bastante. Yo, un tanto colorado, le pedí perdón y les di la bienvenida. Más tarde conocimos a Li-Tao. Eran una pareja curiosa. Él era hijo de granjeros de un rancho solitario de las llanuras de Nebraska y era alto y rubio de constitución fuerte y apetito voraz. Su familia era de origen escandinavo por parte de padre y madre. Ella era pequeña de estatura, regordeta y china. Repito, eran una pareja muy curiosa y chocante. Con el tiempo las dos parejas nos hicimos buenos amigos.
Makloter.- Y decías que ahora seguías a Li-Tao….
Mineklarop.- Sí, la seguimos por un tiempo por autopistas y avenidas y calles hasta llegar a un complejo de chales adosados tipo town houses muy cerca de un lago precioso. Nos instalamos en su casa y allí habríamos de estar un par de días o algo más, no recuerdo. Lo que si recuerdo era que aquella misma noche esperaban la visita de amigos y gente invitada y habrían de celebrar un pic-nic. Estupendo. Todos a comer en un pic-nic. Hacia las ocho de la tarde fueron llegando parejas chinas que hablaban chino entre ellas e inglés cuando decían algo general que nos incluyera a todos. Eran gente muy delicada y educada. Todos traían algún plato para contribuir al pic-nic y eran recetas de comida china. Al cabo de un tiempo llegó alguien especial que todos apreciaban. Era el padre Ambrose.
El padre Ambrose era un sacerdote católico chino que había adoptado ese nombre de origen latino. Ambrose abrazó a todo el mundo repartiendo sonrisas y frases amables y bondadosas. Recordé entonces que Li-Tao era una china católica fuertemente militante de su iglesia y que un día años atrás cuando ambos matrimonios coincidimos en Washington ella nos dijo apuntando a un mapa de China que la ambición de la misión católica china era convertir a un porcentaje importante del país. Un grande porcentaje. De aquella Joel se declaraba agnóstico y recurría a la ciencia para desprestigiar la religión aunque su familia había sido luterana y él se había criado como tal, sin embargo él pasaba de toda religión y tomaba a su mujer un poco en broma, algo así como quien es condescendiente con las gracias de un niño sabelotodo. Joel y yo solíamos bajar al sótano de la casa habilitado como sala de estar con buenos baffles de música y allí escuchábamos blues bebiendo cerveza y hablando del mundo. Rebeca y Li-Tao se quedaban arriba hablando de sus cosas: trabajo, ropa, precio de las cosas, etc.
Todo eso había cambiado en unos años. Ya antes de la llegada de los chinos al pic-nic Joel nos había contado su conversión al catolicismo. Había ocurrido durante un viaje de vacaciones a Florida. Entonces por sugerencia de su mujer fueron a ver un rostro de la Virgen que se aparecía en la fachada acristalada del edificio de un banco. Joel pudo ver aquella imagen y sufrió una conversión instantánea, de esas que obligan a uno a ponerse de rodillas y pedir perdón infinito por todas las miserias del mundo y las propias. Luego sacó unas fotos que probaban aquella visión y Rebeca y yo intentamos descifrar el rostro como de la Virgen que pudiera ser la Virgen, pero que también podría haber sido otra cosa, pero en ese momento concluimos al unísono que efectivamente era la Virgen María. Joel a partir de aquel momento se hizo un católico devoto. Algo tuvo que ver también su estado depresivo al perder el contrato de trabajo tan importante que había tenido con el Gobierno y que lo dejó por un tiempo literalmente en el paro y en una situación muy incierta ante su futuro. Gracias a la Virgen todo se solucionó de manera satisfactoria y ahora los dos tenían buenos trabajos y un par de niñas sanas y robustas.
Makloter.- Ese pic-nic de chinos católicos me intriga…
Mineklarop.- Eran católicos con fuerte inclinación misionera y muy dedicados a su iglesia. nada que ver con los católicos que uno ve en España. Antes de participar en el pic-nic el padre Ambrose se puso ropas de misa y allí celebramos todos el culto católico en el jardín trasero del chale. El sermón era parte en chino y parte en inglés y todo estaba enfocado en la sagrada misión de convertir a los chinos al catolicismo. Luego comimos las salchichas y las costillas regadas de buena cerveza. Era ya de noche.
Makltoter.- Y esta fue vuestra primera etapa de ese viaje.
Mineklarop.- Sí, nos quedaban miles de kilómetros en el horizonte. Habríamos de llegar a California y dar la vuelta. Yo estaba delirante de placer. De nuevo el nomadismo, de nuevo la carretera, los pueblos, los sitios extraños.
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sábado, 6 de noviembre de 2010
MI VIDA Y AVENTURAS CON LA AMERICAN ROACH
Dicen que las cucarachas americanas se están habituando al clima europeo cada vez más templado. Yo, humildemente; y, sabiendo que antes irán a la Wikipedia a buscar el epígrafe sobre tal insecto, les contaré mis aventuras con la American Cockroach o Roach.
Yo conocía las cucarachas españolas que eran grandes y de color negro. Además las cucarachas españolas eran más bien torpes en comparación con la nueva cucaracha que iba a conocer pronto en América. Fue en Austin, en los apartamentos para estudiantes casados de Colorado (Colorado Married Student Housing) que estaban situados a pocos metros de la orilla asilvestrada del Río Colorado (no el del Cañón). Al primer o segundo día de vivir allí, un día oigo: “Ahhggg! ¡¡Roaches!!”. Era Robbie que estaba en la cocina golpeando con un trapo las encimeras y al parecer el objetivo de la ira eran las cucarachas. Pero, mientras que en España, el grito hubiese sido más: Ahhg! ¡Una cucaracha¡”, en Texas era en plural, algo que me llamó la atención desde el primer momento. Fui a la cocina al instante y no pude ver nada. Las muy zorras habían escapado como por arte de magia. Más adelante tuve la ocasión de conocer más este insecto nocturno y me resultó desde el principio un animal que además de inteligente es el que mejor sabe torear a los humanos.
Una noche me levanté a beber algo y fui a la cocina. Cuando encendí la luz, vi a dos o tres “roaches” (corrupción del español cucaracha: ‘cocoroaches’, luego “cockroaches” por necesidad ortográfica inglesa), que estaban mordisqueando una miga de pan o tarta que había quedado en una encimera. No se escabulleron en el momento, sino que se quedaron mirando para mí moviendo las antenas con rapidez y, preguntándose quizás, quién era este tipo que todavía no había atacado. Yo también me quedé mirándolas y pude observar que eran unos bichos color marrón de tamaño bastante más pequeño que la cucaracha española y curiosamente menos repulsivos. Estos bichos marrones parecían más bien insectos semivoladores que en algún momento habían abandonado el campo y se habían pasado a la depredación de los humanos por considerarla más ventajosa y más divertida quizás. Después de un tiempo en que ya nos habíamos tanteado y cuando traté de arrimar el hocico para decirles “hola”, de repente, como si de rayos de luz se trataran, desaparecieron. Me llamó la atención aquella velocidad de dispersión pero tenía el presentimiento de que no se habían ido del todo y de que me estaban observando desde cualquier rendija para, una vez ido, volver a la faena del mordisqueo.
Al contrario de la cucaracha española que parece por lo general en casas viejas o deterioradas, con decrépitas instalaciones de tuberías o muchos resquicios; la roach americana invade con increíble eficacia cualquier tipo de casa o apartamento, sea nuevo a viejo. Es curiosa la habilidad que tiene para descubrir los pasadizos más secretos o los descuidos de abrir y cerrar puertas, que tiene este animal. Una vez infectada una vivienda, la guerra contra ellas se va a convertir en multitud de batallas que al final suelen ganar, o si no ganan; logran pactar una especie de tregua con los dueños. Algo así como: “Bueno, a cambio de no darles la lata mucho, si nos dejan comer algo por la noche y no nos persiguen, podremos limitarnos a salir solo en la cocina y en pequeños grupos alternativos. Cuando se encienda la luz desaparecemos y aquí no ha pasado nada. ¿OK?” Y así uno aprende a vivir con las roaches sin obsesionarse demasiado y las desinfecciones de cualquier empresa dedicada a esto, disminuyen con el tiempo. Una desinfección profesional puede aliviar el problema por un par de semanas, pero nunca definitivamente. Lo definitivo implicaría instalaciones aislantes muy sofisticadas y no siempre es garantía de pureza.
