Hay una foto por algún álbum familiar en la que se me ve montado en un triciclo de madera y ruedas de llanta de hierro con radios muy sencillos y a mi lado y de pie está Jacob con cara de amargura porque quizás él quería montar en el triciclo y no era posible. La escena tiene lugar en la terraza de la casa y se ve la barandilla de esta y yo parezco estar muy contento. Mi padre Joaquín está sacando la foto con una máquina negra que usa con mucha frecuencia. No me acuerdo de la marca, pero esta máquina obra en el patrimonio familiar. En esa terraza y en un caseto que había al fondo el mencionado Prendes ahumaba los chorizos y las morcillas. Mi padre decía que era algo afeminado, un manflorita, decía. Creo que había otra puerta que comunicaba con la parte arriba del caserón antiguo ya mencionado y donde Prendes tenía más cosas. Pero Prendes murió en un famoso accidente de tráfico cuando en 1954 un autocar que hacía la línea Nolan-Gijón de la empresa Arrojo se cayó por un barranco bajando el alto de La Madera a la altura de Llantones en una curva cerrada. Murieron varios y entre ellos Prendes. Por lo tanto ya no hubo más ahumado de chorizos y morcillas en la terraza y el rincón se entristeció en el silencio de la inactividad. Mi padre se ponía a veces en la terraza a reparar zapatos algún domingo por la mañana o día de fiesta, pues recuerdo esa actividad por la mañana en ambiente dominguero o festivo. Mi padre tenía un carácter jovial y sociable y siempre nos contaba alguna cosa sobre el batallón de trabajadores o la cuando estaba en la Legión o cuando la guerra civil o cuando era pequeño en la Morquina o Pan Roxu o la Cuesta el Caramal. Otras veces se ponía a grabar los anillos que le reservaban los las relojerías de Cormas o la de Ramón Martínez y su hermano Salomón que también era agente de seguros La Previsora Asturiana. A mi esas cosas que hacía me parecían obras muy difíciles.
La terraza era mi disimulada puerta de entrada a la casa-cueva en lugar de utilizar la rampa de tierra que bajaba a la entrada oficial de la vivienda que era como la entrada a un lóbrego y oscuro túnel. Entonces cuando ya había empezado la escuela, a menudo volvía a casa con algún amigo del barrio; pero mientras ellos vivían en casas normales yo tenía que sufrir la vergüenza de vivir en aquel sótano-cueva. Complicaba además las cosas el hecho de que la puerta desvencijada de la izquierda, colindante con la puerta del túnel era la entrada a la cuadra del macho. Los olores a estiércol y a animal enturbiaban más la dignidad y la decencia de lo que tenía que haber sido una casa también normal como la de los demás. Entonces para evitar ese amargo trago cuando venía con algún amigo lo que hacía era entrar por la portilla verde de la terraza, y luego bajaba por las escaleras de la misma bajo cuyo espacio angular estaba el oscuro y frío retrete. Y al final iba a dar al espacio de cueva o sótano o túnel encalado y con dos ventanucos al exterior además de la losa de piedra que tapaba el pozo negro o séptico. Pero algún chiquillo me preguntaba que dónde vivía, pues hasta donde llegaba la vista humana no se veía más cosa que la caseta de ahumar chorizos del fallecido Prendes allá al fondo y alargando el cuerpo para tratar de ver lo más posible. Dónde vivía Nesal debía de ser un misterio para más de uno porque estaba claro que aquello no era sitio donde podía vivir gente y me preguntaban dónde narices vivía yo. Yo solo acertaba a decir “Allá, allá” y lo único que los chavalinos veían era que yo desaparecía escaleras abajo, quizás hacia algún subterráneo o cueva. Mi madre me decía que éramos pobres, pero yo asociaba la pobreza con vestir harapos, con pasar hambre, con pedir limosna en la calle. Nosotros en ese aspecto éramos como los demás del barrio y compañeros de escuela, pero vivir en una cueva era algo que a medida que iba creciendo y siendo más consciente de las cosas, no entendía. Sentía complejo ante los demás, aunque todo ello no tardó en cambiar una vez mi padre encontró trabajo en Madrid y entonces ya empezamos a vivir como la gente normal con grifos de agua fría y caliente, con ducha, con habitaciones con ventanas, etc.
Desde los ventanucos de la cueva a veces mi madre nos llamaba para comer o cenar o mandarnos a un recado y siempre recuerdo la voz en alto de mi madre llamándonos “Nesalín, Jacobín, Nesalín, Jacobín; venir a comer”; y, era normal dar voces para llamar a los chiquillos. A qué jugábamos es algo que no recuerdo muy bien. Sé que teníamos un aro metálico que se rodaba con un gancho y hacíamos carreras por la calle. También nos columpiábamos en los postes de la luz del solar trasero mirando a la vía del trole. Una vez un chaval trajo un saco de gatos cachorros y comenzó a ahogarlos en el riuco atándoles piedras al cuello. Ver aquellos animales tratando de sacar la cabeza del agua era algo que me produjo angustia por bastante tiempo. Pero un año los reyes trajeron un ajedrez para Jacob con fichas de madera metidas en un estuche. Pronto aprendimos a jugar y echábamos largas partidas que de vez en cuando acababan en mal perder. Entonces acabábamos pegándonos, hasta que un día mi madre ya cansada de aquellas rabietas cogió el tablero y lo rompió en la cabeza de uno de nosotros. Más tarde volvimos a jugar con un tablero cubierto con cristal. Alternábamos el ajedrez con el parchís y la oca y mi madre solía jugar con nosotros. Otra vez, siendo todavía muy crío recuerdo haber hecho los dos una especie de avión con una caja de madera y una piedra grande con hilos que era el motor. Luego pusimos algún bote como manómetro y un banquín pequeño para sentarnos. Debajo del banquín había una lata de aceite vacía de aceite Musa que hacía de depósito de gasolina. El invento resultó un éxito y yo estaba entusiasmado con nuestro avión que aunque no volaba la imaginación lo hacía volar lo más alto posible por todo el mundo.
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