Buscar este blog

jueves, 29 de diciembre de 2011

LAS EXTRAÑAS E INEXPLICABLES COSAS DE NUESTRA VIDA (1)

Hoy puedo caminar por las calles de San Antonio; pasear por la orilla del río y cenar en uno de los restaurantes que miran las barcas de pasajeros pasar.

Pero también estoy viendo a Los Pekenikes actuar en El Jardín de Gijón y mirando al escenario la música me va inundando y cuando suena Cerca de las Estrellas me parece el pleno éxtasis de placer estético del momento. El Jardín en aquellas horas era como una entrada a la posibilidad del placer. El baile era perderse en los latidos del mismo cuerpo. La música y los cuerpos resonaban sin llegar a acoplarse en ese orgasmo que luego la imaginación lograba desahogar. Y al día siguiente a trabajar; a acoplar con un taller de objetos y personas discordantes en forzada fricción.

En Austin, Texas, caminaba en solitario por el Campus. Llevaba un ejemplar de Ciencia y Salud de Mary Eddy Baker y me puse a leerlo sentado en un banco en frente del Dobbie Mall. La siempre necesidad de volar a espacios incontaminados desde donde poder volver a contemplar la realidad a distancia y quizás hacerla más mía sin verme apresado por los miedos y las inseguridades. Dobbie mall era una torre de 25 pisos todos ellos dormitorios, con la excepción de las plantas más bajas donde había un cine y un pequeño centro comercial, además de un McDonalds.

Fuimos a pasear por el centro de Dallas; el Downtown. Los rascacielos nos aplastaban con su poderosa presencia, con su volumen monstruoso de acero, cristales y hormigón. Por las calles circulaban, que no paseaban; gente que parecía tener prisa. Había muchos negros caminando con ropa de trabajo, o simplemente deambulando; o vendiendo perritos calientes y bebidas. También se veían latinos en grupos seseando su español mexicano o pocho. El Downtown de Dallas forzaba más a mirar hacia un cielo estrechado por los edificios y rascacielos, que producían la sensación de hacernos caer en un vacío de pozo profundo; ya que las fachadas a simple vista de peatón eran tristes, opacas, sin alma que nos lograra cautivar por algún motivo. Todo parecía estar pensado para ir a trabajar y luego salir de allí cuanto antes. Pero, más tarde, una vez en las autopistas que rodeaban el gran cogollo del Downtown; uno se daba cuenta que estaba percibiendo algo fuerte, poderoso; una gran máquina monstruosa de grandes tentáculos invisibles. En aquel tiempo yo estaba dentro de un mundo más bien de ciencia ficción donde intentaba situarme y construir mis propias coordenadas.

Me costaba mucho levantarme un domingo en el Gijón de mi juventud. Era un despertar desordenado y frío. En aquel piso las habitaciones eran húmedas y frías. La calefacción central o los radiadores eran todavía un lujo en nuestro barrio obrero. Me levantaba con ganas de disfrutar el domingo libre de trabajo, pero también confuso porque no sabía qué hacer o qué era exactamente pasárselo bien. Me vestía y lavaba de mala gana. Podía oír la voz de mi padre comentando alguna noticia del periódico, o también las risas o conversaciones de mis hermanos pequeños en su habitación o quizás ya vestidos por el pasillo en clave de juego. Cuando acababa de vestirme iba a la cocina y allí estaba mi madre preparando la comida y entonces la cocina ya olía a cocido. Mi hermano mayor desayunaba café con galletas y contestaba a veces a mi padre al hilo de la conversación. Solía usar guasa o ironía con mi padre. Mi padre siempre leía la prensa en alto y así todos nos enterábamos de lo que pasaba por el mundo. Mi madre escuchaba y a veces también opinaba de política en clave de eterna desconfianza contra el régimen. A veces el Régimen era algo más poderoso que el régimen de Franco y abarcaba a los americanos; al imperialismo americano. Estábamos en la Guerra Fría y nosotros éramos parte de ella.

En San Antonio estaba la Casa del Gobernador español y el barrio de La Villita donde había comenzado la ciudad. Luego, no muy lejos del famoso Álamo de la película, pero esta vez real. Y al lado del Álamo estaba el famoso Hotel Menger, donde estábamos alojados. En este hotel histórico de Texas había vivido por un tiempo el escritor O. Henry, además de generales, presidentes de EEUU, rancheros de renombre y americanos acaudalados de años pasados. Nosotros no éramos ninguno de ellos, pero aquel fin de semana queríamos vivir San Antonio al completo.
San Antonio es una ciudad que comienza con las casitas de planta baja propias de la América hispana, para luego acabar expandiendo como una ciudad gigante de gran pujanza económica y militar. El Downtown pretende parecerse al de cualquier ciudad americana, pero el sabor mexicano lo impide. Las calles tienen alma latina a pesar de todo y eso hace que la ciudad deje una sensación de fiesta y familia con olor a tamales y enchiladas.

sábado, 10 de diciembre de 2011

BUT, WHO THE COÑO ARE WE? ENTRE "EL SUEÑO" Y "LA REALIDAD"

To my good friend Bryan Bone

Los sueños son extraños pero siguen una pauta y sus escenarios son repetitivos. Hay un escenario de los sueños que revela otro mundo; un mundo arquetípico, pero tan real, a veces tan real. Es increíble que sea tan real. Ahí están esos paisajes, tanto urbanos como campestres. Y se repite. Insiste ese mundo en ser reconocido. ¿Mundo dentro de nuestra psique? ¿Mundo real en otras dimensiones? ¿Mundo en el que también estamos viviendo de una forma paralela? Ayer volví a ese mundo y vivía alegrías y ansiedades. Es un mundo donde se mezclan los escenarios de mi vida pasada pero en otra clave, en otro color, en otra sensación. Los espacios son reconocibles, pero al mismo son otros; radicalmente otros. Las personas pueden ser las mismas, pero no necesariamente. A veces son otras y si son las mismas aparecen con personalidades antes ocultas y ahora reveladas. Es extraño. Los sueños son extraños. Demasiado extraños.

Luego viene la vida consciente, pero la vida consciente a medida que uno se va haciendo mayor va comprobando que todo es también extraño por mucha familiaridad que le queramos dar. Esa infancia que parecía eterna y que nuestros padres serían siempre quienes nos protegerían cuando lo ajeno a la familia, lo peligroso o amenazador nos acechaba. Esa vida de crecimiento, de sufrimiento, de dudas, de inseguridades, pero también de certezas, de alegrías, de buenas amistades. Pero la vida se va tornando también en misterio inexplicable y todo se reduce a un planeta que gira como loco en torno a un sol que también va viajando a velocidades descomunales por el espacio junto con su sistema solar y alrededor de la galaxia. Todo parecía tan prosaico. Ese trabajo cotidiano tan normal, tan de todos los días; esas personas corrientes que hablan de cosas corrientes: pero que a medida que el tiempo pasa acaban siendo extrañas en el recuerdo. Y luego aparecen también en los sueños como personajes completamente des-familiarizados.

Este mundo es un misterio. It’s a riddle. This world is a riddle and I can’t solve the riddle. I asked some of my friends about the riddle but it seems we’re all in the same predicament. At night I have to go back to my dreams and there I recognize my old landscapes; my old gnomes and fairies. Los vieyos trasgos y xanes.

Who are we? Who the coño are we? Quién the cunt somos? Who on earth are we?

sábado, 26 de noviembre de 2011

EN ALGÚN LUGAR DE LA GRECIA ANTÍGUA

NEKLÓN: Usted, Bukolus, siempre está pensando en cosas raras, debería de vivir la vida con realismo, con pragmatismo; con soltura, con valor; con deportividad y sano optimismo.

BUKOLUS: Sí, sí; amigo Neklón, esas cosas que usted me dice cuando trata uno de aplicarlas a la vida las encuentra horrorosas, vulgares, aburridas y grises. Así que si no fuese por la imaginación la vida sería para morirse de pena y aburrimiento. 

NEKLÓN: Ahí viene Simónides. Hola, Simónides.

SIMÓNIDES: Hola, hola. ¿Qué hacen ustedes tomándose ese vino tan viscoso? Seguro que están hablando de la vida.

BUKOLUS:¿Cómo lo ha adivinado usted? Pues sí, de la vida estábamos hablando. ¿Se toma un vinito pastoso?

SIMÓNIDES: Yo la verdad estoy un poco deprimido. Vengo del mercado de esclavos y no he podido comprar una bella muchacha nubia que me hubiera hecho las delicias del mundo. Eskarión que tiene más oro que yo se la llevó a un precio muy alto. Esta vida es una miseria y una decepción. ¡Agg! ¡Cómo ansiaba a esa muchacha!

NEKLÓN: Venga, hombre, Simónides. Usted ya está un poquito pasadito y no le convenía tener a una muchacha que sólo le iba a producir innecesarias ansiedades. Hay que ser realista. Eso le estaba diciendo aquí a nuestro amigo Bukolus que sigue soñando con mundos imaginarios. Este vino está buenísimo. ¡Eh! Chartónides, pónganos otra jarra.

BUKOLUS: Pues ayer estuve oyendo al filósofo Karpétides en el Ágora y hablaba de cómo vivimos en un mundo de apariencias y sombras sin posibilidad alguna de alcanzar esa Realidad que ansía Neklón. Vivimos en un mundo de ilusiones, de falsedades, de humo, de mentiras, de engaños, de traiciones. Así decía Karpétides y yo le creo hasta cierto punto.