Cuando trabajaba en la cocina del Dobbie Mall, que era un comedor universitario en el campus de la Universidad de Texas; al final del día y después de limpiar todas las encimeras, mecheros de gas, los fregaderos, los hornos, etc., era cuando empezaban a salir las condenadas. Primero se las veía mover sus antenas detrás de algún parapeto o rendija: estaban al acecho allí esperando a nuestra ida o descuido. Y ya incluso estando presentes los pinches o ayudantes ultimando cualquier cosa, salían ellas como si fueran propietarias de aquel territorio por derecho. Siempre encontraban algo que mordisquear o lamer: grasa, partículas de cualquier cosa imposible de limpiar o erradicar. Al principio me llamaba la atención que el mismo personal de cocina ya ni les hacía caso, una vez acabado el trabajo. Más tarde trabajé también part-time en unos grandes almacenes en la plantilla de mantenimiento y limpieza y cuando no había nada que hacer entraba en el almacén a colocar cosas o a leer algo y allí estaban las condenadas mirándome y circulando con desafío por encima de frascos, latas y calderos. Una vez cogí un potente spray con agua y les declaré la guerra con rabia. Fue una guerra simpática: ellas reculaban cuando las chorreaba, se escondían pero al momento salían por otro sitio siempre moviendo sus antenas con gracia y yo vuelta a chorrearlas, pero ya todo como si fuera un juego divertido donde ellas se lo pasaban en grande. Imposible. Acabé pasando de ellas.
Pero no. No era fácil. Son bichos que necesitan al humano como espejo de su existencia. No pueden pasar sin exponerse al peligro de la furia o desesperación humanas viendo su batalla perdida contra ellas. También les gusta ver al humano rendido ante la evidencia de su derrota y posterior pacto de convivencia. La abuela puede estar leyendo su biblia en la cocina aceptando la dulce compañía de unos bichitos que la observan mientras comen o lamen los minúsculos restos de comida. Las hembras llevan su depósito de huevos como una prolongación de su abdomen y echan ootecas considerables. Yo creo que todo el mundo en Texas (no sé de otros sitios pues Texas por su clima es el sitio ideal para ellas), se ha acomodado de alguna manera con este bicho. Es ya parte del inconsciente colectivo del estado y, hasta me atrevería a decir, que mucha gente ya no podría pasar sin ellas.
Recuerdo el caso más extremo de tolerancia hacia estas roaches. Era una pareja amigos de la universidad que vivía cerca de nosotros, en los Gateway Apartments, en la West 5th. Pero eran una pareja con una conciencia ecologista de tipo místico-religioso que iba además acompañado de una escrupulosa dieta micro orgánica o rayos por el estilo y un feminismo de militancia radical, de tal manera que ella cuando dejaba ver sus pantorrillas al alzar el sari indio que normalmente usaba, dejaba ver unas peludas pantorrillas que nunca afeitaba por ser un acto de conformismo opresivo y machista. La primera vez que nos invitaron a su casa fue curioso ver miles y miles de roaches pululando por aquella cocina y mesa de comedor en plena libertad de circulación y sin tener conciencia de peligro alguno ante la presencia humana. Al mostrar nuestra sorpresa ante tal situación ellos nos respondieron que respetaban la libertad de las cucarachas como un derecho a la vida y que habían aprendido a vivir con ellas sin problema. Efectivamente, allí estaban contemplándonos con cierta sorpresa, como diciendo: “Y estos ¿quiénes son? ¿No nos los van a presentar?”
Podría hablar más de estos bichos, pero dicen que ahora con el cambio climático ya se están empezando a habituar a Europa, así que pronto tendremos que conocer nuevos inquilinos-inmigrantes americanos que nos van a enseñar a cómo llegar a un pacto de caballeros para la mutua convivencia de los humanos con los insectos.
domingo, 31 de octubre de 2010
DUERME, MALDITO, DUERME (SI PUEDES)
Como era una de esas noches en que no cogía el sueño abrumado por los problemas de la enseñanza, pues me sentaba en una butaca y trataba de relajarme de la mejor posible, o sea, tratando de trascender esas tensiones situándome en un universo lejano, en galaxias donde las miserias, las mezquindades y la crueldad insidiosa humana se trastocaran en atmósferas de nobleza, transparencia y respeto a la dignidad de las almas. A veces meditaba sobre Dios y sus designios para esta Tierra tan desbaratada y tramposa. Y entre meditación y reflexión lograba relajarme y centrarme para al día siguiente volver pelear contra la insolencia, la ignorancia y atrevimiento adolescente, sin más protección que un cinismo institucional que prefería mirar para otro sitio y dejar que los profes nos pudriéramos en círculos viciosos de neurosis, insomnios y depresiones. ¡Cabrones!
Esa noche parecía que después de viajar por alguna galaxia lejana y bondadosa, lograba coger el sueño y a punto estaba de retornar a la cama con mi mujer, mientras mi hija dormía ajena a todo este absurdo sufrimiento profesional; cuando empecé a oír un fuerte ruido que provenía de fuera de casa. Era un ruido como si algo estuviera reventando en algún sitio y se desinflara sin válvula alguna que lo contuviera. Eran las tres de la mañana y yo debía ser el único ser humano capaz de escuchar aquello que no acertaba a interpretar de ningún modo, pero que me estaba causando cierto nerviosismo. “¡Cago'n la leche!” dije yo para mí. “No hay maldita compasión para este triste humano que ha de levantarse a las siete sin apenas haber dormido y ya veremos cómo duermo si este ruido no se apacigua.” Entonces abrí la puerta y el ruido parecía como de una cascada desbocada que parecía provenir de muchos sitios al mismo tiempo: de arriba del sexto piso o el ático, o quizás del garaje, o quién la madre que lo parió sabía de dónde güevos salía aquel horror alucinante y a aquellas horas. ¡Cago'n la puta mil veces!
Salí al rellano con la bata cubriendo mi holgado esquijama y me paré a explorar el origen de aquella tromba de agua o gas o aire o lo que fuere. Porque fuere lo que fuere parecía que iba a explotar de un momento a otro y yo sería el único responsable de permitir que tal catástrofe aconteciera. Todo el mundo dormía y parecía dormir ajeno a tal demonio suelto en el portal. Abrí entonces la puerta que daba a las escaleras y el ruido aumentó tres veces más. Yo temblaba de miedo y terror. “¡Maldita sea!, esto es serio, jodidamente serio y tengo que hacer algo”. En ese momento me di cuenta que el ascensor subía y bajaba sin control; paraba en un sitio pero luego seguía bien para arriba y para abajo totalmente enloquecido. Y, en un momento dado, se paró en mi rellano del tercer piso y al abrirse la puerta salió una tromba de agua que me dejó las zapatillas y los pies pingando. El rellano quedaba inundado y yo ahora era un puto manojo de nervios maldiciendo el universo en arameo. ¿Qué demonios era aquello? ¿¡Qué estaba pasando!?
Entonces tomé la decisión de despertar al jefe de portal, pero no sabía quién era. Quizás sería mejor llamar al vecino de arriba para empezar. Así que subí al cuarto y toqué el timbre una y otra vez pero nadie respondía y yo bajaba de nuevo a mi rellano sin saber qué hacer. ¿Cómo era posible que fuese yo el único en escuchar aquel ruido? ¿Por qué no se levantaba nadie? Volví a subir y llamar y al cabo de un rato apareció el vecino todo confuso y legañoso. “¿Qué pasa?” dijo con voz una adormecida voz grave. Y al momento, “¿qué cojones es ese ese ruido?” Yo entonces le expliqué lo que había visto y entonces me dijo que esperara un poco. Volvió al momento algo más alarmado, su mujer asomaba por la puerta en camisón y todos juntos con los nervios en punta bajamos las escaleras a ver lo que era, pues el ruido más bien parecía provenir de abajo. Cuando llegamos al los escalones que daban al portal vimos que estaba todo inundado y una tromba de agua salía por el armario de los registros y contadores de agua. Era evidente que había reventado una tubería por algún sitio y aquello se había convertido en una laguna. Pronto varios vecinos aparecieron y mi mujer bajaba también alarmada. Decidimos acercarnos más y cuando bajaba los escalones resbalé de tal manera que fui bajando escalones rodando como una pelota y cayendo de lleno en la encharcada. ¡Maldita sea! Un vecino me ayudó a ponerme en pie y ahora estaba empapado hasta el esqueleto. “Habría que llamar a los bomberos”, comentaban algunos. “Sí, hay que llamar a los bomberos”, asentían todos.
Y así fue como aquel portal se reunía en camisones y pijamas a las tres y media de la mañana con aquel estrépito, mientras yo me decidía a volver a la cama con una chupa impresionante, con una muñeca recalcada que me empezaba a doler; y, sobretodo con unas ganas de poder dormir algo para empezar la maldita jornada de enseñanza levantándome a las siete para luego coger la autopista y hacer el humillante papelón de profesor.
