En frente de casa mis güelos de La Alquería estaban los comercios de Carita y Marina. La tienda de Carita hacía esquina entre la Avenida Cárdenas y la actual calle de Juan Perales. La de Marina estaba un poco más allá, en la Avenida Cárdenas en dirección a Ciaca. Allí compraba mi abuela Maite los bizcochos, las tabletas de chocolate de La Cibeles y el pan bregado para mi abuelo Isaac. Marina era una mujer alta de unos cincuenta años de edad, de carácter tranquilo y sosegado y siempre con su mandilón de raso negro brillante. Carita era más o menos de la misma edad, pero más nerviosa, más habladora y dicharachera. Recuerdo que en aquel tiempo los comercios de ultramarinos apuntaban las compras a débito en una libreta de pastas de cartón adornadas con un impreciso diseño de tinta azul oscura con chispas o salpicados en blanco. Los bordes eran rojos. Allí apuntaban la comprar que luego se pagaba, no recuerdo bien, si semanalmente o mensualmente o de acuerdo a las posibilidades del momento. Las tenderas o tenderos de antes eran personas de confianza en los barrios y solían ser muy flexibles con el crédito, sobre todo en épocas de huelgas o alguna penuria familiar. Las tiendas o comercios eran como instituciones del barrio y allí se parlamentaba de todo: quién había muerto, quién estaba enfermo, qué mozo salía con qué moza; y, en general todo lo que pasaba en el pueblo y en el mundo con cierta discreción en política local o nacional. En La Bancada había una tendera que se llamaba Pepa, cuya tienda hacía esquina entre las calles de La Bancada y Numés Cardoso, y bien recuerdo que la fachada de dicha tienda estaba sin acabar, ya que faltaba la capa de cemento y pintura y entonces se veía la fachada desnuda con los ladrillos en vivo. Cuando íbamos a La Bancada a visitar a mis güelos, los padres de mi padre, a veces parábamos en la tienda de Pepa a comprar alguna cosa o simplemente a hablar. Entonces Pepa que era una mujer viuda a quien habían matado el marido durante la Guerra Civil por ser rojo, cerraba la puerta de la tienda con cerradura y con las manos gesticulantes y el rostro tenso, profería las mayores blasfemias e insultos contra Franco y el Régimen y los fascistas y falangistas. Pepa ponía a mis padres al día sobre todo lo que estaba ocurriendo políticamente contra Franco y las represiones que estaban ocurriendo en tal sitio y el otro. Luego abría la tienda y allí no había pasado nada.
Cuando mi madre y mis tías nos llevaban a pasear los lunes solían visitar las tiendas de ropa más importantes de Nolan, en ese tiempo, Casa Escudal y Almacenes Mapache. En almacenes Mapache fue la primera vez que monté en un ascensor y me pareció un viaje sorprendente. Por lo general estas visitas y paseos nos resultaban a los chiquillos aburridas y a veces insoportables, añadido a esto que nuestras madres no nos soltaban de la mano bajo pena de un “mochicón” o un pescozón en la cabeza, cosa que ocurría con frecuencia al intentar soltarnos para ir a nuestro aire aunque fuese en la tienda. En aquella época no era nada bien visto que los chiquillos estuviesen sueltos en cualquier sitio cerrado donde había público. Cualquier travesura o descuido conllevaba una severa crítica a los padres por no saber imponer respeto a sus hijos. Solían dejarnos jugar en el parque Doradía y comprarnos un helado cuando hacía buen tiempo. Nos entusiasmaba ir a ver a los patos, los peces y las palomas. Luego corríamos lo que podíamos jugando a uno y otro. Y más tarde vuelta a casa de la güela de La Alquería a cenar. A mi abuelo Isaac le teníamos mucho respeto. Mi abuelo por lo general no tenía que intervenir para nada en caso de que algún nieto se saliera de la norma metiendo más ruido de la cuenta o cogiendo algo que estaba prohibido, en especial las herramientas o la bici negra Orbea que guardaba en el cuarto de trabajo, que era una habitación contigua a la sala con una puerta a la calle siempre cerrada, y donde había un cuartucho o cabina de madera con pintura impermeable gris, que era la ducha. La ducha en sí era una manguera de color ocre con una cebolleta que se colgaba de un gancho y echaba agua fría. Las duchas eran siempre frías. Colgado también al lado de la ducha estaba la jarra de loza blanca de dar lavativas. Era muy normal dar lavativas en esa época cuando había algún problema de tripas y por alguna razón terapéutica o de costumbre nos daban aquellas incómodas lavativas que nos licuaban el cuerpo y dejaban una sensación de vacío corporal debilitante.
Si mi abuelo por alguna razón intervenía al vernos mover los pedales de la bici o por haber cogido un bote de algo, nos daba un fuerte azote en el culo que nos dejaba temblando. El respeto al abuelo era absoluto e incuestionable y él no tenía porque dar explicaciones a nadie ya que siempre se entendía que la razón estaba de su parte y la razón o los motivos del abuelo no se discutían. No obstante era muy raro que el güelo Isaac nos pegara. Tenía momentos en que nos solía contar algún cuento o cantar aquella canción de “Alaza p’arriba Poli-chi-nela, alza acatapún, acatapún, catapún; como los muñecos en el pim, pam, pum." En ocasiones y, cuandosolía surgir alguna conversación política, solía repetir: "El Rey era masón" frase inteligible muchos años atrás.Isaac el gúelo solía llevar consigo un bote de aluminio donde metía el bicarbonato, pues padecía una úlcera de estómago crónica desde su juventud cuando había emigrado a Cuba con un tío. De resultas de la forma de comer en Cuba, según nos decían, había cogido aquella irritante úlcera que posiblemente fuese una razón de su carácter reservado, callado, sufrido y de la diaria ración de pan bregado. El abuelo solía vestir su cuerpo delgado y enjuto con un traje gris o azul oscuro de pantalones muy anchos. Su piel era morena y dura como el cuero. La nariz aguileña, los ojos brillantes, la boina calada; y, bajo la nariz, un bigote justamente poblado.
Si mi abuelo por alguna razón intervenía al vernos mover los pedales de la bici o por haber cogido un bote de algo, nos daba un fuerte azote en el culo que nos dejaba temblando. El respeto al abuelo era absoluto e incuestionable y él no tenía porque dar explicaciones a nadie ya que siempre se entendía que la razón estaba de su parte y la razón o los motivos del abuelo no se discutían. No obstante era muy raro que el güelo Isaac nos pegara. Tenía momentos en que nos solía contar algún cuento o cantar aquella canción de “Alaza p’arriba Poli-chi-nela, alza acatapún, acatapún, catapún; como los muñecos en el pim, pam, pum." En ocasiones y, cuandosolía surgir alguna conversación política, solía repetir: "El Rey era masón" frase inteligible muchos años atrás.Isaac el gúelo solía llevar consigo un bote de aluminio donde metía el bicarbonato, pues padecía una úlcera de estómago crónica desde su juventud cuando había emigrado a Cuba con un tío. De resultas de la forma de comer en Cuba, según nos decían, había cogido aquella irritante úlcera que posiblemente fuese una razón de su carácter reservado, callado, sufrido y de la diaria ración de pan bregado. El abuelo solía vestir su cuerpo delgado y enjuto con un traje gris o azul oscuro de pantalones muy anchos. Su piel era morena y dura como el cuero. La nariz aguileña, los ojos brillantes, la boina calada; y, bajo la nariz, un bigote justamente poblado.
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