SIMÓNIDES: Karpetides es un puto sofista, aunque puede que tenga razón. Mira tú que Eskarión se ha llevado a la muchacha que ansiaba. Diablos, este mundo es un engaño y una burla. Ahora tendré que esperar a otra remesa de esclavos. Esos fenicios suelen traer buenas hembras, pero las cobran bien. Tendré que ahorrar más.

NEKLÓN: Usted no tendrá problema. Esas viñas y esas minas de hierro le hacen a usted uno de los más envidiados ciudadanos de esta ciudad. Pero no muestre usted esa voluptuosidad con las esclavas; no gusta entre nuestros aristócratas. Cuando tenga su esclava refiérase a ella como su amada concubina; aquella que le hará a usted dichoso. Eso espero, ¡¡je, je, je!!! ¿Les hace otro vaso?

BUKOLUS: Sí, cómo no.

ACERCÁNDOSE AL PLANETA XRST-DFT

LIEUTENANT BROSTON: Capitán, ¿qué le pasa que está tan serio y concentrado? ¿Se encuentra bien?

CAPTAIN MOLRDOK: No sé a dónde vamos. He perdido el control de la aeronave. Pero vayamos a donde vayamos siempre volveremos a la misma cosa, al mismo sitio; en realidad jamás nos hemos movido de ningún sitio. Ya todo está en su sitio. Nada se ha movido jamás. A ti y a mí nos parece que nos hemos movido, que nos trasladamos de un sitio a otro; que cambiamos y nos hacemos viejos; pero todo ello visto de una dimensión superior es algo que absoluto e inmutable; es todo un presente transparente para una mente Absoluta.

LIEUTENANT BROSTON: ¿Está seguro que se encuentra bien? Fíjese que para nosotros esto es cambio, es contingencia, es movimiento, es tiempo y espacio, vida y muerte, sufrimiento y placer. Y eso es lo que importa. ¿Quiere descanasar un poco?

CAPTAIN MOLRDOK: No, no, Sr. Broston. Estoy bien, lo que pasa es que esa mente Absoluta nos contiene a todos y todo. Ya está todo quieto en una Eternidad Inamovible; en una Transparencia Total. Nuestra percepción de las cosas nos engaña, cada cosa que pensamos es ya un eterno absoluto. Cada cosa que sucede es un eterno absoluto. Disminuye el proceso de una manera infinitesimal y lo veras disolverse en una nada. Nada. Nada Absoluta. ¿Cómo puede alguien creer en Dios? Demasiado humano ese Dios. Demasiado nuestro. Demasiado sentimental. Demasiado justiciero.

LIEUTENANT BROSTON: Capitán, tómese las cápsulas de adaptación mental. Creo que algo le ha afectado. Dese cuenta, para que usted vuelva a la realidad, que si yo ahora rompo los mandos de esta nave empiezo a producir un cambio imprevisto y todo cambia de forma diferente a lo planeado. Nuestra mente es lo que es y vivimos la vida como únicamente la podemos percibir. Como cambio, como contingencia, como imprevisto, como proceso de vida y muerte. Verás, voy a romper estos putos mandos … (coge martillo).

CAPTAIN MOLRDOK: No, no. No lo hagas. Por favor no lo hagas. Aun si los rompieras sería también un acto eterno y absoluto que acaba en una nada. Pero prefiero que no lo hagas. Hoy es un mal día. He visto toda mi vida en perspectiva y me he dado cuenta de la futilidad de las cosas. La estupidez de todo lo que nos rodea. El sinsentido de las personas con sus locuras personales, sus obsesiones, sus miedos, sus arrogancias, sus soberbias; sus cobardías; su envalentonarse para luego perder lo ganado. La Nada está ahí en lo profundo de todas las cosas.

LIEUTENANT BROSTON: Mire. Rápido. ¡Mire a la pantalla! Parece que estamos cerca de un planeta gigante. Estamos viajando a la velocidad del pensamiento. ¿Qué hacemos? ¿Bajamos?

CAPTAIN MOLRDOK: Sí, es el Planeta Xrst-Dft del sistema solar Mutah. Cuando demos la vuelta al planeta el Sol Mutah nos alumbrará con una luminosidad aceptable. En Xrst-Dft viven los sacerdotes del Templo de Muthrawert. Es un mundo gobernado de un modo telepático y emocional. Han logrado una ingeniería y control de las emociones que les hace muy superior a nosotros. Sin embargo, sus hembras se vuelven locas por los machos terrícolas. Nos ven como animales de una sexualidad salvaje y sin control. Les gusta disfrutar de nuestra animalidad y obtienen un placer inmenso de nosotros. Y desde luego, hemos de guardar a nuestras mujeres, pues los machos Xrst-Dft las desean con locura. Ellas pueden descontrolar todo su dominio emocional y crear un peligro social de envergadura. Creo que es mejor contactar a los sacerdotes del Templo para que nos protejan y actúen de filtro.

LIEUTENANT BROSTON: Sí, será mejor.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

LAS COSAS QUE SE NOS OCURREN EN UN HOTEL DE BILBAO

Bajábamos en el ascensor del hotel en Bilbao. Era un buen hotel con precios rebajados y además con buenas vistas a un sector de la Ría.

Pero el ascensor… el ascensor iluminó una parte macabra de mi cerebro.

Era un ascensor alargado y algo estrecho a lo ancho. Parecía un ascensor a la medida de una camilla o un ataúd.

—Ana—dije un tanto cansado. En realidad estaba bastante cansado pues encontrar el hotel y llegar fue toda una odisea de una hora y algo.
—Ana—volví a decir—, este ascensor está pensado para, en caso de emergencia, poder bajar y subir una camilla o un ataúd. Me da la impresión de que cada vez más gente muere sola en los hoteles. Hay mucha gente sola que viaja sola, enferma sola, y muere sola en cualquier habitación de hotel.  ¡Qué triste!
—¿Cómo se te ocurren tales cosas? —dijo ella.

Sí, es verdad. Cómo se me ocurren tales cosas.

BILBAO Y LAS GANAS DE MEAR

Dicen que las cosas no ocurren porque sí. Las casualidades no son tal. Vaya usted a saber. Incluso se podría pensar que somos hologramas programados desde no se sabe dónde por entes que nos dirigen y juegan con nosotros. Vaya usted a saber.

Tenía ganas de mear. Habíamos comido en un restaurante de la calle Iparragirre después de ver el Guggenheim y me entraron las urgentes ganas de mear. En ese momento íbamos paseando por la Unibertsitate Etorbidea, o sea; por la Ría enfrente del Guggenheim. Pero ¡he aquí milagro! Aparece una de esas cabinas-WC públicas que se mete moneda o monedas y se abre la puerta y ¡zaca!, te alivias a placer. Así que fui corriendo y metí las monedas que me pedía y nada. Me devolvía las monedas y nada y vuelta a devolverme las monedas y nada y vuelta otra vez y entonces lo mejor era seguir y a lo mejor habría otra más allá. Las ganas de mear a veces son psicológicas y al empezar a hablar con Ana y seguir paseando pues se me fueron olvidando, pero se me vino a la cabeza al instante aquel suceso de hacía no mucho tiempo en que una señora mayor en Gijón se quedó atrapada en una cabina-WC y tuvieron que llamar a la guardia municipal a sacarla y salió en el periódico y todo. “Sí, estos chismes pueden fallar y si te quedas dentro atrapado y tienes algo de claustrofobia, vaya putada”. Y seguimos caminando ya en la prolongación de la Unibertsitate Etorbidea, que es el Campo del Volantín Ibiltokia, o sea; siguiendo la Ría pero más cerca del Ayuntamiento.

Entonces, ¡oh dioses!, allí había otra cabina-WC y me entraron de nuevo las ganas de mear más urgentes de mi vida. Allá fui y quise meter monedas pero vi que alguien estaba gritando desde dentro.
—Ana, parece que hay alguien dentro tratando de abrir la puerta—le dije a Ana algo nervioso.
— ¡Abran!, miren a ver si me pueden ayudar a abrir. ¡¡No puedo abrir!!—decía una voz de señora mayor con ligero acento sudamericano que al mismo tiempo intentaba forcejear la puerta.
—Pues sí, parece que es una señora atrapada ¿Qué hacemos? —dijo Ana.
Yo entonces intenté empujar y forcejear y tira para adentro y para afuera y nada de nada y la señora angustiada allí dentro en la caja metálica y a saber si estaba a oscuras al borde del infarto. “La madre que me parió. ¿Que tenga que pasar esto ahora?”, dije yo para mí. En ese momento ya había gente que se aproximaba a la cabina al ver que pasaba algo.
—Mira, aguanta aquí con la señora. Habla con ella que yo voy a ver si veo pasar algún coche de la Erchancha o la Udalcharigoa y nos echan un cable. ¡Cago’n la puta!

Y me fui a la calzada a ver si veía algún coche patrulla y ya veía que había alguna persona más con Ana; pero no veía a ninguna autoridad y me estaba poniendo nervioso. Seguí mirando y caminando de un sitio a otro, pero nada. Entonces volví a la cabina-WC y vi que la puerta se había abierto y Ana consolaba a una señora mayor muy bajita con cara de mestiza americana que decía: “¡Hay muchas grasias, muchas grasias! No sé lo que pasó pero no me abría. Hay, hay, muchas grasias, muchas grasias”. Y se fue.
— ¿Cómo abrió? —le dije a Ana
—Pues empujé para mí fuerte y abrió. Puedes entrar.
—No, yo ahí no entro ni de coña. Tengo algo de claustrofobia y si me quedo atrancado me da un patatús.

Así que seguimos hasta llegar a un bar.