LA NOCHE DEL TERREMOTO
Fue hace 15 años. Tenía un catarro que me hacía moquear. Pero los catarros también trastocan de alguna manera la normal manera de ver las cosas. Te hacen necesitar más de la familia, te hace más nostálgico; más hogareño con tu tacita de café caliente y algún cuidado especial por parte de los tuyos. Aquel día Roxana, que entonces tendría unos 7 años, pues también andaba algo resfriada y entonces decidió dormir con su madre en lugar de hacerlo en su habitación. Yo, entonces, estaba claro que dormiría en su habitación aquella noche. Pero antes de ir a la cama había una película que quería ver y que echaban en algún canal de televisión. La película creo recordar que se titulaba “El Ente” y era sobre una aparición o posesión demoníaca que acontecía en una casa o persona. Era una buena película del género que impresionaba un poco, incluso en personas un tanto escépticas con este asunto de Satán y sus apariciones. La verdad era que tanto las apariciones o posesiones de Satán o la de los muertos a través de mediums que dicen cosas, parecen decir y hacer las mismas estupideces que decimos o deseamos muchos humanos y “no mola”, como diría un chaval del siglo XXI. Así que después de vista la película, pues fui al catre de Roxana. Este catre llevaba adosados en forma de dos tableros anchos que luego formaban un puente-estantería para colocar libros. Me parece que también había una chapa cumen que cubría el lateral del lado de la pared. Ello era que todo aquel armatoste andaba un poco desvencijado y necesitaba de un curioso que le diera unos martillazos bien dados y con pulso, además, quizás; de unos clavos o cola que pegara el asunto de una forma decente y digna de un honrado hogar como aquel. Pero el responsable de aquello, o sea, yo; estaba con la cabeza hecha grillos con el maldito trabajo de profesor de instituto que nunca me dejaba un resquicio de paz y tranquilidad y, entonces, ponerme a reparar algo se me ponía cuesta arriba, tan cuesta arriba que no lo hacía.
Me eché en el catre y me dormí con ese molesto medio dormir a que te somete un catarro que crees que duermes pero lo que haces es instalarte en un umbral de acuosas ensoñaciones irritables y el descanso pasa a ser una tortura más en la colección de sufrimientos que la vida te ofrece. Así que cuando ya el sueño parecía instalarse definitivamente aquella noche, de repente, hacia las dos de la mañana; la cama empezó a moverse de atrás hacia delante y viceversa de un modo demencial. Parecía que el catre se desquiciaba sin remedio y no por deliberado y perezoso abandono, ya que aquellos movimientos— juro por los dioses— no eran de este mundo, sino salvajemente demoníacos, algo así como si una bestia rabiada me quisiera demostrar la existencia del mal en su pureza, un experiencia que me perforara hasta la médula ósea y entonces no habría más dudas sobre mi deteriorada fe en el más allá.
—¡Joder! ¡El demonio existe! —, murmuré para mí sudando en frío sin atreverme a levantarme allí acojonado entre las sábanas.
—¡Joder! ¡Joder! qué fuerte es esto.
De nuevo otro meneo escalofriante y la estantería de libros parecía venirse abajo y yo esta vez me dije: “Sea lo que sea, me voy a enfrentar a ello, ¡¡mecago’n su puta madre!!, no hay derecho a tocar los güevos de esta forma, sea el demonio o su reputísima madre.” Entonces encendí la luz y me senté sobre la cama sudando y temblando. Pero hete aquí que me fijo en la lámpara y la veo oscilando. “Date”, dije yo “esto ha sido un terremoto o algo parecido”. Fui entonces a la otra habitación y la madre y la hija dormían sin haberse enterado de nada. Pero a la vuelta a la habitación abrí la ventana para mirar afuera y vi que había gente en la calle y en pijama. Quedaba entonces confirmado el terremoto. Vaya putada. Un terremoto en Asturias es muy raro, pero había ocurrido precisamente esa noche de película satánica y catarro indeseable que te predispone al alucine. Cerré la ventana y después de un rato en vela creo que me dormí.
Al día siguiente todo eran comentarios y anécdotas sobre el terremoto: en el trabajo, entre los alumnos, en la calle, etc.. La normalidad se había descompuesto por unos minutos nocturnos y ahora la gente contaba verdaderas aventuras que la normalidad de una noche prosaica jamás hubiese permitido.
Pero siempre me quedó una duda estimado y querido lector y lectora. Pongamos un poco de imaginación a lo que voy a decir.
Al mes de ocurrir esto Roxana dio la vuelta al colchón para buscar algo que se le había perdido y entonces me llamó algo nerviosa:
—Papá, papá, ¿Por qué está el colchón así tan desgarrado? Es horrible, ¡¡vaya destrozo!!
Efectivamente la vuelta de el colchón estaba desgarrada como si un animal salvaje de poderosas pezuñas nauseabundas se hubiera regocijado destruyendo aquel humilde colchón de catre infantil con sufrido profesor de secundaria dentro para hundirle más en la miseria moral a que lo sometía su triste profesión.
miércoles, 27 de octubre de 2010
ASÍ ES EL MUNDO Y LA VIDA
Me he puesto al ordenador. Acabo de hacer un café nescafé con leche y una cucharada de miel. Pero antes había subido por el ascensor con un vecino que lleva ya tiempo en el paro y que subía con sus dos hijos pequeños. Decía que había trabajado algo en condiciones de máxima explotación ya que cuando el paro está así tan alto pues los patronos explotan y yo lo creo. Pero el trabajo se acabó y ahora volvió al paro. Yo le dije que me había jubilado y que también estaba en el paro pero de otra manera más segura. Antes de subir al ascensor me fijaba en la gente que me rodeaba y me aburría ver esa gente que puebla el planeta como yo y si pones la oreja pues oyes que están preocupados con algún problema de familia, alguna enfermedad, alguna cosa. También hablan de cosas intrascendentes como el tiempo, dónde fulano estuvo el otro día; alguien se puede quejar del gobierno y todo muy sencillo, muy prosaico. Nadie habla del espíritu que se le apareció en una cueva cuando venía de alguna batalla. Nadie viene de conquistar algún mundo por ahí por algún continente desconocido. No hay ningún profeta profetizando sobre el futuro en la plaza. Ni tampoco ningún poeta recitando poesía en voz alta. Todo es muy prosaico. Todo en orden. Ni siquiera un borracho dando tumbos y cantando. Nada.
Antes venía caminado por una calle y el cielo se cubría de gris. Nubes grises. Grisáceas. Había estado en la biblioteca pública pero no había sacado ningún libro. Pensaba que me había llegado el momento de ser yo y no otros. Seguiría leyendo y leyendo pues lo prosaico del mundo se disuelve con una buena lectura. Miraba al cielo y no se veía ninguna señal del más allá. Y bajando por el ascensor de la biblioteca no oí ninguna voz rara o ruido extraño que conectara con algún submundo bajo el edificio. Nada. Cotidianeidad. Todo en su sitio. Mejor así. Si algo empieza a romper esta cotidianeidad entonces es posible que se genere caos y brutalidad. No hace poco alguien me mandó un vídeo donde el ejército pakistaní machacaba a palos y latigazos a unos prisioneros sospechosos de ser talibanes. Los machacaban sin piedad en el patio del cuartel y se reían y lo pasaban de puta madre trasformando aquellas personas en guiñapos sanguinolentos y las espaldas amoratadas. Quedaban en el suelo sin fuerzas y vapuleados hasta casi quedar inconscientes. ¡Qué mundo de mierda! Y pensar que los cuerpos allí destrozados a palos estarían también pensando en cómo cortar pescuezos y torturar a alguien. Esta violencia me deja trastornado durante todo el día. Si los días no son así de aburridos y grises corremos el riesgo de que sean de esa manera. Cuando se genera caos salen los horrores.
Cuando tenía 15 años también era así. Recordaba cuando ya venía para casa cómo los días a los 15 años eran también así: grises, monótonos; la gente hablaba de lo mismo. Y las ilusiones eran más o menos parecidas a las que tengo ahora, solo que con 15 años tenía miedo del futuro. Veía el futuro muy complicado.
Así es el mundo y la vida.
