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martes, 28 de mayo de 2024

NEGARSKA CIRKAMUTA Y SU CUADERNO MALDITO: LA NOCHE DE INSOMNIO

Nadie es capaz de conocer a una persona en todo su ser. Nadie es capaz de conocerse a sí mismo en todo su ser. Nadie dispone de la capacidad representativa capaz de mostrar la infinitud en que nos hallamos sumidos. Nos conformamos con los lenguajes simbólicos de que disponemos: el lenguaje hablado y escrito, los lenguajes artísticos, la lógica y las matemáticas, los gestos, la música, etc., pero los lenguajes simbólicos forman una estructura en sí misma con sus propias posibilidades de expresión sometidas éstas a su sintaxis, a sus palabras activadas y reconocidas socialmente, a su orden discursivo, a sus posibilidades semánticas y semióticas. Toda expresión es ya reconocimiento social, interpretación posible para los demás; pero jamás ese lenguaje capta el infinito potencial de realidad que subyace bajo los símbolos, bajo las palabras, bajo las convenciones. Intenta abandonar el pensamiento y ahondar en los recovecos del mundo que se te presenta o en tu misma conciencia y sentirás mareos, vértigo, o una sensación de absoluto sin sentido que se abre a abismos incontrolables. ¡Wow!


Negarska Cirkamuta se dedicó a tal ejercicio una noche cuando el insomnio la corroía y llegaban las tres de la mañana y el correr del tiempo se convertía en pura agonía plena de obsesiones nocturnas. Entonces cerró el grifo del pensamiento por un momento, aguantó, y he ahí un mundo insólito de absoluta neutralidad y silencio, de sensaciones incatalogables e intratables, de flujos anárquicos en multitud de coloridos o paisajes indeterminados e inesplorados, sin posibilidad de cartografía alguna. Pudo mantener ese estado por unos segundos, hasta que de repente sintió un vértigo absorbente que la tragaba hacia una viscosidad torrencial ya en las profundidades de un "algo" cósmico tan inquietante como misterioso. Despertó hacia las diez de la mañana. Había dormido. No cabe duda que había dormido. Pero a qué precio. De todas maneras mejor esa posibilidad de viajar a las profundidades del absurdo que no vivir conscientemente los horrores de la vida terrestre, se dijo a ella misma. Una vez tomado el café se dio cuenta de lo que significaba la razón. Pero la razón era impotente ante lo que subyacía bajo su jurisdición. La vida en sí, la vida de las representaciones simbólicas, no era más que una barrera, un dique de contención, un filtro necesario para ser humanos y funcionar como humanos en un planeta. Sin tales filtros sería la locura más abyecta, o quizás la vuelta al paraíso de la inocencia.

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