EL DIABLO Y EL METRO DE BILBAO

El domingo entramos y salimos del metro de Bilbao una cuantas veces. Luego, paseando por la Gran Vía, había uno disfrazado de Demonio encima de un pedestal de madera. Parecía un aténtico diablo y tenía un sombrero maligno en el suelo dónde le echaban monedas. Yo me acerqué  a él y le dije en inglés:

--Satan, you're my god and I worship you (Satán, eres mi dios y te adoro)-- Y eché unas monedas al maligno sombrero.

Entonces cuando me iba me di cuenta que el maligno Satán me hacía señas. Parecía auténtico aquel hijo de puta con aquella mirada insolente y ojos profundos del infierno.

Volví hacia él y me pidió la palma de la mano. Yo se la dí y con mi sorpresa me puso una perla de cristal con cosas dentro. Algo así como una canica de cristal pero en forma de perla. La guardé.
Volvimos al metro y fuimos hacia las afueras en dirección Plentzia.

Íbamos mirando entonces las ciudades satélites bilbainas tan densamente pobladas, con casas de otra época de trabajo duro y poco jornal en los altos hornos o las ferrerías. Otras épocas, otras vidas ya pasadas que pasaron sin pena ni glora y sin huella alguna. Era un viaje de ensoñación, de rememoración, de dar vida a pasadas vidas obreras con cesta de mimbre y lavado de ropa a mano en el lavadero y viviendo al día.
Luego volvimos en metro al Casco Viejo.

Pero el Diablo tenía otras obras que llevar a cabo en el metro al día siguiente.

http://www.elcomercio.es/rc/20111114/mas-actualidad/sociedad/muerto-seis-heridos-apunalados-201111141023.html

UNA CONVERSACIÓN EN UNA TABERNA DE BILBAO

Ayer estaba en Bilbao y tomando un vino en una taberna vieja de un barrio viejo y decadente oí esta conversación entre dos currantes.

A: Pues estábamos soldando subidos encima de la estructura y teníamos varios tablones algo sueltos. Yo seguía soldando y Paco y Antonio estaban cortando un par de aristas con el soplete. Pero, joder, se puso a llover. Y debajo de la estructura estaba uno nuevo que estaba más despistao que una cabra en un garaje. Yo me di cuenta que un tablón estaba fuera del borde y a punto de caerse. No lo habían sujetado bien y estaba suelto.

B: ¿Pero por qué no avisasteis a seguridad? Yo cuando veo que algo no va bien mando que venga el de seguridad y así no me complico la vida y me tomo un descanso mientras viene y toma nota.

A: ¡Qué seguridad y qué mis cojones! No puedes ponerte a avisar a nadie cuando está lloviendo y tienes que abandonar la estructura. Así que grité al tío de abajo que se quedara en el sitio, Que no saliere de dónde estaba. Que no abandonara la estructura. Pero me cago’n dios, el tío aquel salió precisamente cuando veo que el tablón se cae y ¡¡pammm!! le cayó el tablón encima y allí quedó todo jodido.

B: Hay la madre que lo parió. ¿Cómo se le ocurrió? Y ¿qué le pasó?

A: Pues allí quedó y luego vinieron el encargado y otros y nosotros bajamos y estaba jodido. ¡Joder! yo le había dicho que no saliera de la estructura. Es que le cayó el tablón de lleno, ¡¡¡plommm!!!

B: Cojones, pobre hombre. ¿Supisteis más de él?

A: Sí al cabo de unos días supimos que le habían dado la absoluta. Debió de quedar bien jodido. ¡Joder! mira tú que le dije que no saliera de la estructura.

B: Bueno, las cosas pasan. ¿Te tomas otra caña? (Al camarero) Oye, ponnos otras tres cañas. Qué putada, El lunes ¿qué turno te toca el lunes?

Y bla, bla, bla, bla….

domingo, 6 de noviembre de 2011

A VECES UN BUEN MANTRA SOLUCIONA LOS PROBLEMAS

Ya nadie me cree que he visto a Dios. Mi técnica para ver al Supremo se ha basado en la repetición. He estado repitiendo durante tres años casi sin parar e incluso entre los sueños el mantra de “Dios ven a mí”. Durante mi trabajo en la panadería y en casa con mi familia, o durante los paseos; o, esperando las colas de la Administración; siempre he estado repitiendo el mantra “Dios ven a mí”. A veces añadía el lamentable y desesperado “por favor, te lo ruego”, pero me parecía ya demasiado humillante. Incluso para dirigirse a Dios hay que tener un poco de dignidad, pensaba yo.

No es necesario mencionar que mis pocos amigos se reían de mí al oírme continuamente con el mantra: “Dios ven a mí”. De tal manera que acabaron llamándome Diovenamí. “Ahí viene Diovenamí,” decían. Mis hijos se entristecían mucho al verme durante las comidas pues no hablaba con ellos, solo les miraba sin parar de decir mi mantra. A veces les invitaba con gestos a que me siguieran en coro. Mi mujer Coralina ya me daba por imposible. Su paciencia conmigo era ilimitada, pero le preocupaba que de seguir por mucho tiempo más me volviera loco sin poder llevar la panadería y entonces la familia tendría serios problemas. Yo, sin embargo, era terco: quería que Dios pasara de ser una palabra o algo que me tenía que imaginar o inventar, para ser algo palpable, real como el suelo que piso.

Pero un día ocurrió el milagro.

Cuando estaba metiendo el pan en el horno este se apagó. Las luces de la panadería se apagaron también y quedé a oscuras. Entonces un par de manos gigantescas me cogieron y me levantaron hasta alcanzar un rostro lleno de luz cegadora. “Yo soy Dios, ¿me ves?”, pero no podía verle muy bien pues su luz me cegaba. Entonces me puso en el suelo y dijo: “Mira hacia esa esquina” Yo miré hacia la esquina y allí había un señor de unos cuarenta años vestido con un pantalón vaquero y jersey verde. “Yo soy, ¿me ves ahora?” Ya no había duda que aquella figura era Dios. Me acerqué y le di la mano. Él entonces me dijo: “Deja de hacer el zoquete repitiendo esa letanía que me estás poniendo de los nervios. ¿Acaso no tengo cosas más serias que hacer que escuchar ese mantra tan aburrido? ¿Quién tiene que mantener vivo el universo? ¿Quién tiene que hacer funcionar a las estrellas? Y si dejo de pensar en los hombres pues estos desaparecerían al momento. Así que vete a casa y ponte a hablar con tu mujer y tus hijos y vete a beber un vino con los amigos. Déjame en paz y haz como los demás: confórmate con ir a la iglesia a cantar himnos, leer el Santo Libro y a orar.”

Entonces se encendió la luz, el fuego del horno volvió a encenderse y yo, todo asustado, pero completamente satisfecho seguí haciendo el pan del día siguiente. Eso sí: ya casi no era capaz de parar mi mantra. No podía parar mi mantra y tardé tres meses en hacerlo gracias a Dios.

sábado, 5 de noviembre de 2011

TRABAJAR EN LAS FUNDICIONES DE SARKOX ERA UN INFIERNO

Llevaba muchos años tratando de sobrevivir en el taller de Josabawan trabajando de fundidor de hierro. Era el único trabajo que había podido encontrar en aquella horrible ciudad de Sarkox. Necesitaba mantener a mi mujer a mis tres hijos. Mi trabajo era brutal y el calor del hierro fundido y de los hornos me dejaba agotado. Mi jefe, Wultabander, era un hijo bastardo del sacerdote Dimâsh. Había sido despreciado por su padre y entregado a una ramera rica ya retirada del oficio que vivía en los bajos fondos de la ciudad. Esto lo sabía porque mi buen amigo Sindromak me lo contó una noche en la taberna de Sisha, tomando unas cervezas con tripas fritas de cachorro de zorro. Wultabander se había convertido en un auténtico rufián; un verdadero hijo de puta resentido que sin embargo sabía ganarse la confianza de mucha gente gracias al frío dominio de carácter y su gran capacidad para mentir. Era el perfecto lameculos de cualquier miserable empresario de las muchas minas y fundiciones de Sarkox. Puesto en cualquier lugar de mando sabía cómo estrujar a cualquier cuadrilla de desgraciados mal pagados y peor alimentados, sin piedad ni remordimiento alguno. En realidad a nadie llamaría la atención el daño y odio que rezumaba este cabrón, a no ser que le cayera como jefe; y, eso mismo fue lo que me pasó a mí.

Nada más empezar a trabajar bajo sus órdenes vi que se fijaba demasiado en mi cuando sacaba los lingotes al rojo vivo y los llevaba cogidos con unas tenazas hasta el rústico tren de laminación cuya fuerza motriz provenía de las mulas dando vueltas a una noria con una enorme cinta transportadora que hacía así mismo girar el tren. La máquina de vapor allí instalada en su día había dejado de funcionar y las mulas hacían ahora el trabajo motor. No sé qué era lo que le empezaba a molestar en mí. Quizás que era una persona tranquila que me llevaba bien con todo el mundo y además provenía de la tribu de los Nishal, conocidos por nuestro culto al Libro Sagrado. Quizás por eso y porque se daba cuenta que yo no le tenía miedo y sabía mirarle a la cara de frente cuando se dirigía a mí. También porque conocía bien mi trabajo y no necesitaba de sus impertinentes órdenes dadas con un tono de voz salvajemente ahuecada y pensada para atemorizar, para meter miedo; para hacerle correrse de gusto sintiéndose el más insidioso hijo de puta.