Antes venía caminado por una calle y el cielo se cubría de gris. Nubes grises. Grisáceas. Había estado en la biblioteca pública pero no había sacado ningún libro. Pensaba que me había llegado el momento de ser yo y no otros. Seguiría leyendo y leyendo pues lo prosaico del mundo se disuelve con una buena lectura. Miraba al cielo y no se veía ninguna señal del más allá. Y bajando por el ascensor de la biblioteca no oí ninguna voz rara o ruido extraño que conectara con algún submundo bajo el edificio. Nada. Cotidianeidad. Todo en su sitio. Mejor así. Si algo empieza a romper esta cotidianeidad entonces es posible que se genere caos y brutalidad. No hace poco alguien me mandó un vídeo donde el ejército pakistaní machacaba a palos y latigazos a unos prisioneros sospechosos de ser talibanes. Los machacaban sin piedad en el patio del cuartel y se reían y lo pasaban de puta madre trasformando aquellas personas en guiñapos sanguinolentos y las espaldas amoratadas. Quedaban en el suelo sin fuerzas y vapuleados hasta casi quedar inconscientes. ¡Qué mundo de mierda! Y pensar que los cuerpos allí destrozados a palos estarían también pensando en cómo cortar pescuezos y torturar a alguien. Esta violencia me deja trastornado durante todo el día. Si los días no son así de aburridos y grises corremos el riesgo de que sean de esa manera. Cuando se genera caos salen los horrores.
Cuando tenía 15 años también era así. Recordaba cuando ya venía para casa cómo los días a los 15 años eran también así: grises, monótonos; la gente hablaba de lo mismo. Y las ilusiones eran más o menos parecidas a las que tengo ahora, solo que con 15 años tenía miedo del futuro. Veía el futuro muy complicado.
Así es el mundo y la vida.
viernes, 15 de octubre de 2010
XIXÓN UNDER FIRE
General Bhortyuop.- Así que esa es la ciudad de Xixón…
Lugarteniente Bvxzct.- Sí, mi general.
General Bhortyuop.- Colocad entonces los cañones y dad órdenes a la aviación para que bombardee a discreción y sin piedad.
Lugarteniente Bvxzct.- Sí, mi general. Es pan comido.
General Bhortyuop.- Decidle al almirante Vgfda-kop que coloque sus destructores en orden de fuego a discreción.
Lugarteniente Bvxzct.-Sí, señor. Al momento.
General Bhortyuop.- No quiero prisioneros. Oídme: no quiero prisioneros.
Lugarteniente Bvxzct.- No los habrá, mi general.
General Bhortyuop.- Con la conquista de esta ciudad finalizamos la conquista de este horrible país.
Lugarteniente Bvxzct.- Sí, mi general. Pero hay un problema.
General Bhortyuop.- ¿Qué problema?
Lugarteniente Bvxzct.- Los resistentes y defensores de la ciudad están poniendo mucha oposición. Va a ser muy difícil destruirlos.
General Bhortyuop.- ¡Maldito Bvxzct! Te ordeno que arrases esa maldita ciudad.
Lugarteniente Bvxzct.- Mi señor, las brigadas de La Calzada han respondido al fuego y nos han destruido 40 cañones de láser XCSDRW.
General Bhortyuop.- Es verdad. ¡Qué mierda! Me hubiera gustado arrasar esa ciudad al momento y acumular 5,000 puntos más.
Lugarteniente Bvxzct.- Te olvidas que tus contrincantes xixoneses saben también jugar y defenderse. De hecho no es nada fácil. Tendremos que seguir el juego otro día.
General Bhortyuop.- Sí, vamos a parar. Diles a los xixoneses que les esperamos en la cervecería. Seguiremos el juego otro día.
Lugarteniente Bvxzct.- Está lloviendo. ¿Has traído un paraguas?
General Bhortyuop.- No. Tendremos que coger una buena chupa.
Lugarteniente Bvxzct.- Sí, mi general.
General Bhortyuop.- Colocad entonces los cañones y dad órdenes a la aviación para que bombardee a discreción y sin piedad.
Lugarteniente Bvxzct.- Sí, mi general. Es pan comido.
General Bhortyuop.- Decidle al almirante Vgfda-kop que coloque sus destructores en orden de fuego a discreción.
Lugarteniente Bvxzct.-Sí, señor. Al momento.
General Bhortyuop.- No quiero prisioneros. Oídme: no quiero prisioneros.
Lugarteniente Bvxzct.- No los habrá, mi general.
General Bhortyuop.- Con la conquista de esta ciudad finalizamos la conquista de este horrible país.
Lugarteniente Bvxzct.- Sí, mi general. Pero hay un problema.
General Bhortyuop.- ¿Qué problema?
Lugarteniente Bvxzct.- Los resistentes y defensores de la ciudad están poniendo mucha oposición. Va a ser muy difícil destruirlos.
General Bhortyuop.- ¡Maldito Bvxzct! Te ordeno que arrases esa maldita ciudad.
Lugarteniente Bvxzct.- Mi señor, las brigadas de La Calzada han respondido al fuego y nos han destruido 40 cañones de láser XCSDRW.
General Bhortyuop.- Es verdad. ¡Qué mierda! Me hubiera gustado arrasar esa ciudad al momento y acumular 5,000 puntos más.
Lugarteniente Bvxzct.- Te olvidas que tus contrincantes xixoneses saben también jugar y defenderse. De hecho no es nada fácil. Tendremos que seguir el juego otro día.
General Bhortyuop.- Sí, vamos a parar. Diles a los xixoneses que les esperamos en la cervecería. Seguiremos el juego otro día.
Lugarteniente Bvxzct.- Está lloviendo. ¿Has traído un paraguas?
General Bhortyuop.- No. Tendremos que coger una buena chupa.
jueves, 14 de octubre de 2010
LA CLASE DE LOS SUEÑOS
En el Abmarramklp College de la ciudad de Mergbhjasw asistía a clases de psicología con la doctora Ishtar Nolopt. La clase estaba en un sótano oscuro al que bajábamos por unas escaleras de caracol. En total éramos unos 15 alumnos muy motivados y que esperábamos mucho de nuestra profesora. Así que llegábamos a la clase y la absorción era total día tras día. En aquella clase nos habíamos propuesto junto la doctora descubrir si entre los seres espirituales y los materiales había algún tipo de nexo o de conexión o de continuidad. O, de lo contrario, no existía tal continuidad y entonces había una barrera absoluta e infranqueable entre los dos reinos o dimensiones, por así decirlo. Pero eso había que demostrarlo y nosotros, la clase, nos habíamos empeñado en llegar a una solución a tal dilema. Así que mientras en el Abmarramklp College la mayoría de los alumnos se preparaban para luchar en un mundo de dura competición aprendiendo las técnicas más realistas y objetivas del momento con la tecnología más avanzada, nosotros nos sumergíamos en el submundo de la especulación metafísica en aulas semiabandonadas y sin más presupuesto que el que nosotros mismos apostábamos o algún que otro alma desajustada nos donaba a su muerte para seguir elucubrando en el más allá de las cosas supuestamente evidentes.
Cuando la clase comenzaba lo primero que hacíamos era relatar a la clase el sueño que habíamos tenido la noche anterior. Los grabábamos y luego volvíamos a escucharlos. Se trataba de ir analizando los símbolos para obtener un significado relevante hasta donde fuere posible. Yo había soñado esa noche que una siniestra sombra me seguía por las calles de la ciudad. Al parar en una esquina para ver quién era me di cuenta que su rostro era frío e impertérrito además de mostrar signos evidentes de ser un demencial hijo de puta. Su mirada no era descifrable bajo parámetros humanos. Su malignidad sobrepasaba la más degradante y sádica crueldad humana: era el mal en su pureza metafísica, pero de significado indescifrable. Todos querían que repitiera de nuevo mis descripciones y algunos trataban de dibujar el rostro. Otros intentaban traducirlo en notas musicales siniestras. Namerty se esforzaba en profundizar en las palabras con el objeto de poder llegar a algún arquetipo místico que ya hubiere quedado registrado en la historia de lo mistérico. Pero quien mejor lograba expresar aquel sentir sublimemente maligno, la esencia pura del mal, era Lebhundha Bghtaw. Aquella muchacha, quizás la más joven del grupo se puso a bailar bajo el son de una música que nadie era capaz de escuchar, pero que a través de aquellas siniestras ondulaciones y torsiones que a veces producían el efecto de una absorbente levitación, lograba hipnotizarnos y transportarnos hacia un paisaje de tundra glaciar poblado de sombras y rostros de miradas demoníacas sometidos a una angustia infinita. La muchacha entonces dio un grito perfectamente siniestro que nos dejó a todos aterrados. Luego, dirigiéndose a mí, me abrazó con los ojos todavía cerrados hasta que de repente los abrió; y, como si hubiese despertado de un sueño profundo, se acabó sentando en su pupitre meditabunda y agotada. La doctora no paraba de tomar notas. Y luego fue el turno de Mklsdf Namork.
