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martes, 29 de junio de 2010

LA COLONIA V

Había dicho que en dirección a Las Ventas o Ventas ya comenzaba a construirse el barrio de la Concepción a la altura de una zona llamada Quintana (hoy estación de metro de la línea 5). Mi padre, que siempre había sido entusiasta del progreso nos hablaba del barrio de la Concepción como una obra moderna de urbanización grande y amplia que rompía con lo viejo de toda la zona. También nos hablaba de cómo en el Arroyo Abroñigal tenían pensado hacer una circunvalación moderna. Efectivamente años más tarde fue la M30. También nos decía que “iban a tirar” una avenida que comunicaría la Prosperidad con Ciudad Lineal. Era una época de construcción y cambio a todo meter. Recuerdo un día que fuimos un amigo, que ahora no recuerdo quién era (quizás Felipe Navío) y yo caminando por las calles interiores de la mano izquierda de la calle Aragón (dirección Ventas) y fuimos explorando todo lo nuevo que se iba construyendo y todo eran nuevas barriadas, hasta que llegamos al Arroyo Abroñigal que actuaba como línea divisoria entre el distrito 11 y la zona Ventas. El Arrollo Abroñigal era como una especie de hondonada seca y de tierra como de arena cruzado por puentes como si de verdad fuere un río aunque lo que hubiese sido un arroyo o riachuelo de verdad en alguna época con su erosión manifiesta a juzgar por la bajada y subida de la Carretera de Aragón; en aquellos años cincuenta no era más que una vaguada llena de chabolas y chiquillos mal vestidos jugando. También había muchos gitanos por la vaguada. La M30 acabó con los restos de este paisaje subdesarrollado tomando forma de autopista.

Al hacer esa subida por la calle Aragón, normalmente en tranvía, había una avenida que salía en forma de diagonal y siempre veíamos coches-carroza o funerarios salir en esa dirección. Cuando los coches-carroza eran pequeños y blancos eso quería decir que el muerto era un niño y nos daba mucha pena verlo. Mi padre nos dijo que por aquella avenida (Avenida de Daroca) se llegaba al cementerio de la Almudena y que era un cementerio muy grande, tan grande como una ciudad, decía. La primera muerte que me afectó fue la del padre de Ricardo que vivía en el último patio en el portal L, bajo Izquierda. Ricardo tenía una hermana que se llamaba Matilde, algo mayor que él. Pues un día el padre que era pintor y del cual me acuerdo con todo detalle, se murió. No recuerdo de qué se murió, pero era un hombre joven y fue un golpe en toda la Colonia. Entonces fue el entierro y vino la carroza fúnebre y todos fuimos a verlo y yo estaba impresionado. Los entierros en Madrid se hacían en coche. Primero iba la carroza y luego todos los taxis con la familia y amigos o vecinos. En Sama era diferente. El entierro era una comitiva andante que circulaba por las calles hasta el cementerio con curas y monaguillos llevando unas cruces altas. Luego toda la familia de Ricardo se vistió de luto: la madre y la hermana vestían de negro y Ricardo llevaba los calcetines negros y vestía color oscuro. Otra muerte que me impresionó fue la de la criada del Sr. Gómez y su familia, una de cuyas hijas se llamaba Mari Cruz, que vivían en la letra E 2Derecha. La Colonia estaba poblada principalmente por clase obrera cualificada y pequeña clase media. Había también un chofer de moto-sidecar que solía llevar políticos de Franco, otros eran oficinistas; algunos tenían pequeños negocios y otros eran abogados como el Sr. Lillo. El Sr. Gómez era un pequeño comerciante que se permitía el lujo de tener criada. La criada era una chica joven muy guapa y delgada, que además vestía con una falda muy estrecha tipo tubular y con unos zapatos de tacones muy altos y puntiagudos. La verdad llamaba mucho la atención la criada del Sr. Gómez en el barrio cuando salía los domingos al baile o de paseo. Un domingo por la tarde o casi de noche llegó un taxi con el Sr. Gómez el cual se bajó precipitadamente del vehículo y subió para casa como una exhalación. Seguidamente, en cosa de minutos, llegó una ambulancia sonando la sirena. Eran esas ambulancias SEAT donde apenas cabía una persona. Bajaron una camilla y al poco tiempo vimos a la criada como si estuviese inconsciente atada a la camilla. Supimos más tarde que había muerto en el hospital pero hasta el día de hoy nunca supe que había pasado y la vida de los Gómez siguió con toda naturalidad.

