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domingo, 27 de marzo de 2011

AYER PASEÉ POR NOLAN (13) Mi padre y la casa de La Alquería de nuevo.

En casa se siguieron usando los aperos de la Legión que había traído mi padre en algún año de los mediados de los 40. Usábamos las mantas con los distintivos y reseñas del cuerpo militar o compañía; también las tazas y platos de aluminio, había un zurrón de cuero que todavía se usaba para meter herramientas o cosas; y, así mismo los correajes y cinturones estuvieron rodando por casa durante años. Mi padre nos hablaba de África, de Ceuta, de Tetuan, de Larache y había postales de algunos de estos sitios. Nos contaba algunas anécdotas de la Legión pero solo recuerdo que una vez durante una marcha a un pueblo, se le ocurrió beber agua de una fuente y cogió el paludismo. Por la noche muchas veces se ponía a escribir las crónicas a La Voz de la Región, ya que era el corresponsal de Nolan; pero también escribía poesía de la mina y monólogos en bable. Lo solía hacer bastante tarde metido allí en la cocina oscura con la máquina Underwood de dos teclados a los que había que aporrear con fuerza y el ruido que metían llegaba hasta la habitación donde dormíamos después de cruzar el pasillo abierto al cosmos. A veces me levantaba y lo veía tras los cristales fumando y aporreando las crónicas por las que era muy conocido y apreciado en Nolan. Quizás también era su sociabilidad y sensibilidad por los problemas colectivos. La imaginación de mi padre era más enfocada a el mundo, al exterior, a los viajes, la política, la historia reciente, etc. La de mi madre era diferente. Era más enfocada al interior, a la familia, a la curiosidad por la reflexión de lo que veía. Mi madre era muy observadora. Era más introspectiva que mi padre, menos sociable y más desconfiada con el mundo. Bien es verdad que ser mujer en aquella época limitaba muchas cosas. En la vida provinciana de entonces ser mujer iba ligado a la condición de madre, de integración a una familia en toda regla; y, poco más. La vida de trabajo, la vida social activa pertenecía al hombre. Las mujeres no fumaban en público, ni salían solas a pasear o a tomar un café. Solían salir en grupo o en familia. La primera vez que se vio a una mujer conducir un coche en Nolan fue todo un acontecimiento que se comentó durante días. Muchas conversaciones entre mujeres se referían a criticar a aquellas “tarascas” que se salían de la norma y se las despellejaba vivas. Cualquier escándalo, cualquier amorío ilegal, cualquier desliz inmoral sufría la crítica correctiva social adecuada por parte de las mismas mujeres en sus grupos de cotilleo vecinal o las reuniones familiares. El filósofo conservador inglés Carlyle se hubiera sentido muy a gusto en una sociedad así, ya que según él, el prejuicio y el control social basado en la decencia moral son los mejores guardianes de una sociedad estable y equilibrada. Quizás.

No obstante la mujer asturiana tenía un poder importante dentro de la familia. El centro familiar era siempre la casa de la abuela materna y allí se congregaban una vez a la semana toda la familia. Se hacía los lunes en casa de mi abuela Maite, o la güelita de La Alquería. Allí nos juntábamos todos los primos, tíos y tías que venían de sitios como El Solmero, Santa Clara o Atilania en autobús. Estaban las tías Natalia que venía de El Solmero con Lucía y posteriormente Diana. Su marido era Paco, empleado en el Ayuntamiento de Solmero y ex-combatiente de la División Azul. Luego venían Jesusa, Benjamín y el primo Felipe de Santa Clara. Benjamín era zapatero y más tarde obrero en los Talleres de Santa Clara hasta que perdió un ojo en un accidente de trabajo. También venían Amalia y Nino de Atilania con los primos Julio, Mariela y Cristian. Más tarde fueron viniendo más hijos, pero nosotros ya vivíamos en Madrid. Nino era minero en no recuerdo que pozo. Hasta el año 54 también se juntaban Norma y Paco con la prima Isabel. Luego emigraron a la Argentina. Enfrente de casa de la abuela vivían Alberto y Maribel con el pequeño Toni. Alberto era carpintero en El Nitrógeno, lo mismo que su padre, el abuelo Isaac. Y los dos eran trompetistas en la Banda Municipal de Nolan dirigida por Pedrosa. Alberto y Maribel posteriormente se fueron a vivir al Natahoyo en Gijón. Otro trompetista era el tío Néstor, quien también por graves desavenencias con su mujer se había liado el petate a Brasil, para luego establecerse definitivamente en la Argentina. Luego estábamos nosotros Joaquín y Ofelia con Jacob y Nesal todavía de la mano. En definitiva el clan de los Maladonado era dominio exclusivo de las mujeres. Ellas mandaban en todo lo relacionado con la manera de vestir, con la forma d educar, con la definición de lo que era moralmente o socialmente correcto. Los hombres en ese terreno no tenían nada que decir y si se atrevían a decir algo eran silenciados con rigor. Los hombres eran válidos de puertas para afuera y en la vida social; pero dentro, en casa, era la mujer quien tenía la voz y el mando absoluto.

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