Mklsdf había soñado en parajes de ensoñación con gente noble y buena que le invitaban a jugar y a sentirse a gusto consigo mismo. Para llegar allí había tenido que volar elevándose a voluntad y sobrepasando nubes y alturas de montañas que luego le abrían nuevos horizontes de sosiego, tranquilidad, y belleza. Era curioso que ninguno de nosotros se acordara para nada de su vida normal o real una vez metido en el sueño. Era como si el sueño tuviera su propia vida y entonces aparecía como una continuación de algo en lo que ya estábamos de alguna manera involucrados. Así íbamos descubriendo que nuestra psique habitaba mundos diferentes a los cuales volvíamos y continuábamos viviendo la parte que en ese momento nos correspondía: fuesen horrores o alegrías. Mklsdf fue describiendo su encuentro con Nuloptr y Asertion quienes lo animaban que se casara con Shahar y fundara su propia tribu más allá de las montañas de Klotyrmom. Pero al momento sufría interferencias que le hacían variara de sueño y entonces estaba vagando por su propia ciudad pero completamente desfamiliarizada y así los paisajes urbanos adquirían otras formas a veces asociadas a otros sueños acontecidos en su infancia y donde había un paseo marítimo que ahora aparecía un forma de terrible terraplén hacia el mar acompañado de una sensación de peligro. La doctora Ishtar Nolopt no paraba de tomar notas. Todos nosotros intentábamos llegar a alguna conclusión o teoría explicativa de los misterios oníricos, pero ya hacía tiempo que habíamos descartado a Freud y a Jung y por lo tanto queríamos distanciarnos de cualquier modelo racionalista basado en la misma conciencia humana para buscar el salto o el abismo que hacía posible la conexión con otras realidades, con otras formas de conciencia teniendo como núcleo indestructible el yo o ánima propio. El universo aunque era un misterio creíamos que por algún sitio debía de mostrarnos un resquicio, una puerta de entrada hacia otras dimensiones también existentes.
La doctora quiso intervenir antes de que la clase acabara. Entonces con suavidad, con cierta dulzura y seguridad en sí misma, se dirigió a mí y me dijo que aquel demonio que se me aparecía, y todo su mundo, era tan real como el mundo del sueño de Mklsdf. Estábamos explorando las diferentes dimensiones de Dios y esa era la dimensión más a alejada, más degradada; más hostil del mismo Dios. Era la dimensión donde las criaturas se acercaban al límite de la luz y entonces el odio y la malignidad habitaba su mundo, su tundra. El sueño de Mklsdf sin embargo nos mostraba otro aspecto de Dios más cerca del amor, de la luz, de la comprensión y transparencia. Habremos de explorar otros territorios. “¡Muchachos, no dejéis de soñar!” nos dijo dando por terminada la clase. Pero entonces algo omnioso nos hizo girar hacia el asiento de Lebhundha Bghtaw. La muchacha estaba tensa y su mirada era feroz. La doctora se había quedado petrificada y nosotros sentimos cierto terror. Lebhundha entonces se levantó y dirigiéndose a nosotros con voz distorsionada, nos dijo:
“Dios no tiene derecho a crear esos horribles mundos alejándose de sí mismo. Dios es injusto, cruel y sádico dejando a esas criaturas infernales vagando en su miseria y absoluto odio. ¡No¡ Hemos de ser capaces de decir No a ese Dios tan cabrón que encima nos hace sufrir con estas horribles pesadillas. ¿Por qué? ¿Por qué? ¡Yo me rebelo contra él! ¡Yo me rebelo contra ese sádico Dictador! Y vosotros deberíais de hacer lo mismo.”
Seguidamente salió de la clase como una exhalación. Todos nosotros quedamos mudos. La doctora estaba lívida y temblando. Pero pronto se recuperó y nos dijo a modo de cierre de clase:
“Creo que ya estamos llegando a nuestro objetivo. No os preocupéis de Lebhundha Bghtaw. Yo me encargo de ella. Apagad la luz y hasta mañana. Acordaros de soñar.”
Y así fuimos saliendo en silencio, pero sabiendo que la clave ya estaba cercana. Era cuestión de algunos días más y de mantenernos al margen de la locura.
Cuando la clase comenzaba lo primero que hacíamos era relatar a la clase el sueño que habíamos tenido la noche anterior. Los grabábamos y luego volvíamos a escucharlos. Se trataba de ir analizando los símbolos para obtener un significado relevante hasta donde fuere posible. Yo había soñado esa noche que una siniestra sombra me seguía por las calles de la ciudad. Al parar en una esquina para ver quién era me di cuenta que su rostro era frío e impertérrito además de mostrar signos evidentes de ser un demencial hijo de puta. Su mirada no era descifrable bajo parámetros humanos. Su malignidad sobrepasaba la más degradante y sádica crueldad humana: era el mal en su pureza metafísica, pero de significado indescifrable. Todos querían que repitiera de nuevo mis descripciones y algunos trataban de dibujar el rostro. Otros intentaban traducirlo en notas musicales siniestras. Namerty se esforzaba en profundizar en las palabras con el objeto de poder llegar a algún arquetipo místico que ya hubiere quedado registrado en la historia de lo mistérico. Pero quien mejor lograba expresar aquel sentir sublimemente maligno, la esencia pura del mal, era Lebhundha Bghtaw. Aquella muchacha, quizás la más joven del grupo se puso a bailar bajo el son de una música que nadie era capaz de escuchar, pero que a través de aquellas siniestras ondulaciones y torsiones que a veces producían el efecto de una absorbente levitación, lograba hipnotizarnos y transportarnos hacia un paisaje de tundra glaciar poblado de sombras y rostros de miradas demoníacas sometidos a una angustia infinita. La muchacha entonces dio un grito perfectamente siniestro que nos dejó a todos aterrados. Luego, dirigiéndose a mí, me abrazó con los ojos todavía cerrados hasta que de repente los abrió; y, como si hubiese despertado de un sueño profundo, se acabó sentando en su pupitre meditabunda y agotada. La doctora no paraba de tomar notas. Y luego fue el turno de Mklsdf Namork.
Mklsdf había soñado en parajes de ensoñación con gente noble y buena que le invitaban a jugar y a sentirse a gusto consigo mismo. Para llegar allí había tenido que volar elevándose a voluntad y sobrepasando nubes y alturas de montañas que luego le abrían nuevos horizontes de sosiego, tranquilidad, y belleza. Era curioso que ninguno de nosotros se acordara para nada de su vida normal o real una vez metido en el sueño. Era como si el sueño tuviera su propia vida y entonces aparecía como una continuación de algo en lo que ya estábamos de alguna manera involucrados. Así íbamos descubriendo que nuestra psique habitaba mundos diferentes a los cuales volvíamos y continuábamos viviendo la parte que en ese momento nos correspondía: fuesen horrores o alegrías. Mklsdf fue describiendo su encuentro con Nuloptr y Asertion quienes lo animaban que se casara con Shahar y fundara su propia tribu más allá de las montañas de Klotyrmom. Pero al momento sufría interferencias que le hacían variara de sueño y entonces estaba vagando por su propia ciudad pero completamente desfamiliarizada y así los paisajes urbanos adquirían otras formas a veces asociadas a otros sueños acontecidos en su infancia y donde había un paseo marítimo que ahora aparecía un forma de terrible terraplén hacia el mar acompañado de una sensación de peligro. La doctora Ishtar Nolopt no paraba de tomar notas. Todos nosotros intentábamos llegar a alguna conclusión o teoría explicativa de los misterios oníricos, pero ya hacía tiempo que habíamos descartado a Freud y a Jung y por lo tanto queríamos distanciarnos de cualquier modelo racionalista basado en la misma conciencia humana para buscar el salto o el abismo que hacía posible la conexión con otras realidades, con otras formas de conciencia teniendo como núcleo indestructible el yo o ánima propio. El universo aunque era un misterio creíamos que por algún sitio debía de mostrarnos un resquicio, una puerta de entrada hacia otras dimensiones también existentes.
La doctora quiso intervenir antes de que la clase acabara. Entonces con suavidad, con cierta dulzura y seguridad en sí misma, se dirigió a mí y me dijo que aquel demonio que se me aparecía, y todo su mundo, era tan real como el mundo del sueño de Mklsdf. Estábamos explorando las diferentes dimensiones de Dios y esa era la dimensión más a alejada, más degradada; más hostil del mismo Dios. Era la dimensión donde las criaturas se acercaban al límite de la luz y entonces el odio y la malignidad habitaba su mundo, su tundra. El sueño de Mklsdf sin embargo nos mostraba otro aspecto de Dios más cerca del amor, de la luz, de la comprensión y transparencia. Habremos de explorar otros territorios. “¡Muchachos, no dejéis de soñar!” nos dijo dando por terminada la clase. Pero entonces algo omnioso nos hizo girar hacia el asiento de Lebhundha Bghtaw. La muchacha estaba tensa y su mirada era feroz. La doctora se había quedado petrificada y nosotros sentimos cierto terror. Lebhundha entonces se levantó y dirigiéndose a nosotros con voz distorsionada, nos dijo:
“Dios no tiene derecho a crear esos horribles mundos alejándose de sí mismo. Dios es injusto, cruel y sádico dejando a esas criaturas infernales vagando en su miseria y absoluto odio. ¡No¡ Hemos de ser capaces de decir No a ese Dios tan cabrón que encima nos hace sufrir con estas horribles pesadillas. ¿Por qué? ¿Por qué? ¡Yo me rebelo contra él! ¡Yo me rebelo contra ese sádico Dictador! Y vosotros deberíais de hacer lo mismo.”
