Después de ver un poco la panorámica del barrio de La Carbonera desde el camino de la Foriata me dirigí a la barriada del Palomar por el mismo camino. Es curioso que esta barriada solo la conocía desde fuera, nunca desde dentro. Ahora la veo de cerca y, situándome en el contexto de los primeros años cincuenta cuando todavía era una barriada nueva, vivir allí; no cabe duda, era muchísimo más digno e higiénico que vivir en sitios como la casa-cueva. La barriada vista ahora, tiene pinta de haber sido renovada, como lo fueros todas estas barriadas de Langreo, a juzgar por las fachadas de ladrillo rojo. Es curioso que se eligiera ese sitio con tanta pendiente y en ese rincón del valle del riuco de la Casería Nueva para construir esta barriada, pero el Valle de Langreo es también estrecho; y ya desde hace muchos años, sin apenas un solar donde poder construir o ensanchar. Por lo demás los años de autarquía económica del franquismo hizo necesaria la importación de muchas personas de fuera de Asturias para trabajar en las fábricas y minas, y de ahí, la necesidad de construir barriadas como la del Palomar no importaba dónde había que construirlas con tal de solucionar el problema acuciante de la vivienda. ¿Por qué no nos había tocado una vivienda de aquellas? Nunca lo supe y nunca pregunté a mi ya difunto padre sobre ello.
Seguí bajando hasta llegar a la calle del mismo nombre y luego llegar de nuevo a la calle La Carbonera. Las casas al lado de las dos calles permanecen igual que cuando era pequeño. Las puedo reconocer. Allí estaba el mismo bar que está ahora. En ese otro edificio pequeño gris que hace esquina estaba la peluquería de Pepe que era de Arriondas y tenía gafas y cara despistado. La misma tienda allí en frente y las mismas callejuelas pero con casas de épocas más recientes. Me acuerdo de algunos nombres de chiquillos del barrio como José Ángel que era buen amigo de mi hermano Jacob y yo, y era el hijo de un músico de la banda municipal de Nolan apellidado Junco y que concocía a mi abuelo ramón y a mis tíos Alberto y Néstor. Luego estaba un tal Alfredo, hijo de un guardia municipal, a quien también llamábamos “el cazurru”. Estaba también un tal Cábanas, pero este chiquillo tenía más relación con los muchachos de la edad de Jacob que conmigo. Estaba la nieta de Olga que se llamaba Natii y jugaba a veces conmigo. Luego había gente que bajaba y subían de la barriada, los barrios y aldeas de alrededor, que al pasar por La Carbonera se daban a conocer de una manera u otra. Estaba un tal Victorino, otro que se llamaba Armando, y también un tal Villalar. Algunos de ellos bajaban y subían con un carro de mano para llevar cosas que no recuerdo, o el carro iba a veces atado al sillín de una bici. Algunos chavales vestían de mono o pantalones azul marino y hablaban en voz alta cuando pasaban y en ocasiones se metían con nosotros los más pequeños de la zona. Más abajo, entre el puente elevado por donde pasaba el trole (hoy día desaparecidos el puente y el trole), y el paso a nivel de la Renfe; vivían familias gitanas con cierto arraigo en la zona. Uno de ellos se llamaba Suso, tenía unos treinta y tantos años de edad y vestía un traje marrón a rayas. Llevaba un cayado siempre colgado del brazo derecho y su mirada era de hombre bueno. También circularon durante un tiempo unos carros de recogida de basura que funcionaban con pilas. Eran pequeños y estrechos y me llamaba mucho la atención el sonido silencioso y la modernidad de los aparatos. Pero por alguna razón no funcionaron mucho tiempo. Fueron sustituidos por camionetas de gas oil.
Un día de verano, cuando todavía no había empezado a ir a la escuela, es decir con cerca de cuatro años o cuatro años recién cumplidos; en un día laboral cuando todo el mundo trabajaba o estaba en la escuela, salí a dar una vuelta a mi aire por el barrio. Era una mañana soleada de verano o primavera y fui caminando hacia el ríuco más allá del lavadero, hasta llegar a una caseta centralilla de la Ercoa. La Ercoa era la empresa de electricidad de la zona de Langreo y sus casetas de centralillas eran como torres de cinco o seis metros de alto con puertas metálicas o de madera con un letrero con una calavera y dos huesos cruzados que decía NO TOCAR PELIGRO DE MUERTE. Descubrí al bajar paseando por esa misma zona que dicha caseta sigue allí con la misma función pero sin el letrero de la Ercoa ni el cartel de la calavera. Más allá de esa caseta me parecía ya mucha distancia de casa, pero yo seguí entusiasmado por el sol, por las plantas y las hierbas tan crecidas y en pleno verdor; por el riuco que ahora veía provenía del monte muy lejos, tan lejos que no me lo podía imaginar. Recuerdo el momento con todo detalle: los helechos, los matorrales, los avellanos, la hierba de algún prado cercano; los pájaros cantando, el agua del riuco produciendo su peculiar murmullo al bajar. Todo ello me sumió en una especie de éxtasis y de alegría por la vida que hasta el día de hoy recuerdo como algo extraordinario en mi crecimiento porque fue el primer momento donde yo mismo me reconocía como algo aparte, como conciencia pensante de mi mismo en medio de un mundo externo a mí que yo podía explorar, nombrar, recorrer. Hubo un antes y un después en aquella escapada que me dejó una impronta de independencia espiritual, de ser yo en un mundo que también me mostraba su cara amable, su potencial; el escenario de mi futuro como crío y como hombre. Por primera vez no sentí miedo o temor por lo lejano o lo desconocido.
Lo de los carros de pilas es una antigua y rancia fantasia de los progres, que por cierto todavia la tienen, como tienen todo lo rancio de la fantasia pasada. nunca fueron practicos. El peso de las pilas excede el peso del resto del vehico y la carga juntos. Cuando se acercaban a La Llera, anunciaban su presencia con temblores de suelo, a pesar de ser tan pequenos...pero no echaban humo---Eso del humo es otra de las FIJACIONES psicoticas del progresismo mundial. "Por donde pasan ellos no queda mas humo.
ResponderEliminarDisfruto un monton con los relatos de Sama...sigue.
Kousinsky