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martes, 29 de junio de 2010

VIAJE A MARRUECOS: FEZ I

Estamos en el Hotel Zalagh Parc Palace de Fez. Hemos cenado el bufé. Yo antes me pegué un buen baño en la piscina. Aún no hemos entrado en Fez. Mañana lo haremos. Sí hemos estado en Mequínez o Meknes famosa esta ciudad de 700,000 habitantes por haber sido la capital del temido sultán Moulay Ismael del siglo XVIII. Este sultán, ascendiente del actual rey alaouita, tenía una guardia pretoriana de 16,000 esclavos negros a quienes proveyó de mujeres para engendrar más esclavos fieles hasta conseguir engrosar su particular, cruel y temido ejército con 150,000 negros descendientes de los iniciales. El reinado de este sultán duró cincuenta terribles años. Mataba por cualquier capricho e hizo construir unas mazmorras secretas debajo de una plaza de armas donde dejaba morir atados con cadenas a sus prisioneros en medio de la oscuridad más absoluta. Vimos las mazmorras y yo pude oir los gritos de angustia de los prisioneros portugueses y españoles que allí se pudrieron. También visitamos la única mezquita visitable en Marruecos que es la mezquita que lleva su nombre. Allí tiene su tumba este tirano que tuvo cientos de hijos con más de 40 mujeres. Mequínes sorprende por sus 42 kms de murallas gruesas y sus puertas de arco de herradura, entre la que destaca la de Al-Mansour. Pero antes de estas visitas habíamos comido en un restaurante de la Mequinez nueva y esa Mequinez ya muestra las tiendas, las casas de buen gusto y los pisos de una incipiente clase media marroquí. Esa parte nueva resulta agradable. Pero antes habíamos visitado también la medina y sus callejuelas y allí uno se puede perder entre tanto mercado y tantos túneles y tanta gente y tantos objetos en venta que siempre resultan misteriosos, insólitos, innecesarios, pero tentadores para el europeo en busca de sensaciones nuevas, ansioso de desplazamientos tan inquietantes como mágicos. Y entonces quise un gorro moro, quería un gorro moro; no un sombrero de paja bereber, sino un gorro moro blanco; y entonces como en aquella tienducha no los tenían me cogió del brazo el negociante y me fue invitando a visitar la otra tienducha de Mehemmed su primo y Ana detrás de mí y nos fuimos metiendo por callejuelas estrechísimas y llenas de telas y ropa y bisutería y tambores y muñecos y luego un patio interior lleno de moros negociantes ociosos y fumando y Ana y yo siguiendo al buscador de mi gorro y al mismo tiempo iba jajalajamadeando con otros comerciantuchos amigos o familia o quién sabe qué y ya sentía miedo por que aquel mundo ya era un tiempo en retroceso hacia una edad media de personajes sin dientes o con los dientes podridos y envejecidos antes de tiempoy aquel otro durmiendo sobre una alfombra y el viejo ciego con los ojos descarnados y la chilaba blanca miraba al mismo infierno. Oh! Alá, Grande es Alá, decía alguien que leía un viejo Corán. Al Koran. Una mujer gorda de narizotas blancucias me miraba y su boca estaba cubierta por un velo negro. Por fin me enseñaron el gorro blanco pero yo sentía algo de miedo porque de repente todo era absolutamente desconocido y estábamos perdidos. Me puse el gorro y dije que sí que muy bien y luego el maldito regateo y luego me sacan una chilaba y cuando me doy cuenta estoy con la chilaba puesta y hablan francés y yo respondo en franacainglés y todos nos entendemos. Los olores son fuertes, son olores a especias a hachís, a cueros, a sudores variados. Me miré al espejo y con mi gorro y mi chilaba era el moro Vitayihamed y ahora había que regatear más y salir cuanto antes de allí antes de que me robaran la cartera o el pasaporte. Pero no pasaba nada. Se trataba de otra normalidad, de otra cotidianeidad que no era la mía, pero si la de ellos. ¿Por qué esa ansiedad y desconfianza paranoica? El miedo al moro. Moro Muza sale de la tumba y en calzoncillos baila la rumba. Cheli te quiero Cheli yo te adoro como la salsa del Comodoro. A Mustafá la, la la rarala.

Antes de llegar a Mequinez el viaje había sido una tanto inusual. Me daba cuenta que los pueblos moros tienen la calle como proyección de su negocio. Si hay una carnicería las reses cuelgan de las paredes del soportal y luego la acera hace de almacén done hay leña o trapos o parrillas grasientas donde fríen el cordero o la vaca. Si es un taller de motos la calle hace de taller y de almacenamiento de motos por reparar y llega hasta la misma calle donde se amontona gente que mira o permanecen agachados en cuclillas como si estuviesen cagando en estado permanente con sus chilabas y sus gorros morunos y su mirada inexpresiva y los olores fuertes a basura o deshechos o grasas. Esta gente no tiene prisa. Por eso al pasar por un pueblo parece todo tan caótico y sucio y humo de fritanga y música árabe o bereber de fondo. Pero la carretera es en sí un espectáculo. Hay camiones desvencijados que siguen tirando con fardos de paja o de remolachas o de cáñamo hasta el alma de tal manera que no se ve el camión pero si la montaña de paja circulando y te entra el telele, pero Bidui sabe conducir bien y salta también el carricoche mediocarromato o motocarro carroza que lleva a diez miembros de la familia y las mujeres cubiertas, pero que van a diez por hora por la carretera sin apenas carril porque el arcén devora el asfalto sin dejar más que lo necesario para cruzarse con un camión de lado contrario medio razándose. Y por el arcén caminan chavales o van dos en bici o un perro viejo lleno de miseria sigue su curso en esta perra vida entre tanto perro suelto que anda por aquí. Siempre hay gente. Siempre hay alguien que va caminando a algún sitio.

Mañana conoceremos Fez.

Un saludo,

Vital

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