Seguidamente salió de la clase como una exhalación. Todos nosotros quedamos mudos. La doctora estaba lívida y temblando. Pero pronto se recuperó y nos dijo a modo de cierre de clase:
“Creo que ya estamos llegando a nuestro objetivo. No os preocupéis de Lebhundha Bghtaw. Yo me encargo de ella. Apagad la luz y hasta mañana. Acordaros de soñar.”
Y así fuimos saliendo en silencio, pero sabiendo que la clave ya estaba cercana. Era cuestión de algunos días más y de mantenernos al margen de la locura.
viernes, 8 de octubre de 2010
MI PROYECCIÓN DE ISRAEL
Tenía que proyectar las diapositivas sobre Israel a las 8 PM en una especie de cancha de baloncesto o algo por el estilo. No sé por qué se les había ocurrido hacer la proyección en una cancha de baloncesto al aire libre en un barrio periférico de la ciudad, pero así eran las cosas culturales en este país; cada vez había más y más gente que demandaban actividades culturales de cualquier tipo y entonces llenaban antiguos estadios de fútbol, antiguos cines, pabellones de deportes, iglesias; y, hasta canchas de baloncesto. Ayer mismo había habido una conferencia sobre la epistemología desde Platón hasta Kant y el estadio de fútbol del Margtrats C.F. de 40,000 asientos estaba lleno hasta la bandera.
El caso es que mi proyección sobre Israel estaba programada para esa hora y entonces tenía que coger un autobús para llegar a ese barrio periférico poblado por minorías de otros continentes que demandaban cultura clásica y universal sin cuartel, ya que, según ellos, tenían derecho a la cultura universal como cualquier ciudadano del país y si no demandarían al Estado por discriminación brutal y antipática. Entonces, mi proyección de diapositivas sobre Israel se haría en una cancha abierta de baloncesto de un colegio público y se calculaba que la asistencia sería masiva. El autobús que me llevaba a dicho barrio lo conducía una señora tetrapléjica de raza negra que solo podía mover la cabeza, pero por razones antidiscriminatorias el autobús llevaba un mecanismo robótico electromecánico especial de adaptación a la boca y nariz de la señora y el autobús era conducido de forma magistral.
Llegué al barrio con mi lápiz de diapositivas y fui derecho a la cancha. Me llamaba la atención el barrio, pues la gente era de todas partes del mundo y se hablaban muchos idiomas diferentes. También las vestimentas eran muy variadas. Todos ellos iban leyendo libros digitalizados por la calle y así por el rabillo del ojo veía que leían a Shakespeare o a Hegel o a Adam Smith, pasando por los teóricos de la política y el arte del mundo. Las calles estaban superlímpias y la gente me saludaba con respeto. Muchos muchachos se dedicaban a esculpir estatuas de arte onírico, otros pintaban cuadros surrealistas en la calle; y, otros tocaban música clásica en un jardín. Los edificios estaban cuidados con esmero y muchos niños jugaban sin peligro alguno en parques infantiles escrupulosamente seguros. Yo estaba muy contento.
Llegué a la hora y puse mi lápiz en el ordenador-proyector. Quedaban 10 minutos para las 8 PM. Todo estaba listo y la pantalla se veía a lo lejos, quizás algo más lejos de lo deseable. Probé el micrófono y sonaba. Todo prometía y aquella sería una proyección sobre Israel envidiable. Mostraría la vida y paisaje de Israel a todo el mundo y eso me ponía todavía más contento. La gente llegaba sin parar y toda la cancha se iba llenando de tal manera que la gente a mi alrededor parecía estar comiéndome el sitio. Sí, efectivamente, ya me empezaba a sentir incómodo con los codos de alguien sobre las teclas del ordenador y el lápiz algo torcido. Pronto me sentí casi totalmente cubierto por gente que no me dejaban percibir la pantalla allá a lo lejos y ahora parecía que estaba todavía más lejos, tan lejos que no podía verla. Era la hora y alguien me dijo que ya podía empezar, pero yo no veía nada porque delante de mí todos estaban de pie y no podía saber si estaba proyectando o no. Traté de encaramarme a una banqueta y hacer lo posible por empezar, pero nada de nada, no veía un pimiento y la gente ya demandaba la proyección con cierta inquietud. Traté de ver si había algún responsable que me echara una mano, pero no había nadie que se identificara como tal y la gente a mi lado ni tan siquiera sabía que yo era el conferenciante-presentador de las diapositivas sobre Israel.
Entonces se me ocurrió levantarme e ir a otro sitio, quizás a un lateral y así colocar el cañón de alguna manera que pudiera apuntar a la pantalla de alguna manera. Lo estaba pasando francamente mal. Sudaba en frío. Así que cogí el ordenador portátil y el cañón de mala manera y todo embrollado con los cables colgando, y logré encontrar un pequeño hueco lateral por donde podía por fin proyectar. Pero a la hora de hablar y presentar la proyección la megafonía no funcionaba y la imagen se difuminaba en una pared lejana en lugar de una pantalla y la gente estaba algo alborotada porque evidentemente querían su proyección sobre Israel y aquello no tomaba forma alguna de nada. Me di cuenta entonces que donde debía estar la pantalla había un escenario con luces de colores y todo. Pensé que quizás la pantalla habría de estar en el fondo del escenario y persistí en proyectar aquellas desdichadas diapositivas, pero nada de nada. Yo de nuevo me veía ahogado por la gente que era mucho más alta que yo y que demandaban a gritos su proyección de diapositivas. Como tardaba en producirse, entonces alguien, la dirección; alguien que se había olvidado de mí; pues habían echado a andar un espectáculo de coreografía griega. Una megafonía bien sonora y clara como la luna llena en un día sin nubes comenzó a anunciar que en vista del retraso que se estaba produciendo con la proyección sobre Israel, se escenificaría aquella coreografía griega.
Yo ya no sabía qué hacer. Tenía todos los cables enredados y el micrófono colgando como un péndulo mientras que el lápiz ya ni sabía donde estaba. Sudaba en frío y solo quería irme, escapar, correr. Así que poco a poco, fui saliendo, empujando a la gente; apartando bultos humanos y pronto me vi libre de aquella pesadilla. Cuando llegué al autobús de la señora tetrapléjica esta comenzó a mover la boca de mil endiabladas maneras y aquel dispositivo robótico-electrónico puso el autobús a una satisfactoria velocidad de escape que me finalmente me hizo volver a mi triste barrio. Mi proyección sobre Israel quedaba pendiente para otra más afortunada ocasión.
El caso es que mi proyección sobre Israel estaba programada para esa hora y entonces tenía que coger un autobús para llegar a ese barrio periférico poblado por minorías de otros continentes que demandaban cultura clásica y universal sin cuartel, ya que, según ellos, tenían derecho a la cultura universal como cualquier ciudadano del país y si no demandarían al Estado por discriminación brutal y antipática. Entonces, mi proyección de diapositivas sobre Israel se haría en una cancha abierta de baloncesto de un colegio público y se calculaba que la asistencia sería masiva. El autobús que me llevaba a dicho barrio lo conducía una señora tetrapléjica de raza negra que solo podía mover la cabeza, pero por razones antidiscriminatorias el autobús llevaba un mecanismo robótico electromecánico especial de adaptación a la boca y nariz de la señora y el autobús era conducido de forma magistral.
Llegué al barrio con mi lápiz de diapositivas y fui derecho a la cancha. Me llamaba la atención el barrio, pues la gente era de todas partes del mundo y se hablaban muchos idiomas diferentes. También las vestimentas eran muy variadas. Todos ellos iban leyendo libros digitalizados por la calle y así por el rabillo del ojo veía que leían a Shakespeare o a Hegel o a Adam Smith, pasando por los teóricos de la política y el arte del mundo. Las calles estaban superlímpias y la gente me saludaba con respeto. Muchos muchachos se dedicaban a esculpir estatuas de arte onírico, otros pintaban cuadros surrealistas en la calle; y, otros tocaban música clásica en un jardín. Los edificios estaban cuidados con esmero y muchos niños jugaban sin peligro alguno en parques infantiles escrupulosamente seguros. Yo estaba muy contento.
