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martes, 29 de junio de 2010

LA COLONIA XII: EL PIJAMA DE LILLO Y OTRAS COSAS

Un invierno fuimos toda la familia, (aun no habían venido al mundo Ramonse ni Efrén), a Cercedilla, ya en lo alto de la Sierra del Guadarrama, a ver a un antiguo vecino de Langreo que se estaba curando en un hospital antituberculoso. Era Antonio el de María, quienes todavía regentaban una pequeña tienda-comercio en el Barrio de Cuetos de Sama. A María la recordaba bien porque solía llamar a voces a una vecina que vivía 200 metros más arriba a voces para decirle que ya había llegado el pan “bregao” que reservaba para ella. Y así todos los días. Antonio tenía la boca con pocos dientes y cuando hablaba soltaba muchos perdigones. Era muy normal en esta época ver gente relativamente joven sin apenas dientes. Pasamos aquel día soleado de invierno paseando por Cercedilla y los alrededores del sanatorio. En un momento dado nos cruzamos con una escuadra de muchachos del Frente de Juventudes en pantalón corto que iba de marcha con sus jefes. Nos impresionaban los cadetes con sus boinas y sus camisas azules con pantalones chulos, mochilas grandes y buenas botas de piel con calcetines blancos gruesos. Hacía calor y estábamos en enero. La nieve cubría incluso los caminos. Pero hacía bastante calor. El viaje en tren a Cercedilla había sido un paseo agradable en un tren de madera. En la estación Principe Pío estaba estacionado un tren TAF y más adelante uno de los primeros modelos de TALGO. El TAF tenía fama de ser un tren rápido y cómodo. Era el non plus ultra de los trenes modernos. A la vuelta yo empecé a tener fiebre y de nuevo a la cama y sin ir al colegio. Eran las puñeteras anginas.

Una nota curiosa de la Colonia en estos años era que algunos vecinos acostumbraban a ir a la Ochava o al Navío a tomar el vermú en chaqueta de pijama. Recuerdo a Enrique Lillo, el abogado, ir cojeando (cojeaba por una polio infantil) junto con Cendón en chaqueta de pijama a tomar el vermú. Otros también permanecían en pijama completo sentados a la puerta de casa. En Madrid se vestía mucho más informal que en Asturias. Era la época en que Rubén yo empezábamos a leer libros de la colección Historias de Bruguera. Yo, había leído ya Miguel Strogoff de Julio Verne, Ivanhoe de Walter Scott y Las Aventuras de un Soldado de Napoleón de un tal Erckman-Chatrian. También había leido el Quijote versión juvenil, Las Aventuras de Blas de Santillana de Alain Lesage y La Novela de un Novelista de palacio Valdés. Antes de la Colección Historias habían salido unos libros pequeños llamados libros-pulga que publicaban obras como Los Viajes de Gulliver de Jonathan Swift o Alicia en el País de las Maravillas de Lewis
Carroll. Una noche me puse a leer una versión de esta colección de Las Mil y Una Noches y tanto me agarró la lectura que estuve hasta muy tarde leyendo, pero la lectura me fue impresionando tanto con aquellos genios y fantasías que no pude dormir de miedo que tenía en el cuerpo. Las películas también nos impresionaban pero cualquier película servía de pretexto para cualquier juego espontáneo en la Colonia. Recuerdo que Viaje al Centro de la Tierra sirvió para jugar a las aventuras por los terrenos circundantes de la Colonia. También el Punete sobre el Río Kuawi, o Locos por el Circo, o La Última bala y las películas de indios. Luego eran guerras ficticias las que hacíamos por el barrio con escopetas de palo o arcos y flechas improvisados. También veíamos a Joselito y a Mari Sol y sus canciones se cantaban en voz alta por las mujeres cuando hacían las camas o nosotros mismos en concursos espontáneos. Tanto me impresionaba que un chiquillo como Joselito hiciera cine que yo también quería ser actor así que una vez mi padre aprovechando ese furor me llevó a los estudios CEAC en Arturo Soria donde estaban rodando El Coloso de Rodas y por tanto tenían en uno de los patios un imponente coloso de Rodas de escayola que se veía desde el tranvía o caminando leguas a la redonda. Mi padre aprovechando que estábamos allí les dijo a unos empleados que yo quería ser artista de cine y que si necesitaban un extra que hiciera de niño. Dijeron que no y yo me fui un tanto molesto. Ser actor de cine parecía algo tan difícil como mágico. La fantasía se me vino abajo aquella tarde.

Por esa misma época les tocó mudarse a Pepe, Rami, las niñas y la tía María Luisa. Habían comprado un piso en Carabanchel Bajo y era hora de abandonar la casona grande de corredor con váter colectivo y cocinas de petróleo donde vivían muchas familias de entonces. Muchos ya se iban instalando en pisos nuevos y los barrios de Madrid se iban expandiendo. El Barrio del Negro, a casi un kilómetro de la Colonia, fue desapareciendo al destruirse sus casa bajas y viejas con patios llenos de chatarra y agua maloliente. Alguna gente de este barrio vivía de lo que recogían en los grandes basureros de al lado. Por primera vez vi una máquina excavadora enorme que usaba cables en lugar de émbolos hidráulicos. Parecía un animalote trabajando a base de chirridos, pero era un espectáculo ver la máquina trabajar sin descanso abriendo cimientos para nuevos edificios o naves. Otras veces íbamos Rubén y yo a explorar terreno por las tejeras que ocupaban terrenos cerca del embarcadero de cangilones que traían piedra del Jarama. Allí trabajaban bajo un sol de justicia los veranos en camiseta de tirantes o medio desnudos los obreros que hacían los ladrillos aprovechando un pequeño canal abierto que traía agua de un manantial del otro lado de la Carretera de Aragón. El canalillo cruzaba los descampados lindantes de la parte este de la colonia y era una curiosidad seguirlo hasta que se perdía tras un tubo. Según decía mi madre todavía se podían oír desde la Colonia muy temprano las cornetas de un cuartel que había en San Fernando o cerca de Barajas. Y, al estar relativamente cerca de Barajas, eran muchos los aviones que nos sobrevolaban cuando tenían que acercarse o cuando esperaban pista haciendo maniobras de vuelos rasantes. El ruido que metían aquellos cuatrimotores era espectacular. También las escuadrillas de aviones americanos de Torrejón sobrevolaban de vez en cuando la Colonia.

Como Rubén y yo íbamos viendo Madrid crecer y cada vez nos alejábamos más en nuestros paseos, pusimos un plano de Madrid de modo permanente en la cocina. Cada poco mirábamos y veíamos que donde no había nada había una calle prolongada o nueva y entonces la pintábamos. Otras veces íbamos él y yo a la calle del General Aranaz por donde pasaba la línea prolongada del tranvía 5 para dar vuelta y colocábamos chapas de botellines de cerveza sobre la vía para aplanarlas. Era la época en que Jose y Kike iban a aprender tocar la bandurria a unas clases que daba un señor ya mayor que vivía en una casa vieja de ladrillo con antigua huerta abandonada, en los últimos vestigios de un Madrid antiguo que iba desapareciendo irremisiblemente. En mis últimos meses en Madrid salía mucho con Felipe Navío para hacer nuevas expediciones a nuevas zonas de la ciudad en dirección Ventas y siempre nos fijábamos en esos vestigios o ruinas que hablaban de un Madrid que ya había pasado a la historia.. Pero en esa época ya había nacido Omar o Ramonse.

(seguiré)

Vital de Andrés

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