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martes, 29 de junio de 2010

LA COLONIA IX: EL PROGRESO

Cuando empezamos a asistir al Mater Dei el barrio ya estaba cambiando de forma rápida. La misma calle Caunedo había sufrido una transformación con la construcción de pisos a lo largo de toda su margen derecha. Los colegios Mater Dei y Pío XII eran pisos en esas mismas construcciones adaptados como aulas. Con esos pisos fueron llegando más gente y algún que otro negocio: una panadería-bollería, una peluquería que sigue estando allí pero ahora unos metros más arriba y que de aquella llevaba un peluquero cuyo hijo que hacía de aprendiz, tenía un ojo tuerto. Más bajo seguía estando la carpintería de Cebollero con sus sierras a pleno rendimiento. Curiosamente el negocio de Cebollero sigue presente en la calle aunque tiene una parte en frente de donde estaba situado, pero ahora parece ser un puesto de venta en lugar de taller. Cebollero tenía una hija y un hijo más pequeño, la hija venía al colegio de Fael con nosotros. La calle Paradisea ya abandonaba ese nombre definitivamente y se convertía en Albarracín. Ahora, en el 59, se habían ya terminado los bloques de pisos a la margen derecha más abajo del Bar Navío (hoy Bar de Los Hermanos) en dirección a la FEMSA. En esos bloques de tres pisos, Germán el de La Ochava, como ya hemos mencionado, puso su tienda de ultramarinos. A esos pisos vinieron a vivir entre otros la familia Colmeras. Los Colmeras eran varios hermanos, pero quien destacaba era Antonio, el mayor, de la edad de Rubén. Antonio ya no encajaba en lo que había venido siendo el estilo de los chavales del barrio. Aunque se relacionaba con nosotros él no podía entrar en La Colonia por no vivir allí por ser la esta propiedad privada. Rufino el guarda no lo permitía, aunque cuando se vio limitado a su función de guarda nocturno; la Colonia pasó a ser un coladero de chiquillos de fuera.

El Antonio Colmeras no era trigo limpio. Tenía las dotes de un potencial delincuente: no veía a las personas por su valor intrínseco, sino por las posibles ventajas personales que podía sacar de ellas. Recuerdo su cara con esa mirada ausente de inocencia a pesar de su edad que parecía estar diciéndote continuamente: “pero tú de qué vas tío, eres imbécil o qué.” Luego estaba esa sonrisa falsa y torcida que ya indicaba maldad y engaño. Colmeras fue una fuente de problemas para el barrio. En poco tiempo ya estaba metido en peleas y en algún que otro robo de dinero, nos contaba chistes sexuales que nosotros todavía no alcanzábamos y nos parecían brutales. Además tenía la maligna cualidad de saber cómo dividirnos para sacar ventaja a su favor. Pero también había llegado Juan Manuel, un chaval majo y listo con mentalidad aventurera y ávido lector de novelas. Juan Manuel era algo avanzado también en cuanto a culturilla, pues sabía mucho de todo y tenía inclinaciones intelectuales. Su padre le conseguía caros juguetes japoneses de pilas por razones de su trabajo y aquello era el no va más de modernidad para nosotros. Por otra parte, en la Calle Caunedo esquina García Noblejas aparecía la librería-juguetería “Zapardiel” con un diseño moderno de escaparates amplios. Más allá , en García Noblejas dirección Cruz de los Caídos, estaba el bar Convair, con un avión Convair encima de la entrada, signo de modernidad. El Convair era ya un bar moderno de barra americana y cierto estilo estético futurista. Un poco más allá aun, en la esquina García Noblejas-Carretera de Aragón y ya en la misma Cruz de los Caidos, estaba el bar-freiduría Cordero. Cordero era ya la freiduría moderna madrileña con un servicio rápido de cañas, calamares fritos, gambas al ajillo o a la gabardina, boquerones, mejillones, etcétera. “Marchando una de calamares. ¿Qué desea el caballero?” y cosas por el estilo. Mi padre nos llevaba alguna vez al Cordero, pues era un sitio que le gustaba por esa prestancia en el servicio. .Y luego, siguiendo la carretera Aragón (hoy Alcalá) en dirección Albarracín, estaba la carbonería de Sánchez y el taller de bicis “Ciclos Cano”. La tienda de Rabanal seguía haciendo esquina entre Albarracín y carretera Aragón, pero ya iba perdiendo importancia.