Llegué a la hora y puse mi lápiz en el ordenador-proyector. Quedaban 10 minutos para las 8 PM. Todo estaba listo y la pantalla se veía a lo lejos, quizás algo más lejos de lo deseable. Probé el micrófono y sonaba. Todo prometía y aquella sería una proyección sobre Israel envidiable. Mostraría la vida y paisaje de Israel a todo el mundo y eso me ponía todavía más contento. La gente llegaba sin parar y toda la cancha se iba llenando de tal manera que la gente a mi alrededor parecía estar comiéndome el sitio. Sí, efectivamente, ya me empezaba a sentir incómodo con los codos de alguien sobre las teclas del ordenador y el lápiz algo torcido. Pronto me sentí casi totalmente cubierto por gente que no me dejaban percibir la pantalla allá a lo lejos y ahora parecía que estaba todavía más lejos, tan lejos que no podía verla. Era la hora y alguien me dijo que ya podía empezar, pero yo no veía nada porque delante de mí todos estaban de pie y no podía saber si estaba proyectando o no. Traté de encaramarme a una banqueta y hacer lo posible por empezar, pero nada de nada, no veía un pimiento y la gente ya demandaba la proyección con cierta inquietud. Traté de ver si había algún responsable que me echara una mano, pero no había nadie que se identificara como tal y la gente a mi lado ni tan siquiera sabía que yo era el conferenciante-presentador de las diapositivas sobre Israel.
Entonces se me ocurrió levantarme e ir a otro sitio, quizás a un lateral y así colocar el cañón de alguna manera que pudiera apuntar a la pantalla de alguna manera. Lo estaba pasando francamente mal. Sudaba en frío. Así que cogí el ordenador portátil y el cañón de mala manera y todo embrollado con los cables colgando, y logré encontrar un pequeño hueco lateral por donde podía por fin proyectar. Pero a la hora de hablar y presentar la proyección la megafonía no funcionaba y la imagen se difuminaba en una pared lejana en lugar de una pantalla y la gente estaba algo alborotada porque evidentemente querían su proyección sobre Israel y aquello no tomaba forma alguna de nada. Me di cuenta entonces que donde debía estar la pantalla había un escenario con luces de colores y todo. Pensé que quizás la pantalla habría de estar en el fondo del escenario y persistí en proyectar aquellas desdichadas diapositivas, pero nada de nada. Yo de nuevo me veía ahogado por la gente que era mucho más alta que yo y que demandaban a gritos su proyección de diapositivas. Como tardaba en producirse, entonces alguien, la dirección; alguien que se había olvidado de mí; pues habían echado a andar un espectáculo de coreografía griega. Una megafonía bien sonora y clara como la luna llena en un día sin nubes comenzó a anunciar que en vista del retraso que se estaba produciendo con la proyección sobre Israel, se escenificaría aquella coreografía griega.
Yo ya no sabía qué hacer. Tenía todos los cables enredados y el micrófono colgando como un péndulo mientras que el lápiz ya ni sabía donde estaba. Sudaba en frío y solo quería irme, escapar, correr. Así que poco a poco, fui saliendo, empujando a la gente; apartando bultos humanos y pronto me vi libre de aquella pesadilla. Cuando llegué al autobús de la señora tetrapléjica esta comenzó a mover la boca de mil endiabladas maneras y aquel dispositivo robótico-electrónico puso el autobús a una satisfactoria velocidad de escape que me finalmente me hizo volver a mi triste barrio. Mi proyección sobre Israel quedaba pendiente para otra más afortunada ocasión.
jueves, 7 de octubre de 2010
EASTFIELD COLLEGE 1977
El Eastfield College se alzaba en una especie de colina artificial en medio de una gran explanada en la ciudad satélite de Mesquite. Y Mesquite era ahora parte del Gran Dallas, pero eso sí, ciudad independiente con su ayuntamiento, sus propias escuelas y su propia policía. También su propio college o community college: Eastfield College no muy lejos de la autopista 45. Allí se podían estudiar muchas cosas pagando una matrícula muy razonable. En algunos casos se trataba de conseguir horas-crédito para poder entrar en una universidad y así empezar a estudiar una carrera superior en serio.
Un día un Volkswagen escarabajo llegaba al parking del Eastfield para asistir a clase. Esa persona ahora atravesaba un inmenso parking andando. Luego subía unas escaleras mientras contemplaba el complicado edificio blanco del Eastfiled dividido en varias partes pero sin una entrada principal visible. Así que esta persona se dirige a una especie de patio con una figura esférica en el centro parecida a una bola de rodamiento partida y por un momento se queda contemplando los jardines y las diferentes fachadas del college. El día es soleado y los olores de la mañana frescos. El futuro se presentaba optimista: hay posibilidades de estudiar, de trabajar a horas; en definitiva de vivir y estudiar. Las diferentes fachadas del Eastfield no configuraban un edificio predecible en forma de caja de zapatos, sino algo que había que recomponer sin llegar a una definición exacta de qué pared o fachada correspondía a qué departamento o dependencia. Nuestra persona se dirigió a una entrada: y, una vez dentro, se encontraba completamente despistado. Caminó unos metros por un pasillo maquetado con alfombra que luego ofrecía esquinas y desviaciones que daban a otras aulas y otros departamentos, pero oh casualidad, menos al suyo. Como esto ya lo había vivido dos veces se decidió ir ya directamente a uno de los planos orientadores en una pared. Habría de ir al departamento de antropología del Dr. King y luego encontraría el aula al lado mismo de la oficina del departamento. Y así fue. Subió, bajó, torció y a unos metros ya divisaba el gran espacio donde estaba la cafetería o comedor del college.
Había varios estudiantes en el aula. No muchos. La asignatura era Antropología Cultural y las lecturas y debates de clase y trabajos resultaban muy interesantes y estimulantes. Las aulas estaban completamente aisladas del exterior y todos quedábamos bañados en luz de neón durante todas las horas de clase. El suelo siempre era mullido, el clima siempre a la misma temperatura, los medios de enseñanza eran los más avanzados del momento: ya tenían pantallas de televisión en cada aula, había pantallas de proyección, una pequeña biblioteca de recursos y materiales en el mismo aula y el número de alumnos no sobrepasaba los 15. Cuando había que ver una proyección esta se encargaba al Learning Resources Center unas horas antes y al momento de empezar la clase ya estaba todo instalado y nada más había que apretar la tecla correspondiente. Nuestra persona se veía envuelto en un mundo que no le correspondía por origen. En su país de origen las cosas no se hacían así, con esa precisión, con ese orden, con esa planificación; las cosas allí o no se hacían por que aquel país seguía siendo un país atrasado y sus hábitos culturales militaban contra esta forma avanzada de hacer las cosas. Las cosas se solían hacer de forma improvisada o a medio hacer, a capricho de cualquier mediocre; y, normalmente con mala leche y poca educación. Pero nuestra persona estaba pasando por una situación de adaptación difícil y no juzgaba el momento como un privilegio, un importante salto en su vida; una suerte de poder disfrutar de los medios que una sociedad avanzada le estaba ofreciendo. Aquel mundo le parecía más ciencia ficción que realidad: todo era fácil, asequible, posible. Aquello había de tener algún secreto, algún lado siniestro de dominación, de lavado de cerebro, de trampa. El virus del pensamiento progre de su país trataba de ver el lado malo, negativo, capitalista explotador, racista, etc. Y ese virus le hacía sentirse mal, se veía en ese mundo unidimensional de Marcuse: rodando y deslizándose en una sociedad-omnívora que lograba alienar con su fascismo amable a millones de seres en los países occidentales avanzados.
Después de acabar la clase del Dr. King se dirigía a la de matemáticas. Las matemáticas siempre se le habían dado mal, pero en la clase de Mr. Brown aprendía con facilidad y luego en casa trabajaba los ejercicios con gana y lograba superar las dificultades que traía lastradas. Parecía que aquel ambiente de estética y ética protestante anglosajona invitaba a progresar, a ser organizado, a competir para ser mejor; a tener las ideas más claras. Los profesores eran asequibles en sus despachos. En física y química había buenos laboratorios y bastantes horas de práctica. En el departamento de música había instrumentos musicales de todo tipo y un para de bandas practicaban jazz o rock o un cuarteto de música clásica practicaba en otra aula o salón. Si eran deportes las instalaciones abarcaban un par de campos de fútbol americano, varias pistas de atletismo, una piscina olímpica, gimnasios con todo tipo de aparatos. Cuando iba a la biblioteca había bibliotecarios profesionales que le ayudaban a conseguir lo que quería, podía sacar cuántos libros necesitara o sino estaban disponibles se pedían y se traían de otras bibliotecas. Los medios audiovisuales estaban muy desarrollados y disponibles para ciegos o gente con problemas de audición o de vista. Había discos, salas de proyección privadas que se podían reservar con proyector y película o documental ya disponibles. Pero había otra cosa que también le llamaba la atención y le hizo ver que también había especial interés en que la gente que venía de barrios negros o chicanos con poco hábito de lectura y escritura aprendiera con una metodología progresiva muy bien diseñada. A ello se dedicaban gente especializada y los veía enseñando a muchachos negros a nivel individual con fichas, cartulinas, etc. Luego tenía clases de literatura inglesa, de psicología, de historia y política. Allí se estaba alienando, nuestra persona, como un condenado en tal sociedad fascista macabra asesina de vietnamitas y conspiradora contra el comunismo sano y futuro de la humanidad a través de la Unión Soviética, China, Rumania y Cuba. Marcuse enseñaba en UCLA y vivía en La Joya con lujo californiano. Los progres europeos soñaban con derribar el imperio americano para instalar ¿qué? ¿Qué mierda de anarquía o fascismo aspiraban a instalar aquellos jóvenes intoxicados de vanas teorías irracionales? Y pensar que no tenían ni idea de cómo funcionaba el mundo real, pero que sin embargo creían tener las claves de todo.