Un día cuando estaba agarrando un lingote al rojo vivo para transportarlo con el gancho, se acercó a mí para decirme con voz perversamente suave: “Agárrate bien a ese lingote porque te quiero dar por el culo en cualquier momento. Cuídate bien Nishal. Me caes como la mierda y te puedo joder bien jodido. Te crees muy importante con estos desgraciados pero aquí quien manda soy yo. Ten cuidado no tropezar con el lingote y quedarte pegado a él. Nadie te echaría de menos.” Mi respuesta fue el silencio y continué trabajando. Sabía que había llegado la hora del desafío y yo no podía dejar de trabajar el la fundición. No hubiera podido encontrar ningún trabajo en ese momento. Otro día el tren de laminación falló precisamente cuando yo intentaba estrechar el primer lingote en su primera pasada por los rodillos embadurnados de sebo para evitar la oxidación. El tren se atascó y de repente Wultabander vino derecho como una furia con los ojos enrojecidos, su olor a whisky perronero, y con cara de depredador: “¿Qué has hecho? ¿No te das cuenta de que has hecho, hijo de puta? Has metido mal tu polla en esta máquina de precisión y la has jodido. ¿Qué tal una suspensión de empleo de dos días? Pasa por mi caseta después del trabajo.” Quedé dos días en casa sin cobrar.

Pero un día durante el turno de la noche los lingotes salían torcidos al pasarlos por el tren de laminación. Solía ocurrir a veces que por razones de calidad del metal en bruto los lingotes se torcían y retorcían y el peligro de accidente era serio. Había que saber apartarse con tiempo y coger los lingotes adelgazados al vuelo como quien dice. Cuando esto ocurría solíamos estar allí los más hábiles y ágiles. Al otro lado del tren se colocaba entonces mi amigo Sindromak. Sin embargo, aquella noche, después de meter el primer lingote me di cuenta que al otro lado no estaba Sindromak, sino alguien que me pareció ser Wultabander. No era posible que aquel perro se pusiera allí a exponerse a ser traspasado por un lingote mal parido. Pero era él.

“Niñata”, me dijo, “toma este regalo de la casa” Y en ese momento empujó con fuerza el lingote hacia mi lado de tal manera que salía como si de una serpiente alocada se tratara. Tuve que saltar por encima sintiendo el rechinar de la suela de mis botas al roce del hierro al rojo. Rápidamente cogí lo que ya era una barra retorcida con las pinzas y sin pensarlo lo lancé de nuevo hacia los rodillos con cierto impulso reflejo. Pero al momento sentí que algo no iba bien. Ví, tras los huecos de los rodillos, que algo se movía de forma torpe y con movimientos desacompasados. Parecía como si un borracho estuviera bailando una siniestra cumbia bajo el ruido de los rodillos al girar. Asustado me aparté rápidamente de mi puesto y fui a ver qué pasaba al otro lado. Y lo que vi no me gustó; era horroroso, pero si he de ser sincero, tampoco me disgustó: Wultabander se agarraba con las dos manos a la barra retorcida de hierro que le traspasaba a la altura del estómago para seguir en dirección al suelo. Salía humo del cuerpo y el olor era de carne chamuscada que se mezclaba con el olor a tocino rancio de los cachos de sebo de los rodillos también en proceso de combustión. Los ojos de aquel cabrón se nublaban buscando la visión de las tinieblas. Al poco tiempo cayó al suelo empalado por el hierro todavía al rojo. La ropa empezaba a arder y pronto aparecieron el resto de la cuadrilla que estaban, no lejos de allí, estirando unas vigas con una máquina hidráulica.

Había sido un accidente de trabajo. Una imprudencia del jefe Wultabander cuyo aliento se pudo comprobar olía al whisky perronero que solía tomar en sus turnos nocturnos con ansiedad animal.

UNA TRIBU CON UN BUEN LÍDER ES UNA TRIBU AFORTUNADA



Fuimos al parque a buscar paz y tranquilidad, pero encontramos terribles mosquitos que nos picaban sin compasión. Llevábamos la cesta de mimbre con las tortillas y una armónica para tocar canciones. Pero nada más llegar al parque aquellos siniestros mosquitos nos empezaron a picar y nos salían ronchas por los brazos y la cara. Los picores eran insoportables.

Fuimos corriendo hacia donde habíamos dejado nuestros mulos y nos largamos de allí por el Gran Sendero que lleva a los montes de Gtwqert. Milsa no paraba de arrascarse una vez encima del mulo. Me gustaba Milsa. Era una muchacha hermosa que cuando hablaba sus palabras sonaban a miel con leche. La deseaba con una fuerza salvaje. Soñaba con estrecharla en mis brazos y darle placer sin límites, pero Newrtop; el hijo del herrero de la tribu, estaba también loco por ella y era un mozo brutal; con desarrollados instintos asesinos. Tendría que tener mucho cuidado. Mi mulo cojeaba algo y estaba asustado. A mi lado iba el carpintero Wasergh y su mujer. La mujer iba sentada de lado en una enorme mula de tiro que en aquel mismo momento se puso a soltar cagajones malolientes. El carpintero no sabía hablar sin soltar horribles blasfemias; y, a su mujer se le podían ver sus flácidos bajos fondos por la forma en que iba sentada. Era una mujer ordinaria como la tela de saco y su aliento era una mezcla de olores a cebolla con ajo y orines muy cargados. Les odiaba cuando venían a nuestras excursiones al parque.

El parque había sido algo tranquilo y hermosos en otros tiempos. Ahora seguía siendo tranquilo, pero nunca sabíamos qué bichos podrían salir de él y por qué. La última vez habían salido víboras por debajo de la hierba y dos criaturas, dos hijos de Bhuran y Elemeral, murieron rabiosamente envenenadas. Mi tribu es una tribu perdida y agotada, pero hemos formado campamento en la falda del monte Derva y allí sobrevivimos como podemos.

Hemos llegado a las orillas del lago Swearven. Precioso lago. Creo que Krogur, nuestro líder, nos dejará comer las tortillas sentados en el verdor de sus orillas. Krogur es un gran líder. Es un buen hombre y sabe ser fuerte cuando las vilezas humanas intentan sacar ventaja de la tribu. Ayer mismo derribó de un puñetazo a la sanguijuela de Bhurta, y lo pisoteo sin compasión una vez en el suelo. Bhurta había estado creando mala sangre entre los jóvenes de la tribu con falsas ilusiones y sueños de grandeza si lograban sublevarse contra Krogur, pero nuestro gran líder supo reaccionar a tiempo cuando se enteró de tales conspiraciones y avergonzó a la serpiente de Bhurta a base de patadas. Krogur era un hombre noble y valiente. Era también un hábil guerrero amante de la sabiduría y el conocimiento. Su mujer Pipiana sabía ser discreta y muy buena consejera de las muchachas jóvenes. Yo creo que todos la veíamos como una hermana mayor.

viernes, 28 de octubre de 2011

SEKLAS Y SUS ORGASMOS CÓSMICOS

Aquella noche apenas pude dormir pensando en el manuscrito que había encontrado haciendo inventario de la biblioteca de libros raros de la universidad. Di vueltas en la cama apesadumbrado y cuando me dormía era para soñar en espantosas pesadillas. Al día siguiente, todo ojeroso, volví de nuevo al trabajo de la biblioteca y fui directamente a donde estaba el manuscrito. Lo volví a releer y vi que en la misma caja atada con una cinta había más legajos. Cogí otro y leí:

La mejor obra del dios Seklas fue el hombre. Y la mejor obra en el hombre fue su conciencia. Los animales podían sufrir, pero los efectos del sufrimiento no podían ser representados ni rememorados en su limitada conciencia. Seklas no podía soportar una existencia donde el sufrimiento fuese tan limitado y efímero. Necesitaba crear una conciencia superior, más compleja y de gran memoria duradera. Trabajó entonces con el código genético de esa criatura bípeda que apenas superaba la inteligencia de los chimpancés; y logró el milagro después de grandes distancias en el tiempo. Logró que el hombre fuera consciente de sí mismo, con capacidades racionales y fuertes e incontrolables emociones. Además era una conciencia capaz de auto-engañarse y mentirse a sí misma con extrañas y fantásticas proyecciones.

¡Genial! Gritó Seklas el dios miserable. Ya tengo la criatura sufriente más perfecta. Ver cómo ha de sufrir esta criatura humana me producirá intensos espasmos de placer. ¡Genial! Con solo nacer ya empezará a sufrir de forma poco a poco autoconsciente y reflexiva. A medida que crezca será la complejidad de sus relaciones con los demás, sus conflictos irresolubles, su congoja ante las enfermedades y la muerte. Su violencia y rabia que podrá estallar en ocasiones para conseguir de forma provisional cualquier imperio o capricho, pero luego la vida le volverá a vencer y vencer….je, je, je….Y, por otra parte, nunca le haré perder su esperanza en la felicidad, en la bondad, en el amor, en un Dios bueno y compasivo. Pero esa es mi obra. Mi obra casi perfecta. Casi perfecta. La conciencia humana destilará un sufrimiento inaudito que me hará sentir intensos orgasmos cósmicos que a su vez producirán más estrellas, más erupciones volcánicas, más explosiones de supernovas,…..je, je..

Esa es el diabólico conocimiento de Seklas que hasta ahora el sabio Azazael ha podido descubrir gracias a su transcendencia mental que logró traspasar el hermético mundo material y astral de Seklas el demiurgo medio loco. Ahora sabemos que hay una salida y una dimensión cósmica absolutamente fuera de este maldito universo de Seklas. Pero el absoluto desde dentro de nuestro universo no lo es desde esa otra dimensión.

