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martes, 29 de junio de 2010

LA COLONIA. EPISODIO VIII: LA SANTA COMUNIÓN Y LA MISA OBLIGADA DE FAEL

El colegio Nuestra Señora de las Mercedes siguió hasta el año 1958. El curso 1958-59 ya fue el el Colegio Mater Dei. No obstante mi preparación catequística para hacer la primera comunión católica estuvo a manos del Colegio de Las Mercedes y de sus entregadas profesoras, muy católicas ellas. Isabel y Carmen nos llevaban a la parroquia de Nuestra Señora de la Concepción en Pueblo Nuevo, en los comienzos de Arturo Soria, y allí el párroco y otros nos examinaban de catecismo. Pero como el catecismo era una de las cosas que más se exigía y enseñaba en el colegio, las pruebas debieron de ser satisfactorias. Ahora quedaban los detalles. Todo el mundo haría la comunión en traje de marinero o de mariscal general, lo que no se esperaba era que alguien lo hiciera con traje normal de calle. Y ese, por desgracia, era yo. Mi madre pensaba que ya que había que tragar con aquel ritual católico y doblegarse al sistema que lo imponía, no se saldrían con la suya en cuanto a cómo iría Vital de Andrés vestido para tal pantomima. Así que iría vestido de calle y eso mismo dije o se dijo, que no me acuerdo bien, a Don Rafael el director y a sus profesoras. Que yo fuera a comulgar de esa manera no era una cuestión trivial que se pudiera soslayar fácilmente. Aquella decisión rompía todas las normas de la ceremonia, donde nadie, absolutamente nadie, iba a ir de calle y además de pantalón corto. Durante las ceremonias de ensayo en la iglesia probaron diferentes posibilidades, ¿podría hacerlo de forma disimulada entre varios o después de la ceremonia se podría esperar un poco y entonces, disimuladamente iba yo? Las Señoritas Isabel y Carmen estaban malhumoradas e incómodas conmigo. Intuían que esta era una posible venganza personal de mi madre quien se sabía no iba nunca a la iglesia y no mostraba el mínimo interés en todo aquello. Así, de esta manera, yo me convertí en un obstáculo para tan trascendental acto católico llamado la Primera Comunión. Incluso el párroco, Don José, se mostraba molesto conmigo. Don José tenía excelentes relaciones con el colegio y con Don Rafael en especial. A veces venía a hablarnos de Dios a la clase y nos contaba historias piadosas de santos como San Tarsicio que había sido un niño mártir o Santa Margarita María de Alacoque y otros. http://webcatolicodejavier.org/SanTarsicio.html
http://www.corazones.org/santos/margarita_maria_alacoque.htm

Pues entre uno y otro llegó la víspera de la Santa Comunión. Todos los críos que teníamos que comulgar ya habíamos sido aleccionados en cuanto al ayuno que había que mantener de 12 horas, creo que eran 12 horas. También habían solucionado mi caso. Me pondrían el último de la fila junto con otro chavalín que iba de con un traje de comunión gris y así pasaría desapercibido y no rompería la estética establecida. Mi prima Marisa también hacía la primera comunión, pero ella lo tenía todo más fácil. Seguro que algunos padres habrían visto mi presencia en traje de calle corto como una falta de respeto hacia tan importante ceremonia y un estorbo para la foto oficial. El caso es que el domingo por la mañana mi madre tenía preparado un desayuno suculento. Yo quedé petrificado. ¡No debía de comer nada en 12 horas! Pero mi madre me dijo: “Come fiyín, come como Dios manda que Diosín no te va a castigar por eso.” Así que desayuné con gana y apetito y mi padre me llevó a hacer la Primera Comunión a contrapelo. Llegamos a la iglesia y todo fue tal como se había organizado en los ensayos. Yo llegué el último junto con el que vestía de gris y todo solucionado. Al final mi padre me sacó una foto que obra en el álbum familiar con mi misal blanco y mis guantes ídem. Luego me compró un helado en un puesto de la Cruz de los Caidos y así cumplí yo, Vital de Andrés, con el precepto católico.