Aquella sociedad americana todavía creía en sí misma, era lo suficiente autocrítica para enfrentarse a sus mismos problemas y lo suficientemente transparente y valiente para mostrarlos y explicarlos. Aquellos americanos que se formaban en el Eastfield College todavía poseían esa ingenuidad de creer en un futuro de progreso y autoafirmación a través de la competitividad y esfuerzo personal. Aunque sus escuelas de secundaria ya empezaban a sufrir la corrosión de una metodología basada en el espontaneismo, en el victimismo social, en laboratorio de teorías rusonianas tipo Dewey o Rawls; no hablemos ya del conductismo de Skinner o de las tendencias anti-opresivas de Freud. America no escapaba a las nuevas sensibilidades que se iban fabricando en las universidades basadas en una contracultura delirante de budistas Zen, de psicologos místicos liberadores de bondad sin límites, de sociologos relativistas, etcétera, etcétera.
Un día un Volkswagen escarabajo llegaba al parking del Eastfield para asistir a clase. Esa persona ahora atravesaba un inmenso parking andando. Luego subía unas escaleras mientras contemplaba el complicado edificio blanco del Eastfiled dividido en varias partes pero sin una entrada principal visible. Así que esta persona se dirige a una especie de patio con una figura esférica en el centro parecida a una bola de rodamiento partida y por un momento se queda contemplando los jardines y las diferentes fachadas del college. El día es soleado y los olores de la mañana frescos. El futuro se presentaba optimista: hay posibilidades de estudiar, de trabajar a horas; en definitiva de vivir y estudiar. Las diferentes fachadas del Eastfield no configuraban un edificio predecible en forma de caja de zapatos, sino algo que había que recomponer sin llegar a una definición exacta de qué pared o fachada correspondía a qué departamento o dependencia. Nuestra persona se dirigió a una entrada: y, una vez dentro, se encontraba completamente despistado. Caminó unos metros por un pasillo maquetado con alfombra que luego ofrecía esquinas y desviaciones que daban a otras aulas y otros departamentos, pero oh casualidad, menos al suyo. Como esto ya lo había vivido dos veces se decidió ir ya directamente a uno de los planos orientadores en una pared. Habría de ir al departamento de antropología del Dr. King y luego encontraría el aula al lado mismo de la oficina del departamento. Y así fue. Subió, bajó, torció y a unos metros ya divisaba el gran espacio donde estaba la cafetería o comedor del college.
Había varios estudiantes en el aula. No muchos. La asignatura era Antropología Cultural y las lecturas y debates de clase y trabajos resultaban muy interesantes y estimulantes. Las aulas estaban completamente aisladas del exterior y todos quedábamos bañados en luz de neón durante todas las horas de clase. El suelo siempre era mullido, el clima siempre a la misma temperatura, los medios de enseñanza eran los más avanzados del momento: ya tenían pantallas de televisión en cada aula, había pantallas de proyección, una pequeña biblioteca de recursos y materiales en el mismo aula y el número de alumnos no sobrepasaba los 15. Cuando había que ver una proyección esta se encargaba al Learning Resources Center unas horas antes y al momento de empezar la clase ya estaba todo instalado y nada más había que apretar la tecla correspondiente. Nuestra persona se veía envuelto en un mundo que no le correspondía por origen. En su país de origen las cosas no se hacían así, con esa precisión, con ese orden, con esa planificación; las cosas allí o no se hacían por que aquel país seguía siendo un país atrasado y sus hábitos culturales militaban contra esta forma avanzada de hacer las cosas. Las cosas se solían hacer de forma improvisada o a medio hacer, a capricho de cualquier mediocre; y, normalmente con mala leche y poca educación. Pero nuestra persona estaba pasando por una situación de adaptación difícil y no juzgaba el momento como un privilegio, un importante salto en su vida; una suerte de poder disfrutar de los medios que una sociedad avanzada le estaba ofreciendo. Aquel mundo le parecía más ciencia ficción que realidad: todo era fácil, asequible, posible. Aquello había de tener algún secreto, algún lado siniestro de dominación, de lavado de cerebro, de trampa. El virus del pensamiento progre de su país trataba de ver el lado malo, negativo, capitalista explotador, racista, etc. Y ese virus le hacía sentirse mal, se veía en ese mundo unidimensional de Marcuse: rodando y deslizándose en una sociedad-omnívora que lograba alienar con su fascismo amable a millones de seres en los países occidentales avanzados.
Después de acabar la clase del Dr. King se dirigía a la de matemáticas. Las matemáticas siempre se le habían dado mal, pero en la clase de Mr. Brown aprendía con facilidad y luego en casa trabajaba los ejercicios con gana y lograba superar las dificultades que traía lastradas. Parecía que aquel ambiente de estética y ética protestante anglosajona invitaba a progresar, a ser organizado, a competir para ser mejor; a tener las ideas más claras. Los profesores eran asequibles en sus despachos. En física y química había buenos laboratorios y bastantes horas de práctica. En el departamento de música había instrumentos musicales de todo tipo y un para de bandas practicaban jazz o rock o un cuarteto de música clásica practicaba en otra aula o salón. Si eran deportes las instalaciones abarcaban un par de campos de fútbol americano, varias pistas de atletismo, una piscina olímpica, gimnasios con todo tipo de aparatos. Cuando iba a la biblioteca había bibliotecarios profesionales que le ayudaban a conseguir lo que quería, podía sacar cuántos libros necesitara o sino estaban disponibles se pedían y se traían de otras bibliotecas. Los medios audiovisuales estaban muy desarrollados y disponibles para ciegos o gente con problemas de audición o de vista. Había discos, salas de proyección privadas que se podían reservar con proyector y película o documental ya disponibles. Pero había otra cosa que también le llamaba la atención y le hizo ver que también había especial interés en que la gente que venía de barrios negros o chicanos con poco hábito de lectura y escritura aprendiera con una metodología progresiva muy bien diseñada. A ello se dedicaban gente especializada y los veía enseñando a muchachos negros a nivel individual con fichas, cartulinas, etc. Luego tenía clases de literatura inglesa, de psicología, de historia y política. Allí se estaba alienando, nuestra persona, como un condenado en tal sociedad fascista macabra asesina de vietnamitas y conspiradora contra el comunismo sano y futuro de la humanidad a través de la Unión Soviética, China, Rumania y Cuba. Marcuse enseñaba en UCLA y vivía en La Joya con lujo californiano. Los progres europeos soñaban con derribar el imperio americano para instalar ¿qué? ¿Qué mierda de anarquía o fascismo aspiraban a instalar aquellos jóvenes intoxicados de vanas teorías irracionales? Y pensar que no tenían ni idea de cómo funcionaba el mundo real, pero que sin embargo creían tener las claves de todo.
Aquella sociedad americana todavía creía en sí misma, era lo suficiente autocrítica para enfrentarse a sus mismos problemas y lo suficientemente transparente y valiente para mostrarlos y explicarlos. Aquellos americanos que se formaban en el Eastfield College todavía poseían esa ingenuidad de creer en un futuro de progreso y autoafirmación a través de la competitividad y esfuerzo personal. Aunque sus escuelas de secundaria ya empezaban a sufrir la corrosión de una metodología basada en el espontaneismo, en el victimismo social, en laboratorio de teorías rusonianas tipo Dewey o Rawls; no hablemos ya del conductismo de Skinner o de las tendencias anti-opresivas de Freud. America no escapaba a las nuevas sensibilidades que se iban fabricando en las universidades basadas en una contracultura delirante de budistas Zen, de psicologos místicos liberadores de bondad sin límites, de sociologos relativistas, etcétera, etcétera.
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