Quedé más desconcertado aun. Dejé la caja con los legajos en su sitio y salí tembloroso de la sección de libros raros. ¿Quién era Azazael? ¿Dónde estaba su grupo secreto de sabios? ¿Dónde estaba la salida?

miércoles, 26 de octubre de 2011

MARCUS KLOMMER

Si todo el mundo está salvado por la Sangre de Cristo entonces todos estamos camino de la Gloria, pensaba Marcus Klommer mientras escupía un denso gargajo verde contra la pared del burdel. Martha Glibert, la putona más estropeada del personal del Kooba-Diddle Saloon, comenzó a reñirle con las palabras silbantes y mal pronunciadas debido a su putrefacta dentadura: “Eresh un sherdo indeshente, Marcush Klommer; podíash haber eshcupido en el suelo de tu casha.” Pero Marcus siguió su camino meditando en la verdad que había descubierto leyendo la vieja biblia de pastas negras y hojas amarillentas que tenía su fulana, Ilda Foreman, guardada en la mesita.

Si todo el mundo está salvo por la Sangre de Cristo, siguió pensando, entonces Dios nos lo tendría que recordar en algún momento, para dejar de ser tan malos. Tendría que haber un Dios de verdad que lo sacara de aquel indecente agujero que era Krakpotown y así poder cambiar de vida y de lugar más allá de las secas montañas de Bluecrest. No sabía a dónde ir. Se sentía vacío. Su casa era una infame cabaña en las afueras del pueblo. Su trabajo de peón en el rancho de Mathew Garden le daba para comprarse las judías, unos biscuits secos y los pagos ocasionales a su puta.

En aquel momento llegaba el viejo Martin Miller con su perro.

Sintió náuseas.

Martin Miller siempre miraba hacia el cielo con aquellos ojos vacíos y secos. Su perro era ya muy viejo para seguirle, pero el animal seguía siendo fiel a su ya demente dueño.

“Martin”, gritó Marcus, “¿sabías que la Sangre de Cristo te salva de tus pecados?”

“Sí, Marcus, por eso no dejo de mirar al cielo para que algún día Dios me devuelva la luz. Marcus, eres un pendejo. ¿Por qué me preguntas estas cosas? ¿Te vas a meter a predicador?”

“No, Martin. Era una duda que tenía. Déjalo.” Y escupió de nuevo otro gargajo enorme sobre Whiskas, el pobre perro de Martin que ni tan siquiera se inmutó.

domingo, 23 de octubre de 2011

LOS HEROÍSMOS DE LA VIDA COTIDIANA

En primer lugar recogía los platos sucios de las encimeras de la cocina y los iba colocando en el lavaplatos. Los desperdicios de carne, pescado, fruta, o vegetales los metía por el agujero del triturador, que era el mismo desagüe del fregadero. La diferencia con los desagües normales europeos consistía en el diámetro bastante mayor del desagüe con triturador, sin embargo el agujero estaba protegido por un círculo de tiras de goma fuerte a modo de diafragma o esfínter. Cuando se tiraban los trozos de pollo con huesecillos, los trituraba sin compasión. Hacía un ruido como de gruñido salvaje que luego se apagaba en un ronroneo más tranquilo. Una vez metidos los platos en el lavaplatos, colocaba una medida de detergente en el depósito, cerraba y apretaba el botón de comienzo con gusto. Luego cogía el frasco de plástico de jabón líquido lavaplatos, echaba una pequeña cantidad sobre las encimeras y con una esponja las restregaba hasta sentirlas lisas. Una vez hecha esta labor, cogía un rodillo y secaba la superficie. Había que recudir el rodillo un par de veces, pero el resultado era una superficie brillante. Lo más fastidioso era limpiar el fogón de gas y los mecheros. Allí la grasa se acumulaba de forma insidiosa y había que sacar las niqueladas bandejillas redondas recoge-posos, hacerlas brillar; luego limpiara las rendijas entre las bandejillas y el interior de las oquedades de los mecheros; y, esto era un fastidio. Lo odiaba.

El resto de limpieza era más la paciencia y la gana que el trabajo en sí. Colocar las cosas en su sitio, barrer, luego fregar con la fregona; pues se hacía bien, lo malo era cuando no tenías gana maldita de hacerlo. Si además tocaba limpiar cristales pues se añadía más fastidio, salvo que ese día estuvieras inspirado y esa labor te sirviera de distracción más que castigo. Me olvidaba de la limpieza del baño. Limpiar la bañera requería agacharse, doblarse y frotar duro con una esponja recia aplicando polvos de vim. Pero cuando echabas el chorro de agua con la cebolla de la ducha y recudías los chorros de suciedad adosados a la superficie esmaltada de blanco; era una satisfacción psicológica ver cómo brillaba la bañera. La taza del váter era también un coñazo. Requería una fuerte limpieza del agujero habiendo echado previamente un líquido fuerte con fuerte olor; luego se rascaba bien con la misma escobilla de plástico, para enseguida limpiar el resto de la superficie de loza con una esponja-lija. Luego yo solía pasar el agua de la ducha por encima para dejarlo reluciente. El suelo quedaba algo inundado, pero luego venía con la fregona y todo quedaba perfecto.

Estas eran las batallas cotidianas. Los heroísmos de la vida cotidiana.

Cuando acababa hacía un café y me sentaba en el sofá satisfecho de mi labor. Ponía a los Moody Blues y Robbie se ponía a hacer la comida.

sábado, 22 de octubre de 2011

TOMANDO UNA TAZA DE CAFÉ

Me despertaba, abría la puerta de corredera de cristal y ahí estaba la naturaleza con su luminosidad. Di unos pasos para atrás y me volví a sentar en el sofá. A mi derecha estaban las estanterías con libros. A mi izquierda el tocadiscos. En el medio del salón, ocupando mucho suelo, estaba la alfombra con sus diseños en rojo.

De nuevo me levanté. Fui a la cocina y puse el agua a hervir sobre el mechero de gas. Saqué de la alacena el frasco de nescafé y eché dos cucharaditas de café instantáneo. Una vez hervida el agua la eché en la taza y la revolví. Miré un momento hacia la puerta corredera de cristal y sentí una breve sensación de alegría. La mañana era soleada y afuera los cuervos celebraban el día con sus graznidos. Las ardillas también se acercaban con cierta desconfianza. Saqué entonces el cartón de leche de la nevera y eché un chorro al café. El olor a café inundaba la cocina y el salón al mismo tiempo que me despertaba a una mayor intensidad de ánimo.

Un día libre. Un sábado libre de high school. Un tiempo a ocupar. ¿Qué hacer? ¿Leer? ¿Escribir? ¿Pasear? ¿Escuchar música? ¿Leer y escuchar música al mismo tiempo? No es fácil tomar una decisión. Tomé un sorbo de café y la sensación de relax y ganas de vivir fue rápida. Me quedé silencioso. Me senté de nuevo. En realidad mi aspiración era poder alcanzar esa plenitud espiritual desde la cual la vida fluye y circula sin que uno se sienta afectado. Estar ya situado en un punto neutro. En el punto medio de la rueda, mientras todo circula sin afectarnos.

Siempre ese ansia por encontrar ese territorio de quietud, de extrañeza, de vivir en un sueño encantado. Y, por otra parte, la tozuda realidad de una discontinuidad y ruptura entre la mente y el mundo. La contracultura de los años sesenta y setenta nos hablaba de esa posibilidad de alcanzar el sueño místico-romántico. La música de los Moody Blues reforzaba este anhelo. Los escritos de Alan Watts o Theodore Roszack, junto con Norman O. Brown.

Abrí la puerta corredera de cristal y salí a pisar la hierba con la taza de café agarrada por su asa. Hacía un aire fresco que respiré con fuerza. Los nogales parecían nobles ancianos cuya sabiduría los hacía estar fijos, quietos en su sitio. Fuertemente asidos en la tierra con profundas raíces. Los envidiaba. Era imposible saber cómo se siente un árbol, y si siente algo en realidad. Veía a los coches pasar por la calle Fifth Street. Oía el ruido de las cubiertas rodando sobre el asfalto. Apenas se oían los motores. En realidad estaban ocurriendo muchas cosas a mi alrededor. Las tonalidades de colores eran infinitas. Los ruidos eran indefinibles. El mundo estaba ahí, el universo estaba ahí al completo, pero fuera del alcance de mi comprensión mental o anímica. Me senté en el bordillo de piedra que rodeaba uno de aquellos nobles nogales. Tomé otro sorbo de café.

Pensé entonces en los exámenes que tenía que corregir, en las preparaciones de clases; en la limpieza de la casa, en la compra que había que hacer, etc.. Trabajo. El trabajo como acción sobre el papel, sobre la objetividad del conocimiento; sobre el intercambio del mismo adaptado a las circunstancias de las clases. Dura labor. Difícil intercambio. Surgió de repente el desánimo y bebí el café todo seguido. Me levanté y en ese momento Robbie venía por el camino de cemento para decirme que alguien me llamaba por teléfono.

jueves, 15 de septiembre de 2011

LA MÁQUINA DE LA LIBERTAD

Todos los días en la misma rutina. La máquina fabrica muchos tubos de betún por minuto. Yo tengo que estar ahí atendiendo esa máquina sin pestañear. Llevo años haciendo lo mismo. ¿Cómo he llegado a este trabajo? Estudiaba mal. Había abandonado el instituto y un amigo me dijo que sabía de una fábrica donde necesitaban gente y pagaban bien. Efectivamente pagaban bien. Ahora ya no tanto. Pronto me pusieron en la máquina y aquí sigo. La máquina y yo somos una misma persona. Yo ya sé todos sus movimientos y ella parece conocer los míos. Es todo automático. Nada que pensar, ni nada que improvisar. Después de tantos años es todo automático. Me paso las horas dedicado a mis propios pensamientos, pensando mis cosas. Este trabajo tiene de bueno que puedo pensar lo que me dé la gana durante las ocho horas de la jornada laboral. Mi mente queda libre. En punto muerto. Luego pienso en mis cosas, en mis mundos, en mis ensoñaciones. Soy libre. Este trabajo me hace libre. Mi mente es libre. Puedo viajar con la imaginación a islas lejanas, ligar a las tías más buenas, comer en los mejores restaurantes. Puedo también ser el mejor aventurero con mi barco pirata recorriendo los mares del mundo y los sitios más extraños. Puedo llegar a ser un dios griego y moldear las voluntades de los humanos a mi capricho. Seducir criaturas humanas para enfrentarlas a mis compañeros divinos.

