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martes, 29 de junio de 2010

LA COLONIA: EPISODIO VII

Un día otoñal estábamos jugando cuando de repente Juani y Clemen y José y Quique empezaron a gritar, “¡Que viene el abuelo!¡Vamos a ver el abuelo¡” Rubén y yo quedamos perplejos, ¿el abuelo? ¿qué abuelo? Así que fuimos corriendo con ellos hasta llegar a la entrada de la Colonia. El abuelo era un mendigo ya viejo y con barba blanca que usaba un bastón y tenía un perro mastín que lo acompañaba. Todos los chicos de la Colonia parecían querer al abuelo como si fuera el abuelo de todos nosotros. El señor entonces se puso a hablar con nosotros preguntándonos cosas sobre cómo iba el colegio y nuestros padres y quiénes éramos los nuevos y de dónde éramos. El abuelo hablaba como un hombre sabio y contaba cosas de los sitios por donde había estado y cuando era chaval. La gente mayor de la Colonia le iba dando dinero al pasar. El abuelo era conocido por todos. Luego se fue y ya nunca más volvió.

En aquel mismo otoño despertamos por la mañana en un fin de semana y vimos que todos los descampados circundantes a la Colonia estaban llenos de ovejas. Miles de ovejas por allí pastando la poca hierba verde que había. También estaban los pastores con sus perros. Recuerdo que los pastores comían pan y tocino. Pasaban una noche o dos en la zona y más tarde e iban con sus rebaños carretera Aragón en dirección a Madrid. Pero luego durante el año aparecían más pastores y más rebaños, pero algo más pequeños y permanentes. Había por aquella época mucho descampado en la zona de Ciudad Lineal para albergar rebaños, así que aquellos pastores lo aprovechaban de una forma más sedentaria. Creo que todavía hoy los rebaños de ovejas pasan por la Calle Alcalá y cruzan el centro de Madrid, pues parece ser que la calle Alacalá (antes carretera de Aragón en el tramo Ventas-Canillejas), sigue siendo cañada real. http://www.20minutos.es/noticia/66965/0/ovejas/alcala/madrid/
En otra ocasión, en el mes de octubre, vimos la llegada de los carromatos de los húngaros. Los húngaros eran gitanos de fuera de España y cuando llegaban formaban un campamento de carromatos y allí llevaban su vida extraña y exótica para nosotros. No se producía ningún contacto entre ellos y nosotros salvo cuando organizaban alguna sesión de circo y entonces íbamos todo el barrio a verlos y cuando pasaban el platillo les dábamos algo. Recuerdo que hablaban algo así como francés.

En la Colonia nos llamaba así mismo la atención un piso vacío y cerrado a cal y canto del tercer patio, o sea, nuestro patio. Era en el portal F bajo derecha. Lo misterioso del tema era que algunas veces llegaba un señor en un seiscientos con una señora y se metían en el piso. Después de un rato salían y se iban en el seiscientos. Luego íbamos nosotros y tratábamos de mirar por alguna rendija de las ventanas a ver si veíamos algo dentro. Nos parecía el piso de algún ladrón o criminal o persona que se escondía de algo, pero nuestros padres no decían nada cuando les informábamos del tema o de las idas y venidas del seiscientos. Mientras vivimos en la Colonia el piso de la letra F siguió cumpliendo su cometido. En el año 2008 sin embargo el piso ya estaba abierto y habitado. Qué extraño es el mundo.