Católicos eran Jose y Quique. Sus padres los apuntaban a todas las actividades de la parroquia y formaron parte del grupo llamado Los Tarsicios que veneraba a este santo. La Srta. Lodeiro no paraba de enseñarnos historia sagrada. En primavera nos llevaban a adorar a María y rezar el rosario en una casa de ejercicios espirituales no muy lejos de la parroquia, al otro lado de Arturo Soria. Pero el Colegio de Las Mercedes tenía los días contados. Se rumoreaba que había habido fuertes discusiones entre Don Rafael e Isabel en cuanto a la forma de llevar el colegio y algunas otras cosas que nunca llegaron a saberse bien. Una de ellas fue tan fuerte que casi se llegan a las manos. El caso es que Don Rafael anunció a todos los padres que el Colegio se cerraba pero que se abrirían dos colegios en los pisos recién construidos de la misma calle Caunedo. Uno sería el colegio Pió XII, regentado por las hermanas Isabel y Carmen; y, el otro sería el Mater Dei. El primero ocuparía un piso y el segundo dos pisos adyacentes en la parte alta de la calle. Nosotros optamos por el Colegio Mater Dei y Alvarito Herradón, el vecino de enfrente y mis primas optaron por el Pió XII. Según supe un año más tarde Carmina Lodeiro había cambiado de método pedagógico y ya apenas pegaba. A mi siempre me pareció que Carmen Lodeiro sufría de complejos y neuras diversas de un modo intenso. Que lo hiciese pagar con sus alumnos de modo tan cruel a base de palos es algo que costaría mucho perdonárselo. Don Rafael era buen profesor y aprendíamos cosas con él. No obstante su ira podía con él y en cualquier momento la podía emprender a palos contra toda la clase y no tenía compasión. En esos momentos sentíamos verdadero terror. Y era una pena porque de otra manera Fael (como le llamábamos nosotros) no era mal profesor. Por otro lado tenía su lado fanático católico y falangista y posiblemente su complejo por ser pequeño de estatura. Su veneración a Franco era cosa sabida. Fael tenía la clase estructurada de tal manera que atendía a primero y segundo de bachillerato además del grupo de ingreso que compartía con su hermana Teresa. El otro hermano, Don José Luís, daba clase a los terceros y cuartos. Aunque también daba algunas asignaturas (gramática, política y gimnasia) a los primeros y segundos. Don José Luis era falangista de vocación y daba las clases con cierto entusiasmo. Al contrario de su hermano, Fael, Don José Luis no pegaba con tanta saña y no parecía un hombre cruel ni por asomo. Luego estaba la Srta. Antoñita, la mujer de Fael, quien poseía un toque un tanto cursilón, pero que tampoco iba más allá en cuanto a maltrato. Ella enseñaba francés y tenía niñas preferentemente, aunque el colegio en sí fue derivando a mixto. Las niñas se sentaban en un sitio y los chiquillos en otro, pero en la misma clase. Recordemos que la Srta. Antoñita era hermana de Isabel y Carmen o Carmina como también solíamos llamarla.

Pasada la pesadilla del Colegio de las Mercedes empezó otra etapa no por ello menos violenta con las clases de Fael. Don Rafael tenía el don de saber contar la historia de un modo entretenido. También explicaba bien las matemáticas y los inventos científicos. Nos hacía estudiar geografía memorizando las capitales del mundo y los ríos y las montañas, junto con lagos y mares. En historia de España aprendíamos dónde estaban las capitales de provincias, y recitábamos cabos y golfos de pe a pa. También aprendíamos romances de memoria y así es que sabíamos el Abenabar, Abenabar moro de la morería y El Pirata de Espronceda y otros muchos que ya se me han olvidado. Pero había otra práctica que nos gustaba: era la lectura de libros en voz alta. Fael dejaba que trajéramos algún libro y luego él decidía qué libro leer. Una vez yo llevé un libro que me había gustado mucho: La Historia de Los Pieles Rojas, de autor que no recuerdo pero que publicó en su día Colección Historias de Bruguera. Cuando se lo presenté a Fael, este lo cogió lo miró y de repente comenzó a aullar como un indio de película: “Auuuhh, auhhh, que vienen los indios”, luego me lo devolvió con sorna: “Trae otro libro, los Pieles Rojas, ¡no se ha molao con Vital!” Yo me puse colorado de rabia y vergüenza, pues aquel libro era bueno y hablaba de los indios como si fueran personas normales, pero Fael, vivía los prejuicios y practicaba lo más odiado en su profesión: tener manía a cierta gente y hacerles la vida imposible a ser posible.

Uno de ellos se llamaba Enrique Royán. Este chaval era algo cojo y tenía la cabeza un poco grande. Era un poco despistado y se le daba mal aprender. De otra manera era un cacho de pan que tuvo la mala suerte de caer mal a Fael. Había otros contra los que Fael sabía descargar su ira a base de palos y bofetadas dadas con más saña que a los demás. A Enrique Royán lo vapuleaba diariamente. Primero lo sacaba para que hiciera un problema en clase o respondiera una pregunta memorizada. Royán se ponía nervioso y no daba pie con bola. Entonces Fael le comenzaba a atizar con el palo en las piernas o en el culo o poniendo los dedos. Otras veces lo sacudía a bofetones. A mi me daba pena de Royán, pero no había nada que hacer y sus padres no creo que supieran lo que estaba pasando. Cuando había rueda de bofetones, cosa que era bastante frecuente, la forma de pegar de Fael era muy peculiar. Si llegaba el turno a Bastida los bofetones sonaban hasta la Cruz de los Caídos, pero cuando llegaba a Fidelín tan sólo le rozaba. Fael tenía buena amistad con el padre de Fidelín y este gozaba de especial inmunidad. A mi me caían en clave rabiosa por algún motivo que poco a poco fui descubriendo. Fael no había olvidado lo de la Primera Comunión, y, por otra parte el ser asturianos de Langreo para él tenía especial significado. Había ocasiones en que cuando salíamos en fila él se ponía delante de mi o de mi hermano con el puño en alto al modo comunista. “Camaradas”, decía, pero no era en broma. Sus manías persecutorias podían tener un cariz peligroso en esa época de franquismo todavía profundo. Sabía que no íbamos a misa y eso no podía soportarlo en nosotros. Algo sabía de nosotros, de Rubén y yo, que no lo llevaba nada bien y tenía que ver con mis padres y su postura anticatólica. Un día nos llamó a mi hermano y a mí aparte y nos dijo lo siguiente: “ Sé que no vais a misa y eso no puedo consentirlo, como sé que vuestros padres nos se preocupan por ello, yo os voy a llevar a misa por mi cuenta. Os quiero ver en la esquina de Caunedo con García Noblejas todos los domingos a las 10:45 a partir de ahora. Yo mismo os llevaré a la iglesia a la misa de once.” Y así fue por muchos meses hasta que cansó o quizás otro incidente que enseguida contaré le hizo aflojar las amarras.

(seguiré)

Vital de Andrés

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