Todo un mundo mágico de mitología en vivo gracias a mi máquina, a mi trabajo automatizado; a mi simbiosis con la tecnología. Mi trabajo cubre mis gastos y hasta podría casarme y tener una gran familia. Pero por ahora disfruto mi soledad. Mi imaginación; mis libros, mis paseos, mis pocas amistades. Puedo decir que soy un hombre muy feliz. A veces hablo con algún amigo y no entiendo cómo puede vivir con tantos problemas y preocupaciones. A veces oigo conversaciones por la calle, en la tienda, o a mis familiares y no entiendo cómo pueden vivir con tantos problemas, tantos conflictos y dilemas; tanta zozobra e inquietud. La mayoría tienen trabajos que les atormentan, les sumen en depresiones; les hacen convivir con gente que no soportan. Entonces me doy cuenta de la suerte que tengo, de mi libertad, de mi máquina de fabricar tubos de betún. Cuando leo los periódicos y oigo la radio o veo la televisión y veo que todo el mundo vive problemas, crímenes, atentados, crisis económicas, inseguridades y desconfianzas sin fin; me doy cuenta la suerte que tengo con mi trabajo, con mi máquina, con mi mente libre las 24 horas del día aun en mis sueños.

Muchas veces me han propuesto ascender, promocionarme; sacarme de la máquina, pero yo me he negado, he rogado a mi jefe que me deje con mi máquina. Bien es verdad que han cambiado varias veces las máquinas y han instalado versiones nuevas, más modernas, más rápidas, más automatizadas; pero por suerte alguien tiene que estar al cuidado de la máquina. Sigue siendo mi máquina con otro vestido, con otros maquillajes, con mejores mandos, con mejor pantalla y mejor programa; pero yo sigo siendo el mismo y mi máquina sigue siendo la misma y los tubos siguen saliendo a más velocidad y mejor. Se ha transformado la fábrica, han desaparecido varios de mis compañeros: unos han muerto y otros se han jubilado, otros están en el paro; y ahora somos menos personas en un mundo de máquinas informatizadas, automatizadas; pero mi máquina sigue permitiéndome seguir siendo libre, seguir viajando con mi imaginación, vivir mis mundos. A veces oigo voces disonantes que me llaman para algo, a veces creo ver a alguien que me lleva a algún sitio; a veces otra persona trata de interrumpir mis ensoñaciones y aventuras; pero yo sigo en mi trabajo, con mi máquina produciendo miles y miles y millones de tubos de betún.

martes, 23 de agosto de 2011

LA IGLESIA DE LA VERDAD ABSOLUTA SIN FISURAS

Recorría las calles de la ciudad en busca de una iglesia rara. Seguí por las calles retorcidas del anciano barrio de Golgoth. Me paré cerca de una casucha pintada de negro. Pude ver acercándome que se trataba de una casa dedicada a algo anormal. Las ventanas eran profundas y al fondo estaban las vidrieras. Miré hacia adentro y vi que un ojo me miraba. Parecía un ojo grande; un ojo de vaca o de hipopótamo. ¡Qué extraño! No me había dado cuenta que había un letrero cerca de la puerta. La letra era muy pequeña, pero decía: Iglesia de la Verdad Absoluta sin Fisuras. Decidí entonces llamar a la campanilla. La puerta era demasiado grande para casa tan pequeña. Tardaron medio minuto en abrirme. Quien me abrió era un muchacho con la cara blanca y algo demacrado. Me dijo que no era la hora del culto, pero que el pastor estaba en su despacho esperando consultas. Yo le dije que era algo urgente y que necesitaba su consejo. Me hizo esperar un par de minutos y al momento me condujo al despacho del Reverendo. Este era un sitio lleno de libros raros a juzgar por los títulos. Las teologías que leía este señor eran un tanto llamativas. Un título que me llamó la atención al momento fue el siguiente: “Sobre los dioses verdes del planeta de Kilortyu”. O, ese otro titulado: “Doctrina Sagrada de los Espíritus Vivientes”. El pastor me dejó que siguiera inspeccionando títulos y, entonces, me saludo.
—¿Qué desea? ¿En qué puedo ayudarle caballero? — Me dijo con voz grave y cansina. Era un hombre de unos ochenta años, de asombrosas arrugas que le llegaban a desfigurar la cara. Conservaba un pelo blanco y fuerte que protegía con celo aquel misterioso cerebro.
 —Verá, —, le dije yo— estoy sufriendo un aburrimiento mortal. Todo me aburre. Me aburre la gente, me aburre la ciudad; me aburre la música; me aburren los libros, me aburren las ideas; me aburre la tele; me aburren los vecinos; me aburren las religiones; me aburre la idea de Dios y de la Biblia. Me aburren los teólogos, me aburren los filósofos. Me aburren los paseos, me aburren las mujeres, me aburre la política; la ciencia. Todo. Me oye: ¡¡¡todo!!!
El pastor se me quedó mirando y al cabo de medio minuto empezó a reírse estrepitosamente.
—¡¡Qué bueno!! Mire, está usted en el sitio que le corresponde ahora mismo. Usted no ha llegado aquí por casualidad. Usted está aquí porque Dios quiere que esté aquí. Ha llegado a donde habría de llegar. Esta es la iglesia que usted necesita. Somos unos creyentes un tanto singulares. Hemos cortado con el mundo de un modo radical. Yo diría que absoluto. No queremos saber nada con la raza humana; no tiene solución. Los humanos son seres completamente corruptos; incapaces de comprender nada. Son un aborto inmundo parido por el miserable dios Seklas. No me extraña que usted esté tan aburrido; absolutamente aburrido. Toda la humanidad acaba aburriéndose tanto que les da por creer que pueden salvar el mundo y se inventan cosas fantásticas para poder perpetuarse y propagarse; para intentar salir del aburrimiento inventando dioses y libros sagrados horribles. Luego razonan y razonan pero la razón les profundiza más y más el aburrimiento y el tedio y entonces han de vivir en eterno conflicto devorándose los unos a los otros con cara de buenos o de canallas; tanto da lo uno como lo otro…
—¡Reverendo! —le interrumpí; —nadie jamás me ha hablado como me habla usted. Usted no habla de amor y de solidaridad con los débiles o de justicia universal; o de una verdad que hay que seguir con sana disposición y alegría y sacrificio…Tampoco me habla de un Dios de bondad y misericordia que siempre nos perdona aunque pudiera borrarnos del planeta ahora mismo de un soplo…
—¡¡Maldita sea!!! —se levantó encolerizado el pastor—jamás te hablaría de semejantes mamarracharías; Ese es el lenguaje de los demonios. Los demonios saben mucho de solidaridad y amor y justicia; no dejan de hablar de los mismo y en nombre de esas majaderías tienen a los humanos cogidos por las pelotas (si me permite la expresión) y hacen de ellos lo que quieren. Los demonios cuidan de sus humanos como de ganado. De hecho es su ganado y los ponen a pastar por los prados de las ilusiones y de las mentiras piadosas y crueles para que aguanten la existencia que les ha tocado. ¡¡Es un horror este planeta!!
—¿Y qué he de hacer?, dígame Reverendo, qué he de hacer?
—Muy fácil. Va a meterse usted en la cabina de la Verdad Absoluta. Va usted a experimentar la Verdad en su plenitud Absoluta. Va usted a saber lo que es la Transparencia del Yo con su Yo. Va usted a saber lo que son los dogmas verdaderos sin fisuras y en consonancia con la lógica más precisa, infinitamente precisa..Venga, venga, métase ahí.
Y entonces vi que me iba llevando hacia una especie de cabina de acero inoxidable. Abrió entonces la puerta de la cabina y me metió con fuerza. Acabé sentado en un asiento de hierro frío con luces rojas mortecinas en el techo. Luego fue como una sensación de algo que me iba absorbiendo toda mi sangre, mi energía, mis ideas, mi cerebro, mi mente, mi alma. Notaba que me iba aligerando de peso. Notaba que flotaba en una especie de éter. Y de repente, todo estaba claro, todo estaba nítido; todo estaba allí presente. Nada sobraba, nada faltaba, nada era lo que no tenía que ser. Yo era lo que era: completo, transparente, infinito y eterno.

Cuando salí podía recordar mi pasado como ahora lo estoy escribiendo. Pero mi existencia era otra. Quizás mejor decir, mi existencia era ya el Ser en toda su plenitud.

Gracias a la Iglesia de la Verdad Absoluta sin Fisuras y gracias a su pastor.