La merienda típica en Madrid era el pan y chocolate. Todos merendábamos y comíamos pan y chocolate o pan untado de margarina o mantequilla con azúcar. A veces alguno comía un bocadillo de sobrasada o sobresada que era algo así como embutido picado. Nosotros también comíamos merienda y solía ser el pan con chocolate o la mantequilla o, a veces, queso. Un día un chaval del primer patio nos anunció que su madre vendía chocolate y que dentro del chocolate había premio. Así que empezamos a comprarle tabletas de chocolate con leche, con almendras o también a la taza. La marca de chocolate era Magaz y dentro, la “sorpresa” era que podía haber una moneda de dos reales con agujero, dentro de la onza que estabas comiendo. No era una idea muy brillante el meter una moneda así dentro del chocolate y de echo más de uno casi se rompe algún diente al morder de forma inconsciente. Aquello duró un año o así y pronto se nos olvidó el chocolate Magaz. Mi madre normalmente compraba en la tienda de ultramarinos de Casa Rabanal, una tienda muy surtida que hacía esquina entre Paradisea/Albarracín y la Carretera de Aragón . Pero años más tarde empezaron a comprar en la tienda de Germán. Germán había sido barman en La Ochava y al ir fracasando esta como bar popular de barrio para convertirse en tasca de borrachos, pues Germán se independizó y puso una tienda de ultramarinos que tuvo cierto éxito y duró años por venir, pues en 1984 todavía funcionaba. Todavía no había supermercados.

Los domingos mi padre, cuando estaba en Madrid, nos llevaba a la filatelia de la Plaza Mayor. Rubén coleccionaba sellos y era muy aficionado a estas visitas. Otros chavales como Fernando Jiménez o Juani y Clemen o Felipe Iglesias, también coleccionaban. El padre de Juani y Clemen, trabajaba en la relojería Girod que estaba en la misma Plaza Mayor y siempre que veíamos el letrero nos acordábamos de él. Otros domingos nos llevaba al rastro. Del rastro tengo recuerdos muy variados. Me parecía un lugar de venta un tanto chabacano. Había mucha chatarra y cosas viejas y gente que vendía ropa usada o muy barata. Luego aparecían señores agitanados que anunciaban algún muñeco sujeto a un palo que salía y entraba de nuevo por el cilindro de un bote al tiempo que tocaban un pito desagradable para hacer bailar al susodicho muñeco. Otros vendían San Pancracios que daban pan y trabajo. El rastro era enorme, parecía que nunca se acababa.

En cuanto a ropa en casa solíamos vestir con la ropa que nos hacía mi madre. Mi madre nos hacía los pantalones, siempre cortos, los calzoncillos (hasta que llegaron los slip), las blusas, los jerseys, los pijamas, etcétera. De aquella no existía el pret a porter o si existía era caro. Todas las madres tejían jerseys o remendaban pantalones sin tregua. Todos usábamos pantalón corto hasta los 14 años más o menos. Sólo los niños gitanos llevaban pantalón largo que yo recuerde.

En casa se escuchaba la Radio Pirenaica. Todas las noches mi madre ponía la Pirenaica y nosotros también la escuchábamos. A través de la Pirenaica sabíamos que había otra España que era enemiga de Franco. La Pirenaica hablaba de problemas de campesinos, de obreros, de alguna huelga; de lo bien que vivían en Rusia. También solía poner radio Pekín, y, según Pekín todo era una maravilla en la China comunista de Mao. Recuerdo que una vez contaba cómo un campesino de la China profunda se emborrachaba con frecuencia y llegaba a casa como una cuba y molestaba a su familia insultándolos. Pero este campesino empezó a asistir a las reuniones del Partido y a sus clubs sociales y pronto comenzó a regenerarse. En el local del Partido le decían:”No bebas más vino, nunca más bebas vino” Y al final era un hombre nuevo. Aquella mitología comunista nos iba dando una formación paralela y opuesta a la educación que recibíamos en el colegio de Las Mercedes y más tarde el Mater Dei. En casa eran ateos y de izquierdas declarados pero muy disimulados, yo diría que clandestinos. Mi hermano Rubén y yo sabíamos que nunca podíamos decir a nadie que en casa se oía la Pirenaica. Lo teníamos estrictamente prohibido. Así que un día que un tal Capell, que vivía encima del Cine Las Vegas, me dijo que en su casa oían la Pirenaica yo eché a correr a mi casa a decírselo a mi madre. Aquello era todo un acontecimiento, pero ya estábamos en el año 60. Algo empezaba abrirse y yo ya estaba empezando a crecer.
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