El Desierto II
Cuando llegamos al campamento Neizah bebimos agua sin parar, pero la jaina en la que nos alojábamos estaba dividida en dos partes separadas por una cortina de pelo de cabra o algo parecido. El espacio que nos tocaba era muy reducido y como teníamos todas las maletas dentro pues apenas nos movíamos. Por luz había una bombilla que funcionaba con electricidad producida por un grupo eléctrico de motor de gas oil que roncaba no muy lejos sin parar. Pero cuando nos estábamos preparando para ir a cenar se apagó la bombilla y quedamos a palpo. Por suerte había metido en mi mochila una linterna pequeña y con ella nos arreglamos. Una vez listos, ¡puff!, vuelve la luz. Pero hay que darse cuenta que si la luz eléctrica no funciona para eso está la luz de la luna y las estrellas y en el desierto las estrellas y la luna brillan a rabiar. Así que fuimos a cenar la típica cena beduina, pero su tipismo consistía en ver gente con turbante servirte una comida bastante ordinaria a la que había que decir que estaba muy buena. Los chavales bereberes que servían trataban de ser muy amables y hablaban en tono suave. Usaban mejor , mucho mejor, el francés que el español. En un rincón del campamento estaba Barak sentado en el suelo con otros compañeros jamalajeando en bereber. Como Ana y yo íbamos solos pues estábamos un tanto aislados de otros grupos franceses que cenaban y disfrutaban juntos. Cuando fuimos a la jaina, nos dimos cuenta que estábamos en un lateral donde estábamos completamente solos. Los franceses se alojaban en otro ala del campamento. Antes de salir los “tuareg” nos dijeron que estaba programado un amanecer a las seis de la mañana, pero que nos avisarían a las cinco y media con tambores para levantarnos y caminar un poco a las afueras para ver tal espectáculo esta vez sin camellos. Sería caminar un poco y ver el astro rey decir los buenos días a este solitario planeta con sus seres humanos luchando por sobrevivir en compañía de centollos, virus, camellos, gatos, y monos; entre otros muchos- Y cuando uno mira al desierto o cruza la cordillera del Atlás con sus descarnadas rocas secas y aluviones de piedras y tierra granulada de varios colores; uno se da cuenta de lo duro que es vivir en este planeta de fuerzas naturales crudas y mecánicas por más que se rece a Alá en las mezquitas.
La noche fue larga. En la jaina hacía un calor espantoso. Yo había leído que las noches del desierto eran frías ya que la temperatura bajaba un montón de grados. No era cierto en esta parte del Sahara donde la noche era como una sartén restallando al fuego. Además estábamos solos en esa ala y si a los bedú como Barak les diera por ponernos un cuchillo en la garganta y violarnos sin piedad pues allí lo sufriríamos en solitario. La suerte para el turismo de Marruecos es que los marroquíes respetan a la policía. Les tienen miedo y de haber una denuncia de algún delito contra algún turista la policía interviene con eficacia y rigor. El mismo rey Mohamed VI ha puesto empeño personal en esto. Pero lo que también llama la atención son las decenas de controles que hay que pasar en las carreteras, tanto de radar como de chequeo. De todas maneras, y, volviendo al tema, era imposible pegar ojo. No solo por el calor sino también por los tambores y los cánticos bedú que empezaron a sonar hasta muy tarde. Si además los tambores beduinos iban a empezar a sonar a las cinco y media de la mañana, pues dormir iba a ser un problemón. Estábamos muy cansados después de los kilómetros hechos, pero aun así era difícil dejarse llevar por el sueño. Hacía las dos de la mañana empezó a soplar un fuerte viento algo más fresco y tuve que cerrar la “puerta” poniendo una maleta encima del “flap”.
Despertamos hacia las ocho y como la informalidad dicta en un país como Marruecos, no hubo llamada ni tambores, ni violación o robo. Simplemente dormimos y el sol ya estaba más contento que unas pascuas y listo para torrar el desierto hasta las cachas. Fui a ducharme al pabellón de las duchas, Di al agua y salía tan solo un hilo de gotas lo suficiente para mojarme y embadurnarme de jabón. Pero he aquí que de repente, ¡plaff!, el agua deja de circular y yo todo enjabonado de forma irreversible. Joder!!!! ¿Y ahora qué? Pues nada, salí con una toalla al cinto con mi turbante de jabón y pregunté en voz alta a unos franchutes que estaban allí cerca que qué pasaba con el agua. Debió de hacerles mucha gracia ver a tal personaje cargado de sustancia jabonosa dando la voz de alarma, pero aquello funcionó y al momento llegó el agua.
Luego fue la larga ruta hacia Quarzazate. Ayer. Pero parece todo un siglo.
Seguiré mañana desde Madrid. Hay mucho más que contar.
Un saludo desde el hotel Ryad Mogador Agdal de Marraketch,
Vital
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