Pronto fui uno más de esa Iglesia de la Verdad. Nos reuníamos en sitios inverosímiles mirando hacia los infinitos cosmos que nos componen, que son nuestro cuerpo. No éramos muchos, pero todos teníamos algo en común: HABÍAMOS DEJADO DE SER HUMANOS. Gracias a Dios, habíamos dejado de ser humanos.

sábado, 16 de julio de 2011

ATRAPADOS EN UN SUSURRO DE NOSTALGIA AFRICANA O EL EXTRAÑO VIAJE DE AUTOBÚS NOTTA-SIRACUSA

Cuando cogimos el autobús en Notto para volver a Siracusa, una pareja negra se sentó detrás de nosotros. Tendrían unos 30 años y los dos eran de apariencia atractiva. Ella tenía el pelo algo alisado y vestía unos vaqueros apretados que dejaban ver una figura bien cuidada. No llevaba el autobús diez minutos de viaje cuando de repente creí oír una extraña canción de lamento. Yo llevaba el i-pod puesto y pensé que era la radio del autobús o un CD que habría puesto el conductor. No le di más importancia. Pero unos minutos más tarde vuelve la canción a interferirse con mi música. Normalmente, si la música del autobús se interfiere con mi música lo que hago es aumentar el volumen y seguir escuchando una vez ahogada la interferencia. Pero en este caso la canción que se estaba interfiriendo iba seguida por una voz débil, triste, melancólica. Inmediatamente me vi atrapado por lo que más que una canción era un cántico como salido del alma de una persona o una colectividad lejana. Apagué mi i-pod y me dejé seducir por el cántico que surgía de algún aparato electrónico en forma de voz de hombre y en una lengua africana, quizás en swahili. La canción era más bien una forma de recitación acompañada de fuerte percusión, pero manteniendo un acertado equilibrio de sonido y ritmo. A veces intervenía algún instrumento de viento que no sabría definir. Y al unísono la chica africana iba repitiendo lo que decía entre canto y recitación la potente voz del artista.

El efecto de aquella música era un tanto narcotizante. Me sentí atrapado por una sensación de embriaguez estética que lograba transportarme a no importa qué lejanas tierras tribales o campesinas. El ruido del motor del autobús y el paisaje siciliano quedaban fundidos en la magia del cántico. La voz de la chica era como un susurro de lamento, de pérdida; para luego alcanzar un punto de inflexión donde la voz parecía celebrar, desahogar, atacar, denunciar. Luego unos silencios marcados por la percusión y vuelta al susurro acompañante de la voz negra de aquel artista de la grabación. La hora y media que duró el viaje fue todo un mantra de repetición, de recitación, de cántico, de lamento, de nostalgia; luego de climax, de resolución, de alegría, de celebración. Silencios acompañados de percusión. Ahora denuncia, acusación, ataque. Silencio. Tristeza. Susurro. Todo un ciclo imparable y en infinita sucesión. Aun después de llegar a la estación de Siracusa y observar a la pareja bajarse del autobús, la música seguía sonando en mi mente; quizás ya incrustada en mi alma. Ana y yo lo comentamos. Ella también sintió aquel extraño hechizo. Durante el camino al hotel no paraba de susurrar aquella lejana música africana, aquella música de profunda nostalgia; aquella letra intraducible; pero plena de significados para quien quisiera escucharla de verdad. Aun en la cama fui repitiendo las cadencias: Ahimó, ahimó; deshahi; melutava, melutavah. Ehí!! Ehí!! Melutava mehadish!!

viernes, 15 de julio de 2011

AGRIGENTO

Llegamos a Agrigento y el sol nos iluminaba con alegría, pues al mismo tiempo soplaba una ligera brisa que nos animó al instante a caminar la ciudad con gana. La ventaja de no ir con un grupo organizado es que uno se levanta a la hora que quiere y viaja de acuerdo a los horarios de autobuses más convenientes; y aprovecha el tiempo a la carta. Con un grupo organizado no hay ni tiempo para tomar una cerveza, para caminar por las calles; y hay que comer donde ellos te digan. Todo un agobio, que de no ser porque uno está de vacaciones viendo cosas, sería como si uno estuviese en la mili. A las seis arriba sin compasión porque el grupo se va en el autobús y el guía presiona; y luego venga a ver piedras y más piedras, sin la posibilidad de ver gente nativa, de ver las calles con chiquillos jugando, con las vecinas dando voces y parando en una tasca a tomar una birra en paz y tranquilidad con el “pueblo”.

Pues llegamos a Agrigento y nos pusimos a caminar con ese sentido de libertad que se siente cuando estás en medio de una aventura exploratoria con tiempo a raudales. La ciudad en su parte antigua no es muy diferente de esos pueblos tipo Ciudad Rodrigo, Béjar, Sigüenza, etc.; pero es Sicilia, y Agrigento es una ciudad con sólida historia antigua; una ciudad que fue marco y protagonista de imperios y conquistas que yo ahora no voy a relatar porque desde que existe la Wikipedia no hay nada que nos impida aprender y yo os doy pretexto para ello. Sí deciros que caminando por la Vía Atenas paramos en una heladería, nos sentamos en la terraza y pedimos dos helados de vainilla y fresa que sabían a gloria destilada. Los helados sicilianos saben riquísimos y aunque sea un piccolo en cucurucho o en tarrina te dan cantidad suficiente para cantar poemas de felicidad a la vida. Así que fuimos viendo gente pasar, caminar, hablar; pues los sicilianos son muy expresivos, muy gesticulantes y comparten con nosotros el hablar en alto. Se ve bastante población negra africana y árabes o bereberes del norte del mismo continente. Quizás son estos que últimamente desembarcaron en la isla cercana a Túnez de Lampedusa. Lo que si es llamativo es que todas las ciudades de Sicilia cuentan con ese elevado número de población inmigrante o flotante. Quisimos visitar algunas iglesias barrocas, pero estaban cerradas. No obstante sirvió de pretexto para meternos por callejones y callejuelas con olores fuertes a tiempos pasados; aunque la actual Agrigento o Girgenti, como la llaman los sicilianos, fue construida sobre las laderas de una colina a un par de kilómetros de la que fue la antigua Agrigento griega, actual valle de los Templos.

Luego, decidimos a pleno sol de julio, ir andando a visitar el valle de los Templos a casi cuatro kilómetros bajando en dirección al mar. La caminata fue interesante porque todo lo que se camina es tiempo de apreciación, de ver lo que no se ve cuando uno va en coche o en autobús. Esos detalles de paisaje, esos arbustos, esa persona sentada a la puerta de casa; ese jardín, ese basurero; ese arroyo; ese perro suelto, etc. Llegamos al valle de los Templos y vimos piedras sobre piedras. El templo de Juno, el templo de la Concordia, el de Castor y Pólux, Vulcano, las tumbas helénicas y cristianas de la época bizantina, y por último el templo de Hércules. Paramos a tomar un capuchino y beber agua en una cantina y luego nos fuimos también caminando hasta el museo arqueológico con el sol a cuestas. En el museo vimos vasijas, vasos, bustos, caras, tumbas, ornamentos y piedras y más piedras. Como ya se acercaba la hora de coger el autobús de vuelta a Palermo, pues fuimos de vuelta hacia Agrigento por otra ruta. Al llegar a las afueras vimos que para llegar al centro de la ciudad por esta ruta había que subir escalones y escalones y por fin llegar a la cúspide de la larga colina donde está Girgenti.

Al volver fuimos a la parada del autobús de la empresa Cuffaro que no es más que una placa que indica “bus”, y entonces nos empezamos a mosquear porque no había gente que fuera a Palermo esperando y nos habían dicho que era allí. Preguntamos en un estanco al lado y nos dijeron que no sabían. Entonces de repente vimos a un señor muy pequeño de estatura que gritaba “los que vayan a Palermo que me sigan, yo les llevo”. Inmediatamente nos pusimos nerviosos, “¿cómo? ¿Quién es usted?” le preguntamos, ya que pensamos que era un taxista o cualquiera que nos estaba estafando o quién sabe qué o quién. Pero el señor nos aseguró que él era el conductor del autobús Cuffaro y que nos tenía que llevar al autobús que lo tenía en otra calle no muy lejos. Nos enseñó el logo de la empresa que llevaba en la camisa y al final le seguimos y he aquí que era verdad y el autobús lo tenía medio lleno y nosotros montamos contentos de no tener que pasar noche en Agrigento por un descuido imprevisible. No supimos por qué habían cambiado de sitio. El caso es que volvimos a Palermo.

martes, 12 de julio de 2011

PALERMO, OH PALERMO: LA SALIDA A AGRIGENTO Y OTRAS COSAS

Otra vez que salimos de Palermo en autobús, pero ahora en dirección Agrigento, en el sur oeste de la isla. Otra vez el demencial tráfico para salir. Os recuerdo que en Palermo con la excepción de cuatro semáforos viejos de los años sesenta muy puntuales en el centro; la ciudad carece de semáforos en los cruces y además no cuenta con plazas redondas o rotondas que regulen algo el caos. Entonces los cruces son una selva. Y esta vez la selva nos embotelló de tal manera que el autobús no tenía forma de moverse. Así estuvimos más de un cuarto de hora, hasta que de repente alguien en pantalón corto y niqui se puso a dirigir el tráfico con una energía y dotes de liderazgo que resultó de lo más eficaz. El tío ordenaba a los coches a tirar para adelante, otros para atrás y luego iba mandando pasar a unos y luego a otros y así solucionó el caos demencial. Me hizo pensar en lo necesario que es un líder de verdad, que sepa solucionar problemas en el acto; que se mueva con gana y haga moverse a los demás. Este hombre fue la inspiración del día. ¿Quién era? Yo lo vi marchar por una acera y me quedé con la duda. Pensé en el poco o nulo liderazgo que hay en la España actual. La gente se repliega al conformismo, no se atreven a contradecir al otro con verdades objetivas, en lugar de veleidades subjetivas que se arrogan un inmerecido derecho a ser respetadas.

