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martes, 29 de junio de 2010

LA COLONIA: XIII. FINAL

Al examen de Ingreso nos llevó Don Rafael en grupo y en tranvía y metro hasta el Instituto Cardenal Cisneros en la Calle de los Reyes. http://centros5.pntic.mec.es/ies.cardenal.cisneros/
Allí, unos catedráticos muy serios nos hicieron un examen que incluía una parte oral. El aula era grande y tenía los pupitres largos y escalonados. Al fondo estaba el jurado de los catedráticos que nos iba a interrogar. Cuando llegó mi turno contesté a lo que me preguntaron muerto de miedo y luego salí como alma que lleva el diablo. Cuando ya habíamos salido todos Don Rafael nos llevó a un parque cercano a jugar y al cabo de un hora o así nos anunció que estábamos casi todos aprobados. El salto de alegría fue mayúsculo. Estaba aprobado. Era un día soleado del mes de mayo del 59. Y un día de esos nació Nomar o Ramonse. Algo más de un año después de la muerte de Glenda.

Habían llegado mis abuelos Ramón y Rosario de Asturias para asistir a mi madre. El nacimiento ocurrió de nuevo en el Hospital del Niño Jesús y yo estaba muy nervioso por lo que podía pasar esta vez con el bebé. No las tenía todas conmigo y le preguntaba al abuelo si el niño estaba bien, si no tenía nada. “No, esta vez está todo bien. Enseguida lo veréis porque vuestra madre viene mañana para casa”. Y así fue como entró aquel chiquillo tapado con una manta blanca a la Colonia letra H, bajo, derecha. Efectivamente, no tenía nada y como estaba sano y muchas veces contento y duraba más de un mes, pues aceptamos que la normalidad de tener un hermano más nos pertenecía a nosotros también. Fue bautizado en la Iglesia de Nuestra Señora de la Concepción y actuó de madrina una tal Mili de Mieres casada con un señor que había salido hacía poco de la cárcel por razones políticas y que se apellidaba Catrofes Pereida. El señor Catrofes era un hombre alto de facciones fuertes y de un saber estar impecable. Tenían dos hijos, uno de mi edad y otro más pequeño. Vivían en Palos de Moguer en un edificio parecido al de Rami sólo que más alto y con seis pisos. En ese edificio años más tarde se instalaría una emisora libre donde llevaba un programa de espiritualidad y ocultismo mi amigo José Neira. El chico mayor de los Catrofes moriría años más tarde en un accidente de tráfico. Mis padres querían que el niño se llamase Nomar, pero el registro civil puso pegas a tal nombre y entonces se barajó la opción de Ramonse, pero tampoco coló y al final quedó en Ramón, pero con la condición de llamarle todos en la familia y en el barrio Ramonse. Y así quedó.

Pero Ramonse nos aguó más tarde las vacaciones de verano ya que mi madre nos estableció sendos turnos de cuidado del “neñu” y si no era una mañana era una tarde y sino las dos y había que jorobarse cuidando a Ramonse en casa o afuera en el patio. Los veranos era afuera en el patio. Mi madre ya temprano sacaba al “neño” y lo ponía encima de una manta bajo la ventana. Entonces nosotros lo teníamos que vigilar para que lo le pasare nada. Normalmente se entretenía con un cacho de pan y jugaba con cualquier cosa que le poníamos. Los chicos de la colonia le tenían también cariño y así entre todos Ramonse iba creciendo en sana compañía. La trapera doña Aurora se ponía a trabajar con su basura y su carro de madera no muy lejos de Ramonse y el zángano de su marido se quedaba mirando al crío de vez en cuando sentado en un escalón de nuestro portal. Curiosa profesión la de Doña Aurora siempre vestida con trapos más que ropa y con un pañuelo a la cabeza como si fuera una mora y venga a escoger la basura que le dábamos en compartimentos. Fue por esa época cuando mi padre nos compró una armónica O Faro y para él una Honner Preciosa. Había comprado también un método de tocar y poco a poco íbamos Rubén y yo aprendiendo canciones como En Oviedo me Dijeron, Maite, El Reloj del Abuelo, el Vino que tiene Asunción, Adelita y otras por el estilo. Las armónicas marcaron un hito en aquella casa. Todavía hoy la toco en ocasiones. Pero en la Colonia había una chica que tocaba muy bien la acordeón. Vivía en el segundo patio y en muchas ocasiones íbamos al patio para oírla tocar pasodobles y canciones de toda la vida. Mis abuelo había sido trompetista en la banda municipal de Langreo y nos ayudaba algo con los acordes de armónica.