Un poco más lejos ya sobresalían los “rascacielos” de San Blas, pero todo a lo largo de García Noblejas, a un lado y otro se iba construyendo sin cesar. En cuestión de un par de años lo que había sido descampado y dehesas o fincas medio abandonadas se iba transformando en bloques de pisos que iban solucionando las penurias de vivienda de muchos madrileños o más bien inmigrantes de provincias. No hablemos ya de las zonas interiores de la carretera Aragón en dirección Ventas, Pueblo Nuevo (ahora Alcalá), cuando Felipe Navío y yo íbamos a explorar esas zonas era increíble la cantidad de construcción que se estaba realizando a toda prisa. El barrio de la Concepción se extendía sin fin y ya había una boca de metro con ese mismo nombre, y que nuestra familia ya usaba con frecuencia siempre que había que ir a Madrid, a pesar de la caminata que implicaba. Recuerdo que cuando volvíamos a casa por ese trayecto de metro nuevo, siempre pasábamos por una calle donde había un taller de pintor de carteleras de cines que siempre estaba abierto, incluso domingos de noche; y veíamos sus trabajos recientes que habrían de ser expuestos en los cines. En general recuerdo aquel Madrid en expansión como un Madrid pujante y en progreso hacia una modernidad cuyo referente eran las películas americanas. A veces los amigos salíamos a explorar y teníamos muchísimo que explorar porque incluso el Barrio del Negro empezaba a desaparecer y las calles se iban asfaltando o urbanizando a todo meter. La nuestra, Albarracín, se adoquinó con adoquín fino, por aquellas época. Luego fueron Caunedo y otras. El autobús 5 pasó a ser otro número y lo alargaron a Canillejas. Eran tranvías largos modernos de marca Fiat. Nunca entendí por qué al poco tiempo se deshicieron de aquellos tranvías tan buenos, rápidos y modernos. Para mi el sentir de esa época de transformación se reflejaba también en las colecciones de libros que salían publicados. Leíamos la colección Historias de Bruguera, con todas las obras de Julio Verne en letra adaptada e ilustraciones como de tebeo. Leíamos Ben-Hur o las novelas de Dickens, o Mark Twain y nuestra imaginación rebosaba. Parecía que en Madrid había futuro, mucho futuro.

Al Mater Dei de Fael empezaron a matricularse gente nueva: recuerdo a Gregorio Segovia, a Fernando Ortea, a los hermanos López Garrido (Ignacio y Diego el mayor) http://www.google.es/search?client=firefox-a&rls=org.mozilla%3Aes-ES%3Aofficial&channel=s&hl=es&q=diego+lopez+garrido&meta=&btnG=Buscar+con+Google
Ignacio estaba conmigo en la clase de Fael y practicaba un deporte moderno: judo. Diego iba con Rubén a la clase de Don José Luís. No estuvieron más que un curso y medio. Luego se fueron y les perdí la pista. Estaba también Felipe Navío ya mencionado, Arturo Arjonilla, Eduardo Arce y la hermana los dos de la Colonia, del cuarto patio. Su padre era cartero y provenían de Villasandino en la provincia de Burgos. Luego estaba Manuel Sámara el cual se pasaba mucho tiempo de clase haciéndose pajas a escondidas bajo el banco. No podía aguantarse, decía él. También estaba un chaval listo llamado Pedro Calvo, muy mimado por Don Rafaela otros que ya no recuerdo. En cuanto a las niñas estaba la hermana de Eduardo Arce, una chica muy tímida y delgada, que siempre que Don José Luís nos mandaba corregirnos unos a otros las faltas de ortografía que iban saliendo, esta chica siempre me escogía a mi para corregirme y siempre era muy generosa conmigo anunciando menos faltas de las que tenía. Era muy tímida y me parecía feucha, pero en realidad no lo era. La recuerdo con cierta pena, parecía muy buena chica y yo le caía muy bien. Eduardo era también muy buen chico. Estaba una tal Mari Carmen de ojos brillantes que vivía en una zona nueva de Pueblo Nuevo y de la cual yo me enamoré perdidamente y siempre que podía iba con Felipe Navío a visitar su barrio con ganas de verla por allí, pero que nunca lo conseguía. Como ya eran los años 60 y 61, el Duo Dinámico habían sacado la canción “Mari Carmen” y entonces tenía la canción metida en la cabeza todo el tiempo: “Y Mari Carmen dijeron todos, su reír, su mirar / Cautiva a todos los corazones, laralaralaralarala” Los ritmos americanos del primer rock ya empezaban a sonar por las radios y la televisión de blanco y negro. Se oía que había salas de fiestas con mucho ambiente moderno por la Prosperidad y los estudiantes como Vicente Lillo, hijo de Enrique Lillo el abogado, nos abrían las puertas a otros horizontes muy lejos de la atmósfera franquista que habíamos respirado hasta el momento. Eran aires nuevos, nueva imaginación, optimismo de futuro. Vicente Lillo nos dio clase particular un verano a Rubén y a mí. Yo había suspendido Geografía y Matemáticas t Vicente Lillo me metió geografía de España hasta los codos. Hice problemas de matemáticas como un león y en septiembre aprobé. La geografía la había suspendido cientos de alumnos en el Ramiro de Maeztu (íbamos por libre, como la mayoría de aquel Madrid carente de institutos de enseñanza media), porque no fuimos capaces de contestar a la pregunta de ¿qué es la trashumancia? Y era geografía lo que mejor se me daba y vaya si sabía en la práctica lo que era la trashumancia pues las ovejas pasaban delante la Colonia todos los meses de noviembre, pero la palabreja era lo que importaba al Sr. Catedrático. Vicente Lillo daba esas clases para sacar un dinero e irse a las fiestas del pueblo a los encierros de toros de Almodóvar del Campo (Ciudad Real) que eran en septiembre. Pero Vicente nos inculcaba ideas modernas que hacían de Fael y su ideología fascista una sombra siniestra que nos deformaba.

(seguiré)

Vital de Andrés

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