Pero según íbamos a coger el autobús vimos que el colchón viejo que alguien había dejado ayer en la acera de la Via Vittorio Emanuele seguía interrumpiendo la circulación de los transeúntes y nadie lo había recogido y la gente teníamos que saltar al asfalto para seguir caminando. Luego vimos de nuevo lo que ya nos había llamado la atención días atrás. Hace dos días estábamos cenando en una pizzería de la Piazza Valverde cuando de repente vemos que alguien da una voz desde la ventana del tercer piso llamando a un camarero de la pizzería. Hete aquí que el susodicho señor de la ventana baja un caldero con una cuerda y el camarero le pone dos cervezas y entonces el vecino tira de la cuerda para arriba y se quedó con las cervezas. Pero hoy fue en una calle interior cerca del hotel cuando vemos que unas vecinas bajan calderos y unos chicos les ponen bolsas de fruta o el pan o qué sé yo y tiran para arriba de la cuerda y ¡presto!, ya tienen la compra en casa. Este mundo es la leche.


Visitando el palacio-museo Abatellis nos dimos cuenta que estábamos solos pero que había gente paseando por las salas y eran gente diferente, en especial mujeres de mediana edad. Ana y yo nos mosqueamos un poco, ¿Quiénes eran esas personas que no estaban mirando nada pero que se quedaban mirándonos y a veces nos indicaban que teníamos que ir a otra sala por un pasillo. Pero al seguir las indicaciones de estas señoras nos encontramos con otras que estaban cotilleando en grupo que a su vez nos mandaban dar ña vuelta por donde habíamos venido. Pero al dar la vuelta, las otras nos volvieron a decir que por allí, pues era el recorrido que teníamos que hacer; pero nosotros entonces dijimos que otras personas nos habían indicado lo contrario. Entonces vemos que una de las otras señoras se junta con las mencionadas y hablan entre ellas y al final llegan a un acuerdo de que teníamos que ir por el sitio X y no el Y. Así lo hicimos y en la otra sala había otras dos señoras cotilleando. Pero luego en las otras salas lo mismo. Nos dimos cuenta que todas ellas eran conserjes del museo!!! Menuda plantilla tenía aquel museo que ni siquiera eran capaces de coordinarse. Eso sin contar el personal de oficina de información, el portero y los guías. Todo un ejército de personas para atender un museo sin apenas gente. ¿Cuántos enchufes había allí en ese museo financiado con dinero europeo? Ni se sabe.

Yo siempre oigo decir que entre españoles e italianos nos entendemos sin problemas. No es ese el caso con los sicilianos. Si en la Italia del norte sí es verdad que, en mi experiencia, parecen tener más simpatía con los españoles y les gusta hablar con nosotros; no así los sicilianos. En primer lugar es difícil comunicarse con ellos en dialecto “españolitaliano”; y, en segundo lugar, les somos indiferentes. Saben que eres español pero no te preguntan nada y no hacen esfuerzo alguno por hablar más claro. El siciliano, o, italo-siciliano; como idioma, me resulta oscuro y difícil de entender. No quiere decir que no son amables que sí lo son y parecen gente honrada que compruebas que no te tratan de engañar y te cobran lo que te tienen que cobrar, etc. Pero los españoles les son indiferentes a simple contacto.

Hay muchos africanos que se juntan en muchos rincones de la ciudad, pero en general en toda Sicilia hay mucha población negra, árabe y paquistaní. No hablemos ya de albanos o rumanos. La diversidad de gentes es muy grande en las ciudades y pueblos y se oye hablar todo tipo de idiomas raros. La calle donde está el hotel es una calle-barrio con vecinas sentadas a la puerta ocupando la acera. Con la ropa puesta a secar en los balcones y ventanas y hasta tendales portátiles en la misma acera. Luego, más allá hay unas terrazas de bar-freiduría-pizzería que se llenan de mucha gente del barrio y ahora en verano parece eso una verbena con gente en la calle hablando sin parar, comiendo las fritangas, bebiendo cerveza, etc. Luego hay gente que pone puestos de bocadillos o helados en cualquier sitio ocupando media calle y las motos y coches pasan a veces zumbando y todo tan normal y los chiquillos jugando al balón, etc. Vida de calle a tope. En la misma calle hay tres iglesias que permanecían cerradas cuando pasábamos, pero ayer estaban abiertas y dentro es espectacular por el arte barroco que presentan y los cuadros y el techo todo hecho mural del siglo XVII y todas las tres iglesias lo mismo y fue una gran sorpresa. ¡Vaya barrio! Un barrio como los del Madrid de mi infancia.

Pero hoy estuvimos en Agrigento, a 110 kilómetros al sur de Palermo y eso requiere otra crónica. Pasado mañana llegamos a Asturias donde dicen que no ha parado de llover.

lunes, 11 de julio de 2011

CORLEONE

Llegamos a Corleone y hacía un sol de aplastar los ánimos. Fue un viaje en un autocar que me recordaba los viajes que hacíamos de pequeños a Gijón o a Mieres en el coche línea y que tanto me gustaba porque iba viendo paisaje tras la ventanilla y no había mayor placer para mí que ver el paisaje y sus contrastes. En ese aspecto sigo siendo niño. Pero buscar el horario por internet para ir a Corleone ya es difícil de por sí. Yo no pude y por lo tanto tuve que dejar a la recepcionista que lo hiciera. Había una empresa, la Stasis, que salía a las 12, pero que no tenía horario de vuelta y por lo tanto habría que hacer noche allí. No interesaba. Otra empresa, ATI, ya sólo tenía un viaje a las 2, pero sin embargo la vuelta a Palermo la hacía a las 5. Cogimos entonces a las 12 el autocar de Stasis en la plaza de la Marina y con tan solo 5 viajeros más el conductor, fuimos saliendo para Corleone. La salida de Plermo me recordaba aquellas salidas de Madrid de mi infancia en dirección a Asturias o Extremadura: Eran salidas eternas, pero con esa gana de ver el campo para salir del ruido, del tráfico caótico, de los embotellamientos; de las calles estrechas cruzando barrios escoriados, de barriadas con las fachadas desconchándose y las aceras indefinidas y llenas las cunetas de basura. Luego esa mezcla imprecisa de zona industrial con talleres y fábricas pero que no es exactamente zona industrial porque hay casas y bloques de pisos. Pero por fin cogimos la autopista a Mesina para luego desviarnos por la carretera que tira a Misilmeri, para luego pasar por Marineo y al final después de recorrer un paisaje montañoso, escarpado y seco llegar a Corleone. La distancia es de 58 kilómetros, pero la aspereza del paisaje en persistente subida dejando allá abajo el mar muy en la lejanía, hace que el viaje sea también una meditación muy personal sobre los paisajes físicos del alma de uno. Los paisajes evocan nostalgia. Y mi imaginación no para de trasladarme a esa otra posible vida o infancia que quizás hubiese sido posible ahí en esas aldeas y pueblos todavía un tanto aislados y con sus historias, en el caso de Sicilia, también sangrientas.

La mafia no es precisamente una leyenda. Y por algunos de estos pueblos se movieron y se mueven de un modo más oculto y sigiloso las familias y los clanes de la Cosa Nostra. Llegar a Corleone es llegar a un paisaje singular donde un pueblo cargado de historia ha quedado instalado entre dos peñas que limitan el valle del incipiente río Belice. El pueblo va ascendiendo hacia una cumbre presidida por un antiguo castillo al estilo de los pueblos castellanos o aragoneses; y, va ascendiendo en forma de callejas estrechas de estilo moro. Mario Puzzo no eligió Corleone por casualidad para fijar el origen de Vito Corleone, alias El Padrino. Hay algo en el pueblo que invita a la reflexión sobre el mal. Quizás las caprichosas formas orgánicas de las peñas circundantes que cierran el valle como un embudo y cuando caminas por la carretera en las afueras del pueblo hacia el antiguo convento franciscano situado en ese pináculo; pues piensas que algo perverso y maligno ha tenido que surgir de las entrañas de esas cuevas que se ven profundizando las paredes de los escarpados. Ya que fue en Corleone donde nacieron los más despiadados jefes del clan corleonese: Salvatore “Toto” Riina, Bernardo Provenzano, Luciano Leggio, Michele Navarra y Calogero Bagarella. Pero es también un pueblo cargado de iglesias y en cada calle hay una iglesia que de algún modo todas ellas tratan de exorcizar un mal que ha mitificado este pueblo que de otra manera se parece a cualquier otro pueblo de la España seca.

Caminamos luego por las callejuelas y en una plazoleta con una fuente en medio con cuatro caños bebimos el agua fresca con ansia, ya que el calor andaba rozando los 37 grados. Al lado de la fuente había un viejecito que nos vino a saludar. Al ver que éramos españoles se puso a recitar versos de todo tipo. Unos versos eran sobre los spagnoli y luego muchos más sobre muchas cosas y tradiciones. Nos decía que su padre había sido también poeta. Cuando nos fuimos nos abrazó con un adiós y el último poema. Más tarde vistamos el Museo Antimafia donde un joven de aspecto universitario nos fue enseñando a un pequeño grupo fotos y aspectos de la mafia que hacen ponerse los pelos de punta. Curiosamente es difícil ver turistas. Pudimos vivir la Sicilia profunda. Curiosamente la plaza principal de Corleone está dedicada a los jueces asesinados Giovanni Falcone y Paolo Borsellino.