Con mis abuelos fuimos aquel verano a El Pardo a bañarnos al Manzanares. Fue un día guapo porque entre otras cosas ya me empezaba a cambiar la perspectiva de la vida. Seguía viendo las cosas con inocencia pero ya no era un niño sometido a los caprichos del momento o de mis padres. Era consciente de que podía hacer cosas, de que podía inventar situaciones, de que podía manipular lo que veía para que adquiriera ese tono que yo deseaba. El paisaje del río y del monte del Pardo se convirtió en un arquetipo más en mi vida, porque cada vez que lo recuerdo las vibraciones son las de un mundo noble en el que existe una verdad y un equilibrio. Ya no eran las ensoñaciones de niño sometido a miedos e incertidumbres. Mi abuelo Ramón nadaba por el Manzanares con mucha soltura y mi madre y mi abuela preparaban los bocadillos de tortilla mientras que Rubén y yo no teníamos final para el baño. Luego fue la comida bajo la sombre y un gran mantel y Ramonse allí disfrutando como un neñu feliz y sin enfermedades extrañas. En El Pardo tocamos la armónica y la vuelta a Madrid la hicimos en un autobús que nos dejaba en la Plaza de España. Hay fotos de esta época donde aparece mi abuelo nadando en el Manzanares, mi padre y nosotros en bañador buscando algo.
Con mis abuelos fuimos a visitar a una señora asturiana viuda llamada Susa o Susana Montesinos. Susa era madrina de Rubén y vivía con sus hijas en una zona de Madrid que ahora no sé ubicar pero que era céntrica y al mismo tiempo nueva. Vivían sus hijas en una casa grande de bajo con piso. La casa por dentro estaba ornamentada con cierto lujo. Se veía que eran gente de dinero. La impresión que tenía en esa visita era de estar en otra ciudad muy lejana y diferente de Madrid. Las grandes ciudades como Madrid tiene esta cualidad de trastocar esa tonalidad de aparente normalidad en la cual nos asentamos. Basta con irnos a otro barrio o zona para que esa tonalidad desaparezca y se convierta en otra imprevista. Y así me ocurrió a mi en esa visita a Susa. Esta señora murió un día de otoño de 1960. Mi madre se enteró por alguna llamada de teléfono de sus hijas y fue corriendo en taxi al entierro. Cuando volvió venía escarnecida de dolores porque los zapatos que llevaba la mancaban. Recuerdo que quitó los zapatos y se echó en la cama a descansar y buscar alivio. A Susa yo la recordaba de años atrás en Sama cuando venía a visitar a mi abuela al barrio de la Salve y confraternizaba con todas mis tías. Yo también sentí pena por la muerte de Susa. Ella también había asistido al bautismo católico de Ramón y parecía buena señora.

Con los abuelos fuimos también de visita a sitios que alguna vez habíamos visitado con mis padres. El Museo del Ejército con sus arcabuces, sus lanzas, sus cañones, sus uniformes, el coche en el que fue asesinado el General Prim. Todo una pasada. Luego el rastro con la estatua de Cascorro de quien tanto nos recordaba Fael. O de nuevo íbamos a pasear por la Latina pero ahora ya sin las farolas de gas que habían sustituido por electricidad. O parábamos oír un organillo en la Plaza Mayor, o, íbamos a ver las fieras al Retiro; e incluso una vez fuimos a ver la inauguración de la estación de Chamartín recién hecha y que entonces los trenes sólo llegaban a Burgos, pero mucho más rápido por ser línea rápida a Burgos. Y a la vuelta tomamos horchata en un puesto de Arturo Soria. En verano tomábamos mucha horchata. Hay una foto de mi abuelo sentado en un tranvía largo de Madrid y que siempre me recuerda esta época de cuando nació Ramonse. El abuelo está sonriente y trajeado. Su porte es el porte de un señor elegante y de facciones correctas. Mi abuela Rosario estaba al lado y con ellos también volvimos a ver el arcabucero que vigilaba el restaurante de las Cuevas de Candelas y Galerías Preciados y el Madrid de los Austrias y el Palacio Real. A pesar de estar apresados ese verano cuidando a Ramonse, no había resultado un mal verano después de todo.