A la altura del tercer patio y lindando con la valla de cierre de la Colonia estaba la finca de la Señá Marcela. Apoyados a la valla podíamos ver toda la finca que en otra época parecía haber sido mucho más grande de lo que ahora era. La casa de la Señá Marcela era casa de rica. Todo estaba limpio y en su sitio. Había un albaricoquero y una parra que a veces lográbamos alcanzar con un palo y podíamos robar las uvas que se nos ponían a disparo. Pero lo más temible de la Señá Marcela además de su carácter de vieja gruñona y su diminuta estatura coronada por una cabeza de pelo absolutamente blanco y rizoso, eran sus enormes perros lobos. Tenía dos perros lobo de hermosa catadura que andaban y corrían por la finca a su aire y cuando nos veían asomarnos ladraban como si estuvieren rabiados. Siempre daba gracias a Dios por la valla que nos separaba de la finca de la Señá Marcela. Caer a la finca era mi pesadilla alguna noche. Yo lo comparaba con la caída de los cristianos al circo romano con sus leones hambrientos. Quién era la Sra. Marcela era todo un misterio para nosotros. Nos parecía una verdadera bruja mala de cuento, pero ningún mayor nos aclaraba nada y no parecían darle importancia a esa bruja maligna que nos miraba siempre con malos ojos. Otra bruja era una vecina gorda que vivía en el segundo patio en el portal que vivía Lillo. La tal señora tenía la costumbre de dejar los alambres que usaba para tender la ropa por la noche allí amarrados a los árboles de la parte de atrás desobedeciendo la normativa de la Colonia que decía que las cuerdas o alambres utilizados para colgar la ropa habrían de ser recogidos por la noche por el peligro que esto suponía para la gente que caminaba, o los chiquillos que jugaban hasta la noche. Un día jugando al escondite por la noche Fernando Sánchez (el Llorón) tropezó con el cuello con uno de aquellos alambres y el accidente no fue a más de puro milagro. Una vez que supimos lo que había pasado fuimos todos a cortar los cables con una tenaza y los escondimos en una carbonera de un portal. Al día siguiente cogimos los cables y en una “manifestación” de unos veinte críos fuimos a tirar los cables a uno de los patios de la FEMSA que separaba dos naves industriales. La señora bruja al enterarse se encolerizó y comenzó a inquirir quién había sido el incitador de tal acto. La mala leche pasó a alguna de sus hijas ya mayores y pronto, los críos culpables, nos vimos acosados por culpa de aquella actuación que veíamos justa. Pronto mi padre y otros nos apoyaron porque era evidente el peligro de los cables roperos. No sé de quién fue la idea, pero fuimos todos los críos en masa a la ventana de la Sra. por la parte de atrás y empezamos a dar voces e increparla. Ella salió a la ventana a decirnos no recuerdo cuantas cosas de mocosos para arriba y cual sería la sorpresa cuando nos dimos cuenta que de la ventana del váter del Sr. Lillo se veían unas manos calzadas con unas zapatillas aplaudiendo sin parar nuestra “manifestación” Al parecer la enemistad del Sr. Lillo con la Sra. ya venía de atrás y el acto de protesta servía así mismo de venganza personal para Vicente Lillo. Recuerdo que luego cayó una tormenta impresionante en la zona y pronto nos recogimos en los portales a contar cuentos o películas.

Porque contar cuentos y películas era una cosa que hacíamos bien y en casos como aquel de lluvia o frío nos dedicábamos a contar películas que habíamos visto o historias de miedo o la vida en los pueblos de donde veníamos o veraneábamos. Cuando veíamos una película teníamos como una obligación de saber contarla con pelos y señales a quienes no la habíamos visto. Y si la habían visto dos pues los dos enlazaban su relato y lo que le faltaba al uno lo ponía el otro. El resto lo hacía la imaginación. O si no eran relatos de miedo, de apariciones, de cosas raras; de inventos, de guerras. Tengo que decir que la Colonia era un lugar con chavales muy imaginativos y por lo general buenos críos. Quizás por eso es un placer recordarlo todo de pe a pa. No había tele. Pero la primera tele que hubo en la Colonia, no sé si era el 58 o 59, fue todo un acontecimiento.

Los primeros en tener tele fueron los Brea. El padre era periodista de algún periódico y era un hombre muy sociable. Los hijos eran Ignacio y Rafa. Ignacio se parecía a su padre y Rafa a su madre. Rafa era también conocido por la caza de gorriones diaria que llevaba a cabo con su escopeta de perdigones. Alguna vez le seguí en su caza y veía cómo acribillaba a los bichos con facilidad. Luego decía que los llevaba a casa para comer. No me gustaba su forma de ser solitaria y taciturna. No inspiraba mucha confianza. Pero el padre era un hombre jovial que no dudó, una vez que tuvo la tele, de ponerla al servicio de todos en lugar de disfrutarla en privado. Los Brea vivían, repito, en la letra L 2ºIzquierda. O sea, el último patio. Llegado entonces el sábado por la noche cuando ponían los programas de El Zorro o cualquier otro programa estrella o películas, el Sr. Brea colocaba una banqueta o escalera alta en el patio de atrás y encima colocaba el televisor. Hacia las diez y media, después de cenar todos, íbamos al patio de atrás del último patio y allí nos juntábamos un centenar de personas con vino y gaseosa o cervezas y a oscuras y en silencio veíamos la tele como si fuese un cine de barrio.

(continuaré)

Vital de Andrés

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