Hay también una foto en los archivos familiares donde se ven al tío Benjamín, a la tía Jesusa y al primo Felipe, como una familia con ganas de abrirse camino en el mundo y dejar su huella de humildad, de trabajo y de honradez. Es una de esas fotos que vista cincuenta y cinco años después de haberse hecho, se revela la nostalgia y el poder inexorable del tiempo actuando en nuestra vida. Sólo queda Felipe, hoy día retirado después de trabajar muchos años en una fábrica de galletas, y que ahora residente en Santánder. Felipe hace algunos años me propuso hacer una caminata desde Gijón a Nolan. Algo así como una peregrinación a nuestro lugar de nacimiento: una vuelta simbólica a nuestros orígenes después de haber pasado muchos años viviendo fuera. Es una buena idea que no habrá que esperar mucho para llevarla a cabo. Ayer también me decidí pasear hasta La Bancada, el sitio donde vivían mis abuelos Emeterio y Carmela, así que desde la calle Doradía me fui directamente al parque Adanero. En otra época, y si hubiese sido verano, ya hubiese comprado un helado en alguno de los carritos de helados Revolta o helados Dieguez o, quizás un pirulí en el puesto de aquel hombre que tenía una pata de palo y un bigote adornando una cara ancha ya algo erosionada por el vino. Creo que se llamaba Emiliano o algo así acabado en –ano. Crucé la Avenida Cárdenas y me adentré en el parque contemplando a mi izquierda el antiguo casino de la Moncada, o Sociedad de la Moncada, constituida como centro cultural de Langreo desde 1912. La Moncada se veía entonces como un casino o club social de la clase alta y media de Nolán. Cuando de chiquillos veíamos la Moncada sabíamos que aquel edificio de arquitectura de principios de siglo, representaba el mundo de los ricos, de los ingenieros, de los abogados y médicos. Era un edificio que representaba a los que tenían dinero y mandaban en la villa. Más allá está el kiosco de la música donde actuaba la Banda Municipal de Langreo; en una época dirigidos por Pedrosa y donde también estaban mi abuelo Isaac y mis tíos Alberto y Néstor. Hay una foto de la banda en Covadonga donde aparecen los tres. Todos ellos tocaban la trompeta. Isaac, Alberto y Néstor lo hacían ya desde una edad muy temprana, cuando aun eran niños todavía y la visera de la banda les quedaba muy grande. Néstor había tenido oportunidad de viajar a Londres con la banda, toda una hazaña en esa época cuando casi nadie salía del terruño y si se salía era para todo menos placer por viajar.
Recuerdo a mi abuelo Isaac con el uniforma de músico y su trompeta en la mano caminando hacia el kiosco un domingo primaveral. Nosotros, Jacob y yo, íbamos a casa de güelita de La Bancada, pero pronto veríamos al güelu y a nuestros tíos tocar en la banda de doce a una. Cuando eran las fiestas de San Ponce en el verano, todas las calles de Nolan amanecían con las banderitas de papel con la cruz de San Ponce, patrón de Nolan. Entonces era cuando la banda desfilaba por las calles y allí estaban mi abuelo y mis tíos tocando pasacalles y nosotros, la familia entera, nos sentíamos muy orgullosos de ellos. Tener un oficio y saber tocar un instrumento era la mejor herencia que se podía dejar a los hijos, decía mi abuelo Isaac. Los otros desfiles los hacía el Frente de Juventudes con tambores y toque de corneta, uniforme de pantalón corto, camisa azul con correaje incluido y botas de montaña. Durante las fiestas de San Ponce el parque Adanero se llenaba de caballitos, tómbolas y churrerías y por la noche todo era un bullicio de música, de micrófonos entremezclados, de embriaguez de magia y sidra por doquier. Pero ayer el parque estaba silencioso en esa tarde de marzo. Curiosamente, no se veía a ningún niño jugar y no parecía que el parque fuera el centro de esparcimiento social que en su día fue, lleno siempre de niños jugando o corriendo. Los patos ya no estaban en el estanque, pues ahora nadan libremente en el río Nalón que ya fluye limpio del carbón y la grasa a que había sido sometido antaño. Tampoco está la escombrera que cubría Los Zamporres, al otro lado del río y donde, en la única explanada que quedaba libre, se ponían los grandes circos cuando era San Ponce. Ahora hay una escuela, un instituto
e instalaciones deportivas. Del monumento al minero queda solo la estatua del hombre con un pico sujeto con los brazos en alto como quien lleva un fusil. Bajo la estatua hay unos versos de un poeta que no recuerdo. El monumento había sido inaugurado cuando yo tenía cuatro años y por muchos años el minero del pico estaba protegido por un gran muro de unos metros de altura y unos diez metros a lo largo en forma de medio círculo con ciertos motivos decorativos incrustados a base de azulejillos. Del centro del antiguo monumento salía una especie de asta que se dirigía al cielo.
Llegué entonces al barrio de la Bancada, y me fui dirigiendo hacia la buhardilla donde vivían mis abuelos hacia la mitad de la calle. El barrio sigue conservando muchas casas de la época; y, al igual que el de la Casería Nueva, tiene un sin número de rincones o callejuelas internas que esconden casuchas donde incluso ahora todavía vive gente. Hay que fijarse, pero ahí están. Paso la esquina donde en su momento estuvo la tienda de Pepa la comunista que nos ponía al día de todos los acontecimientos políticos contra el régimen de Franco. Parecía que aquel régimen nunca se iba a acabar; que era algo sagrado y puesto por Dios para siempre y jamás. Pero también desapareció. Y sin darme cuenta ya estoy en frente de la casa de la buhardilla que sigue allí a medio caer aguantando el tiempo y mirando siempre a la corriente del Nalón, pero sin ya poder dirigirse al picu Portal hoy día desaparecido; aunque sí pueden todavía los dos ventanucos contemplar los dos puentes de hierro por donde pasaban los trenucos mineros comunicando minas y lavaderos en otra época en que Langreo y Nolan tenían una mayor e intensa vida económica y social.
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