Cuando venía algún presidente o dignatario de otro país los tranvías se ponían de gala con la foto de Franco y la persona o personas visitantes. También se colgaban las banderas de ambos países durante el tiempo que estuviesen de visita. Así ocurrió en su día cuando vino Eisenhauer o los Reyes de Tailandia. También cuando la boda de Balduino y Fabiola, boda que tuvo mucho fausto en España por lo que representaba Fabiola. Ese día no tuvimos cole y todos tan felices.

La Colonia y el barrio adquiría una tonalidad especial cuando llegaban las Navidades. Además de estar de vacaciones era el momento de cantar villancicos y de pedir el aguinaldo. Luego venían los Reyes Magos y siempre dejaban algo. Dejé de creer en los Reyes a los 8 años y medio y me dio mucha pena ser consciente de que ya no creería más en algo tan mágico y emocionante. Aquel día de Reyes lo pasé triste caminando por la calle Albarrracín en obras de adoquinado. Ya no era un niño de verdad y perdía con ello porque ya no era lo mismo que te dieran los regalos así, de forma tan real, sin la ilusión de acostarte y esperar al milagro. La Navidad en la Colonia era un tiempo de gran Nochebuena con las familias acostándose muy tarde y los villancicos a todo pulmón. La Nochevieja sin embargo no tenía tanta importancia en el barrio. El primer día de año mi padre siempre decía: “Hoy yel mi santu: San Manuel”. Un invierno nos vino a visitar un tío de mi madre, un tal Gilo, y allí estuvo en casa unos días, pero una noche desaparecíó sin dejar más rastro que una inmensa meada en la cama. El pobre al ver la gran meada había salido como un gato al amanecer sin enterarnos nadie y hasta el día de hoy que ya hace muchos años que está en mejor gloria. Gilo había sido panadero en Tudela de Veguín.

Un día se me ocurrió llevar a Ramonse cuando este ya tenía casi un año a pasear por la parte atrás de la FEMSA, ya que había todavía suficiente campo para caminar y además se podía jugar a la pelota sin problemas. Lo llevaba a la espalda como montado a caballo cuando de repente unos perros lobo nos empezaron a perseguir todos rabiados. Yo quise desfallecer de terror viendo a los animales correr muy cerca de nosotros. Adiós a Ramonsucu y todo lo bien que estaba creciendo. Quizás no pensaba nada porque era puro terror lo que sentía. Como no podía correr más me paré protegiendo al niño, pero en ese momento los perros pararon, nos olfatearon y no nos hicieron nada. Yo nacía de nuevo. Milagro. Otra vez que me tocaba a mi cuidarle lo llevé a ver el rodaje de una película que estaban haciendo en el campo de jockey de la FEMSA. Llevaban varios días rodando escenas con un joven José Luís López Vázquez y otra jovencísima Conchita Velasco. José Luís López Vázquez tenía que ponerse en una especie de rail y hacer como si jugaba al jockey y así repetir escenas una y otra vez. Conchita Velasco estaba sentada en una silla de lona cerca de nosotros. Ramonse, que ya podía medio andar, se me escapó y tropezó y cayó en frente de Conchita Velasco y esta sin pensarlo lo cogió al cuello y lo comenzó acariciar dándole algún que otro besito y diciéndole dulzuras.

Luego, en el 61 nació Efrén. Pero ya pronto habríamos de volver a Asturias. En abril del 62 dejábamos Madrid en un momento importante y con mucho futuro. Un futuro que ya no sería el nuestro. Recuerdo una de los últimos paseos por Arturo Soria a la altura de la Autopista de Barajas con una vista al anochecer hacia un Madrid que ya no era ni la sombra de lo que había sido cuando habíamos llegado. Desde aquel sitio veíamos edificios altos y modernos iluminados como símbolos de una modernidad ya establecida en la ciudad. Yo dejé el cole de Fael, el Mater Dei unas semanas antes de irme a Madrid, ya que yo había ido antes que mis hermanos y mi madre a Asturias y me dedicaba a dar paseos algo nostálgicos porque iba a dejar una colonia, un barrio y una ciudad que me había dado tanto: bueno y malo bien es verdad, pero donde la imaginación y las ganas de jugar habían sido reyes y señores por mucho más tiempo que el sufrimiento.

Y eso fue más o menos mi experiencia de Madrid-


FIN

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